bálsamo

COMPARTIR LO QUE SENTIMOS NOS VA BIEN

Estos días he estado leyendo un libro precioso “Una cadira buida”, de Emi Armengol, una madre a la que se le murió su hijo menor de accidente, hace unos años. Está escrito y publicado por Pagès editores en catalán. Lo recomiendo, transmite un amor y una fuerza serena que llega al alma. Las palabras de Emi, sus sentimientos, resuenan en mi corazón y me acompañan. No nos conocemos y, sin embargo, me siento unida a ella como me ocurre con otros padres que han aparecido en mi vida desde que murió Ignasi. Es gratificante comprobar lo bien que sienta compartir conocimiento y emociones. La escritura es una forma eficaz de hacerlo, pero no la única. Hay muchas maneras de comunicar lo que sentimos, de ofrecer a los demás la experiencia de lo vivido. Incluso, a veces, la sola presencia de determinadas personas, aunque estén calladas, es un bálsamo para los que la rodean. Suele ser gente de mirada luminosa y cálida, quizá porque sus ojos conocen la oscuridad.

SENSIBILIDAD A FLOR DE PIEL

 

Estamos a las puertas de Navidad y del aniversario de la muerte de Ignasi y, la verdad, no puedo evitar que los ojos se me llenan de lágrimas por cualquier cosa. Este año, que hará once ya de aquel día, me siento vulnerable como una niña pequeña. Necesito mimos, caricias, palabras cariñosas y tiernas.

Desde aquí me gustaría pedir a la familia y amigos de los padres a los que se les ha muerto un hijo que se conviertan ahora en sus Reyes Magos, en sus Ángeles dela Guardia, porque -lo sé bien-necesitan más que nunca sentirse queridos y protegidos.

Muchas personas cercanas no se atreven ni a llamar por miedo a importunarnos. Alguien tiene que explicarles que no han de temer nada, que sus muestras de cariño son el mejor bálsamo para nuestra alma herida.

Hay muchas maneras de demostrar amor. Cada uno a su manera puede convertirse estos días en Dios

HACER ALGO CREATIVO CON EL DOLOR

 

Acostumbramos a asociar la creatividad con la pintura, la literatura, la escultura o cualquier otra manifestación de lo que denominamos arte. Pero en realidad la creatividad se encuentra en la esencia de todo. No hay ninguna acción ni pensamiento, que encierren amor, que no sean creativos, en el sentido más amplio, bonito y positivo. Por eso todos podemos ser creativos. Una tortilla de patatas hecha con amor puede ser una obra de arte, lo mismo que hacer un precioso ramo de flores con la intención de alegrar la casa.

Son muchas las cosas que solemos hacer por inercia o por obligación y esas cansan, pero si las mismas cosas las hacemos con ilusión, con cariño, en vez de quitarnos nos dan energía. Precisamente durante el duelo, como el dolor desgasta tanto, hemos de estar muy atentos a eso. Hemos de procurar hacer algo creativo cada día, por pequeñito o insignificante que sea. Por ejemplo, ofrecer algo tan sencillo como una sonrisa o una mirada cariñosa, crea en la persona que la da y en la que la recibe una agradable sensación de bienestar, por muy efímera que sea. Hay que buscar eso, sumar destellos de amor que alimenten poco a poco el alma.

Todos tenemos algún don, algo que hacemos bien y podemos ofrecer a los demás y, precisamente, dar es la otra llave que abre nuestro corazón. Es normal que al principio del duelo nos encerremos porque el dolor es tan intenso que instintivamente nos replegamos. El mundo nos es ajeno y nos hiere, porque nos hemos quedado en carne viva. El bálsamo vuelve a ser el amor, mimarnos a nosotros mismos como mimaríamos a nuestros hijos. Ellos nos aman incondicionalmente y, tanto los vivos como los muertos, quieren lo mejor para nosotros. Recibir con gratitud y dar con amor, esa es la salida que nos conduce a la salvación.

No tenemos que ser buenos porque nos lo exijan las religiones, ni los Estados, ni las normas sociales. Hemos de cultivar la bondad porque sabemos que todos somos uno, que lo que damos lo recibimos, que la felicidad de los demás es también la nuestra, que crear armonia nos da paz. Querer lo mejor para los demás es lo mismo que querer lo mejor para nosotros.

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