dolor

HACER ALGO CREATIVO CON EL DOLOR

 

Acostumbramos a asociar la creatividad con la pintura, la literatura, la escultura o cualquier otra manifestación de lo que denominamos arte. Pero en realidad la creatividad se encuentra en la esencia de todo. No hay ninguna acción ni pensamiento, que encierren amor, que no sean creativos, en el sentido más amplio, bonito y positivo. Por eso todos podemos ser creativos. Una tortilla de patatas hecha con amor puede ser una obra de arte, lo mismo que hacer un precioso ramo de flores con la intención de alegrar la casa.

Son muchas las cosas que solemos hacer por inercia o por obligación y esas cansan, pero si las mismas cosas las hacemos con ilusión, con cariño, en vez de quitarnos nos dan energía. Precisamente durante el duelo, como el dolor desgasta tanto, hemos de estar muy atentos a eso. Hemos de procurar hacer algo creativo cada día, por pequeñito o insignificante que sea. Por ejemplo, ofrecer algo tan sencillo como una sonrisa o una mirada cariñosa, crea en la persona que la da y en la que la recibe una agradable sensación de bienestar, por muy efímera que sea. Hay que buscar eso, sumar destellos de amor que alimenten poco a poco el alma.

Todos tenemos algún don, algo que hacemos bien y podemos ofrecer a los demás y, precisamente, dar es la otra llave que abre nuestro corazón. Es normal que al principio del duelo nos encerremos porque el dolor es tan intenso que instintivamente nos replegamos. El mundo nos es ajeno y nos hiere, porque nos hemos quedado en carne viva. El bálsamo vuelve a ser el amor, mimarnos a nosotros mismos como mimaríamos a nuestros hijos. Ellos nos aman incondicionalmente y, tanto los vivos como los muertos, quieren lo mejor para nosotros. Recibir con gratitud y dar con amor, esa es la salida que nos conduce a la salvación.

No tenemos que ser buenos porque nos lo exijan las religiones, ni los Estados, ni las normas sociales. Hemos de cultivar la bondad porque sabemos que todos somos uno, que lo que damos lo recibimos, que la felicidad de los demás es también la nuestra, que crear armonia nos da paz. Querer lo mejor para los demás es lo mismo que querer lo mejor para nosotros.

SIEMPRE ES POSIBLE ENCONTRAR SENTIDO A LOS QUE NOS PASA

 

 

Aunque parezca mentira es así. Aunque al principio de la muerte de un hijo todo se apaga y quedamos vacíos, muertos en vida, al final del duelo nos espera la luz, aunque ahora nos invada la más espesa de las oscuridades. Lo único que tenemos que hacer –y es mucho y difícil- es atrevesar la negrura agarrados de la mano del amor, como ciegos guiados por un perro lazarillo. ¿Y cómo conseguir eso, cuando reina la incertidumbre, el miedo y el dolor? Con nuestra actitud. La predisposición a ver el lado bueno de las cosas, por insignificante que sea, es vital. Eso no se consigue todos los días, pero conviene que se convierta en la brújula que marque nuestro rumbo.

Cuando yo estaba sola en casa, lloraba con ganas toda la amargura, luego me lavaba la cara y me iba con mi mejor sonrisa a animar a mi hijo Jaume cuando jugaba un partido de fútbol o preparaba el plato preferido de Lluís, mi marido o de camino al trabajo compraba una maceta de margaritas para mi amiga Carmen. La cuestión es vivir el dolor, pero no quedarse en él. A nuestros hijos muertos y a nosotros mismos nos debemos hacer algo bonito con todo ese sufrimiento. No importa qué, siempre que se haga con amor. Todos los que pasamos por una situación límite, como puede ser la muerte de un ser muy querido o cualquier otra situación difícil como una enfermedad realmente grave, sabemos que lo único importante es el amor; el que damos y el que recibimos, no hay otra moneda de cambio cuando la vida nos pone ante el abismo. Da igual la riqueza, la posición social, el éxito… todo eso no sirve para curar el alma. El alma sólo se cura si nos desprendemos de la culpa, de los celos, del rencor, del odio, de la frustración, de todo lo que pesa y oprime el corazón. Y eso requiere trabajar con uno mismo, mirar de cara a los propios fantasmas y llamarlos a cada uno por su nombre.Somos lo que somos, ni más ni menos.

