¿TE APUNTAS?
Casi todos guardamos recuerdos entrañables de los diciembres de antes de que las ausencias pesaran tanto. A mi se me subían los colores de puro gozo en esas sobremesas largas, viendo a mis mayores contentos y más tarde a mis hijos, correteando, ilusionados. Pues bien, hoy me he levantado con ganas de recuperar esa magia navideña para regalársela a mi nieto, a mi hijo y a todas las personas que quiero, estén aquí, lejos o en el otro lado.
No voy a hablar hoy de las memorias de desgarro que he vivido durante años en estas fechas, tampoco me voy a cerrar a cal y canto cuando la nostalgia, el enfado o lo que sea llame a mi puerta. Sentiré lo que tenga que sentir. Luego, sé que me tranquiliza, me da consuelo sacudirme la pereza y ponerme a hornear cariño a mi alrededor.
Empezaré hoy, a un mes de Navidad, por a encender cada día una velita, un hilo de amor, una luz de ternura con la intención de que ampare, aunque sea un poco, a todos los que empiezan un gran duelo. Y, al acostarme, repasaré todo lo bonito que me haya sucedido. Me propongo poner la atención en la belleza, en lo que me da paz, como ese cuadro de Antonio Barahona, que acompaña este texto. Un pintor sevillano que descubrí en Instagram, donde cuelga generosamente sus obras llenas de luz.
Envolveré, con un papel bonito, palabras amables para regalar, sin reparar a quién, me detendré a mirar el cielo y si se cruza alguien en mi pensamiento, le mandaré mis mejores deseos. Compraré flores, pondré música, abriré las ventanas para ventilar mi alma, para sacudirme preocupaciones, prejuicios y temores.
Y, de tanto en tanto, cerraré los ojos y dejaré reposar unos instantes las manos en mi corazón para sentir el inmenso amor que me une a mis muertos.
Maria Mercè Castro Puig
LIBROS:
«VOLVER A VIVIR»
«PALABRAS QUE CONSUELAN»
«DULCES DESTELLOS DE LUZ
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EL CAMINO DEL DUELO
El 26 de un diciembre tuvimos el accidente. El 28 los médicos confirmaron su muerte cerebral y el 31 tuvo lugar el funeral de nuestro hijo. Una semana trágica la de aquellas navidades de 1998, que ha marcado, sin duda, el resto de nuestras vidas.
En esos 25 años transcurridos caben muchas cosas y hoy me alegra decir que la inmensa mayoría han sido buenas, han dado un sentido más amoroso y sereno a mi existencia. Un duelo largo y sentido, de esos que te voltean entera, da para quitar muchas capas de arrogancia, de falsos amarres, de miedos heredados, de creencias que nos mantienen atados.
Pero nadie amanece fortalecido de un día para otro. Ese camino, de ineludible transformación, que empieza con una muerte anunciada o repentina hay que recorrerlo paso a paso, sin saltarnos tramos. El dolor del alma, dura lo que dura y hay que vivirlo entero, sin drama, sin caer en la tentación de tirar la toalla y quedarnos enganchados al sufrimiento.
Poco a poco, con todas las ayudas que tengamos a mano, vamos cayendo y levantándonos. Aprendemos a respetarnos, a no mentirnos tanto, a preguntarnos qué nos gusta y que no, a hablarnos con dulzura, a arroparnos, a ampararnos, a hacer las pequeñas cosas del día a día con agrado, con cariño, a llorar sin reparos y después lavarnos la cara para ofrecernos una sonrisa sincera.
Eso, llorar con ganas es lo primero que hice al despertar este 26 de diciembre, 25 años después, para luego dejarme envolver, con ternura, con el corazón abierto, por el amor infinito de las personas que quiero, estén aquí o allá, incluso por las que hace mil años que no veo.
