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ARTÍCULO.SUPERAR LA PÉRDIDA DE UN HIJO
Este artículo lo escribí en el año 2002 para la «Enciclopedia de los padres de hoy. Problemas en la infancia». de Círculo de Lectores.
Nunca se está preparado para afrontar la pérdida de un ser querido, pero entre todas las muertes cercanas la más imprevisible y desgarradora es la muerte de un hijo. Para los padres resulta una de las experiencias más difíciles de la vida. Se encuentran desesperados, perdidos en un profundo desconsuelo y sin ganas ni energía para seguir viviendo. La única forma de encontrar con el tiempo un nuevo sentido a la existencia, de renacer, pasa por no rehuir el dolor, vivirlo intensamente y dejar fluir las emociones y los sentimientos.
Nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte, como si morirse fuese algo ajeno, algo que no tuviera nada que ver con nosotros. Si alguien intenta hablar de sus inquietudes al respecto es fácil que se le considere raro, morboso, o en cualquier caso inoportuno. Esta tendencia social a eludir todo lo referente a la muerte, intentado quizá liberarse de ella, deja a menudo muy solas a las personas que viven una situación de duelo. Este tabú, si cabe, es mucho más extremo cuando se trata de la muerte de una persona joven, de un adolescente o de un niño. Por eso los padres se encuentran inmensamente perdidos. Son pocas las personas que saben qué decir y qué hacer para aliviar el dolor propio y ajeno.
Qué es el duelo
Se ha comparado a menudo el duelo con un túnel oscuro por el que es preciso pasar por muy difícil y doloroso que resulte atravesarlo. El recorrido, cuando se trata de la muerte de un hijo, suele ser largo. Siempre existirá un antes y un después y no es posible delimitar cuánto durará el dolor. Eso depende de las circunstancias y de la actitud propia de cada persona ante lo bueno y lo malo de la vida.
Durante el tiempo que dura este proceso se viven distintas fases. Durante la primera, que suele prolongarse unos cuantos meses, predomina una especie de estado de «shock». Cuesta admitir lo que ha ocurrido y el dolor resulta paralizante, sobre todo si la muerte del hijo ha sido repentina. Poco a poco, si no se rehuyen los sentimientos, el desconsuelo va desapareciendo, se recuperan fuerzas y es posible reemprender las labores y responsabilidades cotidianas.
A partir del segundo año es probable que el duelo entre en una nueva fase mucho más llevadera si se han dejado fluir los sentimientos, pero todavía se sufren altibajos; algunos días se está bien, incluso se percibe una sensación de euforia, pero a estos momentos les siguen otros en los que se vuelve a decaer, se padecen crisis de ansiedad y retrocesos y se vive todavía a un ritmo distinto al de los demás, como si se estuviera desconectado o al margen de la realidad social.
De vez en cuando es natural sentir la necesidad de «recogerse», porque en realidad se está más pendiente de lo que le ocurre a la persona en su interior que del exterior. Aunque también es normal que aparezcan al mismo tiempo ganas de relacionarse, de conocer gente nueva, de encontrar algo o a alguien que cambie la situación y nos devuelva la «felicidad». El proceso es ambivalente y cambiante porque, además,afloran durante el duelo todas las pérdidas, traumas y conflictos anteriores no resueltos. Por eso es tan necesario contar con la ayuda de un especialista, de un psicólogo o terapeuta. No es que se haya perdido la razón, es que este tipo de duelo supone un trabajo tan duro que resulta imposible realizarlo sin colaboración.
Dejar fluir las emociones
Al principio del proceso se vive un gran vacío, todo se desvanece, queda como en suspense y aparecen sentimientos de desesperanza, frustración, pena, ansiedad y confusión. También es posible que los padres sientan una sensación de injusticia insoportable y mucha rabia y enojo hacia el mundo en general y en concreto hacia las personas que no han sufrido una pérdida como la suya. Constantemente se preguntan «por qué » y es probable que aparezca un profundo sentimiento de culpa. Esta emoción insufrible y tremendamente dolorosa la suelen padecer con mayor intensidad los padres a los cuales se les ha muerto un hijo conflictivo, con problemas de drogodependencia, por ejemplo. Estos padres han pasado un calvario con su hijo en vida, y durante el duelo tienen que comprender que cada persona es responsable de sus actos, que por más que se pretenda los hijos siguen su propio camino y, en definitiva, aunque cueste aceptarlo, no es posible modificar el destino. También a las madres que les nace un hijo muerto les puede invadir la desazón de la culpa. De alguna forma se sienten responsables de lo sucedido y es probable que se pregunten qué es lo que han hecho mal durante el embarazo. No hay respuesta racional a esa pregunta. Hay niños que nacen perfectamente de embarazos difíciles o de madres poco conscientes. Cada hijo es un ser con identidad propia incluso en el útero materno, según consideran algunos especialistas.
