AMOR

LAS NOCHES DEL ALMA

 

Cuando atravesamos un gran duelo, lo que antes parecía sólido se desvanece. Nada que no se sustente en el amor nos ayuda a vivir. Es así, es fácil comprobarlo; una mirada dulce, un silencio amable, un abrazo cálido y sincero o cualquier otra muestra de cariño pueden suavizar, incluso darle la vuelta a un día negro. El amor funciona en ambas direcciones, tanto si lo damos como si lo recibimos.

 

 

 

Pero no es fácil crear armonía mientras bulle la rabia, nos atenaza el miedo o nos asfixia la tristeza. Emociones muy presentes durante el duelo, difíciles de apaciguar. La manera que yo conozco es sintiéndolas. No mirar hacia otro lado. Ahora toca llorar y gritar, para poder sonreír a ratos. Con honestidad, sin juzgarnos. Abrirnos al dolor sin resignarnos.

 

 

Es muy áspera y larga la travesía, por eso requiere paciencia y dulzura. Un corazón roto necesita mimos y descanso. Y en los momentos claros, hacer grande la voluntad de seguir adelante, de volver a sentir alegría, calma, confianza.

 

 

 

Los grandes duelos nos enfrentan a una soledad desconocida. Te sugiero que, aunque te de miedo, no te resistas, no huyas. Esa soledad suele ser el inicio de una bonita relación contigo misma. Las noches del alma esconden el don de sembrar semillas de fortaleza, tolerancia y valentía.

 

TERNURA

 

 

 

 

Con qué facilidad se me olvida ser dulce y mimosa conmigo misma!
Sé, que cuanto más amor siento por mí, más amor puedo ofrecer a los demás, pero la exigencia y las prisas por llegar a no sé dónde, reaparecen una y otra vez, embrollándolo todo.

 

Por eso, a menudo tengo que recordarme que hay que vivir un día a la vez, que, en la vida, la gracia está en el viaje, porqué el destino final, la meta la conocemos todos, aunque siempre nos sorprende.

 

Cuando paro y de la mano del silencio sintonizo con mi alma, con mi chispita divina, me doy cuenta que si envuelvo con ternura mi dolor, mi miedo o mi desasosiego, se produce el milagro de la alquimia. Lo que me producía terror pierde fuerza, se desvanece y suele aparecer la calma.

 

16 de febrero hará un año que Lluís, mi marido, murió y, como el cuerpo tiene memoria, he iniciado un plan de ternura hacia mi misma; flores, paseos, nada de críticas, algunos caprichos y, sobre todo, intento abrir mi corazón a la ayuda de la gente que me quiere aquí en la tierra y en el cielo.

TODAS JUNTAS

 

En estos momentos que la sensibilidad está a flor de piel, es bueno saber que no estamos solas. El camino del duelo es personal e intransferible, sí, pero que bien sienta rodearnos de cariño, ¿verdad? Pues eso, propongo que empecemos por crearlo nosotras.

 

Sé que hay días que no es posible, que cuesta incluso salir de la cama. Si hoy tienes un día de estos, permítetelo, con la intención puesta en dejarte mecer por esos rayitos de luz que te mandan tus seres queridos, por la fortaleza que surge de tu interior, por la energía amorosa que somos capaces de mover todas juntas.

 

No hagas caso de los pensamientos aterradores, déjalos que pasen como las nubes, ánclate en tu propia ternura y háblate con la dulzura que le hablarías a un bebé. Todos somos aprendices de la vida, tesoro, de lo esencial sabemos muy poco o nada. Tan solo podemos explorar y hacer grande lo que nos ayuda, que casi siempre es algo relacionado con crear armonía.

 

A mi me va bien sentir el amor y la fuerza de los que me han precedido, esa que en mis momentos claros intento transmitir a mis descendientes, estén vivos o muertos. Esa que me gusta imaginar que nos envuelve a todos.