Con el tiempo, es posible encontrar sentido incluso a la muerte de un hijo. Si no hubiese vivido ese dolor tan tremendo seguramente yo seguiría aferrada al orgullo, pasando por la vida de puntillas, muerta de miedo, intentando controlar lo incontrolable. Ahora sé que cualquier muerte sentida es una lección de humildad. Una oportunidad de desprenderse de las máscaras que nos impiden conectar con la verdadera alegría, la alegría que nace de dentro por el simple hecho de estar vivos, de compartir, de querer sin condiciones, de aceptar.

Cada uno tiene su camino de aprendizaje y no es posible escoger. No valen los atajos. Nuestra travesía es la que es, está hecha a medida. No podemos cambiar lo que nos sucede, pero sí podemos elegir cómo vivirlo. No vale echar las culpas a lo que pasó, a lo que nos hicieron. Lo que importa es qué hacemos nosotros con todo eso. En qué nos convertimos.

Cuando cierre los ojos por última vez a mi me gustaría recordar a cada una de las personas que he conocido con afecto, no me gustaría quedarme con muchos te quiero sin pronunciar, con un saco repleto de ganas de ayudar a los otros sin abrir, con otro cargado de agradecimientos sin apenas estrenar…

DÍAS MALOS (DIARIO)

 

22 de julio 2001

Estoy triste, sin ganas de nada. Muy cansada. Ayer me visitó Elisabeth. Tengo suerte de contar con ella; la acupuntura y su amistad me ayudan muchísimo. Me dijo que tengo el pecho cerrado de tanta tristeza y dolor. Que estoy estancada, que me cuesta avanzar, que estoy sujeta al pasado. La verdad es que no sé cómo romper el círculo del dolor. Estos días estoy llorando mucho. Eso creo que me va bien, me desahoga. Suspiro constantemente y a veces pierdo el control. Me desespero. No sé si esto está bien o mal, no quiero pensar. Supongo que forma parte del duelo.

Me dijo también Elisabeth que no me rebele más, que acepte mi vida tal como es. Estoy en ello. Da lo mismo que sea fácil o difícil. Lo que ya ha sucedido no lo puedo cambiar, pero me siento tan cansada!! Confio en las vacaciones, necesito recuperar energías, me cuesta incluso escribir.

Algún día encontraré sentido a todo esto. Mientras, todavía estoy dentro del temporal intentando mantenerme a flote. El dolor consume buena parte de mi vida, no puedo evitarlo. Me gustaría gritar alto y fuerte, hasta que el sonido rasgara el velo que sostiene la angustia, que la sujeta, que la mantiene dentro de mi. Necesito vaciarme para volver a empezar.

DISFRUTAR DE SER MUJER (DIARIO)

 

8 de julio de 1999

(Mediodía)

Me ha venido la regla sin dolor, como cuando era joven. Hace más de nueve o diez años que no me ocurría. Y, reflexionando sobre esto, se me ha ocurrido que tal vez se deba a que últimamente me acepto más. No lucho contra nada e intento disfrutar de lo poco que hago y de lo que soy.

Las mujeres de mi generación hemos vivido un cambio social que nos ha proporcionado libertad, pero también confusión y contradicciones internas. Nuestras madres todavía viven siguiendo el modelo tradicional de mujer, mientras que nosotras, sin ninguna referencia previa, hemos “conquistado el mundo” que durante generaciones pertenecía sólo a los hombres.

