AMOR

RECONCILIARNOS CON LA VIDA

De repente viene un golpe seco; un accidente, un diagnóstico irreversible, una mala noticia… y todo lo que nos parecía sólido se desvanece. Nos quedamos con la sensación de andar a ciegas, sin agarraderas, con el corazón tiritando.

 

Durante los primeros tiempos de un gran duelo, bastante hacemos con levantarnos de la cama y no sucumbir al desespero, a la rabia, a la locura…

 

La aceptación no llega de un día para otro. Si nos quedemos quietos, resignados, abrazados al dolor perpetuo, cerramos las puertas a darle un nuevo sentido a la vida. Y perdemos la oportunidad de salir fortalecidos.

 

Volvemos a la vida despacio, agradeciendo los momentos de calma, los tenues destellos de alegría, la capacidad de andar, de respirar, de recibir o dar un abrazo. Apaciguamos el alma viendo en la sencillez de lo cotidiano un regalo.

 

Nos reconciliamos de la mano de la amabilidad, de las palabras cariñosas, de las miradas de aprobación, de la ternura y el respeto hacia nosotras mismas. Así, poco a poco, vamos ganando fuerza, sintiéndonos cada vez más cerca del amor de los que han partido.

 

Y un día nos damos cuenta que en nosotras está crear momentos felices, independientemente de lo que n

CAMBIOS DE ESTACIÓN

 

Ando estos días con el alma alborotada.
Suben y bajan mis emociones con un ajetreo que anuncia la llegada de la primavera.

 

La tierra despierta y con la llegada de las primeras brisas cálidas brotan las nostalgias adormecidas, la tristezas acalladas, la soledad disimulada, el miedo contenido.

 

Y me sorprendo a mi misma sumergida en duelos antiguos y cercanos. Cuando duermo, los sueños me devuelven a presentes que ya son pasado. Al despertar, el trajín del ir y venir a través del tiempo me deja exhausta.

 

Y la fatiga dura lo que tardo en sumergirme en mí y mirar con dulzura lo que siento y agradecer lo que tengo, lo que soy, lo que he vivido, lo que me espera.

 

Las primeras brisas de primavera nos sacuden, nos renuevan y en un mismo día podemos llorar y reír, estar tristes y contentas. Creer que volvemos a estar al principio y, sin embargo, en nosotras asoma ya con timidez, pero bien arraigada, la esperanza de empezar a florecer, con un verde intenso, brillante, hermoso.

La primavera es una promesa, una oportunidad de renovar los votos con la vida, de sacar las malas hiervas (envidias, desencuentros, odios, amarguras, juicios, rencores) y plantar semillas de amor que nos den alegría.

 

A mi me va bien escribir lo que siento para alejar locuras, todos tenemos algo, un talismán, que nos ancla (pasear, cocinar, correr, la jardinería, lo que sea). Os propongo aferrarnos a eso, a lo que nos nutre el alma cuando hay desasosiego, con la mirada puesta en el cariño y en la certidumbre que todo pasa.

INSTANTES ENTRAÑABLES

En mis ratos oscuros, cuando el desasosiego me envuelve y la realidad me duele, me da miedo, me incomoda… pido ayuda a mi parte amorosa y sabia, esa que tenemos todos, que está siempre disponible y responde a muchos nombres.

 

Luego, cierro los ojos y siento el cariño de los seres que quiero y me quieren, estén vivos o muertos. Repaso los momentos bonitos. Agradezco lo bueno que hay en mi vida y me felicito por todas las veces que me he levantado después de haber caído.

 

Procuro ser amable conmigo misma y tener paciencia. Recordarme que todo pasa y lo que hoy es terrorífico, tal vez mañana no lo sea tanto. Me perdono por todas las veces que me he tratado mal. El perdón tiene efectos liberadores y calmantes.

 

Me imagino de niña, con las dos trencitas que me hacía mi madre, y me envuelve la ternura. Recuerdo la suerte de convertirme yo en madre -no lo cambio por nada- y el inmenso privilegio de ser abuela y, poco a poco, vuelvo a sentirme amorosa.

Mientras nos quede aliento, a pesar de los vaivenes, tenemos la capacidad de elegir la belleza, de crear instantes entrañables, mágicos, de esos que se convierten en islitas de amor en estado puro.

