NAVIDAD

AIRES DE DICIEMBRE

BUGA-TERRAAunque quisiera pasar de puntillas o hacer oídos sordos diciembre es tan potente en mi vida que no hay un lugar en el mundo donde poder huir y hacer como si nada. No, no hay forma de escapar, son muchos los diciembres que he tratado de esquivar y no me ha servido de nada. Ahora ya sé que es mejor para mi alma abrirle la puerta, sin brusquedad, despacito, y, en vez de darle la espalda, recibirle y acomodarle con amabilidad.
Primero entra con suavidad la nostalgia. Su presencia es ligera, es una emoción discreta que suele pasear por casa sin hacer ruido. De repente, con dulzura me coge de la mano y me sugiere, por ejemplo, que pasemos la tarde juntas, en el sofá, mirando fotos de cuando los niños eran pequeños… tropiezo con la carita preciosa y risueña de Jaume, antes del golpe seco y los ojos siempre brillantes de Ignasi y regreso, sin darme cuenta, a la vida de antes.

 

Poco después es fácil que llegue la tristeza; honda, contundente, profunda, tan vieja como la propia Tierra. Con la tristeza de diciembre al lado la imagen de Ignasi, mi hijo muerto, desata el llanto contenido durante siglos. Por suerte, las lágrimas tienen el don de limpiar el alma y sosegar el corazón. Entonces, vulnerable y frágil, es cuando enciendo una velita y me digo a mi misma: “Ya está diciembre aquí. Me voy a dar permiso para sentir con amor lo que venga”. Es la única forma que conozco de trascender el dolor y el miedo. Aceptar lo que siento y agradecer todo lo bueno que tengo no solo me sostiene, me inunda de una alegría serena, me conecta con la esencia, esa chispita de amor que todos llevamos dentro capaz de transformar la oscuridad en luz.

 

Por eso, porque es diciembre propongo abrir de par en par las puertas de la vida y sostenernos con cariño. Para conseguirlo vamos a tener que dejar de lado el orgullo y perdonar tanto como sea necesario hasta sentirnos en paz.

CON GRACIA, FACILIDAD Y BELLEZA

PAPALLONA2013-12-22 a las 17.05.55Este 26 de diciembre hará 15 años que tuvimos el accidente y murió nuestro hijo Ignasi. Durante muchos, muchos años ya a mediados de noviembre inundaba mi corazón la niebla densa, el pecho me dolía y perdía, poco a poco, la energía que me da vida. Llegaba al día de Navidad sin fuerzas para levantar ni un brazo y con el corazón roto.

 

Los días señalados compartía la mesa familiar, sí, pero el peso de la tristeza era tan grande que antes de que llegara la noche estaba exhausta, sin apenas aliento, desfallecida. He vivido días desgarradores, pero incluso en los momentos más oscuros siempre han aparecido destellos de luz, instantes de amor puro que me han sostenido.

 

Este año – y quizá ya el pasado- me siento mucho más ligera, queda nada para navidad y la energía no me ha abandonado, a menudo me siento contenta, agradecida, ilusionada… pero también desde hace unos tres días vuelvo a sentir, a ratos, la sensación de tener una piedra grande entre el centro del pecho y la boca del estómago. 

Esta piedra, conocida, está hecha de muchas emociones pero, básicamente, de miedo. Mis células tienen memoria y recuerdan el horror de hace 15 años.  Muchas de esas memorias de dolor que guardo en mi interior no tienen nada que ver con la muerte de Ignasi; son creencias antiguas, dramáticas, que aprovechan las fiestas para reclamar un espacio. Solo con mucho cariño puedo ir acomodándolas en mi corazón hasta transformarlas, hasta que vuelen alto. Y en eso estamos, porque tengo el firme propósito de empezar el año nuevo aceptando todo lo que la vida me depare con gracia, facilidad y belleza.

