alegría

RESACA EMOCIONAL

Estas navidades hizo 13 años que se fue Ignasi y la resaca emocional que me produce el dolor que siento el día del aniversario de su partida, en cada una de mis células, me dura hasta prácticamente finales de enero o incluso más. No es un tsunami terrible y devastador como lo fue los primeros años, pero todavía noto una sacudida fuerte y normalmente acabo poniéndome enferma; este año empecé con un resfriado tonto que acabó en una bronquitis aguda de la que me he recuperado hace escasamente una semana, aunque todavía me siento un poco débil y dispersa. El cuerpo tiene memoria, de eso estoy segura y nuestras defensas bajan cuando los recuerdos dolorosos entran en escena. Lo hacen de forma tan apabullante que, como el caballo de Atila, mi mente desbocada arrasa con todos mis pensamientos positivos y vuelven a campar a sus anchas los malos augurios. Yo sola no puedo con todo ese ejército de negatividad y pido a mi alma, a mi esencia divina que me ayude a recuperar la fuerza y el optimismo perdidos. La verdad es que cuando estoy en horas bajas es cuando más noto el impulso de mis guías y maestros, pero mi tristeza es tan profunda que necesito paciencia y tiempo para ir sintiendo de nuevo la alegría de estar viva.  ¡Es tan agradable volver a sentir confianza!

SER UNA BUENA MADRE

Gran Mare ajudem a ser una bona mare (Gran Madre ayúdame a ser una buena madre). Esta frase me la he repetido en silencio millones de veces. Para mí, ser una buena madre lo es todo. Quizá exagero porque la vida esta compuesta de muchas más cosas, pero esta, la de ser una buena madre, para mi es vital. Tengo dos hijos en condiciones muy distintas: uno está aquí y el otro digamos que en otra dimensión. A los dos los adoro. El pequeño, con 26 años, vive ya por su cuenta. Suele llamarme a diario, incluso a veces hablamos un par de veces al día. Cuando viene a casa, el corazón se me ensancha, no sé cómo explicarlo pero ver a mi hijo me produce una emoción tan intensa, tan, tan amorosa. Tampoco no hay un solo día que no piense en Ignasi, mi hijo mayor, que murió a los 15 años. No sería sincera si no dijera que, en algunas ocasiones, como ayer por la noche mientras cenábamos mi marido y yo, no me caigan las lágrimas de añoranza al rememorar lo que hubiese podido ser verlos crecer a los dos. Pero eso no impide que sea feliz porque a los cuatro no nos une otro sentimiento que el amor. ¡Y sentir amor es tan reconfortante! Yo puedo estar triste y contenta, ya sé que parece una contradicción, pero me ocurre a menudo… A mí, como a muchos lectores de este blog, se nos ha muerto un hijo y con eso vamos a vivir hasta el final de nuestros días, pero eso no me impide tener momentos de una felicidadinmensa.

Las mujeres de mi familia tenemos tendencia a sobreproteger (eso es malo) y a sufrir (eso es peor) por eso, porqué lo sé, pido a la Gran Madre que me ayude a ser una buena madre. No quiero que ni uno ni el otro se sientan asfixiados. A Jaume, el pequeño, le ha tocado, a mi entender, un papel más difícil que a su hermano. A él, de alguna manera, si Dios quiere, le toca acompañarme hasta el final de mis días. Hoy, a primeras horas de lamañana, quizá intuyendo mi tristeza de ayer, me ha llamado para decirme: “Mamá, vais a ir a comprar, voy con vosotros. ¡Qué placer inmenso compartir mi cotidianidad con él!

