hijos

MIS DESEOS

Hace un ratito, bajando del mercado, me he encontrado con una vecina de la calle con la que nunca antes había hablado. Nos hemos mirado con cariño y, como si las dos lo estuviéramos deseando desde hace tiempo, nos hemos dado un abrazado cálido. Mirándome con dulzura, me ha dicho: “que cada uno de los días del año que viene sean para ti muy felices”. No sé nada de su vida y no sé si ella sabe algo de la mía pero a partir de hoy las dos compartimos un precioso regalo: el del amor incondicional entre dos desconocidas.
Ahora, al llegar a casa, con la compra todavía por guardar encima de la mesa de la cocina, he sentido el deseo de abrazaros a cada uno de vosotros. No tengo más que el deseo y las palabras para hacerlo, pero es un deseo tan grande, que por fuerza os tiene que llegar. Me gustaría que durante este año nuevo y para siempre sintierais el amor y la alegría de vuestros seres queridos vivos y muertos, que pudierais llorar tranquilos y reír con ganas, que las semillas de amor que plantaron vuestros hijos florezcan tanto que conviertan vuestro hogar en un  lugar hermoso, cálido y sereno.

AMARNOS SIN CONDICIONES

 

Durante los primeros tiempos de duelo, cuando el dolor es desgarrador, intentamos proteger a los nuestros sacando fuerzas de flaqueza para que nuestras parejas e hijos perciban una imagen de ‘normalidad’. Como queriendo decir al mundo: “tranquilos, estoy aquí, no me hundo, confiandad en mi”. Eso puede servir, siempre y cuando nos permitamos a ratitos desmontarnos sin juzgarnos. Qué quiero decir: es habitual cuando hablamos con el corazón, sin representar ningún papel, reconocer que la mayor parte del tiempo nos sentimos perdidos, tristes y desesperados, sin saber por dónde tirar, ni qué hacer para salir adelante… No pasa nada por sentirse así, es lo habitual después de un golpe tan duro. Pero si encima de haber perdido el norte y la vida que teníamos nos recriminamos por sentir lo que sentimos no nos estamos haciendo ningún favor ni a nosotros ni a los nuestros. Durante el duelo ayuda muchísimo ser amoroso y comprensivo con uno mismo y dejar de mirar con lupa las emociones que sentimos, por muy negativas que sean. No somos un juez que determina lo que está bien y mal y emite sentencia. Si tenemos rabia, pues tenemos rabia, si estamos tristes, pues estamos tristes, si no sabemos por dónde tirar, pues no sabemos por donde tirar. Sigue leyendo

EL DUELO DE LOS HOMBRES

Sin darme cuenta, a menudo hablo en este blog en femenino. A las mujeres, entre nosotras, nos resulta fácil compartir sentimientos. Creo que lo aprendemos de pequeñas. Si miro hacia atrás, cuando era niña, me veo los días de fiesta, agazapada en un rincón de la cocina, mientras mi abuela, mi madre y mis tías, sin parar de remover cazuelas, se contaban la vida. En aquella cocina, dominio absoluto de mi abuela, salían a relucir los secretos de familia, los anhelos y pesares, las alegrías contenidas… Cruzado el dintel de la cocina la magia se diluía. Aquella cocina de mi infancia era un confesionario.

Sí, seguramente por eso me es cómodo hablar aquí en femenino, porque soy mujer, pero no por eso ignoro el dolor de los hombres. Al contrario, admiro su valor porque sé que la mayoría de las veces lloran en silencio la muerte de sus hijos, con un sentimiento desgarrador de fiera herida. Admiro a los que están ahí, sosteniendo la desesperación, intentando re-inventar su vida, levantar a los suyos, sin poder expresar apenas lo que sienten. Es imposible generalizar, cada duelo es distinto, pero, no sé, a mi me parece que los hombres, al principio, se contienen más, se desmontan menos pero corren el riesgo de caer más hondo. Les cuesta más darse permiso para salir del armario donde guardan con llave las emociones.

Mi padre, un hombre de los de antes, de los que no entraban nunca en la cocina, me cuenta sorprendido y tal vez un poco avergonzado que ahora, de viejo –tiene 81 años- llora por casi nada. “Me he vuelto muy flojo, niña, ya no soy lo que era”, me dice y en cambio los dos sabemos que nuestros corazones nunca habían estado tan cerca.