QUÉ BRILLE EL AMOR

QUÉ BRILLE EL AMORCuando se está atravesando un duelo, a medida que se acerca la navidad la nostalgia crece y es posible que las ausencias vuelvan a ser desgarradoras como al principio, como si apenas hubiese pasado el tiempo. Es fácil que nos volvamos a sentir fuera de la realidad; el ajetreo de la calle, las luces, las compras, las celebraciones… Todo lo que comporta la navidad nos hiere y nos es ajeno excepto el amor. El amor es lo que nos sostiene. Si nos cuesta levantarnos de la cama recurramos a la fuerza de los que nos quieren para conseguirlo, a la fortaleza de los que tienen la certeza de que solo el amor importa.

Propongo que durante estas fechas, más que nunca, abramos de par en par nuestro corazón y nos demos permiso para recibir cariño. Sabemos lo qué es el dolor y nos merecemos sentir el calor de los abrazos, la ternura de algunas miradas, las sonrisas que reconfortan, las palabras dulces que nos acarician, todo lo que nos eleva. Permitamos que en nuestra vida entre la luz, el brillo de millones de estrellas, toda la belleza del Universo.

 

Sí, es navidad y duelen las ausencias pero en nuestro interior sabemos que nuestros seres queridos están bien allá donde están y nos adoran.

LA ATMÓSFERA DE LA NAVIDAD

 

Desde hace un par de días que siento en el corazón la niebla de la nostalgia. Sé que es un sentimiento compartido, un clásico navideño que irrumpe por estas fechas en muchos de nuestros hogares. Viene para hablarnos de ausencias, tristezas y desencuentros, sí, lo sé, por eso ayer en casa, entregada como estaba a la nostalgia, las lágrimas me resbalaban por las mejillas sin apenas darme cuenta, como cuando te hace llorar en la calle el viento frío. Pero hoy me he dado cuenta que este sentimiento es una bendición, que en realidad viene a mostrarnos lo realmente esencial, que es el amor.

Todos, al llegar a cierta edad tenemos heridas y hemos sufrido pérdidas y lo que nos impulsa a seguir es el cariño. No es el dolor lo que nos sostiene, es el cariño. Y a veces la nostalgia, si conseguimos ir un poco más allá, nos ayuda a sentirlo con mayor intensidad.  Es bueno darse permiso para estar triste, para llorar, pero también lo es permitirse sentir la fuerza del amor y crear belleza y armonía a nuestro alrededor.

RESACA EMOCIONAL

Estas navidades hizo 13 años que se fue Ignasi y la resaca emocional que me produce el dolor que siento el día del aniversario de su partida, en cada una de mis células, me dura hasta prácticamente finales de enero o incluso más. No es un tsunami terrible y devastador como lo fue los primeros años, pero todavía noto una sacudida fuerte y normalmente acabo poniéndome enferma; este año empecé con un resfriado tonto que acabó en una bronquitis aguda de la que me he recuperado hace escasamente una semana, aunque todavía me siento un poco débil y dispersa. El cuerpo tiene memoria, de eso estoy segura y nuestras defensas bajan cuando los recuerdos dolorosos entran en escena. Lo hacen de forma tan apabullante que, como el caballo de Atila, mi mente desbocada arrasa con todos mis pensamientos positivos y vuelven a campar a sus anchas los malos augurios. Yo sola no puedo con todo ese ejército de negatividad y pido a mi alma, a mi esencia divina que me ayude a recuperar la fuerza y el optimismo perdidos. La verdad es que cuando estoy en horas bajas es cuando más noto el impulso de mis guías y maestros, pero mi tristeza es tan profunda que necesito paciencia y tiempo para ir sintiendo de nuevo la alegría de estar viva.  ¡Es tan agradable volver a sentir confianza!

MIS DESEOS

Hace un ratito, bajando del mercado, me he encontrado con una vecina de la calle con la que nunca antes había hablado. Nos hemos mirado con cariño y, como si las dos lo estuviéramos deseando desde hace tiempo, nos hemos dado un abrazado cálido. Mirándome con dulzura, me ha dicho: “que cada uno de los días del año que viene sean para ti muy felices”. No sé nada de su vida y no sé si ella sabe algo de la mía pero a partir de hoy las dos compartimos un precioso regalo: el del amor incondicional entre dos desconocidas.
Ahora, al llegar a casa, con la compra todavía por guardar encima de la mesa de la cocina, he sentido el deseo de abrazaros a cada uno de vosotros. No tengo más que el deseo y las palabras para hacerlo, pero es un deseo tan grande, que por fuerza os tiene que llegar. Me gustaría que durante este año nuevo y para siempre sintierais el amor y la alegría de vuestros seres queridos vivos y muertos, que pudierais llorar tranquilos y reír con ganas, que las semillas de amor que plantaron vuestros hijos florezcan tanto que conviertan vuestro hogar en un  lugar hermoso, cálido y sereno.