No es fácil para los hijos vivos hacer doblete; cubrir con su presencia el vacío que no les corresponde. Por eso, los padres a los que se nos ha muerto un hijo,tenemos que estar muy atentos. Por un lado, dejando espacio para que los hijos vivos puedan construir su propia vida lo más ligeros de presiones posible y, por otro, dando alas a nuestros hijos muertos para que prosigan su camino sin el peso insoportable de nuestra tristeza. Los hijos, estén vivos a muertos, adoran a los padres, aunque a veces no lo parezca y, estoy segura, harían cualquier cosapara vernos felices y contentos. A nosotros, como mínimo, nos corresponde ponérselo fácil. ¡Claro que caeremos en egoísmos, ¿quién no? Pero cuando se pase el subidón, y tomemos conciencia de nuestros errores, nos toca rectificar. Por ellos y por nosotros, ¿por qué quién no quiere ser una buena madre, un buen padre? ¿Una buena persona? Sí, se nos ha muerto un hijo, la vida nos lo ha puesto difícil, es verdad pero son tantas las personas, yo diría que todas, que han pasado penurias, aunque a ojos de los demás, quizá, no lo parezca. Todos llevamos cruces como el cuento aquel de la mujer a la que se le muere un hijo y va a ver a un gran maestro, un santo, para que le devuelva la vida. Lo haré, le dice el maestro, si al anochecer me traes un grano de mostaza de la casa en donde el dolor y la muerte no haya entrado. La madre va de portal en portal y en ninguna casa pueden darle el grano de mostaza. De noche, cuando regresa para ver al maestro, ya sabe que su dolor es compartido. Que va a tener que aceptar la muerte de su hijo. Que la vida es así y su pena forma parte del hecho de estar viva.

La vida está hecha de dolor y alegría y es sabio saber vivir tanto lo uno como lo otro.

NOSTALGIA A LAS PUERTAS DEL VERANO

Después de muchos días de lluvia y niebla el aire cálido que recorre hoy mi ciudad anuncia el verano. ¿Por qué será que los cambios de estación me envuelven en la nostalgia? Desde que tengo uso de razón, junio ha sido para mí un mes especial: nací el 27 de este mes y 26 años después nació mi primer hijo, Ignasi, un 8 de junio. No es un mes cualquiera para mí, no. Quizá por eso la nostalgia me visita esta tarde, aunque yo disimulo y me resisto a recordar la alegría que he vivido los 8 de junio antes de que Ignasi se fuera. Supongo que me resisto para no hacer más grande el vacío de los 8 de junio que han venido después. Un vacío lleno de ambivalencia; de gratitud y amor por haberle parido y de profunda tristeza por no abrazarle, por no ver a ese hijo que este año cumpliría 28.

A veces, mi vida de antes y la de ahora me parecen un sueño… del que despertaré en algún momento. Como si no fuera en realidad yo la que ha recorrido el camino hasta los 54 años que voy a cumplir. De hecho, desde que murió Ignasi todo me parece posible y ya no existe para mí una sola realidad, ni un mundo de vivos y otro de muertos separados; tengo la íntima certeza que lo que llamamos vida va mucho más allá de la muerte. Y cuando me visita la nostalgia, como hoy, aunque pretendo ignorarla, me siento mejor escuchándola porque me abre las puertas del alma, de esa parte de mí que sabe que todo es posible, que la vida es un sueño, que la muerte no existe, que mis hijos son un regalo de amor eterno. Qué da igual que a uno lo vea y al otro no, que, para estar unidos, con el cariño basta. La nostalgia viene para recordarme todo eso que mi alma sabe y esa que creo que soy yo censura. No voy a hacerle caso a la mente, la intuición es más dulce y certera. Y no quiero, no estoy dispuesta a que pese más el dolor vivido que la ilusión por lo bueno que ha de venir. Como he leído en el libro los «Enamoramientos» de Javier Marías: … «Lo malo de las desgracias muy grandes, de las que nos parten en dos y parece que no van a poder soportarse, es que quien las padece cree, o casi exige, que con ellas se acabe el mundo, y sin embargo el mundo no hace caso y prosigue…». Y tira de nosotros y trae cosas buenas que podemos hacer grandes si nos damos permiso.