El resurgir del duelo pasa por eso, por dejar fluir los sentimientos, sean los que sean, antes de que se conviertan en una amargura negra, en una roca tan pesada que nos impida volver a la vida. ¡Duele ver llorar a un padre, pero es tan sanador que lo haga!

Con cada lágrima que dejamos salir se aligera el alma.

Hay que coger de la mano a los hombres que esconden su dolor y acariciársela con ternura hasta desarmar, una a una, con amor, sus armaduras. Las mujeres hemos estado arropadas en muchas cocinas, pero ellos ¡están tan solos frente a sus emociones!

VAMOS A SER TODAS UNA

Vienen días nostálgicos, sí, por eso vamos a cogernos todas de las manos, con el pensamiento puesto en el cariño de las mujeres y hombres de la familia que nos han precedido, que ya no están aquí pero siguen amándonos, iluminando nuestro camino. Y Vamos a hacernos regalos. Cada día al despertarnos propongo que unas a otras nos mandemos sentimientos de cariño, aunque no nos conozcamos. El primer sentimiento y el más grande, que sea para la niña, pequeña y asustada, que todas llevamos dentro. En ese camino que es la vida vamos juntas y en un tramo u otro todas rompemos en llanto. No pasa nada, dejemos que las lágrimas resbalen por nuestras mejillas. Las lágrimas son mano de santo, aligeran el dolor, limpian el corazón y dejan espacio a la calma. Si tenemos que llorar, lloramos, no pasa nada. Cuanto más grande sea la llorera, más liviana y alegre se siente el alma. Otro de los regalos que quiero compartir es la alegría. ¿Por qué no sentir destellos de felicidad? ¿A caso no lo merecemos?En el otro lado, nuestros hijos, padres, madres, maridos, esposas, abuelos, amigos y hermanos son felices y su felicidad es más completa si intuyen la nuestra. Vamos a juntar cada día trocitos de amor y cuando tengamos una bola grande, la envolvemos en un papel bonito, le colocamos un lazo grande y se la regalamos.

Vamos a ser todas una; las que se levanten con fuerzas, que vistan y peinen a las que desfallezcan. Las que desfallezcan, que se dejen vestir y peinar porque, tal vez mañana, se sentirán ellas con la fuerza de mimar.

No estamos solas, de verdad. En este planeta que gira alrededor del sol, en este Universo infinito, el plan es perfecto y todo, todo, es posible. No existe solo una verdad.

BUSCANDO EL AMOR PURO

Qué complicado resulta quedarnos solo con el amor y deshacernos de los cien hilos de colores que lo sujetan y de los mil invisibles que lo mantienen tenso, le impiden arrancar feliz el vuelo, y lo atan en corto como les ocurre a las cometas. Si fuera amor puro lo que sentimos por los hijos, les dejaríamos el mundo en sus manos y el cielo entero. Pero ay! cuelgan tantan cosas de ese amor que, a menudo, queda atenazado… Eso nos ocurre con nuestros hijos vivos y muertos, así nos sentimos nosotros y se sienten ellos. A mi me va a costar más vida de la que tengo deshacer nudos para ir soltando lastre, pero que sepan mis dos hijos que mi ilusion, mi mayor éxito, es que vuelen libres y ligeros.

TODA MUERTE DE UN SER QUERIDO DEJA UN VACÍO

 

Hace tres días que mi madrina, muy querida por mí, ha muerto después de una larga enfermedad, que le ha causado sufrimiento y la ha tenido hospitalizada durante largos periodos de tiempo.

Su muerte, después de tanto sufrir, es para ella una liberación y también lo es para las personas que la queríamos. Sus hijos y su sobrina la han acompañado a diario y amorosamente durante la larga travesía de su enfermedad y seguro que están agotados, tristes y también en paz por todo lo que han hecho por ella. Su muerte no es desgarradora como la muerte de un hijo, pero como todas las muertes sentidas deja un enorme vacío. Para mí mi madrina ha sido un referente. Ha estado presente em mi vida en momentos cruciales; cuando ella todavía era una estudiante de enfermería asistió en casa a mi madre el día en que nací ­­-fue la primera persona que me cogió en brazos-; durante mi adolescencia me sentí reconfortada por ella y la noche en que desconectaron a mi hijo Ignasi, en el hospital de Bellvitge, estuvo conmigo, aguantando mi dolor.