MIRAR CON CARIÑO A LA RABIA

 

He pasado las navidades resfriada como una sopa, pero he compartido la mesa con las personas que quiero. Su cariño ha sostenido mi alma.
Por la noche del 26, la que partió Ignasi hace 13 años, al acostarme vino a visitarme el horror que viví aquel día. Los recuerdos acudieron envueltos en rabia. ¡Qué potente es esta emoción! Surge de mi interior con una fuerza grande y si me resisto crece con un estallido incontrolable. Es la emoción que menos me he permitido sentir desde niña y se siente despreciada, por eso este año al verla venir no he querido ignorarla. Es tan humana como cualquier otra, forma parte de mi y por eso, en la cama, desvelada, intenté abrazarla y acunarla hasta que pude dejarla tranquila y sosegada en mi corazón. Me costó porque mi primera reacción es juzgarla y al juzgarla a ella me estoy juzgando a mi misma y eso me lleva a una espiral de angustia desbocada. Lo sé, por eso recurro al amor y me perdono y me permito sentir lo que siento y, entonces, la rabia se calma.

Es curioso, primero nos retamos con la mirada, como enemigas y el mundo se convierte en un lugar inhóspito. Tomo conciencia y me aparto, la miro con distancia, la reconozco y la nombro: “Eres la rabia”. Ella está alerta, desconfiada, preparada para el ataque y sigue así hasta que soy capaz de mirarla con cariño. Mantenemos un diálogo silencioso y cuando se da cuenta que no la rechazo, que reconozco su valor, que la considero válida, la furia desaparece y el mundo recobra luz y armonía y vuelve a ser amoroso.

NAVIDAD

 

Está a la vuelta de la esquina y este año quiero vivirla con amor. Por mí, por mis hijos, por todas las personas que están aquí y en el otro lado que me quieren.

Voy a intentar ser auténtica con el sentimiento de cariño que quiero que impregne mi vida desde ahora y para siempre.

En mi hogar no habrá sillas vacías; si la energía no se crea ni se destruye, el amor tampoco. Eso lo sabemos los que queremos con locura a los que se han ido. Por eso Ignasi, mi madre, mis abuelos, mis tíos, todos mis muertos, van a tener el lugar que les corresponde en la mesa familiar esta Navidad. Porque el amor es eterno y seguimos compartiéndolo. Cada una de las personas de mi vida que he amado las sigo queriendo, nadie puede quitarme el amor que siento por ellas, forma parte de mí, está en mi ADN. No sería la que soy sin ellas.

Ya sé que la nostalgia y el dolor pueden aparecer en cualquier momento. Lo sé, pero no por eso quiero dejar de lado el cariño.

Propongo que todos, como una sola alma, nos sigamos cogiendo de la mano para darnos fuerza. Yo me voy a imaginar que cada uno de los abrazos que dé estos días lo recibirá también mi hijo. A él, que se fue a los 15 años, le encantaba la Navidad y yo quiero que estas, de tan amorosas, le reconforten. La muerte como final para mi no existe. El cuerpo muere, sí, pero el alma, la energía, la chispita de amor puro que todos llevamos dentro es eterna.