DATE UN RESPIRO

 

Haz un paréntesis para estar contigo, sin reproches, ni juicios, ni ninguna intención, solo por el placer de acompañarte y mimarte.

 

Busca a la niña que fuiste y sonriele, ella no sabía lo que le deparaba el futuro, su inocencia todavía está en ti y se merece todo tu amor.

 

Darse un respiro es eso, dejar de exigirse, ir a lo básico; respirar, no poner resistencia a nada, hacer las paces con lo que venga.

 

Esperar lo mejor porqué te lo mereces. Sé que sobrevivir a la muerte de un hijo nos acerca durante un tiempo a la locura: es mucho dolor! Sabemos lo que es estar fuera de la vida.

 

Por eso, cualquier destello de ternura hacia nosotras mismas es agua de mayo. Buscar la belleza, escribir o hablar de lo que sentimos nos da alas.

DEJAR FLUIR EL AMOR

 

Hemos iniciado febrero y, como me pasa en diciembre, siento la necesidad de hablarme bonito, de mecerme, de acariciar muy suave la vida que ahora tengo.

 

En febrero de hace dos años murió mi marido y en diciembre de hace muchos mi hijo. Y en esos días nuevos, de esos meses señalados, florecen destellos de gratitud, muy cálidos.

Me une a los que se han adelantado una complicidad tan íntima, una relación tan estrecha… me siento amorosamente arropada y eso sostiene mi tristeza, convierte en algo agradable mis ratos de soledad.

 

No sé el tiempo que me queda aquí, pero sí sé que quiero dedicarlo a querer, a amar lo que tengo; mi hijo, mi nieto, el viento, los días de sol o de lluvia, la nostalgia, las comidas con amigos, la risa, el cielo.

 

Vivir conlleva, a veces, dolor, sí, pero no me canso de la vida, hay tanta gente a la que quiero, estén lejos, cerca, ausentes o presentes que resulta imposible que no alegren mis días. El amor está en mí, tan solo tengo que dejarlo fluir.

SENTIRSE EN BUENAS MANOS

Empieza ahora un nuevo año y todos nos mandamos buenos deseos, ¿pero cómo concretarlos? No tenemos una varita mágica, capaz de borrar el hambre, el sufrimiento o las guerras, pero sí tenemos el poder de sembrar en nuestra vida cosas hermosas.

 

Una de ellas, que a mi me produce mucha ternura es agradecer. Poner la atención en lo bueno que hay en mi y en los demás. Regalar cariño es otra; a veces, voy por la calle y envío mentalmente buenos deseos a las personas que me cruzo y eso me produce una sensación muy amorosa.

 

Sin mediar palabras, el hecho de amar porqué sí, sin ni siquiera conocer al otro, crea en mi dulzura y diluye mis miedos. Crear momentos en los que no hay juicio me produce una agradable sensación de unidad, de sentirme en buenas manos.

 

A lo largo de las generaciones siempre ha habido desafíos, cambios, porque la vida nunca se está quieta. A mi me gusta imaginar que los que estamos aquí, ahora, en el planeta, como los que nos han precedido, tenemos la posibilidad de ir creando nuevas realidades, más amorosas. Tal vez el mundo económico lo gobiernen cuatro, pero en nuestro mundo interior somos nosotros los que mandamos.

 

Somos nosotros los que decidimos qué hacemos con los desafíos; verlos con amargura o como la oportunidad de ir más allá, de descubrir nuevas maneras de amar. La segunda opción, libera, porque el amor nunca cae en saco roto. No muere con la muerte, al contrario, lo hace más fuerte.

 

 

NO CAMBIO EL CARIÑO POR NADA

 

Son días de tantos altibajos, ¿verdad? En todas las casas florece la ausencia de los que se han ido.

 

La música, en mi, desata las emociones y lloro, liberando así todo la nostalgia que he ido reteniendo, sin darme cuenta.

 

Luego sonrío, porqué siento que todo encierra un lado bueno, lleno de belleza, muy amoroso.

 

El dolor más desgarrador, guarda la esencia del amor más profundo. No cambio el cariño dado y recibido por nada.

 

No me resisto a sentir lo que siento, al contrario, me entrego a lo que surja porque todo es vida, aunque duela.

 

Y me gusta imaginar que el plan es perfecto, que en cada momento el Universo me ofrece las herramientas que necesito.

 

Y me gusta imaginar que los que han cruzado están bien, que me sonríen y me recuerdan que solo se han ido un poco antes.

