NAVIDAD

NO CAMBIO EL CARIÑO POR NADA

 

Son días de tantos altibajos, ¿verdad? En todas las casas florece la ausencia de los que se han ido.

 

La música, en mi, desata las emociones y lloro, liberando así todo la nostalgia que he ido reteniendo, sin darme cuenta.

 

Luego sonrío, porqué siento que todo encierra un lado bueno, lleno de belleza, muy amoroso.

 

El dolor más desgarrador, guarda la esencia del amor más profundo. No cambio el cariño dado y recibido por nada.

 

No me resisto a sentir lo que siento, al contrario, me entrego a lo que surja porque todo es vida, aunque duela.

 

Y me gusta imaginar que el plan es perfecto, que en cada momento el Universo me ofrece las herramientas que necesito.

 

Y me gusta imaginar que los que han cruzado están bien, que me sonríen y me recuerdan que solo se han ido un poco antes.

 

Y me gusta imaginar que nos abrazamos y este abrazo me reconforta tanto que me une a ti, a todos. Me une con los que estamos aquí para sentir la fuerza y la dulzura que nos mantiene con los pies en la tierra, para apoyarnos. Con los que han partido para constatar que el amor continúa.

 

La vida es un misterio y el amor es la contraseña que nos permite transitarla con ternura

 

RELACIONES MÁS ALLA DE LA MUERTE

 

Cuando me siento perdida, enfadada, confundida, triste o todo a la vez y me lamento del dolor que he vivido, a menudo, no tardo mucho en recibir información (en mi caso, generalmente, a través de los sueños) que me ayuda a ampliar mi mirada y mejorar mi estado de ánimo.

 

Yo no sé qué hay después de la muerte, no tengo ninguna verdad, no conozco el secreto de la vida, ni porqué estamos aquí, cobijados en esa esfera preciosa que llamamos Tierra, que nos sustenta, que nos nutre como una madre amorosa.

 

De lo esencial no sé nada, pero sí reconozco la calidez que me abraza, lo bien que me sienta el amor que me une a mis seres queridos muertos. En mí continúan las relaciones de amor más allá de la muerte.

Son relaciones distintas de cuando estaban aquí, sí, pero no están estancadas, siguen evolucionando en mi interior, incluso se fortalecen, rozan una ternura infinita. La muerte no ha roto nada, porque el cariño es indestructible.

 

A mi no me han dejado mis abuelos, ni mi hijo, ni mi madre, ni mi esposo, sigo notando su amor, no se han ido porque han querido, porque necesitasen alejarse, porque no me soportaran. No, no, tan solo han muerto como vamos a morir todos. Esos lazos de amor que nos unen, sin atarnos, me dan alas. No hay abandono cuando muere alguien que nos quiere, al contrario, su abrigo persiste y, sentirlo, es tan reconfortante.

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

Hay días que desprenden una neblina triste y nada tiene que ver con que brille o no el sol.

 

En mi caso, esa nostalgia puede aparecer de repente y me origina, en principio, desconcierto. «¿Cómo puede ser que, sin previo aviso, me vea envuelta en esa pesadumbre, cuándo hace nada estaba alegre y en calma?»

 

Cuando me ocurre esto, no tengo más remedio que parar y hacer un recuento de las emociones y sentimientos que, quizá, estoy intentando pasar por alto, sin ni siquiera ser consciente de ello.

 

Se acerca la Navidad y el aniversario de la muerte de mi hijo Ignasi y un diciembre de hace 3 años Lluís, mi marido, cayó gravemente enfermo y ya no se recuperó. Y, aunque ahora soy feliz, de otra manera, sigue en mí el recuerdo del dolor vivido, igual que sigue el amor que hemos compartido.

Y, aunque me produzca cierto desasosiego, me siento agradecida porque puedo sostener la tristeza, la soledad, el abandono, el miedo… esas emociones que no son agradables, pero que forman parte de la vida, de mi vida.

 

No negarlas es lo que me da más fortaleza y me permite vivir otra Navidad con la esperanza de compartir momentos tiernos, dulces, amorosos. No llamaríamos luz a la luz si no conociéramos las sombras, la oscuridad ¿verdad?

 

Cuando me digo todo eso a mi misma, empieza a deshacerse el nudo en el estómago. Al permitirme ser y estar como estoy, sea como sea, algo se afloja y me puedo volver a conectar al amor. Sé que la calma, las risas, el silencio, la quietud también están ahí y me aguardan.

 

Siempre que me miro con ternura, sin exigencias, con respeto me siento mejor y, a menudo, la niebla desaparece  y vuelvo a estar contenta.

TODAS JUNTAS

 

En estos momentos que la sensibilidad está a flor de piel, es bueno saber que no estamos solas. El camino del duelo es personal e intransferible, sí, pero que bien sienta rodearnos de cariño, ¿verdad? Pues eso, propongo que empecemos por crearlo nosotras.

