REINVENTARSE

¿YA TE FELICITAS?

Vamos a imaginarnos que a esa voz que está en nuestra mente, esa que suele reñirnos, que nos censura, que nos muestra lo que no hacemos bien, lo mal que pueden ir las cosas, lo imposible de darle la vuelta a lo que sea que nos suceda le otorgamos, con cariño, un merecido descanso.

 

En su lugar vamos a poner la atención en felicitarnos cada vez que reímos, que nos miramos con dulzura las arrugas, que recordamos lo valientes que hemos sido en mil y una ocasiones, por acogernos con cariño en las noches de insomnio, por confiar en nuestra intuición, por cada instante que nos sentimos en calma, por apreciar la luz, la belleza.

 

Vamos a imaginarnos que hacemos sitio a otra vocecita, mucho más afable, que nos elogia cuando tendemos la mano a alguien, cuando nos damos un capricho, cuando sentimos placer, cuando nos sorprendemos sonriendo por algo que hemos dicho, cuando al mirarnos a los ojos, en un espejo, sentimos ternura, cuando tenemos ganas de bailar, de pasear por la orilla del mar, cuando nos perdemos en el sofá viendo nuestra serie favorita o sin hacer nada.

No olvidemos felicitarnos por honrarnos a nosotras y a la vida. Ese, creo, es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros seres queridos estén en este o en el otro lado.

EL CAMINO DEL DUELO

 

El 26 de un diciembre tuvimos el accidente. El 28 los médicos confirmaron su muerte cerebral y el 31 tuvo lugar el funeral de nuestro hijo. Una semana trágica la de aquellas navidades de 1998, que ha marcado, sin duda, el resto de nuestras vidas.

 

En esos 25 años transcurridos caben muchas cosas y hoy me alegra decir que la inmensa mayoría han sido buenas, han dado un sentido más amoroso y sereno a mi existencia. Un duelo largo y sentido, de esos que te voltean entera, da para quitar muchas capas de arrogancia, de falsos amarres, de miedos heredados, de creencias que nos mantienen atados.

 

Pero nadie amanece fortalecido de un día para otro. Ese camino, de ineludible transformación, que empieza con una muerte anunciada o repentina hay que recorrerlo paso a paso, sin saltarnos tramos. El dolor del alma, dura lo que dura y hay que vivirlo entero, sin drama, sin caer en la tentación de tirar la toalla y quedarnos enganchados al sufrimiento.

 

Poco a poco, con todas las ayudas que tengamos a mano, vamos cayendo y levantándonos. Aprendemos a respetarnos, a no mentirnos tanto, a preguntarnos qué nos gusta y que no, a hablarnos con dulzura, a arroparnos, a ampararnos, a hacer las pequeñas cosas del día a día con agrado, con cariño, a llorar sin reparos y después lavarnos la cara para ofrecernos una sonrisa sincera.

 

Eso, llorar con ganas es lo primero que hice al despertar este 26 de diciembre, 25 años después, para luego dejarme envolver, con ternura, con el corazón abierto, por el amor infinito de las personas que quiero, estén aquí o allá, incluso por las que hace mil años que no veo.

HOGUERAS DE SAN JUAN

 

El calor silencia durante las primeras horas de la tarde mi calle. He bajado las persianas venecianas, para obtener algo de frescor y tamizar la luz y, de repente, se han hecho presentes otros veranos ya vividos.

La suave penumbra y la nostalgia me han llevado a la algarabía de las plazas en junio. A la excitación de los finales de curso, a la ilusión de los días largos y de las noches de fiesta, como la de San Juan.

 

Y durante unos instantes intensos me he imaginado bailando, de muy joven, en una verbena que guardo con mucho cariño en mi alma, he añorado los abrazos de seres queridos, de amigos que hace mil años que no veo, pero que siguen estando en mi corazón.

 

Me da fuerza invocar a la gente que quiero, estén aquí o no, el amor va más allá de la ausencia y me reconcilia con las ganas de vivir, de renacer después de cada tormenta. Se acerca la noche mágica, la del solsticio, la que marca el inicio del verano en mi hemisferio, esa noche ancestral en la que se encienden hogueras para quemar miedos y pedir deseos.

RECONCILIARNOS CON LA VIDA

De repente viene un golpe seco; un accidente, un diagnóstico irreversible, una mala noticia… y todo lo que nos parecía sólido se desvanece. Nos quedamos con la sensación de andar a ciegas, sin agarraderas, con el corazón tiritando.

