alegría

SIEMPRE ES POSIBLE ENCONTRAR SENTIDO A LOS QUE NOS PASA

 

 

Aunque parezca mentira es así. Aunque al principio de la muerte de un hijo todo se apaga y quedamos vacíos, muertos en vida, al final del duelo nos espera la luz, aunque ahora nos invada la más espesa de las oscuridades. Lo único que tenemos que hacer –y es mucho y difícil- es atrevesar la negrura agarrados de la mano del amor, como ciegos guiados por un perro lazarillo. ¿Y cómo conseguir eso, cuando reina la incertidumbre, el miedo y el dolor? Con nuestra actitud. La predisposición a ver el lado bueno de las cosas, por insignificante que sea, es vital. Eso no se consigue todos los días, pero conviene que se convierta en la brújula que marque nuestro rumbo.

Cuando yo estaba sola en casa, lloraba con ganas toda la amargura, luego me lavaba la cara y me iba con mi mejor sonrisa a animar a mi hijo Jaume cuando jugaba un partido de fútbol o preparaba el plato preferido de Lluís, mi marido o de camino al trabajo compraba una maceta de margaritas para mi amiga Carmen. La cuestión es vivir el dolor, pero no quedarse en él. A nuestros hijos muertos y a nosotros mismos nos debemos hacer algo bonito con todo ese sufrimiento. No importa qué, siempre que se haga con amor. Todos los que pasamos por una situación límite, como puede ser la muerte de un ser muy querido o cualquier otra situación difícil como una enfermedad realmente grave, sabemos que lo único importante es el amor; el que damos y el que recibimos, no hay otra moneda de cambio cuando la vida nos pone ante el abismo. Da igual la riqueza, la posición social, el éxito… todo eso no sirve para curar el alma. El alma sólo se cura si nos desprendemos de la culpa, de los celos, del rencor, del odio, de la frustración, de todo lo que pesa y oprime el corazón. Y eso requiere trabajar con uno mismo, mirar de cara a los propios fantasmas y llamarlos a cada uno por su nombre.Somos lo que somos, ni más ni menos.

Con el tiempo, es posible encontrar sentido incluso a la muerte de un hijo. Si no hubiese vivido ese dolor tan tremendo seguramente yo seguiría aferrada al orgullo, pasando por la vida de puntillas, muerta de miedo, intentando controlar lo incontrolable. Ahora sé que cualquier muerte sentida es una lección de humildad. Una oportunidad de desprenderse de las máscaras que nos impiden conectar con la verdadera alegría, la alegría que nace de dentro por el simple hecho de estar vivos, de compartir, de querer sin condiciones, de aceptar.

Cada uno tiene su camino de aprendizaje y no es posible escoger. No valen los atajos. Nuestra travesía es la que es, está hecha a medida. No podemos cambiar lo que nos sucede, pero sí podemos elegir cómo vivirlo. No vale echar las culpas a lo que pasó, a lo que nos hicieron. Lo que importa es qué hacemos nosotros con todo eso. En qué nos convertimos.

Cuando cierre los ojos por última vez a mi me gustaría recordar a cada una de las personas que he conocido con afecto, no me gustaría quedarme con muchos te quiero sin pronunciar, con un saco repleto de ganas de ayudar a los otros sin abrir, con otro cargado de agradecimientos sin apenas estrenar…

CÓMO COMUNICAR A UN NIÑO LA MUERTE DE UN SER QUERIDO

 

Cuando se trata de anunciar la muerte de un ser querido hay que actuar con sinceridad, de nada sirven las mentiras piadoras ni las verdades a medias. Al contrario, cualquier falsa esperanza resulta demoledora. Hay que hablar al niño con cariño y palabras sencillas, exponiendo los hechos tal como son y confiar en que, por muy grande que sea su dolor, sabremos ayudarle. Los niños perciben la gravedad de las situaciones, aunque los adultos intenten disimular. Si se les mantiene al margen, aunque sea con la intención de protegerles, todavía sufren más. El primer contacto con la muerte de alguien que amamos produce, inevitablemente, una herida profunda, pero como todas las grandes crisis también proporciona la posibilidad de aprender a apreciar la esencia de lo realmente importante: el amor.