LOS BIORRITMOS DEL DUELO

Cierro los ojos y me voy a mi primer año de duelo. Ignasi murió de accidente, fue un shock tremendo, seco, que me dejó sumida en las tinieblas sujetada por esporádicos destellos de luz. De los sentimientos y emociones de aquellos tiempos hablo en “Volver a Vivir”, el diario que escribí durante el primer año de duelo. Los siguientes fueron parecidos al primero. Pasaba unos días bien, pero de repente porque llegaba otra primavera, otra navidad o porque la nostalgia, simplemente, se me hacía insoportable volvía a la desesperación, no se si bajaba más, pero mis fuerzas parecían agotarse porque los años de dolor desgastan y renombrar la vida conlleva un esfuerzo que me dejaba exhausta. El tiempo, por sí solo no arregla nada. Fue durante el segundo año que tuve que encararme con la rabia que me había producido la muerte de mi hijo. Durante el primer año estuvo disfrazada de tristeza. Fue un médico el que me dijo que la rabia me estaba envenenando, yo ni siquiera sabía que su fuerza me estaba matando. Como en los cuentos, atravesaba un bosque encantado y no sabía diferenciar a un dragón de otro de tantos que me asustaban. El dragón de la rabia por la muerte de un hijo es grande.Hablando poco se avanza. A mi me parece que es necesario un trabajo emocional y físico con un terapeuta especializado para liberarla. La tristeza va desapareciendo cuando soltamos la rabia. ¿Cuánto dura el duelo? Creo que no es posible contar por meses o por años. Lo que cuenta es mirar en nuestro interior y, como las capas de una cebolla, ir ahondando a través del dolor hacia el corazón de nuestra esencia. Nuestra alma, pase lo que pase, siempre está intacta y dispuesta a regalarnos serenidad y alegría. Por el camino encontraremos mil y una heridas, que hay que ir curando. El proceso sanador va unido a la confianza, en nosotros mismos y en el amor que hace posible la vida. La confianza va unida a la entrega. Si no soltamos, si nos aferramos al control, al pasado, a la culpa, si creemos que es demasiado tarde para cambiar, que no merece la pena… nos alejamos de nuestra esencia, de la luz, del amor puro, de Dios. Sin dar un sentido a nuestra existencia el bosque encantado se convierte en un laberinto imposible. A mi me va bien pensar que cada cosa que me sucede encierra un tesoro. A veces me lleva tiempo descubrir el lado bueno, pero sé, por experiencia, que lo tiene. Sé que tengo que tener paciencia para transformar dentro de mi lo que me impide encontrarlo. Lo demás es como es, pero yo puedo ir cambiando.

RESPETAR NUESTROS RITMOS

Al principio de mi duelo me sentía tan perdida y desconcertada como Alicia en el País de las Maravillas. Miraba por la ventana y me sentía extranjera en mi propia ciudad. Nada iba conmigo. Estaba desconectada de la vida. La cotidianidad de los demás me parecía extraña, estuve tiempo sin poder mantener una conversación trivial. No podía seguir las convenciones sociales. Salir a la calle requería un esfuerzo parecido a subir al Everest. En cualquier momento, de forma imprevisible, podía estallar dentro de mí una tormenta devastadora. No solo sentía un profundo dolor, temía volverme loca. Los amigos, las personas que te quieren, si no han atravesado un gran duelo, no saben como sostenerte. Es con el tiempo y poco a poco que una va aprendiendo a escuchar su corazón; a seleccionar las salidas, a decir no en el último momento, a tener paciencia con una misma cuando al abrir los ojos se presiente un día torcido… No hay un manual de instrucciones, porque cada duelo es distinto, pero a mi me parece que, al principio, el recogimiento y el silencio ayudan. Si no hay energía, lo mejor es estar quieta, intentando crear pensamientos amorosos que nos ayuden a recargar las pilas.

A los dos años de morir Ignasi, murió mi madre una noche de agosto, de repente, mientras Jaume, Lluis y yo estábamos en Cabo Verde, procurando contagiarnos de la alegría en estado puro que se respira en África. Aquella noche la pasé en vela sin saber por qué. De madrugada, cuando me llamó mi hermana volví a la cueva oscura, al tiempo sin tiempo, a la desconexión, al silencio… pero no me asusté, la muerte de Ignasi me ha enseñado que el duelo hay que atravesarlo, sabía que tenía que pasar por lo que pasé, que la muerte de un ser querido siempre nos cambia la vida, aunque nos resistamos. Después de la partida de Ignasi veo la muerte como un nuevo comienzo, no como un final.