CONCÉDETE ESTE REGALO
Ahora, que están a punto de encenderse las luces de Navidad, que ya a nuestro alrededor se hacen planes de celebraciones, que dentro de nada empezará la fiebre de las compras, te sugiero que te otorgues un tiempo, el que puedas, de sosiego.
Quédate un ratito contigo, en silencio, para poder escuchar lo que sientes. Si tienes ganas de llorar, llora, las lágrimas limpian las heridas, son un bálsamo, una dulzura para el alma. Déjate arropar por tu luz, por ese inmenso cariño que emana de ti, concédete este regalo.
Para que nos vamos a engañar, no son días fáciles para nosotras, cada una guarda sus motivos, sus ausencias, sus desvelos. Por eso, como cada año, desde hace muchos, propongo que nos agarremos a la ternura.
Sé, porque lo he vivido, que muchas querrían dormir y no despertar hasta mediados de enero. Nosotros pasamos las primeras navidades sin nuestro hijo Ignasi, en Egipto, huyendo. Cada uno, en cada momento, hace lo que puede.
Los primeros años yo en diciembre, mes que murió nuestro hijo, me sentía morir. Es así.
Si te parece, ahora que se acerca diciembre, podemos encontrarnos en ese tiempo sin tiempo que conocemos bien los que hemos vivido grandes duelos y acompañarnos con delicadeza, sin exigencias, sin ni siquiera forzarnos a estar bien. Tan solo te sugiero que recuerdes que cada sonrisa sincera, cada abrazo, cada pensamiento y palabra amorosa reconforta, no solo a nosotras, también nos acerca a los que se han ido.
Al fin y al cabo, lo que nos separa de nuestros muertos está solo en nuestra mente, en nuestro corazón estamos todos y el amor es lo que nos acerca, es la conexión. Por los que están en este lado y en el otro, merece la pena apostar por la bondad y eso tiene que ver con el verdadero espíritu de la Navidad, ¿verdad?
NO CAMBIO EL CARIÑO POR NADA
Son días de tantos altibajos, ¿verdad? En todas las casas florece la ausencia de los que se han ido.
La música, en mi, desata las emociones y lloro, liberando así todo la nostalgia que he ido reteniendo, sin darme cuenta.
Luego sonrío, porqué siento que todo encierra un lado bueno, lleno de belleza, muy amoroso.
El dolor más desgarrador, guarda la esencia del amor más profundo. No cambio el cariño dado y recibido por nada.
No me resisto a sentir lo que siento, al contrario, me entrego a lo que surja porque todo es vida, aunque duela.
Y me gusta imaginar que el plan es perfecto, que en cada momento el Universo me ofrece las herramientas que necesito.
Y me gusta imaginar que los que han cruzado están bien, que me sonríen y me recuerdan que solo se han ido un poco antes.
Y me gusta imaginar que nos abrazamos y este abrazo me reconforta tanto que me une a ti, a todos. Me une con los que estamos aquí para sentir la fuerza y la dulzura que nos mantiene con los pies en la tierra, para apoyarnos. Con los que han partido para constatar que el amor continúa.
La vida es un misterio y el amor es la contraseña que nos permite transitarla con ternura
RELACIONES MÁS ALLA DE LA MUERTE
Cuando me siento perdida, enfadada, confundida, triste o todo a la vez y me lamento del dolor que he vivido, a menudo, no tardo mucho en recibir información (en mi caso, generalmente, a través de los sueños) que me ayuda a ampliar mi mirada y mejorar mi estado de ánimo.
Yo no sé qué hay después de la muerte, no tengo ninguna verdad, no conozco el secreto de la vida, ni porqué estamos aquí, cobijados en esa esfera preciosa que llamamos Tierra, que nos sustenta, que nos nutre como una madre amorosa.
De lo esencial no sé nada, pero sí reconozco la calidez que me abraza, lo bien que me sienta el amor que me une a mis seres queridos muertos. En mí continúan las relaciones de amor más allá de la muerte.
