pérdidas

GANAR Y PERDER

 

Estoy leyendo otro libro de la Dra. Elisabeth Lukas, “Ganar y peder” y, aunque todavía no lo he terminado, me hace ilusión compartir algunas frases y párrafos que han resonado en mi corazón:

-…La vida nos sumerge en luces y sombras, nos despierta de día y nos adormece de noche. Desde que nacemos hasta que morimos, el dolor se alterna con la alegría y el fracaso sucede al éxito con la misma intermitencia que las mareas bañan las costas. Lo que la pleamar del destino arrastra hacia nosotros, nos lo vuelve a arrebatar la bajamar de la transitoriedad. Todo llega pero nada se queda. Hasta las crisis, resueltas o no, pasan, y si al llegar se antojan abrumadoras, con el tiempo parecen despreciablemente pequeñas…

-…La ayuda exterior solo alcanza hasta cierto punto, porque cuando uno se encierra en sí mismo, nada ni nadie podrá ayudarle…

-…La persona que se marca objetivos personales se está orientando hacia el futuro en el que le gustaría influir. Se ha fijado un deber y trabaja en su ejecución. Y si, aparte de confiar en sus propias fuerzas, se pone manos a la obra con una buena dosis de confianza en Dios, estará doblemente protegida. Ni siquiera el fracaso o la no consecución de sus objetivos la deprimirá totalmente o la desequilibrará…

-…Lo importante no son los beneficios o las pérdidas que la vida nos regala en toda su complejidad, sino nuestra capacidad para percibir un sentido en todas las situaciones…

-…Para avanzar hay que dejar cosas atrás; para renovarse, hay que despedirser…

-…Un acto propio no necesita reconocimiento exterior cuando uno mismo es capaz de aplaudirlo…

-…Lo que la vida nos brinda siempre es transitorio. Hay que aceptarlo siendo completamente conscientes de su valor y su carácter obsequioso; hay que darle forma con responsabilidad y cuidado, y hay que abandonarlo para siempre sintiéndonos serenamente alegres por su existencia y por haber formado parte de nuestra biografía. Porque nunca nada ni nadie podrá eliminar nada de lo que nos ha pasado en nuestras vidas, ni siquiere la muerte…

-…Lo que impide actuar a las personas más miedosas es una falta de seguridad interior, y esa seguridad interior se basa únicamente en el principio de la esperanza, es decir, en que la situación nueva que nos toca vivir se podrá superar y la estructura ajena que hay que armar resistirá. Sin una “cuerda de seguridad” interior como ésta, cualquier intento de abandonar lo antiguo se convierte en una caída libre al vacío…

-…Saber vivir es abandonar lo amado conservando el amor.

-…El presente es el área de un periodo nuevo de la vida con unas posibilidades de sentido ocultas que hay que explorar. Para descubrirlas, será necesario abandonar todo lo que ya ha desempeñado su sentido. Abandonar es difícil, y mucho más para las personas temerosas o inseguras, pero para superar umbrales hay que abandonar cosas, y si existe una fuerza más poderosa que el miedo, esa fuerza es el amor…

-…Saber vivir es abrirse a todas las cosas nuevas que nos ofrece la vida.

-…Saber vivir es transmitir y repartir la suerte que la vida nos brinda.

-…La muerte no detenta ningún poder sobre el pasado de nuestras vidas ni puede adueñarse de nuestras biografías. La muerte no puede cambiar nuestra historia personal, ni deshacer lo vivido, ni hurtar nada de la verdad eterna… La palabra amable que en su día pronunciaron nuestros labios seguirá formando parte de nuestra vida, sin verse alterada en cu cualidad de “amable” y en su identidad de “pronunciada”, de la misma manera que seguirá existiendo la palabra desagradable u omitida…

-…La muerte nunca podrá expedir de la verdad el más mínimo “soplo” de amor recibido o regalado. Todo lo que sucede es “vinculante”, de una vez para siempre…

APRENDER A VIVIR CON LA INCERTIDUMBRE

 

