CABOS SUELTOS
Mi relación con la muerte es familiar, quiero decir que no me es desconocida. He vivido la devastación que supone ver morir a un hijo y el vacío que acompaña la muerte de un gran compañero de vida. Nos hemos mirado a los ojos y siento por ella mucho respeto. Nombrarla no me da miedo, no creo que al hacerlo la invoque, al contrario, me ayuda a diluir mis miedos.
Es imposible elegir no morir y, aunque nos desgarre el alma, nada podemos hacer por los nuestros cuando es su hora de partir. Todo eso lo cuento porque, de tanto en tanto, al acostarme, juego a hacer balance de mi existencia. Me digo: «si mañana no me despertara, que me quedaría pendiente». Y voy repasando lo que me gustaría dejar más arreglado. Está bien intentar dejar las cosas fáciles a las personas que queremos, pero me he dado cuenta que es absurdo intentar atar todos los cabos. Sin cabos sueltos no tendría sentido la vida, no aprenderíamos nada.
En realidad, solo tenemos que procurar hacer las cosas con amor hasta donde llegue nuestro recorrido y, luego, el testigo pasa automáticamente a los que se quedan, como en las carreras de relevos.
NOS UNE EL AMOR
Aquella entrañable Navidad del 98 yo no sabía que era la última que pasaría con mi hijo Ignasi, tampoco que el verano del 2019 sería el último que Lluís y yo estaríamos en Menorca, compartiendo la deliciosa sombra de la morera del patio, las primeras horas del día en el mar, las largas siestas… Su enfermedad y su muerte, en febrero del 21, me han llevado de nuevo a otra realidad.
Sí, hay un antes y un después tras la muerte de seres muy queridos, mucho dolor, rabia y tristeza, pero también es agradable constatar que el hilo de amor que nos unía sigue intacto. Mi hijo y mi esposo forman parte de mi, así lo siento. Como si, al irse, algo de su bondad, su fuerza y su sentido del humor hubieran quedado impregnados en mi ADN.
Cuando pienso en ellos, siento como florece en mi interior la ternura. Ese cariño lo puedo ofrecer a todo lo que me rodea. Amar es una opción, una forma de vida, una buena inversión. El amor no se desgasta, al contrario, cuánto más damos más recibimos.
En los días claros, mágicos, todas/os hemos experimentado la agradable sensación de hacer las cosas con mimo, con suavidad, con amor. No es lo mismo ir a comprar, fregar los platos o cocinar con desgana que con cariño, ¿verdad?
Por eso, porqué no sabemos si este será el último verano, vale la pena saborearlo, vivir un día a la vez, convertir lo sencillo en extraordinario. Sentir gratitud, regalar palabras dulces, abrazar a los nuestros y mecer en nuestro corazón a los seres queridos muertos.
NO ESTÁS SOLA
Siempre me resulta sorprendente, a pesar de que lo he experimentado muchas veces a lo largo de mi vida, que después de días raros, pesados, difíciles, en los que no encuentro sentido a nada, vienen otros ligeros, en los que predomina en mí una sensación de amor, de armonía que agradezco infinitamente.
En esos días claros, hago las paces con alguna parte mía que, tal vez, mantenía cautiva y disfruto cocinando, arreglo las plantas, me pongo a escribir y veo cómo brotan las palabras con soltura, sin esfuerzo, con cariño.
Puede ser que los días oscuros, le den más luz a los que percibo como claros. Sea como sea, eso me da fuerza, me ayuda a atravesar mi duelo y expande el amor que siento hacia mis seres queridos. No hay nada que me dé más calma que sentir el amor que hay en mí. Ese amor que está en ti y que nos une a todos.
Si tienes un día malo o muy malo, recuerda que no eres la única y, aunque ahora te parezca imposible, pasará y tal vez vuelvas a sentirte en paz contigo y con la vida. No estás sola, somos muchos los que estamos aprendiendo a vivir de nuevo.
SENTIR ES LA CLAVE
Lo mejor que podemos hacer con el dolor es vivirlo. Es la única manera que conozco de trascenderlo, pero da miedo, ¿verdad?
Nos imaginamos que si abrimos la puerta a sentir, a escuchar al cuerpo y al alma no vamos a poder con tanto como arrastramos.
Quizá nos parezca más adecuado mirar hacia otro lado y a ratitos nos viene bien distraernos, pasar de puntillas, sí, pero, cuando transitamos un gran duelo, tarde o temprano es mejor afrontarlo. Cada uno a su ritmo tiene que parar y aprender a mirar con ternura lo que siente.
Cuando observamos el torbellino de emociones dolorosas, sin juzgarnos, se suavizan, dejan de dominarnos. He podido constatarlo.