Todas estas emociones, pasado el impacto inicial, son más profundas. Aparecen deseos de volver al pasado, de quedarse anclado en el tiempo, para evitar afrontar lo inevitable. Esto no soluciona nada, al contrario, la única manera de liberar estos sentimientos es viviéndolos, dejándolos salir sin valorarlos ni retenerlos.
Hay que afrontar todo el dolor por muy insufrible que parezca, sólo así se consigue volver a recuperar las ganas de vivir. Pero al mismo tiempo hay que estar abierto a cualquier manifestación de cariño por pequeña que sea porque si se cierra el corazón y se adopta una actitud victimista la vida se seca. Entonces todo se apaga. Y la persona se queda sola, viendo como sus hijos, su pareja y su trabajo se desmoronan.
Los hermanos: cómo ayudarles
Es posible que los niños se encierren en el dolor, que quieran llenar el vacío ocupando el lugar del hermano muerto, que intenten proteger a los padres, que adopten una actitud agresiva o victimista y que todo eso suceda simultáneamente. La mejor forma de ayudarles consiste en:
Hablarles con sinceridad. Es importante que los padres hablen con ellos de lo sucedido y expresen sus sentimientos, con palabras sencillas que los pequeños puedan entender. Sin embargo, existe la tendencia de ocultar a los ojos de los niños la muerte, en un intento de protegerles del dolor. Pero esto resulta contraproducente porque por más pequeños que sean tienen sus propios sentimientos y perciben los de los padres aunque éstos intenten disimularlos. No sirve de nada el engaño, al contrario, se sienten todavía más tristes, solos e incomprendidos.
.Dejar que expresen sus sentimientos. Si los mayores expresan abiertamente sus sentimientos, de algún modo les están dando permiso para que ellos hablen de los suyos, lloren y manifiesten su desconsuelo. Si se les permite que saquen su angustia, la herida se curará mucho antes. Hay que explicarles que después de llorar con ganas todas las personas experimentan calma y se sienten mejor.
.No magnificar al hijo muerto. Es fácil recordar sólo las virtudes del hijo que ha muerto y ponerle en una especie de pedestal. Suele ser una tendencia común, porque la añoranza es muy fuerte, pero resulta muy peligrosa para los otros hijos. Si los padres hablan constantemente de lo bueno, inteligente y guapo que era, sus hermanos se sentirán en cierto modo marginados y su autoestima resultará muy dañada.
.Proporcionarles ayuda terapéutica. La vida les ha puesto en una situación difícil y para afrontarla de la mejor manera tienen que aprender a conocerse a sí mismos. Por eso es muy recomendable que cuenten con alguien que les guíe. Un psicólogo o un terapeuta les ayudará a conectar con sus emociones y esto facilitará muchísimo su desarrollo.
.Manifestarles cariño constantemente. Al hijo que se ha ido con el amor incondicional de sus padres le basta, pero a los otros, a los que tienen en casa, si no les demuestran constantemente su cariño se apagan. Necesitan más que nunca que les abracen, que les miren, que les sonrían… Hay que ser muy comprensivos. Es muy probable que baje su rendimiento escolar. Es lógico que les cueste concentrarse, que lo que antes les divertía ahora les traiga sin cuidado, que tengan reacciones extrañas… Precisan, por parte de sus padres, mucha flexibilidad, pero al mismo tiempo no hay que bajar la guardia porque si se les deja de exigir y se les protege demasiado no se les hace ningún favor.
