horror

MIRAR CON CARIÑO A LA RABIA

 

He pasado las navidades resfriada como una sopa, pero he compartido la mesa con las personas que quiero. Su cariño ha sostenido mi alma.
Por la noche del 26, la que partió Ignasi hace 13 años, al acostarme vino a visitarme el horror que viví aquel día. Los recuerdos acudieron envueltos en rabia. ¡Qué potente es esta emoción! Surge de mi interior con una fuerza grande y si me resisto crece con un estallido incontrolable. Es la emoción que menos me he permitido sentir desde niña y se siente despreciada, por eso este año al verla venir no he querido ignorarla. Es tan humana como cualquier otra, forma parte de mi y por eso, en la cama, desvelada, intenté abrazarla y acunarla hasta que pude dejarla tranquila y sosegada en mi corazón. Me costó porque mi primera reacción es juzgarla y al juzgarla a ella me estoy juzgando a mi misma y eso me lleva a una espiral de angustia desbocada. Lo sé, por eso recurro al amor y me perdono y me permito sentir lo que siento y, entonces, la rabia se calma.

Es curioso, primero nos retamos con la mirada, como enemigas y el mundo se convierte en un lugar inhóspito. Tomo conciencia y me aparto, la miro con distancia, la reconozco y la nombro: “Eres la rabia”. Ella está alerta, desconfiada, preparada para el ataque y sigue así hasta que soy capaz de mirarla con cariño. Mantenemos un diálogo silencioso y cuando se da cuenta que no la rechazo, que reconozco su valor, que la considero válida, la furia desaparece y el mundo recobra luz y armonía y vuelve a ser amoroso.

LA DURACIÓN DEL DUELO

 

¿Cuánto dura la tristeza y el dolor que causa la muerte de un hijo o de un ser muy, muy querido? Es imposible determinarlo, cada persona es un mundo y cada situación es distinta. Si un hijo contrae una enfermedad de las denominadas incurables, cuando nos comunican el temido diagnóstico, empieza ya el duelo y, si la enfermedad es muy larga y le vemos sufrir y consumirse, el día que se va lo más probable es que, entre todas las emociones que sintamos, se encuentre también la gratitud por el hecho de que por fin descanse. Eso no quita dolor, pero ayuda a comprender que nuestro hijo no podía seguir aquí, encontrándose tan mal como se encontraba. No es que sea un duelo más llevadero, es que empieza antes, a veces mucho antes, del día de su muerte.

A los padres que se nos va un hijo de repente, el dolor viene de golpe pero no es más ni menos intenso que el que han pasado los papás de un niño enfermo. ¿Cuánto durará uno y otro? Depende de la capacidad de cada uno de transmutar el dolor, de conectarnos al amor, de aceptar la vida y los cambios. Depende de las heridas sin curar que arrastremos, del entorno amoroso o no en que vivamos… ¡Depende de tantas cosas!

Una cosa está clara: no importa el tiempo, lo imprescindible es que atravesemos el duelo con la firme convicción de llegar a ver la luz. Habrá días en que eso se convertirá en una misión imposible. Me refiero a esos días negros en que parece que volvemos al principio del horror. Esos días forman parte del todo, de la curación, hay que tocar fondo muchas veces, eso conviene saberlo. “¿Cómo es posible -nos preguntaremos- que ahora vuelva a sentir ese nudo en el pecho, esa falta de energía, ese vacío en las entrañas, si ya estaba mejor, si ya han pasado 1,2,3,4,5,6 o más años?” No sólo es posible, sino que es normal, es así, nos ocurre a todos.Pero, si apostamos por la vida, también hay días en que notamos en nuestro interior una alegría serena inmensa, un amor hacia todo que antes no percibíamos. Y eso ocurre ya durante el primer año, aunque sea el peor año de nuestras vidas. El segundo puede ser un poco mejor, pero nos encontramos todavía en zona de riesgo, sumidos en los vaivenes del tiempo sin tiempo que acompaña a las grandes pérdidas. Al menos eso es lo que me ocurrió a mí, durante muchos años.

Es lento el proceso, no es posible saltarnos etapas, cada uno aprende a vivir de nuevo a su ritmo. Nunca más seremos los de antes pero seguramente conseguiremos aumentar el amor incondicional que nos acerca a nuestros hijos muertos y nos permite vivir con más plenitud y paz a nosotros.

EN EL ANIVERSARIO DE SU MUERTE: COSAS QUE ME VAN BIEN

 

Cuando se acerca la fecha en la que se fue nuestro hijo la nostalgia es más punzante. Para todos en casa el primer diciembre sin Ignasi fue devastador y todavía ahora, cuando empiezan a poner las lucecitas de Navidad en Barcelona, sé que mi única posibilidad de no volver al horror de aquel 26 de diciembre es permanecer pegada al amor como un náufrago a su bote salvavidas. Por eso, trato de convertir diciembre en un mes especialmente amoroso y el día 26 en un día sagrado. Es mi forma de vivir el presente, de acallar las voces del pasado. ¿Qué hago? Intento mimarme a mí y a los míos todo lo que puedo. No hago nada que no quiera hacer, ni veo a nadie que no quiera ver. Intento estar conectada solo a lo que me da energía; procuro que mi casa esté bonita –a mi me gusta tener flores y en estos días todos los jarrones están llenos-. Pongo la música que sé que me reconforta el alma y enciendo unas velitas. Las lucecitas de las velas me hacen mucha compañía, me mantienen conectada al amor, como si encendiera el interruptor que me une a Ignasi, a mi madre, a todas las personas que quiero y que están en el otro lado.

Durante años, los días de diciembre espesos los he pasado en casa. No he ido a trabajar. En casa me siento protegida, los ratitos de soledad me reconfortan. Algunos diciembres he organizado cenas con las personas con las que me siento a gusto, que me acompañan con amor, sin protocolos ni exigencias. También procuro hacer cosas que me ayudan a expandir cariño, como llenar un carro con alimentos que compro en el super y que luego llevo a la parroquia de mi barrio. Cualquier cosa que desprenda amor se la dedico a Ignasi. Eso me hace sentir bien. Huyo como del fuego de los pensamientos negativos, no me los puedo permitir. No juzgo nada, intento no pensar mal de nadie, de ver más que nunca el lado bueno de todos y de todo. Necesito estar en sintonía con la vibración del amor, para poder sentir mejor la energía de Ignasi y reconfortar a Jaume y a Lluís. Practico la meditación, que no es más que permanecer en silencio sin prestar atención a los pensamientos. Me imagino que el planeta está recubierto de una atmósfera de amor que se expande por todas partes y yo la recibo y reenvio a cada una de las personas que estamos en el mundo ahora, especialmente a los que sufren, a los que en esos momentos están en las UCIS o en situaciones difíciles. Eso es lo que yo intento hacer cuando se acerca el aniversario de la muerte de mi hijo.

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