amor

SE ACERCA LA NAVIDAD…

Estamos ya en Diciembre. La luz vuelve a ser tenue y el sol, tímido, lo envuelve todo de sombras alargadas. Han transcurrido 12 diciembres desde que se fue Ignasi. Para mi no es un mes como cualquier otro. Aunque la nostalgia y el dolor me han invadido en muchas otras épocas del año es, sin duda, durante los meses de diciembre cuando mi alma hace balance. Se abren las compuertas de las emociones y resurgen, uno a uno, los fantasmas escondidos y, entre medio, el valor y los tesoros que guardo ocultos. Durante muchos de estos 12 diciembres el miedo ha sido el más fuerte, el que me ha cogido de la mano para llevarme directamente al infierno. Yo, encogida, he ido visitando sus rincones y me he dado cuenta, a medida que lo he ido recorriendo año tras año, que la ausencia física de Ignasi es la que me ha dado la oportunidad de reconocer mis temores. Esos que ya estaban mucho antes de que él muriera, esos que son míos, que van mucho más allá de su partida.

Es en diciembre también cuando el alma, más visible ahora, me sienta con dulzuraen sus rodillas y me habla despacito de mis tesoros, de todas las cosas buenas que hay en la vida, del amor que doy y que recibo, del largo camino recorrido, de la fuerza inagotable que todos llevamos dentro. El alma, como una buena madre, no se cansa de decirme que ella estará siempre a mi lado, que viva confiada, que la vida no acaba con la muerte, que en realidad lo que llamamos vida no es más que un sueño. Mientras me acaricia el pelo, me recuerda de lo que soy capaz cuando me permito sentir el amor y la alegría. Me pide que recuerde lo bien que nos sentimos cuando las dos, en casa, con complicidad y alevosía, vamos llenando de flores los jarrones, mientras en la cocina hierven caldos que reconfortan del frío a mi familia y amigos.

“No te separes de mi, niña –me dice- que es diciembre”. No te separes de tu alma tú, lectora, que viene Navidad , que puede que se abran tus compuertas y necesites toda la ayuda de tus ángeles para atravesar la tempestad. Tal vez te preguntes: ¿Acuden de verdad los ángeles? A mi me parece que ellos siempre están, pero yo los percibo con mayor claridad si paseo por el campo o el mar, si no me esfuerzo en aparentar, si me escucho y hago realmente lo que quiero. Si digo lo que pienso, si me perdono y pido perdón cuando mis palabras hieren, si deseo, a pesar de todo, crear dentro de mi armonía y paz. Cuando no lo consigo, sigo sintiendo que ellos están, siguiéndome de cerca, justo detrás de mí, con los brazos abiertos, como lo estaba mi madre cuando yo empezaba a andar.

BUSCANDO EL AMOR PURO

Qué complicado resulta quedarnos solo con el amor y deshacernos de los cien hilos de colores que lo sujetan y de los mil invisibles que lo mantienen tenso, le impiden arrancar feliz el vuelo, y lo atan en corto como les ocurre a las cometas. Si fuera amor puro lo que sentimos por los hijos, les dejaríamos el mundo en sus manos y el cielo entero. Pero ay! cuelgan tantan cosas de ese amor que, a menudo, queda atenazado… Eso nos ocurre con nuestros hijos vivos y muertos, así nos sentimos nosotros y se sienten ellos. A mi me va a costar más vida de la que tengo deshacer nudos para ir soltando lastre, pero que sepan mis dos hijos que mi ilusion, mi mayor éxito, es que vuelen libres y ligeros.

PARA MARINA

 

 

Marina, a quién conocí en la Fundación ACONPANYA CA N’EVA, vive en Cadaqués, con su marido y su hija Sandra. Marina añora terriblemente a su otro hijo, Marc, que murió a los 14 años en un accidente de moto. De eso hace tan sólo dos años. Marina me ha escrito para decirme … “Mercè, me irè de esta vida sin tener a mi hijo físicamente a mi lado, sin haberle visto crecer. Mis ilusiones respecto a mis hijos se han quedado reducidas al 50%, solo podré ver, crecer y descubrir la vida con Sandra, Marc se lo ha perdido todo!! aún me pregunto porqué. No entiendo nada de esta vida… y no creo en otra”.

Marina, yo no puedo darte certezas científicamente comprobables, no sabría cómo hacerlo, pero sí puedo decirte que he aprendido a vivir después de la muerte de Ignasi. Lo he hecho por mí, por las personas que quiero, estén o no estén aquí. Yo tengo dos hijos, uno arriba y otro abajo. Nada ni nadie puede quitarme el amor que siento por ellos. El proyecto que representaba Ignasi al nacer es distinto al que me había imaginado, es verdad, pero mi ilusión por él sigue formando parte de mi vida. No puedo abrazarle ni verle, pero seguimos manteniendo una relación entrañable. Lo siento cerca cuando tengo el corazón alegre, cuando estoy bien y amorosa. Y cuando estoy triste, el amor que compartimos me da fuerza. Marina, las dos sabemos que Marc e Ignasi fueron felices desde que nacieron hasta que se fueron. Muchas madres no pueden decir eso y sin embargo algunas de ellas consiguen encontrarle sentido a sus vidas. En una vida con sentido cabe todo: el dolor, la pena, la alegría, el afecto, la ilusión… No te quedes en lo que hubiese podido ser, no sirve, no ayuda. Piensa en el amor que has tenido, en el que tienes y en el que tendrás. Si ahora cerraras los ojos y te vieras a ti misma con 30 años más, ¿qué le diría esa viejecita a la Marina que hoy eres? Mi viejecita, cuando cierro los ojos, me dice que esté tranquila, que todo pasa, que disfrute lo bonito de la vida.