Al principio del duelo, es posible que personas cercanas sufran si nos ven llorar, gritar o recluirnos en casa. Sí, les gustaría vernos bien, su intención es buena, pero no nos sirve. La realidad es otra y lo natural es sentir dolor, tristeza, rabia, culpa o lo que sea, con la mirada puesta en salir adelante, claro, pero eso lleva su tiempo. La paciencia con uno mismo es una buena aliada.
Un gran duelo, como la muerte de un hijo, de una pareja muy querida, un padre o una madre todavía jóvenes o un amigo del alma, de esos que están presentes en nuestra vida cotidiana, suele ser el principio de una gran transformación. Nada, ni nosotros, vamos a ser los de antes. De nuestra actitud depende que renazcamos con más comprensión, con más aceptación y amor hacia nosotros mismos y hacia los demás, en definitiva hacia la vida.
Es tan grande el cambio interno, que vamos a necesitar el apoyo de todos los que puedan acompañarnos. Las personas, profesionales o no, que hayan podido sostener, con dulzura, sus propios miedos, sus propias heridas, van a ser unos buenos guías. Nos van a dejar llorar, sin ocultar la mirada, porqué saben que así, en otro momento, podremos reír. Nadie elegiría pasar por eso para dar un salto, pero cuando ocurre, cuando no hay marcha atrás, podemos elegir seguir adelante con cariño.
Recorrida ya una buena parte del camino, nos sorprenderemos agradeciendo la placidez de un día de lluvia, la suerte de contar con buenos recuerdos, la belleza que refleja un rayo de luz que entra por la ventana, el bienestar que nos producen las sonrisas que nos regalan, la dicha que sentimos cuando damos la mano a otros…
Si podemos sentir, aunque sea de vez en cuando, el amor en estado puro que sale de nosotros, que nos une, que da calidez y sosiego, nuestros seres queridos, vivos y muertos, se sentirán felices y la vida adquirirá de nuevo un agradable sentido. Tal vez la veamos con ojos más compasivos…
LA ISLA
Llevo unos días con la añoranza subida. La ausencia de Lluís se hace más presente que mi realidad cotidiana. Parece un contrasentido, ¿verdad? que alguien que no está, sea más presente que lo que sí está. Es lo que tiene el duelo.
He estado unos días en Menorca, por primera vez sin él. La isla, nuestra isla, guarda maravillosos recuerdos de nuestros veranos, cuando éramos cuatro. Él, yo y los niños. Una época, feliz, llena de risas.
Luego vino la muerte, repentina, de nuestro primogénito, Ignasi, y la isla nos arropó a los tres con un amoroso silencio.
Más tarde, despacio, llegaron nuevos veranos amorosos con amigos del alma, de esos que acompañan como si estuvieras solo. Y volvimos a ser felices.
Ahora me toca a mi, en solitario, sentir y agradecerle a la isla todo el amor que nos ha dado. De momento, he dado el primer paso, acompañada por esos amigos del alma de los que he hablado. Estoy contenta y triste. Es así como me siento.
LA HERMOSURA DE LAS COSAS SENCILLAS
DEL CAOS A LA CONSTRUCCIÓN
CHARLA SOBRE EL DUELO
Estaré encantada de estar un ratito con vosotras/os.
CREAR ARMONÍA
A mi me reconforta alejarme del barullo de mí misma, para observarme con ternura. Estar un ratito conmigo, sin hacer nada más que sentir el calorcito de la calma.
En este espacio sagrado, juego a imaginarme cosas bonitas. Cierro los ojos y veo a mis seres queridos alegres, felices y eso me da paz.
Los seres que amo, estén vivos o muertos, lejos o cerca, son una parte de mí, no existe entre ellos y yo separación.
Nos une el amor que, aunque no se ve, es tangible.
En esos ratitos que me regalo, el silencio es dulce, me dejo mecer por el cariño y me siento agradecida por la vida que tengo.
LAS NOCHES DEL ALMA
Cuando atravesamos un gran duelo, lo que antes parecía sólido se desvanece. Nada que no se sustente en el amor nos ayuda a vivir. Es así, es fácil comprobarlo; una mirada dulce, un silencio amable, un abrazo cálido y sincero o cualquier otra muestra de cariño pueden suavizar, incluso darle la vuelta a un día negro. El amor funciona en ambas direcciones, tanto si lo damos como si lo recibimos.
Pero no es fácil crear armonía mientras bulle la rabia, nos atenaza el miedo o nos asfixia la tristeza. Emociones muy presentes durante el duelo, difíciles de apaciguar. La manera que yo conozco es sintiéndolas. No mirar hacia otro lado. Ahora toca llorar y gritar, para poder sonreír a ratos. Con honestidad, sin juzgarnos. Abrirnos al dolor sin resignarnos.
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