Ahora, tras su muerte, como sucede siempre que atravesamos un duelo, nos toca a los que nos quedamos aprender a llenar ese vacío, a relacionarnos con el ser que se ha ido de manera distinta, pero igualmente amorosa. Para eso es preciso que, poco a poco, lo empecemos a sentir en nuestro corazón. Eso no sucede porque sí, requiere siempre una transformación que nace de un trabajo interior. Nada es igual que antes cuando muere un ser querido. El camino que llevamos hecho con otros duelos nos sirve, en parte, si hemos podido transmutar las ausencias en amor, con ese amor en mayúsculas, el que nos permite amarnos un poco más a nosotros y a la vida… Pero el camino del nuevo duelo lo hemos de recorrer también en solitario, es distinto a los anteriores y por tanto desconocido. A medida que dejamos fluir las emociones que afloran y descubrimos en nosotros dependencias y antiguos dolores ocultos, sin rechazarlos ni esconderlos, el duelo se transforma en otra gran oportunidad de amar la vida.

HACER ALGO CREATIVO CON EL DOLOR

 

Acostumbramos a asociar la creatividad con la pintura, la literatura, la escultura o cualquier otra manifestación de lo que denominamos arte. Pero en realidad la creatividad se encuentra en la esencia de todo. No hay ninguna acción ni pensamiento, que encierren amor, que no sean creativos, en el sentido más amplio, bonito y positivo. Por eso todos podemos ser creativos. Una tortilla de patatas hecha con amor puede ser una obra de arte, lo mismo que hacer un precioso ramo de flores con la intención de alegrar la casa.

Son muchas las cosas que solemos hacer por inercia o por obligación y esas cansan, pero si las mismas cosas las hacemos con ilusión, con cariño, en vez de quitarnos nos dan energía. Precisamente durante el duelo, como el dolor desgasta tanto, hemos de estar muy atentos a eso. Hemos de procurar hacer algo creativo cada día, por pequeñito o insignificante que sea. Por ejemplo, ofrecer algo tan sencillo como una sonrisa o una mirada cariñosa, crea en la persona que la da y en la que la recibe una agradable sensación de bienestar, por muy efímera que sea. Hay que buscar eso, sumar destellos de amor que alimenten poco a poco el alma.

Todos tenemos algún don, algo que hacemos bien y podemos ofrecer a los demás y, precisamente, dar es la otra llave que abre nuestro corazón. Es normal que al principio del duelo nos encerremos porque el dolor es tan intenso que instintivamente nos replegamos. El mundo nos es ajeno y nos hiere, porque nos hemos quedado en carne viva. El bálsamo vuelve a ser el amor, mimarnos a nosotros mismos como mimaríamos a nuestros hijos. Ellos nos aman incondicionalmente y, tanto los vivos como los muertos, quieren lo mejor para nosotros. Recibir con gratitud y dar con amor, esa es la salida que nos conduce a la salvación.

No tenemos que ser buenos porque nos lo exijan las religiones, ni los Estados, ni las normas sociales. Hemos de cultivar la bondad porque sabemos que todos somos uno, que lo que damos lo recibimos, que la felicidad de los demás es también la nuestra, que crear armonia nos da paz. Querer lo mejor para los demás es lo mismo que querer lo mejor para nosotros.

DISFRUTAR DE SER MUJER (DIARIO)

 

8 de julio de 1999

(Mediodía)

Me ha venido la regla sin dolor, como cuando era joven. Hace más de nueve o diez años que no me ocurría. Y, reflexionando sobre esto, se me ha ocurrido que tal vez se deba a que últimamente me acepto más. No lucho contra nada e intento disfrutar de lo poco que hago y de lo que soy.

Las mujeres de mi generación hemos vivido un cambio social que nos ha proporcionado libertad, pero también confusión y contradicciones internas. Nuestras madres todavía viven siguiendo el modelo tradicional de mujer, mientras que nosotras, sin ninguna referencia previa, hemos “conquistado el mundo” que durante generaciones pertenecía sólo a los hombres.