VAMOS A SER TODAS UNA

Vienen días nostálgicos, sí, por eso vamos a cogernos todas de las manos, con el pensamiento puesto en el cariño de las mujeres y hombres de la familia que nos han precedido, que ya no están aquí pero siguen amándonos, iluminando nuestro camino. Y Vamos a hacernos regalos. Cada día al despertarnos propongo que unas a otras nos mandemos sentimientos de cariño, aunque no nos conozcamos. El primer sentimiento y el más grande, que sea para la niña, pequeña y asustada, que todas llevamos dentro. En ese camino que es la vida vamos juntas y en un tramo u otro todas rompemos en llanto. No pasa nada, dejemos que las lágrimas resbalen por nuestras mejillas. Las lágrimas son mano de santo, aligeran el dolor, limpian el corazón y dejan espacio a la calma. Si tenemos que llorar, lloramos, no pasa nada. Cuanto más grande sea la llorera, más liviana y alegre se siente el alma. Otro de los regalos que quiero compartir es la alegría. ¿Por qué no sentir destellos de felicidad? ¿A caso no lo merecemos?En el otro lado, nuestros hijos, padres, madres, maridos, esposas, abuelos, amigos y hermanos son felices y su felicidad es más completa si intuyen la nuestra. Vamos a juntar cada día trocitos de amor y cuando tengamos una bola grande, la envolvemos en un papel bonito, le colocamos un lazo grande y se la regalamos.

Vamos a ser todas una; las que se levanten con fuerzas, que vistan y peinen a las que desfallezcan. Las que desfallezcan, que se dejen vestir y peinar porque, tal vez mañana, se sentirán ellas con la fuerza de mimar.

No estamos solas, de verdad. En este planeta que gira alrededor del sol, en este Universo infinito, el plan es perfecto y todo, todo, es posible. No existe solo una verdad.

SE ACERCA LA NAVIDAD…

Estamos ya en Diciembre. La luz vuelve a ser tenue y el sol, tímido, lo envuelve todo de sombras alargadas. Han transcurrido 12 diciembres desde que se fue Ignasi. Para mi no es un mes como cualquier otro. Aunque la nostalgia y el dolor me han invadido en muchas otras épocas del año es, sin duda, durante los meses de diciembre cuando mi alma hace balance. Se abren las compuertas de las emociones y resurgen, uno a uno, los fantasmas escondidos y, entre medio, el valor y los tesoros que guardo ocultos. Durante muchos de estos 12 diciembres el miedo ha sido el más fuerte, el que me ha cogido de la mano para llevarme directamente al infierno. Yo, encogida, he ido visitando sus rincones y me he dado cuenta, a medida que lo he ido recorriendo año tras año, que la ausencia física de Ignasi es la que me ha dado la oportunidad de reconocer mis temores. Esos que ya estaban mucho antes de que él muriera, esos que son míos, que van mucho más allá de su partida.

Es en diciembre también cuando el alma, más visible ahora, me sienta con dulzuraen sus rodillas y me habla despacito de mis tesoros, de todas las cosas buenas que hay en la vida, del amor que doy y que recibo, del largo camino recorrido, de la fuerza inagotable que todos llevamos dentro. El alma, como una buena madre, no se cansa de decirme que ella estará siempre a mi lado, que viva confiada, que la vida no acaba con la muerte, que en realidad lo que llamamos vida no es más que un sueño. Mientras me acaricia el pelo, me recuerda de lo que soy capaz cuando me permito sentir el amor y la alegría. Me pide que recuerde lo bien que nos sentimos cuando las dos, en casa, con complicidad y alevosía, vamos llenando de flores los jarrones, mientras en la cocina hierven caldos que reconfortan del frío a mi familia y amigos.

“No te separes de mi, niña –me dice- que es diciembre”. No te separes de tu alma tú, lectora, que viene Navidad , que puede que se abran tus compuertas y necesites toda la ayuda de tus ángeles para atravesar la tempestad. Tal vez te preguntes: ¿Acuden de verdad los ángeles? A mi me parece que ellos siempre están, pero yo los percibo con mayor claridad si paseo por el campo o el mar, si no me esfuerzo en aparentar, si me escucho y hago realmente lo que quiero. Si digo lo que pienso, si me perdono y pido perdón cuando mis palabras hieren, si deseo, a pesar de todo, crear dentro de mi armonía y paz. Cuando no lo consigo, sigo sintiendo que ellos están, siguiéndome de cerca, justo detrás de mí, con los brazos abiertos, como lo estaba mi madre cuando yo empezaba a andar.

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