CREAR ARMONÍA

EN MEDIO DE LA TORMENTA

 

El duelo es un territorio desconocido, inhóspito, lleno de incerteza. Nada es como antes, todo se tambalea.

Lo que antes nos parecían buenos pilares, seguramente ya no lo son. En medio de esa gran tormenta me parece necesario, tanto como respirar, encontrar momentos de recogimiento.

Guardar silencio, acompañándonos a nosotras mismas, con la intención puesta en sentir, sin juicios ni expectativas suele ser un regalo para nuestros corazones rotos.

Es fácil, ahora, que aparezcan antiguos fantasmas, miedos ancestrales que requieren nuestra atención, como niños que buscan la mirada de sus madres. La ternura es un bálsamo para nuestras heridas. Nada como el cariño para deshacer malentendidos. Reconocer con dulzura nuestros temores nos fortalece.

Nunca hubiésemos querido ver morir a los seres que tanto amamos, no. Conocemos el desgarrador dolor de las despedidas, pero en nosotras también está el crear ese vínculo sagrado que nos une, con lazos de amor eterno, a los que ya han partido. Para eso, aunque en principio parezca inalcanzable, hemos de mantener alta nuestra capacidad de gestar confianza, de amar la vida.

¿YA TE FELICITAS?

Vamos a imaginarnos que a esa voz que está en nuestra mente, esa que suele reñirnos, que nos censura, que nos muestra lo que no hacemos bien, lo mal que pueden ir las cosas, lo imposible de darle la vuelta a lo que sea que nos suceda le otorgamos, con cariño, un merecido descanso.

 

En su lugar vamos a poner la atención en felicitarnos cada vez que reímos, que nos miramos con dulzura las arrugas, que recordamos lo valientes que hemos sido en mil y una ocasiones, por acogernos con cariño en las noches de insomnio, por confiar en nuestra intuición, por cada instante que nos sentimos en calma, por apreciar la luz, la belleza.

 

Vamos a imaginarnos que hacemos sitio a otra vocecita, mucho más afable, que nos elogia cuando tendemos la mano a alguien, cuando nos damos un capricho, cuando sentimos placer, cuando nos sorprendemos sonriendo por algo que hemos dicho, cuando al mirarnos a los ojos, en un espejo, sentimos ternura, cuando tenemos ganas de bailar, de pasear por la orilla del mar, cuando nos perdemos en el sofá viendo nuestra serie favorita o sin hacer nada.

No olvidemos felicitarnos por honrarnos a nosotras y a la vida. Ese, creo, es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros seres queridos estén en este o en el otro lado.

ERES PODEROSA

 

Si hoy tienes un día complicado, difícil, de esos en que vivir se hace cuesta arriba y no encuentras un motivo para levantarte de la cama, recuerda que estás en duelo o, tal vez, en una crisis vital sin motivo aparente, da igual. Lo que sea que te suceda, forma parte de la vida, es normal y mejora si te miras, si te hablas con cariño.

 

Quizá ahora no puedas darle la vuelta a ese mal humor, a esa desgana, a ese dolor, a ese desanimo. Tan solo te propongo que recuerdes que eso tan desgarrador pasará, como todo y vendrán momentos luminosos, de esos que nacen de dentro y van de la mano de una sensación de alegría que no tiene nada qué ver con lo que te sucede.

 

Ten paciencia, en ti reside la fuerza del Universo y siempre puedes recurrir a agradecer. El agradecimiento tiene el poder de cambiar nuestro estado de ánimo, enfocarnos en lo que sí, en la parte bonita, nos ayuda a co-crear una realidad más agradable, más amorosa.

 

Asusta ser vulnerable, sí, pero en eso reside nuestra fortaleza. En no negar, en acoger lo que nos sucede como una oportunidad de ampliar nuestra mirada, de ser personas más compasivas, tolerantes y flexibles, en primer lugar con nosotras mismas.

 

Date tantas oportunidades como necesites y, sobre todo, si tu duelo es por la muerte de un hijo, no dejes de mirar con devoción a los que tienes aquí, a los que ahora necesitan el amor que eres capaz de dar. Si una cosa necesita el mundo es cariño.

 

Aunque hoy estés fatal, recuerda que eres poderosa. Y ni se te ocurra pensar que estás sola.

 

 

EL CAMINO DEL DUELO

 

El 26 de un diciembre tuvimos el accidente. El 28 los médicos confirmaron su muerte cerebral y el 31 tuvo lugar el funeral de nuestro hijo. Una semana trágica la de aquellas navidades de 1998, que ha marcado, sin duda, el resto de nuestras vidas.

 

En esos 25 años transcurridos caben muchas cosas y hoy me alegra decir que la inmensa mayoría han sido buenas, han dado un sentido más amoroso y sereno a mi existencia. Un duelo largo y sentido, de esos que te voltean entera, da para quitar muchas capas de arrogancia, de falsos amarres, de miedos heredados, de creencias que nos mantienen atados.