Me he pasado toda la vida potenciando mi lado masculino. Primero porque mi madre quería un niño cuando yo nací, y luego porque yo no quería parecerme a las mujeres que no pueden elegir su propia vida. Hasta que no tuve hijos todo parecía ir bien, pero al nacer Ignasi me di cuenta que había algo más importante para mí que tener“éxito en el trabajo”. Y luche cuanto pude, como muchas, para compaginar la maternidad con mis expectativas profesionales. Con el tiempo me doy cuenta que no hay nada más gratificante que disfrutar sin reservas de todo lo que conlleva criar tu misma a un hijo. Me dan pena las personas, hombres y mujeres, que se pierden lo mejor de sus bebés. Que dejan en manos de abuelas y canguros su verdadero tesoro. Y me dan también mucha pena los niños que llegan a casa y saben que, hasta muy tarde, la única compañía que encontrarán será la del televisor o el ordenador.

Los niños, cuando son pequeñitos, necesitan que les miremos, que les reafirmemos con nuestras expresiones de cariño, de aprobación, de ilusión y de enfado. Con los años la distancia se va ensanchando de forma natural, pero los padres nunca podemos estar ausentes. La frase: “es mejor la calidad que la cantidad” es una verdad a medias. La cantidad no tiene por qué ser de baja calidad… Ni la calidad tiene por qué concentrarse en un par de horas al día. A los hijos hay que procurar darles el 100 por 100 de nuestro amor eternamente. Las mujeres, los hombres, las instituciones, las empresas, de forma individual y colectiva, deberíamos reflexionar sobre esto. Abandonar los extremos y buscar soluciones intermedias. Porque si seguimos así, en el fondo, salimos todos perdiendo.

CUANDO LA REALIDAD SE ROMPE

Cuando los médicos nos comunican que nuestro hijo no va a vivir, lo que nosotros entendemos como nuestra realidad, se rompe. Nuestra concepción del mundo se derrumba. De pronto, nuestros conceptos; nuestra forma de pensar, de mirar, de sentir entran en lo que podríamos llamar otra dimensión. El tiempo se paraliza y vivimos en lo que se podría considerar la dimensión del dolor. Cualquier cosa, por grande, pequeña, abstracta o concreta que sea adquiere un matiz distinto, desconocido. El invierno, el verano, el otoño, la primavera, el sueño, la seguridad, el hambre, el calor, el frío, los árboles, el dinero, el mar, el trabajo, la gente… todo, absolutamente todo, deja de ser aquello que conocíamos.
En esa dimensión nos movemos como a ciegas. Nada es previsible, porque nunca antes hemos vivido algo así. Cualquier cosa, aunque sea algo tan simple como mirar el cielo, nos puede desencadenar un torrente de emociones incontrolables. Las punzadas de dolor llegan sin previo aviso. Y nos sentimos muy desamparados.
La dimensión del dolor, donde nos encontramos, está llena de miedo, culpa, tristeza remordimiento, confusión, rabia, incomprensión… Es asi. A ratos nos envuelve una de estas emociones, en otras ocasiones se mezclan, se funden hasta que una de ellas adquiere más intensidad y sobresale. Y esos sentimientos pueden variar en cuestión de horas, de minutos. Esto es el duelo: un túnel oscuro lleno de fantasmas.
Cuando nuestros hijos pequeños o adolescentes nos ven así, perdidos, todavía se asustan más. Están acostumbrados a que los adultos tengamos solución para todo y nos miran angustiados esperando una respuesta, algo donde agarrarse y mantenerse a flote. Nada sirve excepto el cariño que les podamos transmitir. En esos momentos, más que nunca, nos hemos de guiar por el amor. En el sentido más amplio y universal de la palabra. Hay que hacer un esfuerzo inmenso para escapar del pasado, del apego a nuestra vida de antes, y limitarnos a vivir cada instante como si fuéramos bebés. Intentando buscar en cada persona, en cada cosa o situación un resquicio de luz, de esperanza, de solidaridad. Luchar para ver el lado positivo. Igual que los escaladores ponen los cinco sentidos en cada paso, en cada metro de escención, así hemos de agarrarnos al lado bueno de la vida, dispuestos a cambiar a cada instante. Este es el objetivo. La salida. El camino es duro, porque nos encontramos inmersos en una locura de emociones. Tristes, muy tristes y con el corazón roto. Pero ¿de qué sirve quedarse en el sufrimiento? De nada. Sólo nos hunde más en la depresión. Lo mejor que podemos hacer con la vida que nos queda es vivirla, disfrutarla. Procurar estar bien es un acto de amor a nuestros hijos, a nosotros mismos y a todos los que nos quieren. Y ya se sabe que los pequeños aprenden con el ejemplo.