EN LAS NOCHES OSCURAS

 

Cuando todo parece imposible y la ilusión de vivir se apaga, ¿qué nos sostiene? El amor, que es la esencia del alma. El amor es una opción de vida, no depende de nada. Cuando ando a ciegas la esperanza del amor me salva. Posiblemente el cielo esté nublado, oscuro y gris, pero ¿quién duda de que el sol sigue ahí? Si el amor sostiene al mundo, ¿cómo no me va a sostener a mí y a ti?

PONER ORDEN

 

Estos días ando atareada poniendo orden a mis emociones revueltas. Con la llegada de las golondrinas, que revolotean alocadas en el cielo azul de Barcelona desde hace ya unos días, se despierta en mí un desasosiego que no cesa hasta que encuentro un lugar para cada uno de mis sentimientos. Este año, además, me he dado cuenta que me toca hacer limpieza a fondo y deshacerme de un montón de maneras de hacer viejas que ya no me sientan bien. Por ejemplo, a mi me cuesta dejarme cuidar, me es más fácil dar que recibir y eso, cuando toma las riendas, me rompe la armonía, me desequilibra, me bloquea. Es un mal que arrastramos muchas mujeres –de mi familia pocas se salvan–, que yo ya no quiero, y he colocado en la pila de las cosas para tirar. Me he puesto manos a la obra y estoy intentando hacer mía la frase: ‘cuanto más amor acepto, más amor tengo para dar’. De momento tengo el alma patas arriba y, sentada en el suelo del desván donde acumulo todo lo que arrastro, estoy desgranando a ciegas mis angustias, esas que forman la piedra grande que me oprime el pecho cuando el corazón se siente incómodo porque le falta espacio para respirar la vida.

LA FUERZA DEL AMOR

 

 

Estos días he estado leyendo “El Hombre en Busca de Sentido”, del psiquiatra vienés Víctor Frankl. Este gran hombre, creador dela Logopetapia, pasó tres años en distintos campos de concentración durantela II GuerraMundial y su testimonio de superación es de un valor incalculable. Él fue el único superviviente de su familia, sus padres y su mujer murieron. Hay muchas partes del libro que me han llegado al alma, que han acrecentado la confianza en mi misma, al contagiarme de la suya, como la siguiente:

…La oscuridad del alba nos hacía caminar a tientas, y así tropezábamos con las piedras y pisábamos los charcos de aquella única carretera de acceso al campo. Los guardianes nos conducían a culatazos de sus rifles sin dejar en ningún momento de chillarnos. Los que andaban con los pies llagados se apoyaban en el brazo de su vecino. Apenas se oía una palabra entre nosotros porque el viento helado no propiciaba la conversación. Con la boca protegida por el cuello de la chaqueta, el hombre que marchaba a mi lado me susurró de improviso: “¡Si nuestras mujeres nos vieran ahora! Espero que ellas estén mejor en sus campos y desconozcan nuestra situación”. Sus palabras avivaron en mí el recuerdo de mi esposa.

Durante kilómetros caminábamos a trompicones, resbalando en el hielo y sosteniéndonos continuamente el uno al otro, sin decir palabra alguna, pero mi compañero y yo sabíamos que ambos pensábamos en nuestras mujeres. De vez en cuando levantaba la vista al cielo y contemplaba el diluirse de las estrellas al tiempo que el primer albor rosáceo de la mañana se dejaba ver tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi esposa, imaginándola con una asombrosa precisión. Me respondía, me sonreía y me miraba con su mirada cálida y franca. Real o irreal, su mirada lucía más que el sol del amanecer. En este estado de embriaguez nostálgica se cruzó por mi mente un pensamiento que me petrificó, pues por primera vez comprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamada en la brillante sabiduría de pensadores y filósofos: El amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor. Intuí como un hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad –aunque solo sea un suspiro de felicidad- si contempla el rostro de su ser querido…

Mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer. De pronto me asaltó una inquietud: no sabía si aún vivía. Sin embargo ahora estaba convencido de una cosa: el amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo. Que esté o no presente esa persona, que continúe viva o no, de algún modo pierde su importancia…”

LA EXISTENCIA ES AMOR

 

¿Adónde van las personas que mueren? A cada uno nuestro corazón nos ofrece una respuesta, si lo escuchamos sin prejuicios. El mío dice que al morir despertamos en una realidad distinta, un lugar brillante, de colores intensos, que es posible recorrer solo con el pensamiento. Allí recobramos una destreza y una memoria antiguas. Como los actores al finalizar la obra, volvemos a ser lo que somos, lo que siempre hemos sido. Pero igual que ellos se enriquecen con la interpretación del personaje al que dan vida, el alma después de la muerte despierta engrandecida. Allí nos cae el velo de los ojos y comprendemos que la existencia es amor. Lo demás es decorado.