 

Sé que hay días que no es posible, que cuesta incluso salir de la cama. Si hoy tienes un día de estos, permítetelo, con la intención puesta en dejarte mecer por esos rayitos de luz que te mandan tus seres queridos, por la fortaleza que surge de tu interior, por la energía amorosa que somos capaces de mover todas juntas.

 

No hagas caso de los pensamientos aterradores, déjalos que pasen como las nubes, ánclate en tu propia ternura y háblate con la dulzura que le hablarías a un bebé. Todos somos aprendices de la vida, tesoro, de lo esencial sabemos muy poco o nada. Tan solo podemos explorar y hacer grande lo que nos ayuda, que casi siempre es algo relacionado con crear armonía.

 

A mi me va bien sentir el amor y la fuerza de los que me han precedido, esa que en mis momentos claros intento transmitir a mis descendientes, estén vivos o muertos. Esa que me gusta imaginar que nos envuelve a todos.

 

LAS COSAS SENCILLAS

 

Me dejo mecer por la nostalgia con ternura. Eso es lo que hago cuando, al despertar estos días, me envuelve la aspereza, la crudeza de las ausencias. Cuando siento esa sensación de soledad inmensa, respiro en ella unos instantes, con suavidad, sin querer huir, para que no se ofenda.

 

Luego, invoco en mi al amor y, de su mano, van apareciendo los momentos en que he sido feliz, a cara descubierta, sin máscaras, como una niña. Esos destellos de dulzura los atesoro yo, están en mí, y tengo el poder de crear más si abro mi corazón y dejo fluir, sin temor, el cariño.

 

Las cosas sencillas, como tener flores en casa, escuchar música, leer, mirar el cielo, dejarme acariciar por el sol de invierno, me reconfortan. Y, sobre todo, intento ser dulce y amable conmigo misma.

 

Sé que nada es como antes, sé el desgarro que producen las ausencias y por eso sé que merece la pena sembrar semillas de ternura, aunque a veces parezca una misión imposible.

 

Todas las personas amadas que han estado en nuestra vida y se han ido nos han dejado regalos, que vamos abriendo con el tiempo. Da igual que estén aquí o allá, nos miman y nos acompañan siempre. A mi me parece que nada, ni un átomo de amor se pierde en el universo.

 

 

BAILAR CON LA VIDA

Podría decir que la vida tiene bajadas y subidas y algunas planicies. Mi madre, decía que es un valle de lágrimas. A mi me gusta compararla con un baile. En ocasiones, suena una dulce cadencia que alegra el alma y, en otras, el ritmo se vuelve frenético, angustioso, triste… Pero lo cierto es que ninguna melodía dura para siempre y, he podido comprobar, que todo duele menos cuando nos entregamos a lo que sea que suene ahora.

La teoría es fácil: dejarnos fluir, con el corazón abierto a lo que podamos sentir, sin prejuicios. Eso implica bailar con armonía, sin peder nuestra esencia, sin dejarnos arrastrar por lo que sucede. ¿Cómo conseguimos eso? Pues, poco a poco, aprendiendo a querernos.

No hay que olvidar que para ser flexibles es preciso tener los pies bien anclados a la tierra. Como los árboles, cuánto más grandes, más profundas sus raíces. Nuestra esencia, nuestro centro, se nutre de amor, en primer lugar hacia nosotras mismas.

A muchas mujeres se nos da bien cuidar a los demás y está bien que así sea, siempre y cuando no nos descuidemos de lo que nos enriquece a nosotras. Cada una tiene que descubrir qué le da energía, qué le sienta bien y ofrecérselo con cariño.

 

Vienen fechas muy señalas, si queremos mantener el swing es bueno que pongamos la atención en la ternura. La delicadeza, el cariño, no están reñidos con la nostalgia, ni la tristeza, ni el miedo. Formemos entre todas un círculo de amor que nos arrope, que nos mantenga unidas a nuestros seres queridos, vivos o muertos.

 

 

!QUÉ BUENO ES LLORAR!

 

 

Me cuesta horrores llorar, pero cuando el caudal sobrepasa los límites y las lágrimas se desbordan sin freno, siento una gran paz.

 

Muchos tenemos muy arraigada la creencia de que hemos de ser fuertes y aguantar de pie y sin flaqueza las embestidas de la tempestad.

 

La verdad, a lo largo de mi vida, lo que me ha dado fortaleza es acariciar sin reproches mi vulnerabilidad.

 

Cuánta más ternura soy capaz de regalarme, más capaz me siento se sostener la realidad.

 

Por eso, porqué sé que funciona, os invito a llorar y, cuando la presión del pecho remita, se afloje, es el momento de conectar con el amor en estado puro, con el sosiego de la gratitud, con la alegría que provoca el sentido del humor.