Proteger la relación de pareja
Muchas parejas a las que se les muere un hijo acaban separándose. Pero no siempre tiene por qué ser así. Ocurre lo mismo que cuando nace un hijo: si la pareja se lleva bien, si existe ya amor entre ellos, el bebé les une más. Si sucede lo contrario, si las desavenencias son profundas o se mantiene la relación por inercia, la convivencia se complica muchísimo. Con la agravante de que después de la muerte de un hijo nadie está dispuesto a fingir lo que no siente. La manera de salir adelante e incluso fortalecer la relación pasa por:
.Compartir el duelo. A muchos hombres les cuesta expresar los sentimientos, les han educado para que no lloren, para que no muestren su «debilidad» y mantengan siempre una actitud «combativa» ante la vida. Por eso, ante un hecho tal difícil de entender con la razón como es la muerte de un hijo, estos hombres huyen inconscientemente. Se refugian en la acción; trabajan más que nunca, llenan su tiempo con un sinfín de actividades que les impiden pensar y sentir. De algún modo intentan vivir como si no hubiese pasado nada y eso es imposible. Cuanto más intensa sea su incapacidad de afrontar los sentimientos, más sola quedará su pareja. Si la mujer no puede compartir su dolor, si se encuentra aislada y sola, es muy probable que se construya un mundo de recuerdos que gire en torno al hijo ausente. Puede ser que mantenga su habitación intacta; el armario con su ropa colgada, sus juguetes, los libros y todos sus objetos tal como estaban el último día. La atmósfera de la casa queda suspendida en el pasado y ella deambulará como una sonámbula. La brecha entre la pareja se va así ensanchando y el rencuentro se hace cada vez más inalcanzable. Por eso es tan importante compartir el duelo. Y eso pasa por llorar juntos, estar horas en el sofá, cogidos de la mano, en silencio, con la mirada perdida, pero sintiendo el calor del otro.
.Respetar las distintas maneras de expresar el dolor. En una situación así hay que avanzar juntos y, al mismo tiempo, respetar la individualidad del otro. Cada persona es un mundo y ante una pérdida como ésta responde de forma distinta. El golpe nos remite a golpes anteriores y reabre heridas mal cicatrizadas. Por eso el duelo es algo absolutamente personal, como una travesía en solitario. Y las reacciones de cada persona son imprevisibles. Cada uno hace lo que puede, no hay que juzgar. Lo que acerca al otro es la comprensión, el respeto hacia su dolor. Lo único que hay que pedirle a la pareja es que mantenga su esperanza y confíe en el amor.
.Dialogar, sin caer en los reproches innecesarios. El silencio respetuoso acompaña, pero el silencio distante separa. Durante el duelo, cada miembro de la pareja ha de intentar comunicar sus sentimientos, hablar de lo sucedido y expresa sus emociones. Pero de nada sirve reprochar actitudes pasadas. Bastante dolor sienten cada uno de los padres como para ahondar en el sufrimiento retrayendo recuerdos dolorosos, malentendidos o equivocaciones. Se trata de construir una nueva vida, no de hacer leña del árbol caído.
Vivir la muerte enriquece la vida
Con el tiempo, si el duelo ha seguido un buen proceso, se empieza a cambiar y se inicia un proceso de crecimiento personal. Se aprende a relativizar y la persona se angustia menos por cosas que antes llegaban a descentrarla. En realidad no le afectan tanto los contratiempos, porque ha aprendido, en parte,a aceptar la vida tal como es. Se gana en humanidad, flexibilidad y tolerancia,porque durante el recorrido se pierden muchos miedos. La escala de valores varía; se comienza a dar más importancia a cosas sencillas que consiguen reconfortar, como un día de sol, un gesto cariñoso de algún amigo o familiar, disponer de tiempo para estar con los seres queridos… Y se vuelve más solidarios porque le cuesta menos enfrentarse al dolor ajeno. Es capaz de ponerse con más facilidad en el lugar del otro porque comprende mejor cómo se siente una persona que sufre. Esto la fortalece y la predispone a encontrar nuevos estímulos que le ayudarán a recobrar la ilusión por vivir.
Un hijo nunca se olvida, pero con el tiempo se puede recordar sin dolor y llevarle siempre en el corazón. Muchas madres que han pasado por esta angustiosa experiencia, cuentan que sienten a su hijo dentro de ellas, como cuando estaban embarazadas. Y en momentos de intimidad suelen hablar con ellos con naturalidad y les cuentan sus deseos e inquietudes. Forman con su hijo una unidad pero, al mismo tiempo, se vuelven más accesibles a los demás. Esto no es fácil de entender si no se ha pasado por una situación así. Desde fuera podría parecer un engaño, una especie de huida de la realidad, un síntoma leve de locura. Pero no es cierto, al contrario, esas mujeres suelen ser muy auténticas, no esconden sus sentimientos y les reconforta seguir unidas a través del amor con sus hijos muertos. Ellas consiguen que siempre estén presentes en su corazón, sin que esto les impida ser coherentes y avanzar en la vida.