Distintas formas de decirlo

En función de las creencias familiares es posible abordar la muerte de un modo u otro:

.Creencia espiritual. El cuerpo deja de extir, pero el alma o la energía de la persona vive eternamente. Se le puede explicar al niño que el proceso de morir es parecido al que tiene lugar cuando los gusanos de seda dejan de serlo para convertirse en mariposas. Las personas vuelan hacia el cielo y entran en otra dimensión. Siguen existiendo, aunque no podamos verlas, y se convierten en ángeles de la guarda de los niños a quienes quieren.

.Familia agnóstica. Se le puede explicar al niño que el amor que esta persona ha dejado permanece en el corazón de los que le aman. Se trata de un «tesoro» al que se puede recurrir siempre que se esté triste. Estos recuerdos y pensamientos amorosos, con el tiempo, tienen el poder de transformar la tristeza en alegría y la añoranza en un entrañable sentimiento de compañerismo y solidaridad.

Reacciones habituales

.No creen lo sucedido. Igual que les ocurre a los adultos, al principio predomina la incredulidad. Aceptar la muerte requiere un tiempo, la reacción inmediata es negarla. En esta fase de confusión es posible que pregunten, al cabo de un rato de explicarles lo sucedido, cuándo volverá la persona muerta. Nunca hay que mentirles, porque eso poduce mucha más ansiedad.

.Estan enfadados y agresivos. Es normal sentir un gran sentimiento de injusticia y al mismo tiempo de frustración. Esto provoca mucha rabia, que cada niño demostrará a su manera y según su edad. Pueden aumentar las rabietas, las peleas en la escuela o los insultos o los portazos en casa.

.Se sienten culpables. En algún momento es fácil que piensen que lo sucedido es culpa suya porque un día hicieron algo indebido o dirigieron un mal pensamiento hacia la persona que ahora se ha ido. Con el paso del tiempo, cuando empiecen a desvanecerse en su mente sus rasgos físicos, pueden pensar que la traicionan y sentirse doblemente culpables.

Así viven el duelo

.Lloran y juegan. Los niños y los adolescentes encaran el duelo de otra forma que los adultos. Lloran un rato, no muy largo y después tienen la capacidad de volver a reír y continuar con sus actividades habituales.

.En la escuela. Fuera del contexto familiar suelen actuar como si nada hubiese pasado y con sus compañeros no acostumbran a hablar de lo sucedido, en grupo intentan mantener una actitud de normalidad, aunque por dentro lo estén pasando mal.

Qué pueden hacer los padres

Intentar que expresen sus sentimientos. Para estimularles a que los exterioricen hay que preguntarles cómo se sienten, en vez de cómo estan. Aunque no lo parezca, existe un gran diferencia entre estar y sentir. Se puede estar más o menos bien o mal, pero uno se puede sentir de muy diversas formas. Contestar a cómo nos sentimos da pie a hablar largo y tendido, que es precisamente lo que conviene durante el duelo.

Dejar que vayan al funeral. Los ritos, sean religiosos o no ayudan a familiarizarse con el proceso de la muerte. Despedirse es importante para iniciar un buen duelo y asumir que la pérdida forma parte de la vida. Pensar que si no asisten sufrirán menos es un error. Cuanta más carga emocional se pueda sacar en el funeral, mejor. En este caso la frase «ojos que no ven, corazón que no siente» no sirve. Precisamente el proceso de curación pasa por sentir y por aceptar lo que se siente, por muy desagradable que sea.