 

Durante los primeros tiempos de un gran duelo, bastante hacemos con levantarnos de la cama y no sucumbir al desespero, a la rabia, a la locura…

 

La aceptación no llega de un día para otro. Si nos quedemos quietos, resignados, abrazados al dolor perpetuo, cerramos las puertas a darle un nuevo sentido a la vida. Y perdemos la oportunidad de salir fortalecidos.

 

Volvemos a la vida despacio, agradeciendo los momentos de calma, los tenues destellos de alegría, la capacidad de andar, de respirar, de recibir o dar un abrazo. Apaciguamos el alma viendo en la sencillez de lo cotidiano un regalo.

 

Nos reconciliamos de la mano de la amabilidad, de las palabras cariñosas, de las miradas de aprobación, de la ternura y el respeto hacia nosotras mismas. Así, poco a poco, vamos ganando fuerza, sintiéndonos cada vez más cerca del amor de los que han partido.

 

Y un día nos damos cuenta que en nosotras está crear momentos felices, independientemente de lo que n

ESCUCHA A TU CORAZÓN

 

Estamos tan acostumbrados al ruido de la mente, a esa voz recurrente y familiar que identificamos como nuestra, que, sin darnos cuenta, le entregamos el mando y dejamos de lado infinidad de nuevas y mejores posibilidades.

No somos lo que pensamos, nuestra esencia va más allá de la mente, todos somos capaces de reprogramarnos, de hacer limpieza de creencias obsoletas, de sentencias que parecen inamovibles.

 

No es fácil, los cambios nos suelen asustar, en nuestra cultura impera el «más vale malo conocido que bueno por conocer». Salir de lo que nos es cotidiano nos produce desasosiego, pero es la única manera de avanzar.

 

Y, precisamente, en época de incertidumbres y pandemias, la vida nos pide saltar al vacío y dejar atrás lo que teníamos. Son muchos los duelos que atravesamos ahora y, cuando estamos en el epicentro del miedo, cuesta ver la luz del sol que hay por encima de la nubes. Lo sé.

Sí, suele reinar el caos y el dolor antes de que surjan nuevas realidades que, probablemente serán más luminosas. Recuerdo que cuando era pequeña y me dolían las piernas, mi madre me decía, «eso es que estás creciendo».

No tengas en cuenta el «run-run» de tu mente, escucha a tu corazón, deja que te inunde la tristeza, la añoranza o el miedo, con la intención puesta en no rehuir ni aferrarte a ninguna emoción.

Ese duelo privado y colectivo que estamos viviendo, más que nunca, nos invita a vivir día a día, incluso minuto a minuto. No quieras ir más allá, simplemente recuerda que, después de la tormenta el cielo se despeja y vuelve la claridad.

 

Ni tú ni yo, ni ninguno de tus seres queridos estamos solos. De alguna manera todos nos acompañamos en este gran salto cuántico que vive ahora la humanidad.

 

En el fondo, tú sabes que todo es para bien, que el plan es perfecto, aunque a veces duela y cueste entenderlo. El alma, esa chispita divina eterna que nos da la vida, a veces, tira por el camino del medio, aunque no sea el más agradable de transitar, aunque siempre resulta el más efectivo.

 

 

 

NO ES NECESARIO SOSTENER EL MUNDO

 

Hay años en que el alma decide hacer limpieza general, como cuando se voltea la casa para dejarla como una patena antes de los días de fiesta grande.

 

Nosotros nos resistimos, claro, a casi nadie le gustan los cambios y no es lo mismo arreglar un armario que ponernos a revisar nuestras creencias caducas, nuestros fantasmas más íntimos, nuestro miedo ancestral…

 

En los periodos de crisis vital (la muerte de un ser inmensamente querido, la separación de la pareja, la pérdida de salud, etc.) el alma empieza a movilizar con la fuerza de un terremoto todo lo que nos sobra. Pero no solo ocurre cuando algo externo y extremo nos sucede, no.

 

A las personas miedosas, como yo, esas que nos acomodamos con tanta facilidad a lo conocido y nos cuesta horrores salir de nuestra “zona de corfort”, el alma nos sacude periódicamente para “echar una mano” y ayudar a que se cumpla la evolución prevista.

 

En general, -afirman algunos expertos como la terapeuta Marie Lise Labonté-, a cada uno su alma le da un empujoncito de los 5 a los 7 años, de los 10 a los 13, de los 18 a los 22, de los 27 a los 31, de los 38 a los 42, de los 59 a los 62, de los 68 a los 72, de los 78 a los 81 y de los 99 a los 103 años.

 

Cuanto más nos resistamos a esa evolución, a esa limpieza, más grande el miedo, la ansiedad, la angustia, la tristeza y la rabia, igual que cuando estamos en duelo. En realidad, a nuestras heridas anteriores (algunas tan profundas como la muerte de un hijo) se suma el desasosiego que produce intentar evitar (inconscientemente) que muera una parte nuestra. Pero el alma y nuestra parte sabia son amorosamente firmes. Es necesario liberar para que entre aire nuevo, igual que caen las hojas en otoño y se siegan los campos a principios del verano.

