SENTIR ES LA CLAVE

 

 

Lo mejor que podemos hacer con el dolor es vivirlo. Es la única manera que conozco de trascenderlo, pero da miedo, ¿verdad?

 

Nos imaginamos que si abrimos la puerta a sentir, a escuchar al cuerpo y al alma no vamos a poder con tanto como arrastramos.

 

Quizá nos parezca más adecuado mirar hacia otro lado y a ratitos nos viene bien distraernos, pasar de puntillas, sí, pero, cuando transitamos un gran duelo, tarde o temprano es mejor afrontarlo. Cada uno a su ritmo tiene que parar y aprender a mirar con ternura lo que siente.

 

Cuando observamos el torbellino de emociones dolorosas, sin juzgarnos, se suavizan, dejan de dominarnos. He podido constatarlo.

 

Al principio del duelo, es posible que personas cercanas sufran si nos ven llorar, gritar o recluirnos en casa. Sí, les gustaría vernos bien, su intención es buena, pero no nos sirve. La realidad es otra y lo natural es sentir dolor, tristeza, rabia, culpa o lo que sea, con la mirada puesta en salir adelante, claro, pero eso lleva su tiempo. La paciencia con uno mismo es una buena aliada.

 

Un gran duelo, como la muerte de un hijo, de una pareja muy querida, un padre o una madre todavía jóvenes o un amigo del alma, de esos que están presentes en nuestra vida cotidiana, suele ser el principio de una gran transformación. Nada, ni nosotros, vamos a ser los de antes. De nuestra actitud depende que renazcamos con más comprensión, con más aceptación y amor hacia nosotros mismos y hacia los demás, en definitiva hacia la vida.

 

Es tan grande el cambio interno, que vamos a necesitar el apoyo de todos los que puedan acompañarnos. Las personas, profesionales o no, que hayan podido sostener, con dulzura, sus propios miedos, sus propias heridas, van a ser unos buenos guías. Nos van a dejar llorar, sin ocultar la mirada, porqué saben que así, en otro momento, podremos reír. Nadie elegiría pasar por eso para dar un salto, pero cuando ocurre, cuando no hay marcha atrás, podemos elegir seguir adelante con cariño.

 

 

Recorrida ya una buena parte del camino, nos sorprenderemos agradeciendo la placidez de un día de lluvia, la suerte de contar con buenos recuerdos, la belleza que refleja un rayo de luz que entra por la ventana, el bienestar que nos producen las sonrisas que nos regalan, la dicha que sentimos cuando damos la mano a otros…

 

Si podemos sentir, aunque sea de vez en cuando, el amor en estado puro que sale de nosotros, que nos une, que da calidez y sosiego, nuestros seres queridos, vivos y muertos, se sentirán felices y la vida adquirirá de nuevo un agradable sentido. Tal vez la veamos con ojos más compasivos…

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