EL DOLOR DE VALÈNCIA
Son muchos los duelos a los que se enfrenta el País Valencià; hogares desgarrados, casas y negocios destruidos, pueblos convertidas en cementerios de coches, barro, mucho barro y montañas de escombros. Lo cierto es que de poco o nada sirven hoy las palabras a esas doscientas familias que han perdido, de repente, a sus seres queridos. Empieza para muchos un largo camino y se van a necesitar muchas manos para sostener tanto dolor, tanta rabia, tanta desesperación.
Las gotas frías, en principio, pueden predecirse pero las muertes repentinas nos dejan en estado de shock, como ahora están esas familias valencianas y su dolor, tan cercano, llega, de alguna manera, a nuestros corazones. Las emociones humanas son contagiosas y a mi me parece que todo lo que pasa, aunque sea en la otra punta del mundo, llega a nuestra alma.
Por suerte contamos con gente maravillosa como la poetisa Magdalena S. Blesa que ha lanzado ese bote salvavidas a las redes:
«Mi familia y yo vivimos en Murcia. Si alguna persona necesita un hogar provisional mientras el daño de la Dana se repara, que me llame. Y si alguien se une a mi iniciativa, seremos más.
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Yo no puedo blindar casa, pero me encantaría brindar consuelo.
Maria Merce Castro Puig
LIBROS:
«VOLVER A VIVIR»
«PALABRAS QUE CONSUELAN»
«DULCES DESTELLOS DE LUZ
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MI MEJOR OFRENDA
Sé que la palabra alegría quizá ahora te ofenda. Estás rota, lo sé. Estás atravesando lo peor y tu dolor se suma a tus viejos temores, a todos los gritos ahogados durante milenios.
Llevamos tan adentro lo de parir con dolor que, de alguna manera, nos sentimos cómodas con el sufrimiento. Y ahora corres el riesgo de quedarte atrapada.
La verdad es que no tienes muchas opciones. Has tocado fondo, puedes quedarte ahí y ver como se apaga tu luz o ir resurgiendo, a tu ritmo, con altos y bajos, claro, pero con la creencia nueva de que se puede ser creadora en la alegría.
No traicionas a nadie, al contrario, alumbras un camino de ternura, rompes las amarras, abres las ventanas y dejas entrar la vida, das un gran paso, envuelta en la mirada de orgullo y admiración de tus ancestros.
Por supuesto que podemos llorar tanto como necesitemos la muerte de los nuestros. A mi todavía me sienta bien hacerlo, a pesar de los años, pero eso no me quita la certeza de que la alegría y el cariño que siento por la vida es, para ellos, mi mejor ofrenda.
Me imagino… no, en realidad SIENTO su aliento en el alma, su alegría inmensa cuando estoy contenta.
Maria Merce Castro Puig
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NUESTRA MEJOR VERSIÓN
Es natural que después de un tsunami como el de la muerte de un hijo o de alguien inmensamente amado, nos escondamos, encerradas a cal y canto, heridas.
Durante tiempo, el que sea, andamos a tientas, perdidas a oscuras, no podemos sostenernos ni a nosotras mismas, aunque a menudo nos acorazamos, como guerreras, disimulando el miedo, el dolor y la pena.
Eso sirve al principio, o al menos a mi me lo pareció, hasta que me dí cuenta que me ahogaba. No me quedó otra que ir acunando lo que sentía, mientras con timidez abría a ratos las puertas a la vida. Un tira y afloja para ir dejando entrar algo de luz y, al mismo tiempo, dejar fluir la mía propia. Esa con la que nacemos.
El camino es largo, tanto que permite ir reconociendo nuestras miserias, darles la vuelta y quedarnos con nuestra mejor versión. Esa que nos mira con amabilidad y nos hace sentir merecedoras de lo que sea que deseemos.
Maria Merce Castro Puig
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PONER ORDEN
A la que me despisto, ya me estoy enredando en la vida de mis seres queridos. Es un hábito muy arraigado en las mujeres de mi familia que, al menos en mi caso, sospecho que sirve para no entrar a fondo en la mía.
Así evito o al menos lo intento, dejar atrás creencias que ya me vienen estrechas, abandonar hábitos viejos, ponerme a barrer mis propios escombros… Lo intento, sí, pero sé que no sirve. Tarde o temprano surge el malestar. El alma protesta.
Y toca ponerme la primera de la fila… ¡y qué difícil resulta eso! me es más fácil descubrir lo que quieren los demás que lo que me gusta a mi, lo que yo deseo y no vale decir: «que a los míos les vaya bien», eso se sobreentiende, es un deseo casi universal.
Cuando me parece que ya lo tengo, que ya he aprendido a disfrutar de mi vida, surgen nuevos malestares, nuevas capas y tengo que volver a abrir el armario y decidir que hago con lo que ya no me pongo. Porque no somos siempre las mismas, vamos cambiando, aunque nos resistamos.
Cuando me siento así, rara y confundida como hoy, sé que estoy en la antesala de ampliar la mirada, de renovarme. Y, aunque me da pereza poner orden en el armario, me toca decidir qué se va para dejar sitio a lo bonito y nuevo que vendrá.
Maria Merce Castro Puig
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BUENOS AMANTES
Poco a poco, al crecer, vamos cubriéndonos de expectativas, vamos construyendo una manera de ver la vida y esperamos que todo encaje, con nuestra visión, como las piezas de un puzzle, incluida nuestra familia.
Por ejemplo, tenemos una idea de lo que sería la madre o el padre ideal y, a veces, intentamos, a golpe de martillo, que encajen en esa ilusión nuestros padres reales. Es como el burro que corre eternamente detrás de una zanahoria inalcanzable.