 

¿Y cómo se limpia uno por dentro? Con mucha paciencia, eso primero y luego lo que hago yo es aporrear cojines o lo que sea para sacar la rabia que acumulo desde pequeña, pero que cogió proporciones gigantescas cuando murió mi hijo Ignasi.

 

También hablo con mi ego, con ese juez implacable que me pone en lo peor a la mínima que me descuido (que si no vas a poder, que si no te lo mereces, te vas a enfermar, que si a mis seres queridos les va a pasar algo y mil negaciones más). Le digo que muchísimas gracias, que le quiero, pero que deje de dar la lata y se ponga a mi favor, que no pasa nada por cambiar que voy a seguir queriéndolo hasta mi último suspiro.

 

Cuando abrimos las manos y damos el primer paso estamos ya acunando la energía del cambio, aunque la casa parezca más “patas para arriba” que nunca. La clave, he podido comprobar, es el amor hacia nosotras mismas, insistir en la ternura, en la compasión, en la confianza en que no estamos solas, una fuerza más grande nos sostiene y el Universo conspira siempre, siempre a nuestro favor.

 

No es necesario que sostengamos el mundo, tan solo que aprendamos a nutrirnos a nosotras mismas. Eso mejorará sensiblemente nuestra existencia y la de nuestros seres queridos.

 

 

 

 

 

CON DELICADEZA

 

Cuando pasamos periodos convulsos, de esos que requieren un gran cambio interno, las emociones campan a sus anchas, sobre todo el miedo.

La inquietud, la sensación de estar siempre “en modo” alerta es agotadora, nos quedamos sin apenas fuerzas y es fácil que la negatividad, el “no voy a poder” afloren.

 

 

Cuando la mente nos remite a pensamientos terroríficos, como caballo desbocado, es el momento de tomar las riendas con firmeza y sin críticas, con delicadeza.

 

 

Cada uno de nosotros vale su peso en oro, esté bien o esté mal, por el simple hecho de ser. ¡Cuánto cuesta darse cuenta que no hay condiciones para amarse!

 

 

De pequeños, percibimos o nos parece que nos van a querer más si… (soy buena, obediente, complazco a los demás, siempre digo que sí, estudio o trabajo en tal o cual cosa, si estoy pendiente o sufro por los demás, si tengo éxito o dinero… no sé, las posibilidades son infinitas). Ante tanta exigencia, ¿dónde queda nuestra verdadera esencia?

 

 

Es bueno liberar el grano de la paja y ser sinceros con nosotros mismos, pero sobre todo conviene echar mano de la suavidad, de la ternura, de la delicadeza.

 

 

Nunca va bien, pero cuando se está mal el alma agradece infinitamente dejar la rudeza y la descortesía y ser benevolentes con nosotros mismos. Esa es la manera de atar en corto a la mente, de conseguir darle la vuelta y que juegue a nuestro favor, en vez de en contra.

 

 

Así poco a poco, resurgen los pensamientos de gratitud y en lugar de presión en el pecho o dolor en la espalda sentimos ese calorcito en el corazón, ese hilo invisible de amor que nos une a todo.

 

 

Rebrota la confianza, reaparece ante nosotros la belleza. La tempestad ha terminado. Y entonces, aunque no nos guste, comprendemos que, a menudo, el miedo nos sitúa en el camino de la luz.

 

¿TE PERMITES SOSTENER LA ALEGRÍA?

 

Recuerdo que al principio de mi gran duelo, de repente, en medio del dolor que lo cubría todo como una niebla espesa, sentía destellos de luz, de alegría o de amor en estado puro que duraban nada, pero de tal intensidad que, seguramente, impedían que me muriera.

 

Esos destellos eran como agua en el desierto, como el faro que nos guía en medio de la tormenta. ¿Cómo podía hacerlos grandes y que duraran?

 

No sabía entonces que la alegría es una actitud, ni tampoco era consciente que yo, por mi forma de ser, me sentía más cómoda en la ansiedad y la tristeza.

 

La alegría se me escurre como agua entre las manos, no sé muy bien cómo sostenerla. Quizá hay en mi alguna creencia antigua que me hace sentir que traiciono al mundo y de paso a todos mis ancestros si me siento contenta. A eso he decidido darle la vuelta porqué ahora sé que la alegría sale de dentro, se convierte en un hábito y resulta muy contagiosa.