PARA ANA Y SU MADRE

Hola Ana,

Es normal que tu madre esté mal, no te asustes. Yo estuve en estado vegetativo unos tres meses, cada cual necesita el tiempo que necesita. Llegué a pensar que me volvería loca, también eso es normal.

Vais a tener dos vidas: la de antes y la que empieza ahora. De momento el dolor lo impregna todo, pero hay chispitas de amor, destellos de luz que hay que ir haciendo grandes por pequeños que sean. Lo que quiero decir es que es horrible acostarse y es horrible levantarse pero, entre medio, algunos días, es posible sentir el amor en estado puro, aunque este sentimiento dure segundos. De ese día hay que quedarse solo con esos segundos, pensar constantemente en esos segundos y no ir dando vueltas a los pensamientos terroríficos que nos acechan.

Hay que vivir el dolor, sin esconderlo –tú tampoco escondas el tuyo, cielo-, con el convencimiento puesto en querer estar bien. Claro que tu madre en algunos momentos querría cerrar los ojos y desconectar para siempre, pero, a mi entender, esta no es la solución. Primero por ella, después porque ahora tiene la oportunidad de enseñarte a ti que después de un golpe durísimo es posible levantarse y luego porque tu hermano, su hijo, necesita que ella aprenda a vivir de nuevo para sentirse plenamente feliz allá dónde está. La energía no se crea ni se destruye y la muerte es solo un paso más. El cuerpo muere, sí, pero no la energía, el alma o como queramos llamarle. Él os está enviando fuerza, os sigue queriendo igual, pero no puede volver, eso no se lo pidáis. Es imposible. Os tendréis que acostumbrar a vivir sin su presencia física. Cuanto más amor consigáis sentir, más cerca de él estaréis.

Recuerdo que cuando yo lloraba desconsoladamente le decía a Ignasi, mi hijo, “cariño tú no te entristezcas, no lloro por ti, lloro por mi, porque todavía no sé vivir sin verte ni abrazarte, porque tengo miedo, porque no sé como salir adelante, pero tú no te preocupes que aprenderé. Cueste lo que cueste aprenderé”. Porque por nada del mundo quiero que mi hijo se sienta mal por mi. Él vivió aquí lo que tenía que vivir, nadie vive un minuto más o un minuto menos de lo que está pactado, nada ni nadie nos ha quitado nada. La vida es así. Eso es lo que yo creo, que tenemos un tiempo programado para aprender, lo que venimos a aprender y que cuando ya lo hemos aprendido nos vamos.

Ana, yo sé que ahora tú estás pendiente de tu madre, día y noche, incluso cuando no estás con ella. Pero también tienes que darte permiso para derrumbarte, por eso te será de gran ayuda acudir a terapia, sea la que sea. Has perdido a un hermano de forma repentina, cuando en apariencia no tocaba, y ves a tus padres derrumbados como nunca antes los habías visto. Eso es mucho. Todos en casa vais a tener que trabajar, los grupos de duelo son un gran consuelo para muchas personas, ir a terapia también puede serlo, aprender yoga para calmar la mente seguro que os hace bien… Poco a poco iréis viendo lo que más os reconforta. Sin prisas, pero sin pausas, a vuestro ritmo, iréis encontrando el camino de la calma, la alegría y la felicidad. No os voy a engañar, vosotras ya os podéis imaginar que el recorrido es largo, pero al final del túnel vais a renacer y tenéis la posibilidad de vivir de forma más auténtica y amorosa a partir de ahora.

Por favor, escribirme siempre que queráis. Ahora sé que estáis perdidas, pero no estáis solas.

