REGALOS

QUE BRILLEN LAS ESTRELLAS

Creo que somos muchas las mujeres que, de alguna manera, casi siempre inconsciente, nos sentimos más cómodas cuando no estamos del todo bien, como si nos diera miedo sentir plenitud, alegría, sobre todo a las madres que se nos ha muerto un hijo. Como si arrastráramos a cuestas el pecado original, por el simple hecho de existir.

 

Si a ti te ocurre lo mismo que a mí, ¿no te parece que nos merecemos darle la vuelta a esa creencia?

 

Hemos pasado por lo que muchos consideran lo peor de la vida, que es ver morir a un hijo, hemos recorrido un camino largo, tortuoso, inmensamente doloroso, ¿no crees que, al salir a la luz, después de tanta oscuridad la alegría serena es la recompensa?

 

Nuestros muertos nos han enseñado el amor incondicional y ahora nos toca a nosotras ser valientes y honrarles con la alegría serena. Si estás empezando un gran duelo esto te sonará a herejía. Tal vez tengas miedo a olvidar a esos seres que han partido y quieres con locura. Eso no va a suceder, preciosa, al contrario. Ellos son tus maestros y van a estar presentes siempre.

 

Al principio el dolor lo inunda todo, es normal, necesitamos tiempo y recorrer despacio el camino de introspección que requiere el duelo, pero más adelante tú eliges si los quieres recordar con alegría por todo lo que te han regalado o con amargura por que han partido. A mi me parece que ellos están bien, somos nosotras las que hemos de aprender a estarlo. Y contactar con la alegría es una buena manera de devolverles tanto como ellos nos han dado. Nuestra sonrisa también ilumina, como un cielo estrellado, su camino. Eso sin contar con lo que necesitan los que están aquí vernos de pie y contentas.

¿YA TE FELICITAS?

Vamos a imaginarnos que a esa voz que está en nuestra mente, esa que suele reñirnos, que nos censura, que nos muestra lo que no hacemos bien, lo mal que pueden ir las cosas, lo imposible de darle la vuelta a lo que sea que nos suceda le otorgamos, con cariño, un merecido descanso.

 

En su lugar vamos a poner la atención en felicitarnos cada vez que reímos, que nos miramos con dulzura las arrugas, que recordamos lo valientes que hemos sido en mil y una ocasiones, por acogernos con cariño en las noches de insomnio, por confiar en nuestra intuición, por cada instante que nos sentimos en calma, por apreciar la luz, la belleza.

 

Vamos a imaginarnos que hacemos sitio a otra vocecita, mucho más afable, que nos elogia cuando tendemos la mano a alguien, cuando nos damos un capricho, cuando sentimos placer, cuando nos sorprendemos sonriendo por algo que hemos dicho, cuando al mirarnos a los ojos, en un espejo, sentimos ternura, cuando tenemos ganas de bailar, de pasear por la orilla del mar, cuando nos perdemos en el sofá viendo nuestra serie favorita o sin hacer nada.

No olvidemos felicitarnos por honrarnos a nosotras y a la vida. Ese, creo, es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros seres queridos estén en este o en el otro lado.

EL CAMINO DEL DUELO

 

El 26 de un diciembre tuvimos el accidente. El 28 los médicos confirmaron su muerte cerebral y el 31 tuvo lugar el funeral de nuestro hijo. Una semana trágica la de aquellas navidades de 1998, que ha marcado, sin duda, el resto de nuestras vidas.

 

En esos 25 años transcurridos caben muchas cosas y hoy me alegra decir que la inmensa mayoría han sido buenas, han dado un sentido más amoroso y sereno a mi existencia. Un duelo largo y sentido, de esos que te voltean entera, da para quitar muchas capas de arrogancia, de falsos amarres, de miedos heredados, de creencias que nos mantienen atados.

 

Pero nadie amanece fortalecido de un día para otro. Ese camino, de ineludible transformación, que empieza con una muerte anunciada o repentina hay que recorrerlo paso a paso, sin saltarnos tramos. El dolor del alma, dura lo que dura y hay que vivirlo entero, sin drama, sin caer en la tentación de tirar la toalla y quedarnos enganchados al sufrimiento.