 

No traiciono a nada ni a nadie si sostengo mi alegría, al contrario planto así buenas semillas que, con suerte, florecerán en el corazón de los que quiero. Me encantaría dejar, cuando me muera, una gran cantidad de alegría para mis hijos, mi nieto y todo aquel que la quisiera.

HAY UN MUNDO POR DESCUBRIR

 

Probablemente ahora el dolor te ahoga, tu realidad ha estallado en mil pedazos y tienes miedo. Así comienzan los grandes duelos, esos que nos dejan a años luz de lo conocido.

 

Han saltado por los aires tus falsos amarres y, por eso, aunque no lo creas, se vislumbra ante ti la maravillosa posibilidad de conectar con la fuente, contigo misma, con la esencia.

 

No busques fuera, el camino que te conducirá a la otra orilla se encuentra dentro de ti. Eres tú la única que puede iluminar con dulzura tu lado oscuro.

 

Abre tu corazón y deja que las buenas personas te sostengan cuando desfallezcas. Déjate envolver por lo que sientes. No te resistas al dolor, tan solo atraviésalo agradeciendo su poder transformador. No vas a volverte loca. No.

 

Vas a explorar otros lados de la vida, vas a despojarte de creencias caducas, de memorias familiares antiguas que, en su momento quizá fueron útiles pero ya no lo son, no te sirven.

 

No traicionas a nadie ni a nada si decides ampliar, con amor, tu mirada. ¡Hay tanto por hacer y es tan necesario contribuir, con cariño, a crear entre todos un mundo mejor!

 

No se trata de sumar nuevas responsabilidades, al contrario, deshazte de los “deberías”, a partir de ahora olvídate del “deber” y empieza el día con la ilusión de sentir destellos del placer. Recuerda la ilusión de los días felices de cuando eras niña.

 

Tal vez estés triste, resentida o amargada o todo a la vez, pero si sigues creyendo que la vida o quien sea te trata mal, vas a sumar un calvario a la ya de por sí difícil travesía del duelo.

 

Hay otros mundos más alegres y tus seres queridos muertos soplan las velas de tu barca para que arribes a buen puerto y los reencuentres.

En el fondo sabes que solo el amor merece la pena. No importa que lo olvides a menudo ellos, los que ya no está aquí, siguen y estarán siempre en tu corazón para recordártelo. El Universo entero conspira a tu favor, dalo por hecho.

 

Para encauzar el rumbo tienes el perdón, la gratitud, la amabilidad, la belleza del amanecer, del atardecer, del cielo nublado, del mar, de los árboles, de las miradas inocentes y traviesas de los niños, la música, la escritura, la pintura, el placer de crear hogar cocinando si te gusta, las caricias, los abrazos, las sonrisas, tu valentía aunque tengas miedo, la paciencia contigo misma… No te quedes con lo malo, simplemente acúnalo con suavidad hasta que se desvanezca. ¡Hay tanto bueno por descubrir!

 

¿QUÉ VAS A HACER CON TANTO DOLOR?

 

No voy a ahondar en el desgarro que supone la muerte de un hijo, en la tristeza inmensa de no oírle, ni verle, ni abrazarle más. Nos toca cruzar un desierto, cada uno el suyo, ¿verdad?

 

Quiero poner la atención en cómo llegar a la orilla de los días claros, de la ternura en la mirada, del corazón abierto, de par en par, para acoger con calidez a todos nuestros seres queridos, vivos o muertos.

 

Me temo que en el duelo no hay atajos. La calma, cuando llega, no es un estado permanente, pero tampoco lo es el dolor punzante, agudo, constante si nos permitimos sentirlo, sin pretensiones, sin querer estar en otro lado, viviendo intensamente nuestro presente, aunque sea, a veces, tan desagradable.

 

A la mínima que nos despistamos la mente, la loca de la casa, nos lleva adelante o atrás, nos sube, nos baja… ¡qué difícil es mantenerla en el presente! La mía es muy ansiosa y tengo que atarla en corto y eso lo consigo, a veces, prestando atención a mi cuerpo, a la respiración, al aire que entra y sale y, sobre todo, escribiendo.

Escribir es una buena terapia, a mi me ha ayudado mucho a trascender mi dolor, también lo es pintar, cocinar con cariño, cantar, tejer, andar, pasear por el bosque, por la ciudad o el mar, hacer teatro, cuidar un huerto, no sé, coser, cada uno tiene su forma de estar consigo mismo haciendo lo que más le gusta.

 

Aceptar el dolor es el primer paso, aunque a veces es preciso, antes, aceptar que no aceptamos la realidad, luego viene dejar de criticarnos, de empeñarnos en no ser merecedores de los destellos de luz, de felicidad.

 

 

 

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