SERENIDAD

AMANECER

 

Sobre todo en verano, me encanta despertarme al alba. Cuando la noche se rompe, cuando ya se intuye un nuevo amanecer es para mí un momento íntimo, agradable, mágico.

Durante ese tiempo, mi mundo guarda silencio, tan solo roto por las gaviotas que anidan en el tejado de una iglesia cercana. Somnolienta, disfruto de la pausa, de la ausencia de prisa, lejos todavía del trajín de la vida, de todo lo que traerá el nuevo día.

 

Después de la oscuridad viene la luz y, entre medio, en ese espacio sagrado nos encontramos con nosotros mismos, en tierra de nadie. Es como cuando respiramos profundamente y, antes de sacar el aire lo retenemos unos instantes. Ese es otro lapsus que me conecta, a veces, con el Universo.

 

 

Sé que no es fácil vivir con la incertidumbre que comporta el duelo, pero igual que sabemos que después de la noche viene el día, también, aunque a menudo nos parezca mentira, al dolor, si nos permitimos vivirlo sin drama, le sucede la alegría serena. Ese tránsito es más o menos largo y no termina de golpe, no, primero se intuyen destellos.

 

De nosotros suele depender mantener esa luz prendida, arropándola con ternura, sabiendo que cuando una ráfaga la apaga podemos volver a encenderla, lo mismo que ocurre cada amanecer.

RECONCILIARNOS CON LA VIDA

De repente viene un golpe seco; un accidente, un diagnóstico irreversible, una mala noticia… y todo lo que nos parecía sólido se desvanece. Nos quedamos con la sensación de andar a ciegas, sin agarraderas, con el corazón tiritando.

 

Durante los primeros tiempos de un gran duelo, bastante hacemos con levantarnos de la cama y no sucumbir al desespero, a la rabia, a la locura…

 

La aceptación no llega de un día para otro. Si nos quedemos quietos, resignados, abrazados al dolor perpetuo, cerramos las puertas a darle un nuevo sentido a la vida. Y perdemos la oportunidad de salir fortalecidos.

 

Volvemos a la vida despacio, agradeciendo los momentos de calma, los tenues destellos de alegría, la capacidad de andar, de respirar, de recibir o dar un abrazo. Apaciguamos el alma viendo en la sencillez de lo cotidiano un regalo.

 

Nos reconciliamos de la mano de la amabilidad, de las palabras cariñosas, de las miradas de aprobación, de la ternura y el respeto hacia nosotras mismas. Así, poco a poco, vamos ganando fuerza, sintiéndonos cada vez más cerca del amor de los que han partido.

 

Y un día nos damos cuenta que en nosotras está crear momentos felices, independientemente de lo que n

DEJAR FLUIR EL AMOR

 

Hemos iniciado febrero y, como me pasa en diciembre, siento la necesidad de hablarme bonito, de mecerme, de acariciar muy suave la vida que ahora tengo.

 

En febrero de hace dos años murió mi marido y en diciembre de hace muchos mi hijo. Y en esos días nuevos, de esos meses señalados, florecen destellos de gratitud, muy cálidos.

Me une a los que se han adelantado una complicidad tan íntima, una relación tan estrecha… me siento amorosamente arropada y eso sostiene mi tristeza, convierte en algo agradable mis ratos de soledad.

 

No sé el tiempo que me queda aquí, pero sí sé que quiero dedicarlo a querer, a amar lo que tengo; mi hijo, mi nieto, el viento, los días de sol o de lluvia, la nostalgia, las comidas con amigos, la risa, el cielo.

 

Vivir conlleva, a veces, dolor, sí, pero no me canso de la vida, hay tanta gente a la que quiero, estén lejos, cerca, ausentes o presentes que resulta imposible que no alegren mis días. El amor está en mí, tan solo tengo que dejarlo fluir.

NO HAY NINGÚN SITIO AL QUE LLEGAR

 

He tardado años en darme cuenta que cuanto más quiero conseguir algo más se aleja. Me explicaré: a veces me siento inquieta y a toda costa intento conseguir calma. Imposible. Cuánto más quiero serenarme más desasosiego siento.

 

Es como si la inquietud no quisiera abandonarme hasta que la vea, la sienta, la acoja sin reproches. Yo al principio me resisto, no quiero saber nada, tengo miedo, me siento mal, incómoda con tanto alboroto…

 

Persigo la calma, pero se me escurre entre las manos como el agua, hasta que me rindo. Cuando me paro y miro a los ojos a esa sensación de alarma, sin acritud, con la intención de escucharla, aunque no comprenda nada, mi cuerpo empieza a aflojarse.

