LA HERMOSURA DE LAS COSAS SENCILLAS

 
Sé que, durante un gran duelo, hay momentos y días de gran desasosiego, en los que nada parece encajar con nosotros, cualquier cosa cuesta horrores, incluso salir de la cama.

Pero también sé que el desgarro que nos parece eterno no dura para siempre. Todo pasa y amanecen días en los que respirar cuesta menos y otros en los que la vida fluye sin esfuerzo.

En los días claros, qué agradable es dejarse mecer por el vaivén de la existencia, sin fricciones, sin resistencia, poniendo la atención en la bondad, en el agradecimiento, en la belleza.

Mirar con cariño los geranios que florecen en mi balcón, agradecer el confort de una ducha caliente, disfrutar del silencio de las primeras horas de la mañana, esas cosas pequeñas nutren mi alma.

Después de la muerte de un ser muy querido, perdemos buena parte de lo que éramos antes, pero nos queda la libertad de elegir quién queremos ser, cuando se disipe la niebla del dolor y la incertidumbre.

La amargura, ya sabemos, nos lleva a un callejón oscuro, es como quedar muerta en vida. A mi me parece que la mejor salida es apostar por ir creando una mirada amorosa que refleje la hermosura de las cosas sencillas, las que nos dan esa alegría serena que reconforta.

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