 

Poco a poco, con todas las ayudas que tengamos a mano, vamos cayendo y levantándonos. Aprendemos a respetarnos, a no mentirnos tanto, a preguntarnos qué nos gusta y que no, a hablarnos con dulzura, a arroparnos, a ampararnos, a hacer las pequeñas cosas del día a día con agrado, con cariño, a llorar sin reparos y después lavarnos la cara para ofrecernos una sonrisa sincera.

 

Eso, llorar con ganas es lo primero que hice al despertar este 26 de diciembre, 25 años después, para luego dejarme envolver, con ternura, con el corazón abierto, por el amor infinito de las personas que quiero, estén aquí o allá, incluso por las que hace mil años que no veo.

AMANECER

 

Sobre todo en verano, me encanta despertarme al alba. Cuando la noche se rompe, cuando ya se intuye un nuevo amanecer es para mí un momento íntimo, agradable, mágico.

Durante ese tiempo, mi mundo guarda silencio, tan solo roto por las gaviotas que anidan en el tejado de una iglesia cercana. Somnolienta, disfruto de la pausa, de la ausencia de prisa, lejos todavía del trajín de la vida, de todo lo que traerá el nuevo día.

 

Después de la oscuridad viene la luz y, entre medio, en ese espacio sagrado nos encontramos con nosotros mismos, en tierra de nadie. Es como cuando respiramos profundamente y, antes de sacar el aire lo retenemos unos instantes. Ese es otro lapsus que me conecta, a veces, con el Universo.

 

 

Sé que no es fácil vivir con la incertidumbre que comporta el duelo, pero igual que sabemos que después de la noche viene el día, también, aunque a menudo nos parezca mentira, al dolor, si nos permitimos vivirlo sin drama, le sucede la alegría serena. Ese tránsito es más o menos largo y no termina de golpe, no, primero se intuyen destellos.

 

De nosotros suele depender mantener esa luz prendida, arropándola con ternura, sabiendo que cuando una ráfaga la apaga podemos volver a encenderla, lo mismo que ocurre cada amanecer.

RELACIONES MÁS ALLA DE LA MUERTE

 

Cuando me siento perdida, enfadada, confundida, triste o todo a la vez y me lamento del dolor que he vivido, a menudo, no tardo mucho en recibir información (en mi caso, generalmente, a través de los sueños) que me ayuda a ampliar mi mirada y mejorar mi estado de ánimo.

 

Yo no sé qué hay después de la muerte, no tengo ninguna verdad, no conozco el secreto de la vida, ni porqué estamos aquí, cobijados en esa esfera preciosa que llamamos Tierra, que nos sustenta, que nos nutre como una madre amorosa.

 

De lo esencial no sé nada, pero sí reconozco la calidez que me abraza, lo bien que me sienta el amor que me une a mis seres queridos muertos. En mí continúan las relaciones de amor más allá de la muerte.

Son relaciones distintas de cuando estaban aquí, sí, pero no están estancadas, siguen evolucionando en mi interior, incluso se fortalecen, rozan una ternura infinita. La muerte no ha roto nada, porque el cariño es indestructible.

 

A mi no me han dejado mis abuelos, ni mi hijo, ni mi madre, ni mi esposo, sigo notando su amor, no se han ido porque han querido, porque necesitasen alejarse, porque no me soportaran. No, no, tan solo han muerto como vamos a morir todos. Esos lazos de amor que nos unen, sin atarnos, me dan alas. No hay abandono cuando muere alguien que nos quiere, al contrario, su abrigo persiste y, sentirlo, es tan reconfortante.

VIVIR DESPACIO

En general vivimos con muchas prisas, pero a la que se acercan las fiestas navideñas todo adquiere un ritmo de vértigo, ¿verdad?

