AMOR

NO ESTÁS SOLA

 

Siempre me resulta sorprendente, a pesar de que lo he experimentado muchas veces a lo largo de mi vida, que después de días raros, pesados, difíciles, en los que no encuentro sentido a nada, vienen otros ligeros, en los que predomina en mí una sensación de amor, de armonía que agradezco infinitamente.

 

En esos días claros, hago las paces con alguna parte mía que, tal vez, mantenía cautiva y disfruto cocinando, arreglo las plantas, me pongo a escribir y veo cómo brotan las palabras con soltura, sin esfuerzo, con cariño.

 

Puede ser que los días oscuros, le den más luz a los que percibo como claros. Sea como sea, eso me da fuerza, me ayuda a atravesar mi duelo y expande el amor que siento hacia mis seres queridos. No hay nada que me dé más calma que sentir el amor que hay en mí. Ese amor que está en ti y que nos une a todos.

 

Si tienes un día malo o muy malo, recuerda que no eres la única y, aunque ahora te parezca imposible, pasará y tal vez vuelvas a sentirte en paz contigo y con la vida. No estás sola, somos muchos los que estamos aprendiendo a vivir de nuevo.

 

 

 

SENTIR ES LA CLAVE

 

 

Lo mejor que podemos hacer con el dolor es vivirlo. Es la única manera que conozco de trascenderlo, pero da miedo, ¿verdad?

 

Nos imaginamos que si abrimos la puerta a sentir, a escuchar al cuerpo y al alma no vamos a poder con tanto como arrastramos.

 

Quizá nos parezca más adecuado mirar hacia otro lado y a ratitos nos viene bien distraernos, pasar de puntillas, sí, pero, cuando transitamos un gran duelo, tarde o temprano es mejor afrontarlo. Cada uno a su ritmo tiene que parar y aprender a mirar con ternura lo que siente.

 

Cuando observamos el torbellino de emociones dolorosas, sin juzgarnos, se suavizan, dejan de dominarnos. He podido constatarlo.

 

Al principio del duelo, es posible que personas cercanas sufran si nos ven llorar, gritar o recluirnos en casa. Sí, les gustaría vernos bien, su intención es buena, pero no nos sirve. La realidad es otra y lo natural es sentir dolor, tristeza, rabia, culpa o lo que sea, con la mirada puesta en salir adelante, claro, pero eso lleva su tiempo. La paciencia con uno mismo es una buena aliada.

 

Un gran duelo, como la muerte de un hijo, de una pareja muy querida, un padre o una madre todavía jóvenes o un amigo del alma, de esos que están presentes en nuestra vida cotidiana, suele ser el principio de una gran transformación. Nada, ni nosotros, vamos a ser los de antes. De nuestra actitud depende que renazcamos con más comprensión, con más aceptación y amor hacia nosotros mismos y hacia los demás, en definitiva hacia la vida.

 

Es tan grande el cambio interno, que vamos a necesitar el apoyo de todos los que puedan acompañarnos. Las personas, profesionales o no, que hayan podido sostener, con dulzura, sus propios miedos, sus propias heridas, van a ser unos buenos guías. Nos van a dejar llorar, sin ocultar la mirada, porqué saben que así, en otro momento, podremos reír. Nadie elegiría pasar por eso para dar un salto, pero cuando ocurre, cuando no hay marcha atrás, podemos elegir seguir adelante con cariño.

 

 

Recorrida ya una buena parte del camino, nos sorprenderemos agradeciendo la placidez de un día de lluvia, la suerte de contar con buenos recuerdos, la belleza que refleja un rayo de luz que entra por la ventana, el bienestar que nos producen las sonrisas que nos regalan, la dicha que sentimos cuando damos la mano a otros…

 

Si podemos sentir, aunque sea de vez en cuando, el amor en estado puro que sale de nosotros, que nos une, que da calidez y sosiego, nuestros seres queridos, vivos y muertos, se sentirán felices y la vida adquirirá de nuevo un agradable sentido. Tal vez la veamos con ojos más compasivos…

LA ISLA

 

Llevo unos días con la añoranza subida. La ausencia de Lluís se hace más presente que mi realidad cotidiana. Parece un contrasentido, ¿verdad? que alguien que no está, sea más presente que lo que sí está. Es lo que tiene el duelo.