Dejarles partir
A veces, el proceso de duelo se inicia cuando el médico comunica a los padres que su hijo tiene una enfermedad mortal. Los niños que se encuentran en una situación así se dan cuenta de lo que les ocurre, aunque los mayores intenten disimular. Si todo el mundo hace como si no pasara nada, el pequeño se encuentra solo ante lo inevitable con la responsabilidad, además, de procurar que sus padres no se desmoronen. Es mucho menos doloroso para él poder compartir sus sentimientos, llorar con los suyos y recibir todo el amor que se merece. Cuando llegue el momento, le reconfortará mucho que los padres le den su permiso para partir, recordándole lo felices que han sido y lo cuánto que se quieren. Las familias que hablan de sus miedos, inquietudes y temores con sus seres queridos que van a morir, expresando libremente sus sentimientos, sufren menos y aceptan antes conjuntamente la pérdida.
Cómo ayudar durante el duelo
La familia y los amigos pueden ayudar mucho a las familias que se les ha muerto un hijo si están a su lado dispuestos a escuchar sus sentimientos. Agradecen mucho tener a alguien con quien hablar, sobre todo si la persona conocía bien a su hijo y es posible compartir anécdotas y recuerdos. Ayudar a alguien en duelo consiste en no hacer como si nada hubiese ocurrido, en impedir que el otro exprese lo que siente, por muy doloroso que sea oírlo. Es necesario aceptar su sufrimiento, su tristeza, su añoranza, su ira y acompañarlos en silencio hasta que renazcan.
SUGERENCIAS PARA ALIVIAR EL PROPIO DOLOR
Pedir ayuda especializada.Recurrir a un profesional especializad -médico, psicólogo, psiquiatra, terapeuta- que sea de nuestra confianza o que haya sido recomendado por alguien en quien confiemos. Esto es una de las primeras cosas que hay que hacer.
Llorar. Las lágrimas consuelan el alma. Los niños después de llorar mucho suelen quedar plácidamente dormidos. Llorar es bueno y, entre otras cosas, permite en otros momentos reír.
Gritar. Es una forma de liberar la agresividad, la rabia que la situación en sí produce y si los gritos se acompañan de golpes en la cama con un palo contundente, mucho mejor.
Buscar el bienestar. No negarse nada que cause satisfacción, aunque esto al principio cueste un esfuerzo enorme. Lo más frecuente es pensar que para qué comer, si no se tiene hambre”, o “para qué ir al cine, si no importa nada. Esto es comprensible pero hay que tender a lo contrario. Comprar los alimentos que más gusten a la familia y acompañarlos con un buen vino y una mesa bien puesta. Celebrar, aunque sea de forma muy íntima, todo lo celebrable. Recuperar, poco a poco, el bienestar que proporciona leer un buen libro, escuchar música, ir a una conferencia o contemplar una exposición… Hay que intentar superar el sentimiento de negación de la propia vida. Quedarse sólo con lo malo no ayuda, es un mal negocio.
Acercarse a la naturaleza. Es una obra perfecta que armoniza. Mirar el mar, el horizonte, sentarse encima de una roca, tomar el sol, respirar hondo, andar descalzos por la arena, pasear por el bosque y abrazar a los árboles proporciona energía. No hay que desperdiciar nada que favorezca y levante el estado de ánimo.
Expresar verbalmente los sentimientos. Hablar de lo sucedido con las personas que puedan aguantar el dolor, explicar lo que se siente ayuda mucho a clarificar las emociones. Actuando así se proporciona, al mismo tiempo, a los que escuchan la posibilidad de crecer personalmente con las experiencias que se cuentan. Porque con la muerte, tarde o temprano todos tenemos que enfrentarnos.
Compartir el dolor con el resto de la familia. Hablar juntos, padres e hijos, de lo que sucede. Preguntar a los demás cómo se sienten y viven la experiencia de la muerte. Aguantar el dolor de los hijos, nunca eludirlo. Respetar sus silencios y escuchar sus angustias. Construir los puentes necesarios para que nadie se encierre en su propia burbuja, sobre todo los niños. No negar lo que sucede. Se trata de apoyar al otro para que pueda dejar fluir su estado de ánimo. No tiene por qué haber ningún tema tabú.
Ser bondadoso con uno mismo. Perdonarse, mimarse, quererse como a los propios hijos. Ofrecerse lo mejor en cada momento. ¡En realidad los humanos somos tan pequeños ante la complejidad de la vida!