 

Si dejamos de lado el impulso de las compras y nos centramos, con lentitud, en las pequeñas cosas, intentando saborear el quehacer cotidiano, entrará posiblemente la calma y la paciencia en nuestra vida. La paciencia nos habla de aceptación y la aceptación siempre va unida al amor.

 

De la mano del amor lo sencillo resulta sanador. Los detalles simples, como detenerse a contemplar la belleza de las hojas amarillas que alfombran las calles, tener una velita encendida y flores en casa, otorgarnos tiempo para leer, para llamar a una amiga del alma o para cocinar con mimo algo para alguien que amamos, reconfortan. Al fin y al cabo nuestro tiempo aquí es limitado y no nos llevamos más de lo que hemos sido capaces de regalar y regalarnos.

NADA ES LO QUE PARECE

 

 

Cada vez estoy más convencida de que todo tiene múltiples lecturas y que la sabiduría consiste en no pasar por alto la que más nos enriquece el alma.

Por ejemplo, hace casi tres semanas me torcí el tobillo, caí y me rompí un hueso, el quinto metatarso del pie izquierdo. Arrastraba una fatiga de meses (quizá de años) y el Universo ha decidido pararme.

Primero, me enfadé; tenía muchas cosas que hacer, no podía estar tumbada en el sofá todo el día. Pero luego he ido comprobado el regalo inmenso que supone estar conmigo misma, aparentemente sin hacer nada.

Agradezco infinitamente este “accidente” que me permite practicar, sin distracciones, el propósito de mi alma que no es otro, en última instancia, que quererme, tratarme con dulzura y mirarme con compasión, que nada tiene que ver con la pena. No soy víctima de nada, más bien me siento afortunada.

El parón obligatorio me está permitiendo, sobre todo, indagar a mis anchas en mis antiguos recelos con una mirada más amorosa, sin presión ni culpa. Me encantaría saberlo hacer de otra manera, pero de momento acepto que es como es y no como me gustaría y está bien que así sea.

“El plan es perfecto”, aunque a veces nos cuesta lágrimas de sangre entenderlo y no me refiero ahora al pie roto, sino a la muerte de mi hijo Ignasi. Antes de nacer, probablemente pactamos lo mejor para nuestra evolución y la de las almas que amamos.

Luego, aquí, en la tierra, no entendemos nada, pero ahora que he dejado atrás el desgarro lacerante de mi duelo solo puedo que agradecer a Ignasi su inmensa generosidad por lo que nos ha enseñado a todos en casa. Su muerte nos ha permitido desplegar nuestras alas. Nadie, sin duda, quiere pagar un precio tan alto, lo sé, pero como no hay vuelta atrás, sí podemos honrarlos creando amor, en vez de resentimiento.

Si optamos por crear un mundo mejor, a pesar de los pesares, todos saldremos ganando, porqué la muerte no existe, el alma es eterna, somos chispitas divinas, aquí y en otro lado, y el amor nunca cae en saco roto. La energía no se crea ni se destruye, resuena hasta en el último confín del Universo. De eso habla el libro que estoy leyendo “El plan de tu alma”, de Robert Schwartz (https://yolyor.files.wordpress.com/2015/09/el-plan-de-tu-alma-robert-schwartz.pdf). Os lo recomiendo.

 

EL PODER DE LOS ABRAZOS

 

A mi me parece que cuando nos abrazamos con el alma caen las máscaras, se desvanecen los miedos y una dulce calidez nos envuelve.

 

Los abrazos sinceros, largos, sentidos nos arropan desde el corazón cuando estamos en duelo. El contacto físico, la proximidad del otro nos calma, y, a menudo, ofrece más sosiego que las palabras.

 

Esos abrazos que dan paz, que nos transmiten memorias ancestrales de ternura, son un bálsamo al que siempre podemos recurrir, si dejamos de lado el velado temor de sentirnos plenamente humanos y en comunión.

 

Al fin y al cabo todos, en algún momento de nuestras vidas, nos sentimos huérfanos de ternura y necesitamos, más que el aire, ese abrazo amoroso que tiene el poder de aliviar la desazón que, a veces, nos produce estar vivos.