Se siente una gran paz cuando amamos a los demás tal como son, sin intentar cambiarles. Cuando dejamos de luchar para que sean o hagan lo que a nosotros nos gustaría, cuando abrimos las manos y soltamos las expectativas.
Cuando más cerca estamos del amor incondicional, más libre y alegre se siente el alma, la nuestra y la del ser amado y es más fácil que se diluyan los malentendidos, que crezca el respeto y el placer de compartir, de acompañarnos, de estar juntos.
Los demás son como son y tiene mucha gracia que así sea. Lo mismo ocurre con la vida. Va a su aire, es imposible controlarla, enmarcarla, enjaularla. La vida es libre por definición. Aceptarla tal como es crea armonía, nos serena, nos convierte en buenos amantes.
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¿NO PUEDES MÁS?
RATITOS PARA SENTIR
Se acumulan las emociones, gota a gota y, si no les prestamos atención, llega un momento que perdemos pie. Se colma el vaso. Se disparan los miedos, nos baja la energía y empezamos a verlo todo negro.
Si te sientes así ahora, te sugiero que te concedas ratitos para sentir. Sí, sé que es incómodo invocar eso que no nos gusta, sea lo que sea, para arrullarlo, pero es la manera que conozco de darle la vuelta al malestar.
Si tienes que llorar, llora, si tienes que gritar, hazlo y después no te olvides de cogerte de la mano y darte las gracias por ser tan valiente. Poco, a poco, dulcemente, con suavidad recuerda todas las tormentas que ya has atravesado.
Déjate mecer por la gratitud, esa que sale de muy hondo, que se siente con cada célula. Hay tantas cosas por las que dar las gracias. El simple hecho de respirar, sin dificultad, es una bendición.
La gratitud es poderosa, despeja los nubarrones de nuestro cielo, nos acerca a la amabilidad, al cariño, a la ternura, nos da paz, nos regala sonrisas…
A mi me alegra dar las gracias a las personas que quiero, estén cerca, lejos o en el otro lado del velo. Es reconfortante manifestar cariño, aunque sea en silencio.
MERECEMOS LO MEJOR
Hay un sentimiento, íntimo, soterrado, más o menos tenue que a menudo palpita en el corazón de los padres que se nos ha muerto un hijo. Me es difícil darle forma, tiene muchos matices que se me escapan como el agua entre las manos, se esconde entre los pliegues del inconsciente, pero sé que guarda relación con la negación de la propia vida, como si no fuéramos merecedores de estar aquí sin ellos. ¿Cómo podemos darle la vuelta a esa creencia, que nos lleva irremediablemente a secar nuestros corazones y a alejarnos de las personas que amamos?
Creo que a muchas nos han dicho frases del tipo: «Si me pasara lo que a ti me moriría» o «te ha sucedido lo peor, de eso no se sale nunca». Esas sentencias, dichas con buena intención, llevan impregnado el miedo colectivo que produce imaginar la muerte de un hijo. Es comprensible, pero a mi me parece que a los que nos ha sucedido no nos ayuda oír eso, ni reconforta a los hijos que tenemos aquí, ni a los que se han ido. Lo que nuestra alma pide a gritos es que despacio, a nuestro ritmo, aprendamos a confiar y a ser cariñosos con nosotros mismos. Que volvamos a reír, a conectar con la alegría y, en definitiva, a amar la vida.
Sí que vamos a estar durante un tiempo fuera del mundo, perdidos, sin ganas de nada, deseando desaparecer, claro que sí. Pero precisamente porque el dolor es tan desgarrador, necesitamos agarrarnos a la voluntad de salir adelante. Es preciso, como el aire que respiramos, crear destellos de luz. Mirar con dulzura, coger las riendas, poner la atención en lo verdaderamente importante. Apreciar la bondad de la paciencia, de la gratitud, del perdón. Alejar prejuicios, ver la belleza en cosas que antes, tal vez, no teníamos en cuenta. Y así, poco a poco, nace un sentimiento de pertenencia que nos une a todos, vivos y muertos.
NO TE RESISTAS AL LLANTO
LA BELLEZA DE LA LUZ
Ya sé que no tienes ganas de nada. Te da igual el día que la noche. Duermes mal, das mil vueltas en la cama y te levantas más cansada que antes de acostarte.
Nunca habías estado tan vacía, tan triste, tan perdida. Te ha tocado lo peor, eso que ni siquiera puedes nombrar y de la tremenda sacudida se ha roto el hilo que te unía a la vida.
Hubieses dado cualquier cosa por ser tú y no él o ella. Nadie está preparado para ver morir a un ser que adora y ahora estás a la deriva, a años luz de lo que te rodea.
El camino de regreso es largo, doloroso y lento. El alma necesita tiempo para persuadirte, para traerte con suavidad de vuelta. Primero no quieres ni oírla, pero tampoco quieres quedarte muerta en vida, ¿verdad?
A mi me fue bien dejarme guiar por la belleza de la luz. Ese ha sido desde entonces mi faro. Quedarme con la paz que ofrece contemplar el cielo, sin prisas, recordar, al final del día, las cosas bonitas que he visto o que me han sucedido.
Cuando le ponemos cariño a lo que hacemos, a las cosas cotidianas, sencillas, sin expectativas, retorna la magia que nos une a los que se han ido. Y poco a poco, aunque te parezca mentira, nace de ti una alegría serena y valoras, quizá más que antes, los buenos momentos, la llamada de una voz amiga, la calidez del sol, el vigor del viento en la cara, el frescor de la lluvia, el olor a la tierra mojada…
La vida son ratitos y en nuestras manos está acoger lo que nos depara.
Foto: Fermín García
Pintura: Claude Monet
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