El duelo encierra muchas cosas, entre ellas la incertidumbre. Las grandes pérdidas como la muerte de un hijo nos dejan sin asideros, sin certezas, como ciegos obligados a recorrer a tientas un camino desconocido. Podemos resistirnos o dejarnos llevar por el río de la vida. Para algunas personas, como yo, acostumbradas a controlar, a llevar las riendas, a alcanzar objetivos y perseguir resultados la segunda opción, la de aprender a fluir, es dificilísima. Vivir en el vacío nos produce vértigo, no estamos acostumbrados a la incertidumbre, en realidad nos hemos especializado en esquivarla. Aprender a convivir con ella es uno de nuestros grandes retos. Y es que el vacío y la incertidumbre encierran grandes potenciales. De ellos nace y se desarrolla la confianza. La confianza en nuestras posibilidades, en el Universo. Es la paz interior de los que no esperan ni persiguen nada. La aceptación de uno mismo, de las cosas y las personas tal como son.

Todos los grandes cambios, los que reconfortan el alma, son hijos de la incertidumbre. Cuando por fin la abrazamos, cuando somos plenamente conscientes de que en realidad nada está en nuestras manos, nos liberamos de una angustia vital profunda y es más fácil disfrutar del momento, lo único que de verdad tenemos.

VOLVER A LA VIDA

 

Después de la muerte de un hijo es preciso un trabajo interior para volver a la vida. Al principio el dolor nos paraliza, nos quedamos tan vacías, tan alejadas de este mundo, que levantarse de la cama es casi como escalar el Himalaya y salir a la calle una heroicidad. Al menos eso me pasaba a mí todos los días durante los primeros meses y luego de vez en cuando durante algunos años. Todas las pérdidas producen dolor, pero yo nunca me había enfrentado a un dolor así, tan grande que sólo te deja dos alternativas: o te agarras al amor o te quedas muerta en vida. Apostar por el amor, que es lo mismo que apostar por la vida, requiere ese trabajo interior que nos transforma tanto como a los gusanos de seda en mariposas. El proceso es largo, tan largo como el duelo y más. Pero como todos los grandes viajes se inicia con un primer paso. Este primer paso es la voluntad de salir adelante, sin regatear lágrimas ni esfuerzos. Y me refiero a esa voluntad silenciosa y profunda, más fuerte que nosotras.

Si optamos por la otra alternativa, la de quedarnos con la rabia, el dolor, la frustración, la culpa o la pena, no sólo malgastamos nuestra vida, también ensombrecemos a los que están a nuestro alrededor y a todas las personas que nos quieren, estén aquí o en el otro lado. Nuestros hijos, los que se han ido, han sembrado semillas de amor en nuestros corazones y nos toca a las madres y padres que nos quedamos regarlas en su nombre para que florezcan.

El segundo paso para volver a la vida, para florecer, requiere precisamente eso: desprenderse de la rabia, que es la otra cara de la pena.” Donde hay rabia hay pena y donde hay pena hay rabia escondida”, me decía mi amiga Amelia, fisioterapeuta y profesora de yoga, mientras me ayudaba a sacar el dolor que llevaba dentro. El duelo sirve para poner orden a nuestras emociones, para limpiar todos los rincones de nuestra alma; para sentir todo lo que no hemos querido o podido sentir antes.

Cada una de nosotras, a su manera, tiene que revisar y elegir lo que le es útil para vivir y deshacerse de lo que le estorba. Todas hemos heredado penas o maneras de hacer que no son nuestras. Yo, por poner dos ejemplos,aprendí de pequeña a sufrir por sufrir como mi abuela y a ser capaz de agotarme hasta enfermar como mi madre… y eso no lo quiero, no me sirve para volver a amar la vida. Todas hemos recibido mucho de nuestras familias y ahora, después de la muerte de nuestro hijo, no tenemos más remedio que quedarnos con los dones y devolver con cariño las cargas. Y ese trabajo arduo es también una bendición porque con el tiempo nos permite vivir más felices y dejar una herencia más valiosa y ligera.