Son relaciones distintas de cuando estaban aquí, sí, pero no están estancadas, siguen evolucionando en mi interior, incluso se fortalecen, rozan una ternura infinita. La muerte no ha roto nada, porque el cariño es indestructible.
A mi no me han dejado mis abuelos, ni mi hijo, ni mi madre, ni mi esposo, sigo notando su amor, no se han ido porque han querido, porque necesitasen alejarse, porque no me soportaran. No, no, tan solo han muerto como vamos a morir todos. Esos lazos de amor que nos unen, sin atarnos, me dan alas. No hay abandono cuando muere alguien que nos quiere, al contrario, su abrigo persiste y, sentirlo, es tan reconfortante.
SE ACERCA LA NAVIDAD
Hay días que desprenden una neblina triste y nada tiene que ver con que brille o no el sol.
En mi caso, esa nostalgia puede aparecer de repente y me origina, en principio, desconcierto. «¿Cómo puede ser que, sin previo aviso, me vea envuelta en esa pesadumbre, cuándo hace nada estaba alegre y en calma?»
Cuando me ocurre esto, no tengo más remedio que parar y hacer un recuento de las emociones y sentimientos que, quizá, estoy intentando pasar por alto, sin ni siquiera ser consciente de ello.
Se acerca la Navidad y el aniversario de la muerte de mi hijo Ignasi y un diciembre de hace 3 años Lluís, mi marido, cayó gravemente enfermo y ya no se recuperó. Y, aunque ahora soy feliz, de otra manera, sigue en mí el recuerdo del dolor vivido, igual que sigue el amor que hemos compartido.
Y, aunque me produzca cierto desasosiego, me siento agradecida porque puedo sostener la tristeza, la soledad, el abandono, el miedo… esas emociones que no son agradables, pero que forman parte de la vida, de mi vida.
No negarlas es lo que me da más fortaleza y me permite vivir otra Navidad con la esperanza de compartir momentos tiernos, dulces, amorosos. No llamaríamos luz a la luz si no conociéramos las sombras, la oscuridad ¿verdad?
Cuando me digo todo eso a mi misma, empieza a deshacerse el nudo en el estómago. Al permitirme ser y estar como estoy, sea como sea, algo se afloja y me puedo volver a conectar al amor. Sé que la calma, las risas, el silencio, la quietud también están ahí y me aguardan.
Siempre que me miro con ternura, sin exigencias, con respeto me siento mejor y, a menudo, la niebla desaparece y vuelvo a estar contenta.
TODAS JUNTAS
En estos momentos que la sensibilidad está a flor de piel, es bueno saber que no estamos solas. El camino del duelo es personal e intransferible, sí, pero que bien sienta rodearnos de cariño, ¿verdad? Pues eso, propongo que empecemos por crearlo nosotras.
Sé que hay días que no es posible, que cuesta incluso salir de la cama. Si hoy tienes un día de estos, permítetelo, con la intención puesta en dejarte mecer por esos rayitos de luz que te mandan tus seres queridos, por la fortaleza que surge de tu interior, por la energía amorosa que somos capaces de mover todas juntas.
No hagas caso de los pensamientos aterradores, déjalos que pasen como las nubes, ánclate en tu propia ternura y háblate con la dulzura que le hablarías a un bebé. Todos somos aprendices de la vida, tesoro, de lo esencial sabemos muy poco o nada. Tan solo podemos explorar y hacer grande lo que nos ayuda, que casi siempre es algo relacionado con crear armonía.
A mi me va bien sentir el amor y la fuerza de los que me han precedido, esa que en mis momentos claros intento transmitir a mis descendientes, estén vivos o muertos. Esa que me gusta imaginar que nos envuelve a todos.
LAS COSAS SENCILLAS
Me dejo mecer por la nostalgia con ternura. Eso es lo que hago cuando, al despertar estos días, me envuelve la aspereza, la crudeza de las ausencias. Cuando siento esa sensación de soledad inmensa, respiro en ella unos instantes, con suavidad, sin querer huir, para que no se ofenda.