 

 

 

 

¿TE PERMITES SOSTENER LA ALEGRÍA?

 

Recuerdo que al principio de mi gran duelo, de repente, en medio del dolor que lo cubría todo como una niebla espesa, sentía destellos de luz, de alegría o de amor en estado puro que duraban nada, pero de tal intensidad que, seguramente, impedían que me muriera.

 

Esos destellos eran como agua en el desierto, como el faro que nos guía en medio de la tormenta. ¿Cómo podía hacerlos grandes y que duraran?

 

No sabía entonces que la alegría es una actitud, ni tampoco era consciente que yo, por mi forma de ser, me sentía más cómoda en la ansiedad y la tristeza.

 

La alegría se me escurre como agua entre las manos, no sé muy bien cómo sostenerla. Quizá hay en mi alguna creencia antigua que me hace sentir que traiciono al mundo y de paso a todos mis ancestros si me siento contenta. A eso he decidido darle la vuelta porqué ahora sé que la alegría sale de dentro, se convierte en un hábito y resulta muy contagiosa.

 

No traiciono a nada ni a nadie si sostengo mi alegría, al contrario planto así buenas semillas que, con suerte, florecerán en el corazón de los que quiero. Me encantaría dejar, cuando me muera, una gran cantidad de alegría para mis hijos, mi nieto y todo aquel que la quisiera.

HAY UN MUNDO POR DESCUBRIR

 

Probablemente ahora el dolor te ahoga, tu realidad ha estallado en mil pedazos y tienes miedo. Así comienzan los grandes duelos, esos que nos dejan a años luz de lo conocido.

 

Han saltado por los aires tus falsos amarres y, por eso, aunque no lo creas, se vislumbra ante ti la maravillosa posibilidad de conectar con la fuente, contigo misma, con la esencia.

 

No busques fuera, el camino que te conducirá a la otra orilla se encuentra dentro de ti. Eres tú la única que puede iluminar con dulzura tu lado oscuro.

 

Abre tu corazón y deja que las buenas personas te sostengan cuando desfallezcas. Déjate envolver por lo que sientes. No te resistas al dolor, tan solo atraviésalo agradeciendo su poder transformador. No vas a volverte loca. No.

 

Vas a explorar otros lados de la vida, vas a despojarte de creencias caducas, de memorias familiares antiguas que, en su momento quizá fueron útiles pero ya no lo son, no te sirven.

 

No traicionas a nadie ni a nada si decides ampliar, con amor, tu mirada. ¡Hay tanto por hacer y es tan necesario contribuir, con cariño, a crear entre todos un mundo mejor!

 

No se trata de sumar nuevas responsabilidades, al contrario, deshazte de los “deberías”, a partir de ahora olvídate del “deber” y empieza el día con la ilusión de sentir destellos del placer. Recuerda la ilusión de los días felices de cuando eras niña.

 

Tal vez estés triste, resentida o amargada o todo a la vez, pero si sigues creyendo que la vida o quien sea te trata mal, vas a sumar un calvario a la ya de por sí difícil travesía del duelo.

 

Hay otros mundos más alegres y tus seres queridos muertos soplan las velas de tu barca para que arribes a buen puerto y los reencuentres.

En el fondo sabes que solo el amor merece la pena. No importa que lo olvides a menudo ellos, los que ya no está aquí, siguen y estarán siempre en tu corazón para recordártelo. El Universo entero conspira a tu favor, dalo por hecho.

 

Para encauzar el rumbo tienes el perdón, la gratitud, la amabilidad, la belleza del amanecer, del atardecer, del cielo nublado, del mar, de los árboles, de las miradas inocentes y traviesas de los niños, la música, la escritura, la pintura, el placer de crear hogar cocinando si te gusta, las caricias, los abrazos, las sonrisas, tu valentía aunque tengas miedo, la paciencia contigo misma… No te quedes con lo malo, simplemente acúnalo con suavidad hasta que se desvanezca. ¡Hay tanto bueno por descubrir!

 

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