 

Pero nadie amanece fortalecido de un día para otro. Ese camino, de ineludible transformación, que empieza con una muerte anunciada o repentina hay que recorrerlo paso a paso, sin saltarnos tramos. El dolor del alma, dura lo que dura y hay que vivirlo entero, sin drama, sin caer en la tentación de tirar la toalla y quedarnos enganchados al sufrimiento.

 

Poco a poco, con todas las ayudas que tengamos a mano, vamos cayendo y levantándonos. Aprendemos a respetarnos, a no mentirnos tanto, a preguntarnos qué nos gusta y que no, a hablarnos con dulzura, a arroparnos, a ampararnos, a hacer las pequeñas cosas del día a día con agrado, con cariño, a llorar sin reparos y después lavarnos la cara para ofrecernos una sonrisa sincera.

 

Eso, llorar con ganas es lo primero que hice al despertar este 26 de diciembre, 25 años después, para luego dejarme envolver, con ternura, con el corazón abierto, por el amor infinito de las personas que quiero, estén aquí o allá, incluso por las que hace mil años que no veo.

My way

 

Desde pequeña me ha gustado inventarme realidades paralelas, como para adornar el día a día a mi manera. Mi madre me decía que tenía mucho cuento, que era muy fantasiosa. Me decía eso y que parecía «la abogada de los pobres», porque defendía con vehemencia causas que a ella le parecían imposibles. Mi madre me adoraba, pero a veces no sabía muy bien qué hacer conmigo y la comprendo porque, ni yo, a menudo, me entiendo.

 

Lo cierto es que, en general, lo de entender ya no me importa tanto. Ahora me fijo más en lo que siento y, más en concreto, me centro en lo que me hace sentir bien. Que no tiene que ser algo creíble, adecuado, agradable o útil para los demás. No, simplemente, es mi manera de afrontar la incertidumbre de la vida. Por ejemplo, ante cualquier conflicto o desencuentro, a mi me va bien imaginar que estoy delante de una oportunidad, algo que me da miedo, sí, pero que, tal vez, me permitirá ganar flexibilidad, humildad, paciencia, tolerancia, empatía, compasión, no sé, cualidades que al final me darán paz. Y me sienta bien, a ratos, distanciarme de eso que duele, verlo como si estuviera en el teatro o fuera un sueño.

 

Es verdad que mi talón de Aquiles es ver sufrir a los míos ante sus propios desencuentros. Eso, a menudo me puede. Pero de nada sirve intentar jugar en su lugar la partida, al contrario, eso les debilita. Cada alma ha pactado experimentar lo que sea para salir fortalecida. A mi me parece que acompañar desde el amor es sostener el dolor del otro sin hacerlo nuestro. Estar presentes, a veces, simplemente, en silencio. Los desafíos familiares encierran lecciones y oportunidades para todos. «El plan es perfecto».

Me gusta ver las cosas así, a mi manera e imaginar que hay muchos universos y que mis muertos se encuentran en uno muy cerquita, que lo que llamamos muerte es un paso hacia otro realidad. El cuerpo se queda aquí, pero la energía, la luz, las experiencias acumuladas y el amor nos acompañan siempre. Para mí, el ser es eterno y vamos y venimos de una dimensión a otra, para adquirir experiencia. Eso a nuestra chispita divina no le representa ningún drama. El velo que cubre nuestra conciencia en este lado es lo que nos aturde. Aquí olvidamos que la vida es un juego, que se trata de ir rasgando velos hasta recordar quién somos y el comodín siempre es el amor, en mayúsculas.

 

Eso no quita que ante un gran desafío me sienta perdida, arrastrada por el remolino de emociones, claro, y lo paso mal, a veces, muy, muy mal como cuando murió mi hijo. Hay situaciones que nos dejan un tiempo en la más absoluta oscuridad, pero incluso en esos tiempos de locura, he obtenido consuelo en el hecho de buscar la belleza en lo rincones cotidianos, en las cosas más simples; he notado como se ilumina el alma al agradecer una palabra cariñosa, una ducha de agua caliente, un gesto amable, una mirada cómplice, una casa donde no se pasa frío y se tiene un plato en la mesa.

 

Y me encanta imaginar que mis guías se desviven para verme feliz, para que encuentre el suing y baile enamorada de la vida. Para que, en mi último suspiro, pueda decir que he vivido, a mi manera.

 

TENER FLORES EN CASA

 A veces, me siento frágil, vulnerable ante los desafíos de la vida. Cuando me siento así, agradezco el refugio que me proporciona estar en casa.

 

Mi casa es mi santuario, mi guarida, el lugar sagrado donde aflojar mi armadura. Por eso, en los días de nostalgia, la visto con flores y busco la belleza de la luz en sus rincones.

 

Y entonces me doy cuenta que estar en casa es estar conmigo, es arroparme, envolverme con ternura y permitirme volver a ser pequeña, como cuando era niña. Sin expectativas.

 

Hay algo dulce en aceptar que nos sentimos frágiles, que estamos tristes, que la vida, a veces, duele, sin más. No sé, da como paz, me produce sosiego.