 

Cada una de mis células reclama a gritos, aunque a veces no las oiga, que deje de exigirme tanto. No hay ningún sitio al que llegar, no hay nada a superar, tan solo se trata de vivir el momento y, si es posible, con amabilidad.

 

Cuando me inclino a lo que hay, sea lo que sea, sin querer que sea distinto mi alma respira ligera. Dejar de intentar controlar la vida es una liberación, no una derrota.

 

Cuanto más persigo o me resisto a algo, más dolor siento. En cambio, cuanto más me entrego, cuánto más vivo el momento con la confianza de que todo pasa, de que algo más grande me sostiene, mejor me siento.

SER, TAN SOLO SER, SIN MÁS

A mi me gustan las flores y, a la que puedo, engalano los jarrones de mi casa. Ahora tengo peonias, de un rosa intenso. Me encantan.

 

Disfruto comprobando como se van abriendo, como mantienen su hermosura hasta su último suspiro. Aparentemente no hacen nada, sin embargo, su mera presencia le da calidez a mi alma.

 

Las flores me producen bienestar, también eleva una octava mi alegría salir del ajetreo diario, pararme y no hacer nada. Ni siquiera hablar conmigo misma.

 

En esos momentos de agradable intimidad me reconforta ir más allá de las palabras, de los pensamientos que vienen y van, de las ideas sobre lo que está bien o mal… Respiro, solo respiro y siento el calor, el frío o el cansancio.

 

Por unos pocos segundos dejo de ser hija, esposa, madre, abuela, trabajadora, responsable, frívola, alta, baja, delgada o gorda. Me limito a ser, como las flores, sin más. Son instantes de pura vida, en los que todo encaja.

 

AMIGAS PARA SIEMPRE

Hay personas que nos acompañan con amor hasta que un buen día nuestras vidas se bifurcan y emprenden caminos distintos. Las echamos de menos, claro, pero ya no forman parte de nuestro día a día.

 

No me refiero a nuestros seres queridos muertos, sino a amigos, parejas o conocidos que siguen aquí, aunque desaparecen de nuestra cotidianidad.

 

Los vínculos de amor son eternos, no importa la presencia física del ser ausente para sentir en el corazón el gozo del ser amado, pero solo tu estarás siempre a tu lado.

 

Nacemos y morimos solos, aunque estemos acompañados. Por eso, porque hay muchas muertes en vida, muchas noches oscuras que preceden a nuestro propio renacimiento, es muy reconfortante convertirnos en nuestra mejor amiga.

 

A mi me parece que en cada una de nosotras hay una chispa divina, una mujer sabia que no nos reprocha nada, que nos acoge con amor, sin condiciones, cuando más falta nos hace.

 

Cuando estamos confundidas, asustadas y/o enfadas, cuando no nos gustamos nada, cuando solo queremos escondernos para siempre debajo de las sábanas, esa parte nuestra que solo ama es la que nos guía de nuevo a casa.

 

Confío a ciegas en mi parte sabia. No puede evitar que lo que tenga que suceder, suceda. Pero si aflojo mi ego y no la niego, tiene el don de serenarme, de mostrarme la parte amable. Y la reconfortante hablidad de hacerme sentir como en el cielo en sus brazos.

 

 

ESCUCHA EL SILENCIO

 

El ajetreo del día a día, a menudo, nos confunde. Hay tanta información, tantas prisas, tanto ruido en nuestras vidas, ¿verdad?

 

Es fácil quedar atrapados en un diálogo de sordos, en el que impera la queja, la crítica, el desaire…Y Así, intentando echar pelotas fuera, inquietos, quedamos anclados.

 

A mi me parece que no es posible despertar de la vorágine de los desencuentros, con los demás y con uno mismo, sin recogimiento.

 

Parar y escuchar al cuerpo, sin hacer nada, hasta poder oír al alma es, a mi entender, el paso necesario para vivir un gran cambio. Lo nuevo surge del impulso que sale de dentro, de una determinación íntima y silenciosa.

 

Para renacer es buena la calma que acompaña al silencio, salir de nuestra historia y contemplarla, con sigilo y cariño, de lejos. No siempre lo conseguiremos, pero siempre podemos volver a intentarlo.

 

MORIR SANOS

 

 

Los primeros días de duelo me inundó un vacío infinito por dentro. Me quedé literalmente hueca y, aunque siempre estuve acompañada, recuerdo una soledad inmensa. Que sensación tan extraña es la de salir de la vida y, al mismo tiempo, seguir aparentemente en ella.

