LA ISLA
Llevo unos días con la añoranza subida. La ausencia de Lluís se hace más presente que mi realidad cotidiana. Parece un contrasentido, ¿verdad? que alguien que no está, sea más presente que lo que sí está. Es lo que tiene el duelo.
He estado unos días en Menorca, por primera vez sin él. La isla, nuestra isla, guarda maravillosos recuerdos de nuestros veranos, cuando éramos cuatro. Él, yo y los niños. Una época, feliz, llena de risas.
Luego vino la muerte, repentina, de nuestro primogénito, Ignasi, y la isla nos arropó a los tres con un amoroso silencio.
Más tarde, despacio, llegaron nuevos veranos amorosos con amigos del alma, de esos que acompañan como si estuvieras solo. Y volvimos a ser felices.
Ahora me toca a mi, en solitario, sentir y agradecerle a la isla todo el amor que nos ha dado. De momento, he dado el primer paso, acompañada por esos amigos del alma de los que he hablado. Estoy contenta y triste. Es así como me siento.
LA HERMOSURA DE LAS COSAS SENCILLAS
PRIMAVERA/OTOÑO
Hoy empieza la primavera en el hemisferio Norte, en el que yo vivo, y el otoño en el hemisferio Sur. Aquí comienza a florecer todo y en el Sur corre una brisa que, con suavidad, invita, despacio, al recogimiento.
Para las personas que atravesamos un duelo, los cambios de estación requieren sosiego, porque las emociones están a flor de piel. Y si hay tristeza, enojo o desencuentros atrasados resurgen ahora, con fuerza, en sueños, pensamientos, situaciones y encuentros inesperados.
Es como si la naturaleza nos diera un tiempo para baldearnos, para hacer un «reset». Pero, antes, tenemos que pasar unos días mirando a los ojos a aquello que, quizá, sin ni siquiera saberlo, nos disgusta, nos hizo daño.
Al principio, yo me resisto, miro para otro lado, no quiero entrar es el desván dónde guardo mis inseguridades, mis miserias, mis heridas ancestrales. Pero, ¡ay!, llega la primavera y no quiero quedarme atrás, quiero vivirla, sin resistencias.
Con sutileza intento entenderme, necesito mucha paciencia conmigo misma porque suelo ser esquiva, me acomodo en la tristeza o me vuelvo irascible o todo a la vez. Procuro persuadirme con palabras de aliento, me recuerdo que lo he hecho otras veces eso de mirarme por dentro, que no pasa nada por sacarle el polvo y acariciar mis miedos.
Y en eso estoy, dándome tiempo para estar como estoy y poder florecer, sin travas, sintiendo el impulso de la vida.
DEL CAOS A LA CONSTRUCCIÓN
CHARLA SOBRE EL DUELO
Estaré encantada de estar un ratito con vosotras/os.
CREAR ARMONÍA
A mi me reconforta alejarme del barullo de mí misma, para observarme con ternura. Estar un ratito conmigo, sin hacer nada más que sentir el calorcito de la calma.
En este espacio sagrado, juego a imaginarme cosas bonitas. Cierro los ojos y veo a mis seres queridos alegres, felices y eso me da paz.
Los seres que amo, estén vivos o muertos, lejos o cerca, son una parte de mí, no existe entre ellos y yo separación.
Nos une el amor que, aunque no se ve, es tangible.
En esos ratitos que me regalo, el silencio es dulce, me dejo mecer por el cariño y me siento agradecida por la vida que tengo.
LAS NOCHES DEL ALMA
Cuando atravesamos un gran duelo, lo que antes parecía sólido se desvanece. Nada que no se sustente en el amor nos ayuda a vivir. Es así, es fácil comprobarlo; una mirada dulce, un silencio amable, un abrazo cálido y sincero o cualquier otra muestra de cariño pueden suavizar, incluso darle la vuelta a un día negro. El amor funciona en ambas direcciones, tanto si lo damos como si lo recibimos.