Nos toca, aunque parezca mentira, romper la cadena del sufrir, porque sufrir no sirve para nada. Hemos de aprender a querer sin condiciones, a abrirnos a lo que venga, porque la vida trae de todo, esa es su esencia. A veces, como el mar, amanece tranquila y nos envuelve su dulzura y la paz se apodera de nuestra alma… hasta que se levanta viento y casi sin darnos cuenta volvemos a tener encima la tormenta. Embravecido o en calma, el mar siempre es el mar. ¿Para qué pedir imposibles? Mejor amar lo que tenemos. Buscar la hermosura en todo. Llorar sin freno y reír con ganas. A nadie tenemos que dar explicaciones, ni a nosotras. Para andar por la vida, con saber dar y recibir cariño basta.

La muerte de un hijo, sin más, a nadie hace mejor persona, lo que sí puede ayudarnos a ser más sabias es lo que hacemos con esa muerte tan sentida. No hay prisa, tenemos toda una vida por delante para reaprender a vivir.

Ser madre es lo mejor que me ha ocurrido en la vida y no me siento menos madre porque uno de mis hijos no se encuentre aquí. Persigo la felicidad de los míos estén donde estén. A Jaume tengo la suerte de poder tocarle, con Ignasi los abrazos tienen lugar en mi corazón, son virtuales, pero de ninguna manera menos intensos. A jaume le digo a menudo que le quiero y a Ignasi también. Ni uno porque está vivo ni el otro porque está muerto ocupa más mi corazón. A uno procuro enseñarle a vivir y al otro a vivir en paz allá donde esté y eso me hace feliz. Pero este sentimiento de amor va más allá y, cuando se apodera de mí, me parece que todos los niños del planeta son hijos míos, todas las mujeres mis hermanas y cualquier hombre mi amigo.

El tercer paso para amar la vida para mí es perdonarme y perdonar tantas veces como haga falta. Porque me equivoco y mucho y hay días en que todo lo que escribo aquí parece que lo haya escrito otra. Los disgustos se convierten en un nudo en el estómago y vuelve a aparecer el miedo. ¡Nos conocermos tanto el miedo y yo! Se podría decir que somos íntimos. Por eso, porque nos miramos de cara, nos tenemos respeto. Cuando viene a visitarme por cualquier cosa, siempre me coge por sorpresa y enmudezco. Su paciencia es infinita y me da tiempo a convocar el insomnio, a sentir en el pecho la angustía, a verlo todo negro… Luego nos miramos a los ojos y los dos sabemos que hemos de separarnos, que no estamos hechos para vivir juntos. Es como esos amantes tan intensos que no nos sirven para marido.

HAY QUE SACARLO TODO

Durante los primeros meses de duelo el «shoc» emocional es tremendo. El impacto que nos produce la muerte de nuestro hijo abre las puertas del inconsciente y conectamos con las emociones, buenas y malas, que hemos ido acumulando desde que nacimos. Las pequeñas y grandes pérdidas, los sinsabores, los desengaños… Con la sacudida se remueve todo. Nos encontramos dentro de la tormenta a merced de los vientos. No hay freno.Y precisamente en eso consiste nuestro renacer. En no resistirnos y dejar salir en forma de llanto, de agresividad, de melancolía, en definitiva, todo nuestro dolor, sin juzgar nada. Sin valorar. Sin pensar. Como actores que viven intensamente su papel, siendo conscientes, sin embargo, de que tarde o temprano acabará la función. Hay que experimentar sin retener. ¿Cómo? Pués sintiendo que nosotros no somos la tristeza, sencillamente estamos tristes. No somos la rabia, nos rebelamos. No somos la confusión, estamos temporalmente perdidos.. No somos el miedo, estamos asustados. Así, poco a poco, dejando fluir, nos vamos liberando de la desesperación. Mientras tanto hemos de recurrir, hasta que se convierta en un hábito como respirar, al amor. Seguir siempre la lucecita, por leve que sea.

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