BENDITA LLUVIA

 

Llueve. El susurro del agua, tan deseada, me acuna, me sosiega. Bendita agua que alivia los campos resecos, que limpia y alegra mi alma en esta tarde que huele ya a otoño.

 

Cierro los ojos para escuchar mejor el canto dulce de la lluvia y me conecto a la Tierra, a esa madre generosa que nos sostiene.

 

Sé que cuando se atraviesan duelos severos es difícil mantenerse aquí y ahora, con facilidad estamos a años luz, con la mente desbocada.

 

Pero añadir nuestra ausencia a las ausencias complica más las cosas. hay muchas maneras de regresar, de estar presentes. El duelo nos da tiempo para descubrir cada uno las suyas.

 

Cuando me pierdo, a mi me va bien parar, respirar profundo e invocar mi parte más sabia, mi poder sagrado. Con los pies bien anclados en el suelo, me gusta imaginar que soy un árbol frondoso con buenas raíces. Eso me da fuerza.

También me reconforta bañarme en el mar, disfrutar del sol al atardecer o a primeras horas de la mañana, escuchar como hoy la lluvia… pero sobre todo, lo que cura mis heridas es agradecer cada momento de la vida, buscar lo bueno en lo que aparentemente no lo es tanto. Al fin y al cabo, a mi me gusta pensar que somos chispitas divinas viviendo una aventura, por un tiempo limitado.

 

De los regalos que me han hecho mis muertos, hay uno que me encanta, que valoro mucho porque me ayuda a vivir con menos miedo, más segura y agradecida.

 

Empecé a disfrutarlo, por primera vez, cuando el desgarro por la muerte de mi hijo me daba algún respiro. En esos destellos de luz, aunque duraban poco, sentía un amor infinito. ¿Cómo era posible conectar con algo tan sublime, en medio de tanto dolor?

 

El amor que nació en mi al ser madre está presente, vive en mi para siempre. Al tomar conciencia de eso, la vida pasó a ser un lugar más agradable.

 

Ahora, al morir Lluís, mi compañero del alma, el padre de mis hijos, vuelvo a sentir esa conexión amorosa que nace de dentro y regresa a mi de la forma más inesperada.

 

Un amigo sabio, muy querido, me consoló una vez, hace años al decirme que «cuando hay amor, la presencia física no es absolutamente imprescindible, pues el amor hace presente al ausente». Cuánta verdad encierran sus palabras.

 

El amor no tiene límites ni depende de nada, va más allá de la muerte, es algo íntimo, que nos pertenece, que nos enriquece a todos. Por eso notamos a nuestros muertos vivos en nuestro corazón. Por eso somos capaces de volver a amar la vida, de abrazar y dar cariño a los que están aquí. De disfrutar de las cosas sencillas, de mirarnos con ternura.

No hay nada más gratificante que dejar brotar el amor en estado puro que hay en cada uno de nosotros.

ELLOS ESTÁN BIEN

Me imagino a mis muertos alegres, despreocupados, sin el peso de la herencia de sufrimiento y frustraciones que hay aquí, liberados ya de la incertidumbre de no saber qué hay después.

 

Sí, me los imagino amorosos, tranquilos, sin dramas, susurrándome que no tome tan apecho la vida, que juegue con ella, que no me pierda nada por orgullo, que deje estar los complejos, que no me quede en las afrentas, que sea sincera y amable conmigo misma.

 

Me encanta percibirlos así, felices y confiados, aunque cuando me atrapa la nostalgia, -como me ha ocurrido esta mañana mirando fotos- o siento dolor o miedo por algo, no puedo evitar sentirme un poco enfadada, abandonada.

 

En el fondo sé que ellos están ahí, cerquita. A solo un pensamiento. Los lazos de amor, del bueno, no se diluyen con la muerte. Al contrario, nos apuntalan, nos fortalecen. Lo demás, corre de nuestra cuenta.

Maria Mercè Castro Puig

LIBROS: «VOLVER A VIVIR»

«PALABRAS QUE CONSUELAN»

«DULCES DESTELLOS DE LUZ»

LA VIDA ES UN SOPLO

 

No hace nada fui una niña con trenzas y ahora soy una mujer mayor, de manos ya arrugadas.

 

No hace nada veía mi cuerpo como algo casi ajeno y ahora siento con gratitud cada respiración, cada latido, cada milímetro de mi piel.

 

No hace nada era casi imposible no hacer míos los conflictos de mis seres queridos y ahora sé que es más amoroso permanecer al margen. Hay batallas que no me pertenecen.

 

No hace nada creía que la muerte era el final y ahora para mi es un nuevo comienzo, lleno de infinitud de posibilidades.

 

Hace nada mi memoria se centraba en recuerdos dolorosos, ahora quiero grabar la belleza de la vida.

 

Hace nada pensaba que mi vida era dura, difícil y ahora sé que está llena de regalos, de amor, de ternura.

 

La vida es un soplo y entre medio cabe todo el Universo

 

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