Por eso, aunque duele la añoranza de la ausencia, siento a mi hijo y a todos mis muertos vivos.

EL DOLOR ES PERSONAL

 

Me escriben algunas personas que quieren ayudar a los seres queridos que han sufrido una pérdida. Hay muchas maneras de hacerlo: escucharles, hacerles la compra o la comida si se encuentran al inicio del duelo, -en el tramo en que uno se encuentra imposibilitado para hacer frente a sus propios necesidades-, regalarles libros o flores si les gustan… Recuerdo que durante los primeros tres meses en que yo estuve en estado de shock, mi suegra nos traía tulipanes, mi cuñada Magda cocinaba para nosotros, mi hermana ponía y tendía lavadoras y muchos amigos acudían o llamaban para interesarse por nosotros. Todas las acciones amorosas sirven.

Con el tiempo me he dado cuenta que para acercarse al dolor de los demás y reconfortarles, es preciso hacer un trabajo interior que permita conectar con los propios miedos. Quien teme horrorosamente a la muerte y, por tanto a la vida, poco podrá hacer para consolar a los que sufren por la muerte de un hijo, un esposo, un hermano, una madre… Las personas capaces de estar junto a un alma dolorida son las que pueden estar con su propio dolor y vivirlo como una parte más de la existencia. Esas personas acompañan bien, incluso en silencio. Saben que no hay que coger el dolor de los demás y hacerlo suyo, porque eso impide crecer al que sufre. El dolor es un maestro personal e intransferible, del que recibimos clases particulares. Cada uno tiene lecciones que aprender de su dolor. ¿Qué sentido tiene presentarse a los exámenes que evalúan el conocimiento de otro? Eso no es amor.

LA VIDA ES UN REGALO

 

He tenido la suerte de que me regalaran el libro “En la tristeza pervive el amor” de la Dra. Elisabeth Lukas. Es de esos libros cálidos que reconfortan el alma y encienden una lucecita en nuestro interior que perdura.

Dide Lukas que la vida es un regalo… por un tiempo limitado.

Nacemos con los días contados y todo lo que tenemos –incluídas las personas que amamos- se quedará aquí cuando nos vayamos al otro lado. Yo siento, a medida que voy aceptando la muerte de Ignasi, que el amor es el puente que me mantiene unida a mis seres queridos muertos. No es solo el amor que les tengo a ellos, es más grande que eso. Me refiero al sentimiento de amor en estado puro que llevamos dentro. Ese amor nos une a todo lo que existe en el Universo. Durante el duelo se aprende a dejar fluir ese amor incondicional, que solo depende de nosotros. Esa es la finalidad del duelo. La resistencia incrementa el dolor y nos aleja de los vivos y de los muertos.

EL DOLOR ES UN BUEN MAESTRO

 

El primer año de duelo es crucial, interiormente decidimos si estamos dispuestos a seguir adelante o no. Es un año durísimo, me recuerdo a mi misma fuera de este mundo, ocupadísima en reconstruir mi alma y en reconfortar, en lo posible, la de Lluís y Jaume.Al final del segundo año volví a poner los pies en la tierra y me encontré de sopetón con los conflictos cotidianos que había dejado aparcados durante mi “ausencia”. Al dolor del duelo se sumó entonces todo lo que había dejado pendiente; mis conflictos antiguos relacionados con la vanidad, el orgullo, la soberbia… ¡Qué difícil avanzar con todo eso mientras recorremos un trayecto tan complicado como es el del duelo !No tuve más remedio que dedicar esfuerzos a indagar en mi interior, a reciclar relaciones, a deshacer apegos, a modificar pautas mentales que ya no me servían para encarar mi nueva vida. Y todavía estoy en eso. Pienso que el camino sanador del duelo consiste en revisar y deshacernos de lo que se aleja del amor, en el sentido más amplio. Ese trabajo dura siempre, porque somos humanos y estamos aquí para aprender.

Desde entonces, veo todo lo que me sucede y, sobre todo lo que más me cuesta, como una oportunidad. Cada encuentro o reencuentro, cada percance o problema, cada ilusión encierran ahora un mensaje para mi alma. Nada ocurre por qué si, todo tiene un sentido y guarda relación con mi estancia aquí. Las alegrías y los conflictos pertenecen por igual a mi mapa de ruta. Su función es la misma, elevar mi vibración de amor. Soy la responsable de mi vida. En todo momento yo decido qué hacer con lo que me sucede. Eso me ha hecho tomar conciencia de lo reconfortante que es la libertad. ¡De la inmensa capacidad del ser humano de crear! Nací con unas características, es bien cierto, pero la mayoría puedo modificarlas y del resto puedo sacar el mejor provecho. Esta forma agradable de transitar por la existencia se la debo a Ignasi. El dolor, si no nos aferramos a él, es un buen maestro.

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