Luego, invoco en mi al amor y, de su mano, van apareciendo los momentos en que he sido feliz, a cara descubierta, sin máscaras, como una niña. Esos destellos de dulzura los atesoro yo, están en mí, y tengo el poder de crear más si abro mi corazón y dejo fluir, sin temor, el cariño.
Las cosas sencillas, como tener flores en casa, escuchar música, leer, mirar el cielo, dejarme acariciar por el sol de invierno, me reconfortan. Y, sobre todo, intento ser dulce y amable conmigo misma.
Sé que nada es como antes, sé el desgarro que producen las ausencias y por eso sé que merece la pena sembrar semillas de ternura, aunque a veces parezca una misión imposible.
Todas las personas amadas que han estado en nuestra vida y se han ido nos han dejado regalos, que vamos abriendo con el tiempo. Da igual que estén aquí o allá, nos miman y nos acompañan siempre. A mi me parece que nada, ni un átomo de amor se pierde en el universo.
BAILAR CON LA VIDA
Podría decir que la vida tiene bajadas y subidas y algunas planicies. Mi madre, decía que es un valle de lágrimas. A mi me gusta compararla con un baile. En ocasiones, suena una dulce cadencia que alegra el alma y, en otras, el ritmo se vuelve frenético, angustioso, triste… Pero lo cierto es que ninguna melodía dura para siempre y, he podido comprobar, que todo duele menos cuando nos entregamos a lo que sea que suene ahora.
La teoría es fácil: dejarnos fluir, con el corazón abierto a lo que podamos sentir, sin prejuicios. Eso implica bailar con armonía, sin peder nuestra esencia, sin dejarnos arrastrar por lo que sucede. ¿Cómo conseguimos eso? Pues, poco a poco, aprendiendo a querernos.
No hay que olvidar que para ser flexibles es preciso tener los pies bien anclados a la tierra. Como los árboles, cuánto más grandes, más profundas sus raíces. Nuestra esencia, nuestro centro, se nutre de amor, en primer lugar hacia nosotras mismas.
A muchas mujeres se nos da bien cuidar a los demás y está bien que así sea, siempre y cuando no nos descuidemos de lo que nos enriquece a nosotras. Cada una tiene que descubrir qué le da energía, qué le sienta bien y ofrecérselo con cariño.
Vienen fechas muy señalas, si queremos mantener el swing es bueno que pongamos la atención en la ternura. La delicadeza, el cariño, no están reñidos con la nostalgia, ni la tristeza, ni el miedo. Formemos entre todas un círculo de amor que nos arrope, que nos mantenga unidas a nuestros seres queridos, vivos o muertos.
!QUÉ BUENO ES LLORAR!
Me cuesta horrores llorar, pero cuando el caudal sobrepasa los límites y las lágrimas se desbordan sin freno, siento una gran paz.
Muchos tenemos muy arraigada la creencia de que hemos de ser fuertes y aguantar de pie y sin flaqueza las embestidas de la tempestad.
La verdad, a lo largo de mi vida, lo que me ha dado fortaleza es acariciar sin reproches mi vulnerabilidad.
Cuánta más ternura soy capaz de regalarme, más capaz me siento se sostener la realidad.
Por eso, porqué sé que funciona, os invito a llorar y, cuando la presión del pecho remita, se afloje, es el momento de conectar con el amor en estado puro, con el sosiego de la gratitud, con la alegría que provoca el sentido del humor.
Viene Navidad y las heridas del alma palpitan al compás de las lucecitas que adornan los árboles y las calles de nuestra ciudad.
No vamos a negar la tristeza, ¿verdad? Si nos permitimos ser honestas/os con lo que sentimos es más fácil darle la vuelta y trascender nuestras íntimas tragedias y sentir, desde muy hondo, que el amor, siempre, siempre merece la pena.
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