flexibilidad

MERECE LA PENA SEGUIR ADELANTE

A veces me imagino que, como un árbol grande, de mis pies salen raíces tan fuertes y profundas que llegan hasta el mismo centro de la Tierra. Me mantienen erguida cuando hay tormenta y me nutren con la savia que da vida a todo lo que florece. Así, bien sujeta, me siento segura como un bebé en brazos de su madre. Si quiero llorar, lloro, porque la vida me mece, me sostiene y me une a infinidad de corazones. Cuando me siento confiada y querida me alejo del ajetreo del día a día y me permito relamer mis heridas… y recuerdo. He vivido tiempos dolorosos, imborrables, que son tan míos como el aire que respiro. Pero cuando hago recuento de los 53 años transcurridos, no puedo hacer más que agradecer el amor que he recibido. Sin cada una de las personas que se han cruzado en mi camino no sería la que soy, ni hubiese andado lo andado. Todos me han ofrecido regalos, aunque a algunos, al principio, los veía como enemigos. ¡Cuánto nos cuesta ver más allá de los prejuicios, de las apariencias, de las etiquetas! Yo nací inflexible y la poca flexibilidad que he ganado se la debo enterita a esas personas que tanto me han costado. Ahora puedo mirarlas a los ojos con cariño porque sé que son y han sido mis verdaderos maestros. Lo mismo me ocurre con las adversidades. Sin ellas y, sobre todo, sin el golpe seco, insoportable, terrible que me produjo la muerte de mi hijo no hubiese descubierto en mí la valentía ni la fuerza del amor. Durante estos 12 años, después de quedar sin nada, hundida y desnuda, he ido re-construyendo mi vida y puedo asegurar que es posible esperar con ilusión un nuevo día, aunque a veces, como hoy, me sienta triste. Porque mi tristeza es dulce, la herida que lamo es rosada, nada tiene que ver con la desesperación de los primeros tiempos. Merece la pena seguir adelante porque ahora sé que la alegría forma parte de mí, está en cada uno de nosotros.

CÓMO CONOCER NUESTROS PROPIOS MIEDOS

 

Cada uno guarda en lo más hondo sus propios miedos, a veces están tan escondidos que ni sabemos que los tenemos. Algunos nos acompañan desde pequeños, tal vez incluso desde antes de nacer. Otros los hemos ido adquiriendo y heredando durante el transcurso de los años. Sea como sea, lo cierto es que suponen una carga incompatible con la travesía que hemos de recorrer durante el duelo. Hay que aligerar peso, para mantenernos a flote. ¿Pero cómo trascender nuestros miedos? A mi me ha ayudado, en primer lugar, nombrarlos, conocerlos. Generalmente mis miedos guardan relación con lo que más me molesta de los demás. Los defectos insufribles que vemos tan claro en los otros, sobre todo en las personas cercanas, señalan algún temor nuestro escondido.

Una tarde de mis primeros años de duelo, tumbada en el sofá, tuve uno de esos momentos de lucidez que acompañan a la oscuridad de los pesares: me imaginé que la tolerancia era el fruto de la intolerancia, la flexibilidad el de la inflexibilidad, la generosidad el del egoísmo, la paciencia el de la impaciencia… A ser flexible se llega empezando por las raíces del árbol de la inflexibilidad, lo vi claro. La idea me gustó y me ha servido de mucho. Ya no me disgusta tanto, por ejemplo, reconocerme a veces intolerante, porque sé que he de pasar por ahí, que justo ese es el camino que va a parar a la tolerancia. Porque sé eso, soy más tolerante con mi intolerancia y con la de los demás.

Luego he ido descubriendo otro tipo de miedos: el temor a no ser valorada, a no ser aceptada ni querida, a sufrir, a no dar la talla… La lista es larga, hay algunos muy genéricos y otros muy, muy personales. Poco a poco los he ido reuniendo y de algunos incluso he podido despedirme, después de darles las gracias. ¿Por qué como hubiese aprendido a quererme y a valorarme, sin la fuerza del miedo a no ser querida ni valorada? ¿Qué haría sin el miedo a sufrir que me impulsa a aceptar la vida? El miedo es un motor de cambio. Cuando ya ha cumplido su función, hay que dejarlo ir, al menos durante largas temporadas. No hay que tener miedo al miedo, siempre es más grande y fiero el león cuando nos lo imaginamos. Si vemos la vida como un aprendizaje, es lógico que nos asuste enfrentarnos a una materia desconocida, pero simplemente es eso, el inicio de un nuevo curso que nos permitirá adquirir más conocimiento.

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