He estado unos días en Menorca, por primera vez sin él. La isla, nuestra isla, guarda maravillosos recuerdos de nuestros veranos, cuando éramos cuatro. Él, yo y los niños. Una época, feliz, llena de risas.

Luego vino la muerte, repentina, de nuestro primogénito, Ignasi, y la isla nos arropó a los tres con un amoroso silencio.

Más tarde, despacio, llegaron nuevos veranos amorosos con amigos del alma, de esos que acompañan como si estuvieras solo. Y volvimos a ser felices.

Ahora me toca a mi, en solitario, sentir y agradecerle a la isla todo el amor que nos ha dado. De momento, he dado el primer paso, acompañada por esos amigos del alma de los que he hablado. Estoy contenta y triste. Es así como me siento.

 

 

 

LA HERMOSURA DE LAS COSAS SENCILLAS

 
Sé que, durante un gran duelo, hay momentos y días de gran desasosiego, en los que nada parece encajar con nosotros, cualquier cosa cuesta horrores, incluso salir de la cama.

Pero también sé que el desgarro que nos parece eterno no dura para siempre. Todo pasa y amanecen días en los que respirar cuesta menos y otros en los que la vida fluye sin esfuerzo.

En los días claros, qué agradable es dejarse mecer por el vaivén de la existencia, sin fricciones, sin resistencia, poniendo la atención en la bondad, en el agradecimiento, en la belleza.

Mirar con cariño los geranios que florecen en mi balcón, agradecer el confort de una ducha caliente, disfrutar del silencio de las primeras horas de la mañana, esas cosas pequeñas nutren mi alma.

Después de la muerte de un ser muy querido, perdemos buena parte de lo que éramos antes, pero nos queda la libertad de elegir quién queremos ser, cuando se disipe la niebla del dolor y la incertidumbre.

La amargura, ya sabemos, nos lleva a un callejón oscuro, es como quedar muerta en vida. A mi me parece que la mejor salida es apostar por ir creando una mirada amorosa que refleje la hermosura de las cosas sencillas, las que nos dan esa alegría serena que reconforta.

PRIMAVERA/OTOÑO

Hoy empieza la primavera en el hemisferio Norte, en el que yo vivo, y el otoño en el hemisferio Sur. Aquí comienza a florecer todo y en el Sur corre una brisa que, con suavidad, invita, despacio, al recogimiento.

 

Para las personas que atravesamos un duelo, los cambios de estación requieren sosiego, porque las emociones están a flor de piel. Y si hay tristeza, enojo o desencuentros atrasados resurgen ahora, con fuerza, en sueños, pensamientos, situaciones y encuentros inesperados.

 

Es como si la naturaleza nos diera un tiempo para baldearnos, para hacer un «reset». Pero, antes, tenemos que pasar unos días mirando a los ojos a aquello que, quizá, sin ni siquiera saberlo, nos disgusta, nos hizo daño.

 

Al principio, yo me resisto, miro para otro lado, no quiero entrar es el desván dónde guardo mis inseguridades, mis miserias, mis heridas ancestrales. Pero, ¡ay!, llega la primavera y no quiero quedarme atrás, quiero vivirla, sin resistencias.

 

Con sutileza intento entenderme, necesito mucha paciencia conmigo misma porque suelo ser esquiva, me acomodo en la tristeza o me vuelvo irascible o todo a la vez. Procuro persuadirme con palabras de aliento, me recuerdo que lo he hecho otras veces eso de mirarme por dentro, que no pasa nada por sacarle el polvo y acariciar mis miedos.

 

Y en eso estoy, dándome tiempo para estar como estoy y poder florecer, sin travas, sintiendo el impulso de la vida.

DEL CAOS A LA CONSTRUCCIÓN

Gracias a Ana Elsa, de la Asociación «Regreso a casa», por darme la oportunidad de estar con vosotras. Fueron casi dos horas que pasaron volando. Un placer. Os dejo el link de la conferencia para las que no pudieron estar y quieran verlo.