EL DOLOR DE LOS HOMBRES

A muchos hombres les cuesta expresar los sentimientos. Les han educado para que no lloren, para que no muestren su “debilidad” y mantengan siempre una actitud “combatiente” ante la vida. Precisamente esa armadura, esa máscara de guerrero, les impide conectar con la esencia. Manejan muy mal las emociones. Se encuentran perdidos ante algo distinto de lo puramente racional. Y es muy difícil explicar con la razón la muerte de un hijo. Ante un hecho así, tan difícil de entender, algunos hombres huyen, inconscientemente, debido a su incapacidad de afrontar lo inevitable.
Se refugian en la acción; trabajan más que nunca, llenan su tiempo con un sinfín de actividades que les impiden pensar, sentir. Intentan vivir como si no hubiese pasado nada y eso es imposible. Cuanto más intensa sea su incapacidad de entender los sentimientos, más necesidad tendrán de huir y más sola quedará la madre.
Si la mujer no puede compartir su dolor, si se encuentra aislada y sola, es muy probable que se construya un mundo de recuerdos que gire entorno al hijo ausente. Puede ser que mantenga su habitación intacta; el armario con toda su ropa colgada, sus juguetes, los libros y todos sus objetos tal como estaban el último día. La atmósfera de la casa queda suspendida en el pasado y ella deambula sonámbula entre fantasmas. La brecha entre la pareja se va ensanchando y el reencuentro se hace cada vez más inalcanzable.
Por eso es tan importante compartir el duelo. Y eso pasa por llorar juntos, estar horas en el sofá, cogidos de la mano, en silencio, con la mirada perdida, pero sintiendo el calor del otro.
En el accidente que murió nuestro hijo mi marido sufrió varias fracturas que le mantuvieron tres meses casi postrado. Fue una suerte para nosotros poder estar tan cerca durante ese primer periodo. Compartimos insomnios, desesperación, esperanza y también mucho amor por nuestros hijos.
Luís, mi marido, me decía constantemente que para él representaba un gran honor haber tenido conmigo a un hijo como Ignacio. Que nuestro otro hijo, Jaime, se merecía lo mejor y que volveríamos a ser felices. Me recitaba esto constantemente y para mí oírle era como subir a un bote salvavidas después de un naufragio.
Solía encontrarle de madrugada en la cocina, escribiendo y llorando. “Esto es demasiado duro”, exclamaba y entonces era yo la que le recordaba lo que él me había dicho antes: que nuestro hijo había sido feliz hasta el último momento y que ahora ya no tenía posibilidad de sufrir y que nosotros saldríamos adelante.
Hay muchos momentos terribles al regresar a casa sin tu hijo. Pero ninguno comparable al despertar y recordar que la pesadilla sigue, que él está muerto y a ti te queda un día por delante, una vida por delante. Al acostarse ocurre lo mismo, no hay forma de descansar, de desconectar, de sentirse en paz. En esos momentos cualquier gesto de cariño es como una bendición, un soporte para ir escalando. Una caricia en la mano, un abrazo, una sonrisa significa la vida.

Contador

Visitas

MIS LIBROS

Volver a Vivir

Clicar en la imagen

Clicar en la imagen.

Clicar en la imagen