LAS NOCHES DEL ALMA

 

Cuando atravesamos un gran duelo, lo que antes parecía sólido se desvanece. Nada que no se sustente en el amor nos ayuda a vivir. Es así, es fácil comprobarlo; una mirada dulce, un silencio amable, un abrazo cálido y sincero o cualquier otra muestra de cariño pueden suavizar, incluso darle la vuelta a un día negro. El amor funciona en ambas direcciones, tanto si lo damos como si lo recibimos.

 

 

 

Pero no es fácil crear armonía mientras bulle la rabia, nos atenaza el miedo o nos asfixia la tristeza. Emociones muy presentes durante el duelo, difíciles de apaciguar. La manera que yo conozco es sintiéndolas. No mirar hacia otro lado. Ahora toca llorar y gritar, para poder sonreír a ratos. Con honestidad, sin juzgarnos. Abrirnos al dolor sin resignarnos.

 

 

Es muy áspera y larga la travesía, por eso requiere paciencia y dulzura. Un corazón roto necesita mimos y descanso. Y en los momentos claros, hacer grande la voluntad de seguir adelante, de volver a sentir alegría, calma, confianza.

 

 

 

Los grandes duelos nos enfrentan a una soledad desconocida. Te sugiero que, aunque te de miedo, no te resistas, no huyas. Esa soledad suele ser el inicio de una bonita relación contigo misma. Las noches del alma esconden el don de sembrar semillas de fortaleza, tolerancia y valentía.

 

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