Un abrazo grande y muy, muy cariñoso para las dos

MERECE LA PENA SEGUIR ADELANTE

A veces me imagino que, como un árbol grande, de mis pies salen raíces tan fuertes y profundas que llegan hasta el mismo centro de la Tierra. Me mantienen erguida cuando hay tormenta y me nutren con la savia que da vida a todo lo que florece. Así, bien sujeta, me siento segura como un bebé en brazos de su madre. Si quiero llorar, lloro, porque la vida me mece, me sostiene y me une a infinidad de corazones. Cuando me siento confiada y querida me alejo del ajetreo del día a día y me permito relamer mis heridas… y recuerdo. He vivido tiempos dolorosos, imborrables, que son tan míos como el aire que respiro. Pero cuando hago recuento de los 53 años transcurridos, no puedo hacer más que agradecer el amor que he recibido. Sin cada una de las personas que se han cruzado en mi camino no sería la que soy, ni hubiese andado lo andado. Todos me han ofrecido regalos, aunque a algunos, al principio, los veía como enemigos. ¡Cuánto nos cuesta ver más allá de los prejuicios, de las apariencias, de las etiquetas! Yo nací inflexible y la poca flexibilidad que he ganado se la debo enterita a esas personas que tanto me han costado. Ahora puedo mirarlas a los ojos con cariño porque sé que son y han sido mis verdaderos maestros. Lo mismo me ocurre con las adversidades. Sin ellas y, sobre todo, sin el golpe seco, insoportable, terrible que me produjo la muerte de mi hijo no hubiese descubierto en mí la valentía ni la fuerza del amor. Durante estos 12 años, después de quedar sin nada, hundida y desnuda, he ido re-construyendo mi vida y puedo asegurar que es posible esperar con ilusión un nuevo día, aunque a veces, como hoy, me sienta triste. Porque mi tristeza es dulce, la herida que lamo es rosada, nada tiene que ver con la desesperación de los primeros tiempos. Merece la pena seguir adelante porque ahora sé que la alegría forma parte de mí, está en cada uno de nosotros.

VAMOS A SER TODAS UNA

Vienen días nostálgicos, sí, por eso vamos a cogernos todas de las manos, con el pensamiento puesto en el cariño de las mujeres y hombres de la familia que nos han precedido, que ya no están aquí pero siguen amándonos, iluminando nuestro camino. Y Vamos a hacernos regalos. Cada día al despertarnos propongo que unas a otras nos mandemos sentimientos de cariño, aunque no nos conozcamos. El primer sentimiento y el más grande, que sea para la niña, pequeña y asustada, que todas llevamos dentro. En ese camino que es la vida vamos juntas y en un tramo u otro todas rompemos en llanto. No pasa nada, dejemos que las lágrimas resbalen por nuestras mejillas. Las lágrimas son mano de santo, aligeran el dolor, limpian el corazón y dejan espacio a la calma. Si tenemos que llorar, lloramos, no pasa nada. Cuanto más grande sea la llorera, más liviana y alegre se siente el alma. Otro de los regalos que quiero compartir es la alegría. ¿Por qué no sentir destellos de felicidad? ¿A caso no lo merecemos?En el otro lado, nuestros hijos, padres, madres, maridos, esposas, abuelos, amigos y hermanos son felices y su felicidad es más completa si intuyen la nuestra. Vamos a juntar cada día trocitos de amor y cuando tengamos una bola grande, la envolvemos en un papel bonito, le colocamos un lazo grande y se la regalamos.

Vamos a ser todas una; las que se levanten con fuerzas, que vistan y peinen a las que desfallezcan. Las que desfallezcan, que se dejen vestir y peinar porque, tal vez mañana, se sentirán ellas con la fuerza de mimar.

No estamos solas, de verdad. En este planeta que gira alrededor del sol, en este Universo infinito, el plan es perfecto y todo, todo, es posible. No existe solo una verdad.

SE ACERCA LA NAVIDAD…

Estamos ya en Diciembre. La luz vuelve a ser tenue y el sol, tímido, lo envuelve todo de sombras alargadas. Han transcurrido 12 diciembres desde que se fue Ignasi. Para mi no es un mes como cualquier otro. Aunque la nostalgia y el dolor me han invadido en muchas otras épocas del año es, sin duda, durante los meses de diciembre cuando mi alma hace balance. Se abren las compuertas de las emociones y resurgen, uno a uno, los fantasmas escondidos y, entre medio, el valor y los tesoros que guardo ocultos. Durante muchos de estos 12 diciembres el miedo ha sido el más fuerte, el que me ha cogido de la mano para llevarme directamente al infierno. Yo, encogida, he ido visitando sus rincones y me he dado cuenta, a medida que lo he ido recorriendo año tras año, que la ausencia física de Ignasi es la que me ha dado la oportunidad de reconocer mis temores. Esos que ya estaban mucho antes de que él muriera, esos que son míos, que van mucho más allá de su partida.

