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APRENDER A VIVIR CON LA INCERTIDUMBRE

 

El duelo encierra muchas cosas, entre ellas la incertidumbre. Las grandes pérdidas como la muerte de un hijo nos dejan sin asideros, sin certezas, como ciegos obligados a recorrer a tientas un camino desconocido. Podemos resistirnos o dejarnos llevar por el río de la vida. Para algunas personas, como yo, acostumbradas a controlar, a llevar las riendas, a alcanzar objetivos y perseguir resultados la segunda opción, la de aprender a fluir, es dificilísima. Vivir en el vacío nos produce vértigo, no estamos acostumbrados a la incertidumbre, en realidad nos hemos especializado en esquivarla. Aprender a convivir con ella es uno de nuestros grandes retos. Y es que el vacío y la incertidumbre encierran grandes potenciales. De ellos nace y se desarrolla la confianza. La confianza en nuestras posibilidades, en el Universo. Es la paz interior de los que no esperan ni persiguen nada. La aceptación de uno mismo, de las cosas y las personas tal como son.

Todos los grandes cambios, los que reconfortan el alma, son hijos de la incertidumbre. Cuando por fin la abrazamos, cuando somos plenamente conscientes de que en realidad nada está en nuestras manos, nos liberamos de una angustia vital profunda y es más fácil disfrutar del momento, lo único que de verdad tenemos.

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