 

Y me gusta imaginar que nos abrazamos y este abrazo me reconforta tanto que me une a ti, a todos. Me une con los que estamos aquí para sentir la fuerza y la dulzura que nos mantiene con los pies en la tierra, para apoyarnos. Con los que han partido para constatar que el amor continúa.

 

La vida es un misterio y el amor es la contraseña que nos permite transitarla con ternura

 

RELACIONES MÁS ALLA DE LA MUERTE

 

Cuando me siento perdida, enfadada, confundida, triste o todo a la vez y me lamento del dolor que he vivido, a menudo, no tardo mucho en recibir información (en mi caso, generalmente, a través de los sueños) que me ayuda a ampliar mi mirada y mejorar mi estado de ánimo.

 

Yo no sé qué hay después de la muerte, no tengo ninguna verdad, no conozco el secreto de la vida, ni porqué estamos aquí, cobijados en esa esfera preciosa que llamamos Tierra, que nos sustenta, que nos nutre como una madre amorosa.

 

De lo esencial no sé nada, pero sí reconozco la calidez que me abraza, lo bien que me sienta el amor que me une a mis seres queridos muertos. En mí continúan las relaciones de amor más allá de la muerte.

Son relaciones distintas de cuando estaban aquí, sí, pero no están estancadas, siguen evolucionando en mi interior, incluso se fortalecen, rozan una ternura infinita. La muerte no ha roto nada, porque el cariño es indestructible.

 

A mi no me han dejado mis abuelos, ni mi hijo, ni mi madre, ni mi esposo, sigo notando su amor, no se han ido porque han querido, porque necesitasen alejarse, porque no me soportaran. No, no, tan solo han muerto como vamos a morir todos. Esos lazos de amor que nos unen, sin atarnos, me dan alas. No hay abandono cuando muere alguien que nos quiere, al contrario, su abrigo persiste y, sentirlo, es tan reconfortante.

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

Hay días que desprenden una neblina triste y nada tiene que ver con que brille o no el sol.

 

En mi caso, esa nostalgia puede aparecer de repente y me origina, en principio, desconcierto. «¿Cómo puede ser que, sin previo aviso, me vea envuelta en esa pesadumbre, cuándo hace nada estaba alegre y en calma?»

 

Cuando me ocurre esto, no tengo más remedio que parar y hacer un recuento de las emociones y sentimientos que, quizá, estoy intentando pasar por alto, sin ni siquiera ser consciente de ello.

 

Se acerca la Navidad y el aniversario de la muerte de mi hijo Ignasi y un diciembre de hace 3 años Lluís, mi marido, cayó gravemente enfermo y ya no se recuperó. Y, aunque ahora soy feliz, de otra manera, sigue en mí el recuerdo del dolor vivido, igual que sigue el amor que hemos compartido.

Y, aunque me produzca cierto desasosiego, me siento agradecida porque puedo sostener la tristeza, la soledad, el abandono, el miedo… esas emociones que no son agradables, pero que forman parte de la vida, de mi vida.

 

No negarlas es lo que me da más fortaleza y me permite vivir otra Navidad con la esperanza de compartir momentos tiernos, dulces, amorosos. No llamaríamos luz a la luz si no conociéramos las sombras, la oscuridad ¿verdad?

 

Cuando me digo todo eso a mi misma, empieza a deshacerse el nudo en el estómago. Al permitirme ser y estar como estoy, sea como sea, algo se afloja y me puedo volver a conectar al amor. Sé que la calma, las risas, el silencio, la quietud también están ahí y me aguardan.

 

Siempre que me miro con ternura, sin exigencias, con respeto me siento mejor y, a menudo, la niebla desaparece  y vuelvo a estar contenta.

GRACIAS

 

Qué agradable sentir la calidez de las personas que, como yo, han vivido o empiezan grandes cambios con la mirada puesta en el cariño.

 

El encuentro de este pasado viernes en Andorra me ha regalado paz y dulzura. Me ha hecho ilusión estar en una escuela, con padres, maestros y psicólogos hablando de la muerte y el duelo para amar más la vida.

 

Gracias al Colegio Sant Ermengol, a Mª Pilar, a Montse, a Rosa, a Paco, a Eloy, a todos los asistentes, aunque no recuerdo vuestros nombres, sí guardo en el alma los abrazos compartidos.    

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