prejuicios

HABLAR Y ESCUCHAR CON EL CORAZÓN

Suele decirse que las crisis muy profundas, como el duelo por la muerte de un ser muy querido, pueden ser una gran oportunidad de crecimiento espiritual, de conexión con nuestro yo más profundo, con la Fuente que emana amor, confianza, serenidad…

Sí, ¿pero cómo se llega a transformar el dolor, la angustia y la incertidumbre en sabiduría?¿Cuál es el camino? Hay muchos puentes que nos permiten cruzar a la otra orilla. Uno de ellos es aprender a hablar y a escuchar con el corazón. Cuando hablamos de lo que sentimos sin miedo a lo que los demás piensen de nosotros, sin ideas preconcebidas, ni ansias de agradar o convencer establecemos una comunicación amorosa que llega al corazón de los demás.

A mi me gusta imaginar cuando hablo con alguien que de mi corazón surge una luz que enciende el corazón del otro y se establece así, unidos por ese rayo luminoso, un diálogo de alma a alma que me da paz. Intento sentir lo que digo y frenar mi mente impaciente, que siempre va más deprisa que mis palabras como si no tuviera tiempo de conversar.

Pero para llegar a la otra orilla no solo hay que hablar, también es necesario escuchar con el corazón. ¡Qué difícil es eso! Requiere muchapaciencia y humildad; no interrumpir ni acabar las frases del otro, deshacernos del apego al tiempo y ofrecérselo con atención, escucharlo de verdad, con los cinco sentidos, sin suposiciones ni prejuicios, estando presentes en cuerpo y alma, en vez de tener la mente en mil otros sitios a la vez.

Solo así, hablando y escuchando como si meditáramos, viviendo realmente el momento y con el corazón abierto surge el crecimiento, aprendemos del ser que tenemos delante, avanzamos un pasito más, nos sentimos más unidos a la vida y creamos armonía a nuestro alrededor.

MERECE LA PENA SEGUIR ADELANTE

A veces me imagino que, como un árbol grande, de mis pies salen raíces tan fuertes y profundas que llegan hasta el mismo centro de la Tierra. Me mantienen erguida cuando hay tormenta y me nutren con la savia que da vida a todo lo que florece. Así, bien sujeta, me siento segura como un bebé en brazos de su madre. Si quiero llorar, lloro, porque la vida me mece, me sostiene y me une a infinidad de corazones. Cuando me siento confiada y querida me alejo del ajetreo del día a día y me permito relamer mis heridas… y recuerdo. He vivido tiempos dolorosos, imborrables, que son tan míos como el aire que respiro. Pero cuando hago recuento de los 53 años transcurridos, no puedo hacer más que agradecer el amor que he recibido. Sin cada una de las personas que se han cruzado en mi camino no sería la que soy, ni hubiese andado lo andado. Todos me han ofrecido regalos, aunque a algunos, al principio, los veía como enemigos. ¡Cuánto nos cuesta ver más allá de los prejuicios, de las apariencias, de las etiquetas! Yo nací inflexible y la poca flexibilidad que he ganado se la debo enterita a esas personas que tanto me han costado. Ahora puedo mirarlas a los ojos con cariño porque sé que son y han sido mis verdaderos maestros. Lo mismo me ocurre con las adversidades. Sin ellas y, sobre todo, sin el golpe seco, insoportable, terrible que me produjo la muerte de mi hijo no hubiese descubierto en mí la valentía ni la fuerza del amor. Durante estos 12 años, después de quedar sin nada, hundida y desnuda, he ido re-construyendo mi vida y puedo asegurar que es posible esperar con ilusión un nuevo día, aunque a veces, como hoy, me sienta triste. Porque mi tristeza es dulce, la herida que lamo es rosada, nada tiene que ver con la desesperación de los primeros tiempos. Merece la pena seguir adelante porque ahora sé que la alegría forma parte de mí, está en cada uno de nosotros.

LAS PALABRAS CURAN

 

Es tan fácil hablar que no nos damos cuenta del milagro que representa. Cuando nos expresamos con nuestra lengua materna, los sonidos brotan sin pensar, como por arte de magia y cada palabra encierra nuestra forma de ver la vida, de acercarnos al dolor, al amor, habla de nuestros miedos, de nuestras inseguridades, de lo que creemos, de lo que soñamos … El lenguaje nos define y nos ayuda a compartir sentimientos. Por eso, hablar de las personas que ya no están aquí y de nuestras emociones cura, siempre y cuando hablemos desde el corazón, desde el centro de nuestro ser, desde nuestro yo más sagrado. Si no es así, las palabras no sirven para curar, están vacías. Cuando decimos una cosa y sentimos otra, desperdiciamos el poder sanador de las palabras. De ahí que sea tan importante deshacernos de los prejuicios, de los dogmas, de las verdades absolutas que actúan de filtros e impiden que los sonidos surjan directamente del alma.

Cuando alguien nos dice algo desde el corazón es más probable que llegue al nuestro y eso siempre da paz. Como también la da decirnos a nosotros mismos, en voz alta, lo que sentimos. No nos deberíamos acostar sin habernos dicho, con dulzura, palabras cariñosas, de aprobación, de consuelo. Al verbalizar una emoción ponemos en marcha en nuestro interior el interruptor que nos une ala Creación, al Universo entero.

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