Pero no es fácil crear armonía mientras bulle la rabia, nos atenaza el miedo o nos asfixia la tristeza. Emociones muy presentes durante el duelo, difíciles de apaciguar. La manera que yo conozco es sintiéndolas. No mirar hacia otro lado. Ahora toca llorar y gritar, para poder sonreír a ratos. Con honestidad, sin juzgarnos. Abrirnos al dolor sin resignarnos.
TERNURA
Con qué facilidad se me olvida ser dulce y mimosa conmigo misma!
Sé, que cuanto más amor siento por mí, más amor puedo ofrecer a los demás, pero la exigencia y las prisas por llegar a no sé dónde, reaparecen una y otra vez, embrollándolo todo.
Por eso, a menudo tengo que recordarme que hay que vivir un día a la vez, que, en la vida, la gracia está en el viaje, porqué el destino final, la meta la conocemos todos, aunque siempre nos sorprende.
Cuando paro y de la mano del silencio sintonizo con mi alma, con mi chispita divina, me doy cuenta que si envuelvo con ternura mi dolor, mi miedo o mi desasosiego, se produce el milagro de la alquimia. Lo que me producía terror pierde fuerza, se desvanece y suele aparecer la calma.
16 de febrero hará un año que Lluís, mi marido, murió y, como el cuerpo tiene memoria, he iniciado un plan de ternura hacia mi misma; flores, paseos, nada de críticas, algunos caprichos y, sobre todo, intento abrir mi corazón a la ayuda de la gente que me quiere aquí en la tierra y en el cielo.
TODAS JUNTAS
En estos momentos que la sensibilidad está a flor de piel, es bueno saber que no estamos solas. El camino del duelo es personal e intransferible, sí, pero que bien sienta rodearnos de cariño, ¿verdad? Pues eso, propongo que empecemos por crearlo nosotras.
Sé que hay días que no es posible, que cuesta incluso salir de la cama. Si hoy tienes un día de estos, permítetelo, con la intención puesta en dejarte mecer por esos rayitos de luz que te mandan tus seres queridos, por la fortaleza que surge de tu interior, por la energía amorosa que somos capaces de mover todas juntas.
No hagas caso de los pensamientos aterradores, déjalos que pasen como las nubes, ánclate en tu propia ternura y háblate con la dulzura que le hablarías a un bebé. Todos somos aprendices de la vida, tesoro, de lo esencial sabemos muy poco o nada. Tan solo podemos explorar y hacer grande lo que nos ayuda, que casi siempre es algo relacionado con crear armonía.
A mi me va bien sentir el amor y la fuerza de los que me han precedido, esa que en mis momentos claros intento transmitir a mis descendientes, estén vivos o muertos. Esa que me gusta imaginar que nos envuelve a todos.
LAS COSAS SENCILLAS
Me dejo mecer por la nostalgia con ternura. Eso es lo que hago cuando, al despertar estos días, me envuelve la aspereza, la crudeza de las ausencias. Cuando siento esa sensación de soledad inmensa, respiro en ella unos instantes, con suavidad, sin querer huir, para que no se ofenda.
Luego, invoco en mi al amor y, de su mano, van apareciendo los momentos en que he sido feliz, a cara descubierta, sin máscaras, como una niña. Esos destellos de dulzura los atesoro yo, están en mí, y tengo el poder de crear más si abro mi corazón y dejo fluir, sin temor, el cariño.
Las cosas sencillas, como tener flores en casa, escuchar música, leer, mirar el cielo, dejarme acariciar por el sol de invierno, me reconfortan. Y, sobre todo, intento ser dulce y amable conmigo misma.
Sé que nada es como antes, sé el desgarro que producen las ausencias y por eso sé que merece la pena sembrar semillas de ternura, aunque a veces parezca una misión imposible.
Todas las personas amadas que han estado en nuestra vida y se han ido nos han dejado regalos, que vamos abriendo con el tiempo. Da igual que estén aquí o allá, nos miman y nos acompañan siempre. A mi me parece que nada, ni un átomo de amor se pierde en el universo.
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