 

CHARLA SOBRE EL DUELO

Cuando nos encontramos perdidos en medio de la nada cualquier destello de luz, por fugaz que sea, nos ayuda a subir un peldaño, a respirar hondo, a sintonizar con la esperanza, a sentirnos menos solos.
Nadie es el mismo después de la muerte de un ser inmensamente amado. Es imposible ser el de antes, pero sí tenemos la oportunidad de elegir qué queremos que florezca en nuestra vida: ¿la gratitud por lo vivido o la amargura por lo que nos parece que hemos perdido?
Si escogemos a pesar de todo mantener el corazón abierto al amor, si estamos dispuestos a sentir el dolor, pero también la alegría es muy posible que nuestra vida adquiera de nuevo sentido.
Este domingo, día 6, tengo la suerte de participar en una charla, vía Zoom, sobre esto, sobre el duelo, que organiza la Asociación «Regreso a casa». Las personas que quieran participar pueden ponerse en contacto con Ana Elsa (paradaanaelsa@icloud.com), será a las 19 hora española, las 12pm hora de Ciudad de México. El encuentro es gratuito y el link para acceder a él es: https://us02web.zoom.us/j/4721224150?pwd=aDZqbmoxYUk2Um5wLzlZTGZvcVdmdz09
Estaré encantada de estar un ratito con vosotras/os.

 

CREAR ARMONÍA

 

A mi me reconforta alejarme del barullo de mí misma, para observarme con ternura. Estar un ratito conmigo, sin hacer nada más que sentir el calorcito de la calma.

 

En este espacio sagrado, juego a imaginarme cosas bonitas. Cierro los ojos y veo a mis seres queridos alegres, felices y eso me da paz.

Los seres que amo, estén vivos o muertos, lejos o cerca, son una parte de mí, no existe entre ellos y yo separación.
Nos une el amor que, aunque no se ve, es tangible.

 

En esos ratitos que me regalo, el silencio es dulce, me dejo mecer por el cariño y me siento agradecida por la vida que tengo.

 

 

LAS NOCHES DEL ALMA

 

Cuando atravesamos un gran duelo, lo que antes parecía sólido se desvanece. Nada que no se sustente en el amor nos ayuda a vivir. Es así, es fácil comprobarlo; una mirada dulce, un silencio amable, un abrazo cálido y sincero o cualquier otra muestra de cariño pueden suavizar, incluso darle la vuelta a un día negro. El amor funciona en ambas direcciones, tanto si lo damos como si lo recibimos.

 

 

 

Pero no es fácil crear armonía mientras bulle la rabia, nos atenaza el miedo o nos asfixia la tristeza. Emociones muy presentes durante el duelo, difíciles de apaciguar. La manera que yo conozco es sintiéndolas. No mirar hacia otro lado. Ahora toca llorar y gritar, para poder sonreír a ratos. Con honestidad, sin juzgarnos. Abrirnos al dolor sin resignarnos.

 

 

Es muy áspera y larga la travesía, por eso requiere paciencia y dulzura. Un corazón roto necesita mimos y descanso. Y en los momentos claros, hacer grande la voluntad de seguir adelante, de volver a sentir alegría, calma, confianza.

 

 

 

Los grandes duelos nos enfrentan a una soledad desconocida. Te sugiero que, aunque te de miedo, no te resistas, no huyas. Esa soledad suele ser el inicio de una bonita relación contigo misma. Las noches del alma esconden el don de sembrar semillas de fortaleza, tolerancia y valentía.

 

TERNURA

 

 

 

 

Con qué facilidad se me olvida ser dulce y mimosa conmigo misma!
Sé, que cuanto más amor siento por mí, más amor puedo ofrecer a los demás, pero la exigencia y las prisas por llegar a no sé dónde, reaparecen una y otra vez, embrollándolo todo.

 

Por eso, a menudo tengo que recordarme que hay que vivir un día a la vez, que, en la vida, la gracia está en el viaje, porqué el destino final, la meta la conocemos todos, aunque siempre nos sorprende.

 

Cuando paro y de la mano del silencio sintonizo con mi alma, con mi chispita divina, me doy cuenta que si envuelvo con ternura mi dolor, mi miedo o mi desasosiego, se produce el milagro de la alquimia. Lo que me producía terror pierde fuerza, se desvanece y suele aparecer la calma.

 

16 de febrero hará un año que Lluís, mi marido, murió y, como el cuerpo tiene memoria, he iniciado un plan de ternura hacia mi misma; flores, paseos, nada de críticas, algunos caprichos y, sobre todo, intento abrir mi corazón a la ayuda de la gente que me quiere aquí en la tierra y en el cielo.

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