.Hablar de la persona muerta con naturalidad. Cuando muere alguien muy cercano -un padre, un hermano, un abuelo o un amigo del alma- de repente dejar de nombrarle resulta tremendamente doloroso. A los familiares o personas muy queridas muertas hay que seguir dejándoles un espacio en el clan familiar. Si no se hace así la herida nunca se cura del todo.

.No evadir el tema de la muerte. No es fácil para los padres responder a las inquietudes que genera en un hijo la muerte, pero es preciso no eludir el tema y contestar con sinderidad. Pedir orientación a un especialista (psicólogo, asistente social, sacerdote, terapeuta…) puede resultar de gran ayuda.

.Manifestar apoyo abiertamente. No sólo se trata de mantener una actitud respetuosa ante el dolor que siente el otro, sino de expresar, verbalmente y con mimos y caricias, nuestro cariño. Siempre es bueno sentirase querido, pero en los momentos difíciles mucho más.

Pedir ayuda a un especialista sí…

.Antes sacaba buenas notas y ahora sus resultados académicos son desfavorables.

.En la escuela tiene una actitud muy rebelde o destructiva.

.Está persistentemente nervioso o le cuesta conciliar el sueño.

.La tristeza por la muerte del ser querido desencadena en él un cambio de carácter; se muestra especialmente reservado o deja de hacer lo que antes hacía con entusiasmo.

.Adopta una actitud temeraria, como si quisiera transmitir que su vida no le importa.

.Ha engordado mucho o ha perdido peso en poco tiempo.

.Intenta estar en casa el menor tiempo posible y no explica nada de lo que le sucede.

Buenas vías de escape

.Practicar un arte marcial. Va bien para liberar tensión.

.Aprender a relajarse. El yoda o el tai-chi reducen la ansiedad

.Apuntarse a alguna actividad cultural. Enriquecer el espíritu siempre reconforta.

.Realizar algún viaje. Ver otras realidades ayuda a relativizar.

.Practicar algún deporte. El ejercicio físico favorece el buen humor.

.Escribir un diario. Expresar los sentimientos ordena la mente.

*Este artículo lo escribí para una enciclopedia de Círculo de Lectores hace algunos años.

EL ESFUERZO TITÁNICO DE LOS OTROS HIJOS (DIARIO)

 

12 de junio de 1999

(Sábado tarde)

Mi hijo Jaime duerme en el sofá. Estábamos viendo la tele, una película malísima, y se ha quedado dormido. He cerrado la tele y he puesto un cuarteto para flauta y violín de Mozart, para que descanse mejor. Está agotado. Es muy duro para él lo que nos ha sucedido. Días después del accidente dijo: “nosotros tendremos dos vidas, la de antes y la de ahora”. Fue el primero de los tres en comprender la situación. Está haciendo un esfuerzo titánico. Ya no es el pequeño, en cinco meses se ha convertido en un adolescente mucho más maduro de lo que le corresponde. No ha tirado la toalla ni un sólo momento. Desde el comienzo ha aguantado la presión que supone ir cada día al colegio, estudiar, encontrarse con los amigos de Ignacio y estar en casa sin él, y con unos padres abatidos, como nunca los había visto.

Ha crecido mucho y está guapísimo. Aunque sólo fuera por él merecería la pena que en casa volviera a entrar la alegría. Deseo con todo mi corazón que tenga una vida plácida y unos padres sólidos que puedan ayudarle sin pedirle nada a cambio. Me encantaría poderle enseñar que después de un golpe, por más duro que sea, las personas, poco a poco, nos recuperamos y con el tiempo volvemos a descubrir la cara agradable de la vida.

Le miro y veo la fuerza de la juventud y pienso en mí a su edad, a los 14 años, cuando todo el mundo estaba por descubrir. Una edad preciosa llena de vitalidad y soledad. Él ya sabe lo que es la muerte. Pero le queda por descubrir lo maravilloso que es compartir la vida con alguien que te quiere, tener la libertad de elegir, la agradable sensación que produce abrazar a un hijo…

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