nacer

DÍAS DE PRIMAVERA

 

Durante la primavera, las emociones despiertan alocadas, con ímpetu, como lo hace la propia vida. No es una estación fácil para las personas en duelo, ¿pero cuál lo es? Todas encierran recuerdos, días especiales, aniversarios… Quizá en primavera, cuando todo vuelve a nacer, la nostalgia de las ausencias se hace más presente. Mis primeras primaveras fueron duras, muy duras, como imagino lo son las de las madres y padres que empiezan ahora su camino de duelo. Por eso, me gustaría tomarles de la mano y susurrarles que todo pasa, que a los días negros les siguen otros mejores, que tengan esperanza, que no desfallezcan. Que la vida duele, sí, pero también es hermosa. A mi me encantaría dejar a todos los hijos de herencia la belleza. Que Jaume pudiera gozarla porque la ha visto en mis ojos. Porque sé que la dulzura que atesoramos alegra el alma de nuestros seres queridos muertos, acorta la distancia entre los dos mundos y es más fácil sentirlos en nuestros corazones.

CÓMO CUIDAR A NUESTROS HIJOS MUERTOS

 

Así como a algunas personas les cuesta nacer, a otras, una vez muertas, les cuesta irse de este mundo. La noche en que desconectaron a mi hijo los médicos no me permitieron estar presente. Se lo supliqué varias veces pero imagino que, como inmediatamente entraba en un programa de donación de órganos, era imposible que nadie que no fuera del equipo médico estuviera presente. Entonces le dije a la doctora que habló conmigo que tendría que ser ella la que le dijera a Ignasi que siguiera la luz, que contaba con el cariño de los suyos para irse tranquilo.

Tanto Lluís como yo hubiésemos dado nuestra vida por la suya, pero como eso no es posible, al menos intentamos suavizarle el camino. Por suerte yo había leído los libros de Elisabeth Kübler-Ross y sabía que no es lo mismo marchar con el consentimiento de las personas que quieres que sin él. Tiempo después se lo conté a un amigo y me dijo que él nunca podría hacer eso; que no podría darle permiso a su hijo para que se fuera.

“Ponte en el lugar de la persona que se tiene que marchar–le dije–. ¿Verdad que si una noche quedas para ir a cenar con tus amigos te irás más tranquilo si tu mujer acepta con agrado que salgas y te diviertas? Pues eso, salvando las distancias, es algo parecido.

Cuando no tienes más remedio que dejar este mundo, tu energía se eleva con más facilidad si no te retienen tus seres queridos.

Con eso no digo que haya que reprimir el llanto o la pena. Durante la larga travesía del duelo hay que aceptar y dejar fluír todas las emociones y llorar alivia mucho, pero para no preocupar a Ignasi yo le decía que estuviera tranquilo, que lloraba por mí no por él, y que ya aprendería a vivir sin su presencia física. Siempre que tenía un mal momento le recordaba que era cosa mía, que él siguiera con lo suyo, que el aprendizaje del desapego me tocaba a mí, que él estuviera atento a las instrucciones de los seres de luz que me imagino hay al otro lado, los maestros que cuidan de su evolución.

Si mi hijo estuviera aquí yo intentaría que fuese feliz, me equivocaría en muchas cosas, como a veces me pasa con Jaume, pero mi intención estaría puesta en su felicidad. Yo no sé mucho de la vida después de la muerte pero lo suficiente para entender que los lazos de amor no se rompen y que cuanto mejor estoy yo, mejor están los míos, porque ellos son más felices si me ven feliz.

DISFRUTAR DE SER MUJER (DIARIO)

 

8 de julio de 1999

(Mediodía)

Me ha venido la regla sin dolor, como cuando era joven. Hace más de nueve o diez años que no me ocurría. Y, reflexionando sobre esto, se me ha ocurrido que tal vez se deba a que últimamente me acepto más. No lucho contra nada e intento disfrutar de lo poco que hago y de lo que soy.

Las mujeres de mi generación hemos vivido un cambio social que nos ha proporcionado libertad, pero también confusión y contradicciones internas. Nuestras madres todavía viven siguiendo el modelo tradicional de mujer, mientras que nosotras, sin ninguna referencia previa, hemos “conquistado el mundo” que durante generaciones pertenecía sólo a los hombres.

Me he pasado toda la vida potenciando mi lado masculino. Primero porque mi madre quería un niño cuando yo nací, y luego porque yo no quería parecerme a las mujeres que no pueden elegir su propia vida. Hasta que no tuve hijos todo parecía ir bien, pero al nacer Ignasi me di cuenta que había algo más importante para mí que tener“éxito en el trabajo”. Y luche cuanto pude, como muchas, para compaginar la maternidad con mis expectativas profesionales. Con el tiempo me doy cuenta que no hay nada más gratificante que disfrutar sin reservas de todo lo que conlleva criar tu misma a un hijo. Me dan pena las personas, hombres y mujeres, que se pierden lo mejor de sus bebés. Que dejan en manos de abuelas y canguros su verdadero tesoro. Y me dan también mucha pena los niños que llegan a casa y saben que, hasta muy tarde, la única compañía que encontrarán será la del televisor o el ordenador.

Los niños, cuando son pequeñitos, necesitan que les miremos, que les reafirmemos con nuestras expresiones de cariño, de aprobación, de ilusión y de enfado. Con los años la distancia se va ensanchando de forma natural, pero los padres nunca podemos estar ausentes. La frase: “es mejor la calidad que la cantidad” es una verdad a medias. La cantidad no tiene por qué ser de baja calidad… Ni la calidad tiene por qué concentrarse en un par de horas al día. A los hijos hay que procurar darles el 100 por 100 de nuestro amor eternamente. Las mujeres, los hombres, las instituciones, las empresas, de forma individual y colectiva, deberíamos reflexionar sobre esto. Abandonar los extremos y buscar soluciones intermedias. Porque si seguimos así, en el fondo, salimos todos perdiendo.

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