 

El dolor me trajo de vuelta y fue colonizando mi cuerpo, llenando el vacío hasta impregnar cada una de mis células. El llanto profundo, desgarrado me devolvió al mundo, un mundo que me daba vértigo con tan solo asomarme a la ventana.

 

La muerte de mi hijo dio en la diana. Nada hasta entonces me había herido hasta dejarme de rodillas, desfallecida, absolutamente perdida. Y allí me quedé, en la oscuridad desconsolada, hasta que me rendí, sin condiciones, a lo inevitable y pedí luz, con dulzura a una fuerza más grande.

He tardado años en aceptar que la vida es como es y que el dolor que nos parece insoportable, a menudo, se convierte en la antesala de un nuevo renacer, de una manera de ser más honesta con nosotros mismos, amable y bondadosa. Que solo con amor y perdón nos curamos, que cada uno tiene su tiempo aquí y hasta el último suspiro podemos darle la vuelta al marcador y morir sanos, con la misión cumplida.

 

 

QUÉ HERMOSO ES VIVIR SIN MIEDO

nena-tren_Me encanta abrir las puertas a la hermosura de vivir sin miedo, a sentirme segura, querida y arropada como cuando era pequeña y, después de un largo paseo, mi padre me llevaba en brazos, por la calle, mientras yo me hacía la dormida.

En la adolescencia, los brazos de mi padre ya no podían, aunque él quisiera, contener mi malestar y mis miedos y, de alguna manera, me imaginé perdida y sola ante los desafíos de la viva.

 

Me inventé una suficiencia que no tenía y me cubrí de una capa densa de orgullo, con la intención de ocultar, de no ver ni sentir mi desasosiego, mi vulnerabilidad, incluso mi ternura. Sin saber que así el abismo que me separaba de la serenidad crecía.

 

Escogí, por ignorancia, ropajes que ocultaban el esplendor de mi propia esencia y me separaban de la luz de los demás. ¡Qué poco ayuda estar pendiente siempre de si somos mejores o peores que los otros! ¡Cuanto miedo encierran las comparaciones! ¡Qué cansancio mantener a toda costa nuestros principios! ¡Qué agotador vivir pendiente de qué dirán!

 

Por eso, para poder dar marcha atrás, para intentar poner el marcador a cero, son útiles los golpes fuertes que nos da la vida. Un gran duelo abre la posibilidad de despertar, de reinventarnos, de descubrir lo hermoso que es vivir sin miedo.

Duele tanto la muerte de un ser adorado que no tenemos otro remedio que rendirnos a la vida. Cuando tocamos fondo, cuando verdaderamente no podemos más empezamos a hacer grande el amor que nos sostiene.

 

 

SALTAR AL VACÍO

 

 

saltar-al-vacioSé que hay momentos en que el dolor y las emociones son tan intensos que nos bloquean. Tenemos la sensación de estar perdidos, de no saber por donde tirar… tal vez si escondemos la cabeza debajo de la almohada todo será distinto, pensamos, pero no es así. Cuanto más queremos alejarnos de ese doloroso torbellino más grande se hace, más profundo es el abismo.

 

La única forma que conozco para cruzarlo es saltar al vacío, sin resistencias. Estar dispuesto a sentir el miedo, el dolor, la rabia, lo que sea sin culpar a nada ni a nadie. Dejar de mentirnos, de buscar excusas, de ignorar la tensión que sufre nuestro cuerpo.

 

Cuando dejamos de querer que las cosas sean de otra manera, cuando abrimos los ojos y miramos con cariño lo que hay, aunque no nos guste, entonces empieza el desbloqueo.

 

Parece una contradicción, Verdad? Aceptar lo que no nos gusta nos ayuda a trascenderlo. Mirar con amor la oscuridad nos alumbra… Entregarnos y entregar a la vida a nuestros seres más queridos nos libera, nos da alas a todos, nos une para siempre.

árbol fermín

En nuestro interior existe una energía creadora capaz de darle la vuelta a cualquier situación. ¿Qué dirección quieres darle a la tuya, a ese poder inmenso que hay en ti? Si apuestas por la vida, estás apostando por el amor, por crear armonía porqué has aceptado el desequilibrio que reina en tu interior, apuestas por crear serenidad porqué sabes qué es el caos y el furor de las grandes tormentas, por crear luz porqué has vivido en la oscuridad. Eso, creo, es vivir con plenitud. Y, cuando te sientas cómodo así, probablemente algo se desmoronará y volverá a aparecer la incertidumbre y tendrás que volver a saltar al vacío.

 

 

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