Es en diciembre también cuando el alma, más visible ahora, me sienta con dulzuraen sus rodillas y me habla despacito de mis tesoros, de todas las cosas buenas que hay en la vida, del amor que doy y que recibo, del largo camino recorrido, de la fuerza inagotable que todos llevamos dentro. El alma, como una buena madre, no se cansa de decirme que ella estará siempre a mi lado, que viva confiada, que la vida no acaba con la muerte, que en realidad lo que llamamos vida no es más que un sueño. Mientras me acaricia el pelo, me recuerda de lo que soy capaz cuando me permito sentir el amor y la alegría. Me pide que recuerde lo bien que nos sentimos cuando las dos, en casa, con complicidad y alevosía, vamos llenando de flores los jarrones, mientras en la cocina hierven caldos que reconfortan del frío a mi familia y amigos.

“No te separes de mi, niña –me dice- que es diciembre”. No te separes de tu alma tú, lectora, que viene Navidad , que puede que se abran tus compuertas y necesites toda la ayuda de tus ángeles para atravesar la tempestad. Tal vez te preguntes: ¿Acuden de verdad los ángeles? A mi me parece que ellos siempre están, pero yo los percibo con mayor claridad si paseo por el campo o el mar, si no me esfuerzo en aparentar, si me escucho y hago realmente lo que quiero. Si digo lo que pienso, si me perdono y pido perdón cuando mis palabras hieren, si deseo, a pesar de todo, crear dentro de mi armonía y paz. Cuando no lo consigo, sigo sintiendo que ellos están, siguiéndome de cerca, justo detrás de mí, con los brazos abiertos, como lo estaba mi madre cuando yo empezaba a andar.

BENDITA MENORCA

 

Cuando dirigía la revista Mente Sana, fui a entrevistar a Satish Kumar. Es un indio, seguidor de Gandhi, afincado en Inglaterra, que ha dedicado su vida a crear armonía y paz. Me impresionó su humildad, su entusiasmo por la vida, su mirada vivaz de niño, a pesar de sus muchísimos años. Él me contó que para encontrarse a uno mismo hay que dedicar tiempo a distanciarse del ruido exterior; dejar de leer, de ver la tele, de ir al cine… En resumidas cuentas, apartarse de las distracciones y dejar que fluya lo que llevamos dentro. Lo más parecido a esto es lo que me ocurre cuando estoy en Menorca, como ahora. Aquí, en esta isla pequeña y mediterránea, en esta casa vieja y querida, me encuentro con las emociones que he ido guardando para poder seguir con el día a día.

De momento, cuando llego a la isla me invade una alegría inmensa: el aire es limpio, el verde es verde y hay flores por todas partes. Pero pronto, tal vez ya al día siguiente, empieza a surgir la nostalgia, la tristeza aparcada, el nudo en el pecho, la tensión en los hombros… y me voy alejando del mundo para estar conmigo, sintiendo. En Menorca, mirando el mar tan bonito, puedo llorar mis penas, las de las mujeres de mi familia, las que me cuentan las madres a las que se les ha muerto un hijo… Aquí todo es tan auténtico, la luz brilla tanto, que puedo lavar con lágrimas mis pesares, a mis anchas, y tenderlos luego para que les de el aire y el sol. Sí, aquí limpio mi alma y curo mis heridas.

Cuando mis fantasmas y yo hemos despachado los asuntos pendientes, regreso despacio, acompañada del verde tan verde, del azul tan intenso, de las flores, amarillas, de primavera que lo cubren todo. Con suavidad recobro la alegría de estar viva.

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