actitud

DEJAR DE SER ESCLAVOS DE LA CULPA

 

Está tan arraigada la culpa en nuestra cultura, que es casi imposible no sentirla. ¿pero nos es útil? Yo creo que no. Todos hacemos lo que buenamente podemos con nuestras vidas. Nos equivocamos muchas veces, pero eso forma parte del aprendizaje del ser humano. Es algo natural en nosotros, es nuestra manera de aprender. ¿De qué sirve lamentarnos de lo que hubiésemos podido hacer y no hicimos? Sólo podemos actuar en el presente.

Quedarnos con la culpa nos paraliza, nos ancla en el sufrimiento, nos produce resentimiento hacia nosotros mismos. Y así es imposible salir adelante. Lo que sí puede ayudarnos es pedir perdón, de corazón, a las personas a las que hemos hecho daño, estén vivas o muertas y perdonarnos a nosotros mismos.

Tampoco sirve para avanzar echar las culpas a los demás de nuestras desgracias. Sea lo que sea lo que nos haya sucedido, nosotros podemos elegir la actitud con la que lo afrontamos. Podemos envenenarnos con el odio o apostar por curar las heridas hasta que vuelva a brotar el amor en nuestras vidas.

SIEMPRE ES POSIBLE ENCONTRAR SENTIDO A LOS QUE NOS PASA

 

 

Aunque parezca mentira es así. Aunque al principio de la muerte de un hijo todo se apaga y quedamos vacíos, muertos en vida, al final del duelo nos espera la luz, aunque ahora nos invada la más espesa de las oscuridades. Lo único que tenemos que hacer –y es mucho y difícil- es atrevesar la negrura agarrados de la mano del amor, como ciegos guiados por un perro lazarillo. ¿Y cómo conseguir eso, cuando reina la incertidumbre, el miedo y el dolor? Con nuestra actitud. La predisposición a ver el lado bueno de las cosas, por insignificante que sea, es vital. Eso no se consigue todos los días, pero conviene que se convierta en la brújula que marque nuestro rumbo.

Cuando yo estaba sola en casa, lloraba con ganas toda la amargura, luego me lavaba la cara y me iba con mi mejor sonrisa a animar a mi hijo Jaume cuando jugaba un partido de fútbol o preparaba el plato preferido de Lluís, mi marido o de camino al trabajo compraba una maceta de margaritas para mi amiga Carmen. La cuestión es vivir el dolor, pero no quedarse en él. A nuestros hijos muertos y a nosotros mismos nos debemos hacer algo bonito con todo ese sufrimiento. No importa qué, siempre que se haga con amor. Todos los que pasamos por una situación límite, como puede ser la muerte de un ser muy querido o cualquier otra situación difícil como una enfermedad realmente grave, sabemos que lo único importante es el amor; el que damos y el que recibimos, no hay otra moneda de cambio cuando la vida nos pone ante el abismo. Da igual la riqueza, la posición social, el éxito… todo eso no sirve para curar el alma. El alma sólo se cura si nos desprendemos de la culpa, de los celos, del rencor, del odio, de la frustración, de todo lo que pesa y oprime el corazón. Y eso requiere trabajar con uno mismo, mirar de cara a los propios fantasmas y llamarlos a cada uno por su nombre.Somos lo que somos, ni más ni menos.

Con el tiempo, es posible encontrar sentido incluso a la muerte de un hijo. Si no hubiese vivido ese dolor tan tremendo seguramente yo seguiría aferrada al orgullo, pasando por la vida de puntillas, muerta de miedo, intentando controlar lo incontrolable. Ahora sé que cualquier muerte sentida es una lección de humildad. Una oportunidad de desprenderse de las máscaras que nos impiden conectar con la verdadera alegría, la alegría que nace de dentro por el simple hecho de estar vivos, de compartir, de querer sin condiciones, de aceptar.

Cada uno tiene su camino de aprendizaje y no es posible escoger. No valen los atajos. Nuestra travesía es la que es, está hecha a medida. No podemos cambiar lo que nos sucede, pero sí podemos elegir cómo vivirlo. No vale echar las culpas a lo que pasó, a lo que nos hicieron. Lo que importa es qué hacemos nosotros con todo eso. En qué nos convertimos.

Cuando cierre los ojos por última vez a mi me gustaría recordar a cada una de las personas que he conocido con afecto, no me gustaría quedarme con muchos te quiero sin pronunciar, con un saco repleto de ganas de ayudar a los otros sin abrir, con otro cargado de agradecimientos sin apenas estrenar…

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