Me he pasado toda la vida potenciando mi lado masculino. Primero porque mi madre quería un niño cuando yo nací, y luego porque yo no quería parecerme a las mujeres que no pueden elegir su propia vida. Hasta que no tuve hijos todo parecía ir bien, pero al nacer Ignasi me di cuenta que había algo más importante para mí que tener“éxito en el trabajo”. Y luche cuanto pude, como muchas, para compaginar la maternidad con mis expectativas profesionales. Con el tiempo me doy cuenta que no hay nada más gratificante que disfrutar sin reservas de todo lo que conlleva criar tu misma a un hijo. Me dan pena las personas, hombres y mujeres, que se pierden lo mejor de sus bebés. Que dejan en manos de abuelas y canguros su verdadero tesoro. Y me dan también mucha pena los niños que llegan a casa y saben que, hasta muy tarde, la única compañía que encontrarán será la del televisor o el ordenador.

Los niños, cuando son pequeñitos, necesitan que les miremos, que les reafirmemos con nuestras expresiones de cariño, de aprobación, de ilusión y de enfado. Con los años la distancia se va ensanchando de forma natural, pero los padres nunca podemos estar ausentes. La frase: “es mejor la calidad que la cantidad” es una verdad a medias. La cantidad no tiene por qué ser de baja calidad… Ni la calidad tiene por qué concentrarse en un par de horas al día. A los hijos hay que procurar darles el 100 por 100 de nuestro amor eternamente. Las mujeres, los hombres, las instituciones, las empresas, de forma individual y colectiva, deberíamos reflexionar sobre esto. Abandonar los extremos y buscar soluciones intermedias. Porque si seguimos así, en el fondo, salimos todos perdiendo.

CUANDO LA REALIDAD SE ROMPE

Cuando los médicos nos comunican que nuestro hijo no va a vivir, lo que nosotros entendemos como nuestra realidad, se rompe. Nuestra concepción del mundo se derrumba. De pronto, nuestros conceptos; nuestra forma de pensar, de mirar, de sentir entran en lo que podríamos llamar otra dimensión. El tiempo se paraliza y vivimos en lo que se podría considerar la dimensión del dolor. Cualquier cosa, por grande, pequeña, abstracta o concreta que sea adquiere un matiz distinto, desconocido. El invierno, el verano, el otoño, la primavera, el sueño, la seguridad, el hambre, el calor, el frío, los árboles, el dinero, el mar, el trabajo, la gente… todo, absolutamente todo, deja de ser aquello que conocíamos.
En esa dimensión nos movemos como a ciegas. Nada es previsible, porque nunca antes hemos vivido algo así. Cualquier cosa, aunque sea algo tan simple como mirar el cielo, nos puede desencadenar un torrente de emociones incontrolables. Las punzadas de dolor llegan sin previo aviso. Y nos sentimos muy desamparados.
La dimensión del dolor, donde nos encontramos, está llena de miedo, culpa, tristeza remordimiento, confusión, rabia, incomprensión… Es asi. A ratos nos envuelve una de estas emociones, en otras ocasiones se mezclan, se funden hasta que una de ellas adquiere más intensidad y sobresale. Y esos sentimientos pueden variar en cuestión de horas, de minutos. Esto es el duelo: un túnel oscuro lleno de fantasmas.
Cuando nuestros hijos pequeños o adolescentes nos ven así, perdidos, todavía se asustan más. Están acostumbrados a que los adultos tengamos solución para todo y nos miran angustiados esperando una respuesta, algo donde agarrarse y mantenerse a flote. Nada sirve excepto el cariño que les podamos transmitir. En esos momentos, más que nunca, nos hemos de guiar por el amor. En el sentido más amplio y universal de la palabra. Hay que hacer un esfuerzo inmenso para escapar del pasado, del apego a nuestra vida de antes, y limitarnos a vivir cada instante como si fuéramos bebés. Intentando buscar en cada persona, en cada cosa o situación un resquicio de luz, de esperanza, de solidaridad. Luchar para ver el lado positivo. Igual que los escaladores ponen los cinco sentidos en cada paso, en cada metro de escención, así hemos de agarrarnos al lado bueno de la vida, dispuestos a cambiar a cada instante. Este es el objetivo. La salida. El camino es duro, porque nos encontramos inmersos en una locura de emociones. Tristes, muy tristes y con el corazón roto. Pero ¿de qué sirve quedarse en el sufrimiento? De nada. Sólo nos hunde más en la depresión. Lo mejor que podemos hacer con la vida que nos queda es vivirla, disfrutarla. Procurar estar bien es un acto de amor a nuestros hijos, a nosotros mismos y a todos los que nos quieren. Y ya se sabe que los pequeños aprenden con el ejemplo.

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