Conectar con el propio interior. La introspección es intrínseca al duelo, es un tiempo de reflexión que hay que vivir a fondo. Todos los errores, todas las virtudes y todas las respuestas están en el interior de cada persona. Por eso hay que estar atento a uno mismo, sin miedo a lo que se pueda descubrir o encontrar. Es un buen momento para deshacerse del lastre que se arrastra.
No negar el estado de ánimo. Unos días se estará peor y otros mejor. Hay que dar tiempo al tiempo y dejar fluir lo que se sienta sin poner resistencia. Si la persona se levanta triste, ha que dar la bienvenida a la tristeza, sin oponerse a ella, esta actitud es un buen preámbulo para que la tristeza se desvanezca. Hay que dejar salir las emociones a su ritmo.
Confiar en que todo pasa. Esta frase de Santa Teresa es muy reconfortante: «… que nada te angustia, que nada te inquiete TODO PASA, sólo Dios no se muda y la paciencia todo lo alcanza”. Dicen que un día a Jaqueline Kennedy, al salir del coche, un viandante le reprobó a gritos su relación con Aristóteles Onnasis. Ella se quedó parada, sin decir nada, hasta que el hombre se cansó de increparla y se fue. Entonces Jaqueline le dijo a su chófer, “Ya ve, todo pasa”
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Superar el apego. Al morir un ser querido es natural sentir nostalgia, rabia o cualquier otro sentimiento. Pero preguntarse por qué se ha ido la persona” o afirmar que si estuviera aquí todo sería perfecto como antes, noconduce a nada. Los que se van de este mundo están siguiendo su camino. Y los que se quedan han de aprender a vivir sin su presencia. Ellos no son responsables de las vidas de los que se quedan, ni nadie se puede otorgar un derecho absoluto respecto a las suyas.
Buscar información sobre la muerte. Hay libros, como los de la Dra. Elisabeth Kübler-Ross, que pueden ser de gran ayuda para superar el dolor y entender mejor el proceso de la muerte.Cuanto más conocimiento se tenga sobre el tema, menos costará llegar a aceptarlo.
Conectar con el amor. Sólo si uno se permite sentir amor y solidaridad conseguirá llevar en el corazón a su hijo muerto sin angustia ni sufrimiento. Actuar con amor significa dar lo mejor de uno mismo, sin esperar nada y buscar el lado bueno de los demás y de cualquier situación que se viva. No desear nada y aceptar lo que venga, sin resignación, con conformidad, que es distinto.
Evitar fugas de energía. En la medida de lo posible es necesario alejarse de las situaciones y las personas que quitan energía. El dolor ya desgasta muchísimo por sí mismo. Por eso se debe de actuarcon contundencia ante todo lo queconsuma, produzca agotamiento o malestar. Hay que aprender a decir No a familiares, amigos o a los trabajos que empobrecen, en el sentido espiritual de la palabra. Es una cuestión de supervivencia. No se trata de ser groseros. Si se sospecha que los demás no lo van a entender, siempre se puede encontrar una excusa oportuna o una mentira piadosa que auxilie. Y en muchas ocasiones con la sinceridad basta.
No crear atajos para eludir el dolor. Todo lo que se intenta ignorar queda en el inconsciente y tarde o temprano resurge de forma más incomprensible y violenta.. El sufrimiento y el dolor se han de vivir a fondo, negarlos o enterrarlos antes de que desaparezcan es peor. Muchas enfermedades y no sólo la depresión severa tienen como origen una emoción reprimida. Además, tanto el dolor como el sufrimiento tienen su parte buena: humanizan y refuerzan.
Aceptar los cambios. La vida cuenta con infinidad de variables y es por definición cambiante. Nada es para siempre, todo se renueva constantemente. Este es un principio inmodificable que es preciso aceptar. Pero no basta con saber que es así, hay que comprenderlo. Toda resistencia a los cambios que la vida depara desarmoniza. Para navegar por la existencia hay que ser un buen surfista. Subirse y moverse al ritmo de las olas, de los cambios, es la única manera de llegar sin caer a la orilla. Esto implica un constante entrenamiento y contar con la certeza de que sólo cayendo muchísimas veces es posible llegar de pie hasta el final. Si no se insiste y se renuncia ante los primeros reveses nunca se aprenderá el arte de vivir.
Mercè Castro
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