 

Viene Navidad y las heridas del alma palpitan al compás de las lucecitas que adornan los árboles y las calles de nuestra ciudad.

No vamos a negar la tristeza, ¿verdad? Si nos permitimos ser honestas/os con lo que sentimos es más fácil darle la vuelta y trascender nuestras íntimas tragedias y sentir, desde muy hondo, que el amor, siempre, siempre merece la pena.

 

VIVIR DESPACIO

En general vivimos con muchas prisas, pero a la que se acercan las fiestas navideñas todo adquiere un ritmo de vértigo, ¿verdad?

 

Si dejamos de lado el impulso de las compras y nos centramos, con lentitud, en las pequeñas cosas, intentando saborear el quehacer cotidiano, entrará posiblemente la calma y la paciencia en nuestra vida. La paciencia nos habla de aceptación y la aceptación siempre va unida al amor.

 

De la mano del amor lo sencillo resulta sanador. Los detalles simples, como detenerse a contemplar la belleza de las hojas amarillas que alfombran las calles, tener una velita encendida y flores en casa, otorgarnos tiempo para leer, para llamar a una amiga del alma o para cocinar con mimo algo para alguien que amamos, reconfortan. Al fin y al cabo nuestro tiempo aquí es limitado y no nos llevamos más de lo que hemos sido capaces de regalar y regalarnos.

NADIE SE VA Y NADA SE PIERDE

 

“He perdido a un hijo”, le dije a un hombre sabio la primera vez que lo visité al empezar mi duelo. Y me contestó que eso era imposible, que nadie ni nada se pierde. “En realidad, tu hijo nunca ha estado lejos de ti, porqué todos somos uno y él forma parte de tu corazón».

La seguridad con que hablaba el señor Josep de que la muerte no existe, de que lo que llamamos morir solo afecta al cuerpo, que es solo un paso a un nuevo renacer, me ayudó mucho. Esa certeza ha florecido poco a poco en mi corazón. A diario constato que el amor que siento perdura, va más allá de la muerte. Aunque en dimensiones distintas, estamos unidos por lazos de amor con nuestros seres queridos.

Nuestro cariño está con ellos siempre, así como el suyo está dentro de nosotros. Eso es fantástico, tan solo tenemos que hacer grande nuestro amor para sentirlos cerca. Eso no quita el dolor y la tristeza por no verles ni abrazarles, pero da mucho consuelo, verdad? Seguir el rastro del amor, cuando todo está oscuro, es una buena opción, es sanadora.

Los seres que han partido antes que nosotros, se llevan todo el amor que les hemos dado y nosotros nos quedamos con todo el que de ellos hemos recibido. Eso seguro. Y a mi me parece que a medida que vamos aprendiendo a querernos –que es uno de los aprendizajes del duelo- ellos también se van enriqueciendo. Nadie se va, y nada se pierde.

LA ANTESALA DE ALGO BONITO

 

El miedo y yo compartimos muchos ratos juntos. Suele visitarme a menudo cuando se acerca diciembre. Es como si, antes de cerrar el año, tuviéramos que hacer inventario de todas las heridas nuevas y antiguas que ni sé que tengo.

 

Cuánto más quiero eludirlo, más presente se hace; me agarrota la espalda, me instala una piedra grande en la boca del estómago, me siento ansiosa, irascible, triste y enojada. Es su forma de decirme que le mire con cariño, que lo mejor que puedo hacer es sentir lo que viene a contarme.

 

El temor me ha acompañado y, probablemente, me acompañará durante algunos tramos durante toda mi vida . Por eso, porqué nos conocemos, sé que no soy el miedo aunque esté asustada, no soy la tristeza, aunque me sienta triste, ni la ira, aunque este irritable, no soy lo que siento ni lo que pienso, soy algo más grande que no sé nombrar.

 

Cuando me siento inmensamente vulnerable y confundida respiro hondo y como una madre intento mecer con dulzura mis temores. No suele salirme a la primera, ni a la segunda ni a la tercera, pero cuando de la mano del amor los sostengo algo dentro de mi reluce, me siento más serena, más en contacto con mi esencia, más honesta conmigo misma.

He podido comprobar que cuando me visita el miedo, en realidad estoy en la antesala de un luminoso comienzo. Como si estuviera engendrando algo bonito. Algo que me acerca más a amar la vida, aunque a veces duela.

 

Aunque tengamos miedo, propongo buscar el amor en cada esquina esta Navidad. Empezando por ser buenas con nosotras mismas. ¡Cada una sabe cuántas veces se critica así misma al día!

 

No es fácil acoger el dolor de las ausencias, pero el miedo es nuestro, no de los que se han ido. Y, posiblemente, nacimos con él y durante años lo hemos guardado en lo más profundo, sin ni siquiera darnos cuenta.

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