 

LAS COSAS SENCILLAS

 

Me dejo mecer por la nostalgia con ternura. Eso es lo que hago cuando, al despertar estos días, me envuelve la aspereza, la crudeza de las ausencias. Cuando siento esa sensación de soledad inmensa, respiro en ella unos instantes, con suavidad, sin querer huir, para que no se ofenda.

 

Luego, invoco en mi al amor y, de su mano, van apareciendo los momentos en que he sido feliz, a cara descubierta, sin máscaras, como una niña. Esos destellos de dulzura los atesoro yo, están en mí, y tengo el poder de crear más si abro mi corazón y dejo fluir, sin temor, el cariño.

 

Las cosas sencillas, como tener flores en casa, escuchar música, leer, mirar el cielo, dejarme acariciar por el sol de invierno, me reconfortan. Y, sobre todo, intento ser dulce y amable conmigo misma.

 

Sé que nada es como antes, sé el desgarro que producen las ausencias y por eso sé que merece la pena sembrar semillas de ternura, aunque a veces parezca una misión imposible.

 

Todas las personas amadas que han estado en nuestra vida y se han ido nos han dejado regalos, que vamos abriendo con el tiempo. Da igual que estén aquí o allá, nos miman y nos acompañan siempre. A mi me parece que nada, ni un átomo de amor se pierde en el universo.

 

 

BAILAR CON LA VIDA

Podría decir que la vida tiene bajadas y subidas y algunas planicies. Mi madre, decía que es un valle de lágrimas. A mi me gusta compararla con un baile. En ocasiones, suena una dulce cadencia que alegra el alma y, en otras, el ritmo se vuelve frenético, angustioso, triste… Pero lo cierto es que ninguna melodía dura para siempre y, he podido comprobar, que todo duele menos cuando nos entregamos a lo que sea que suene ahora.

La teoría es fácil: dejarnos fluir, con el corazón abierto a lo que podamos sentir, sin prejuicios. Eso implica bailar con armonía, sin peder nuestra esencia, sin dejarnos arrastrar por lo que sucede. ¿Cómo conseguimos eso? Pues, poco a poco, aprendiendo a querernos.

No hay que olvidar que para ser flexibles es preciso tener los pies bien anclados a la tierra. Como los árboles, cuánto más grandes, más profundas sus raíces. Nuestra esencia, nuestro centro, se nutre de amor, en primer lugar hacia nosotras mismas.

A muchas mujeres se nos da bien cuidar a los demás y está bien que así sea, siempre y cuando no nos descuidemos de lo que nos enriquece a nosotras. Cada una tiene que descubrir qué le da energía, qué le sienta bien y ofrecérselo con cariño.

 

Vienen fechas muy señalas, si queremos mantener el swing es bueno que pongamos la atención en la ternura. La delicadeza, el cariño, no están reñidos con la nostalgia, ni la tristeza, ni el miedo. Formemos entre todas un círculo de amor que nos arrope, que nos mantenga unidas a nuestros seres queridos, vivos o muertos.

 

 

TÓMATE TU TIEMPO

 

 

Haz un paréntesis, deja de lado el dolor y cualquier emoción que te perturbe e imagínate que de tu corazón emana amor. Nota la calidez que recorre tu cuerpo. Tan solo por un ratito permítete sentir que estás a salvo.

 

Sí, lo sé, tu vida, seguramente, no ha sido fácil. Tal vez te ha tocado transitar por tu peor pesadilla. Cariño, decir adiós a alguien que amas más que a ti misma es desgarrador, ¿verdad?

 

Por eso, porque ante la muerte no hay marcha atrás, tómate tu tiempo. Los demás te dirán lo que te dirán, tal vez con la mejor de las intenciones, pero el ritmo es mejor que lo marques tu. Ya nada va a ser como antes y eso cuesta mucho de aceptar.

 

Recuerda que al iniciar un gran duelo, se abre la posibilidad de reinventarnos. Si nos mantenemos en el pasado eso no va a ser posible. Es normal ir y venir, cierto, pero, siempre que puedas, con la intención puesta en explorar con paciencia y dulzura lo que la marea nos depara.

 

Lo mires como lo mires, la salida, la luz al final del túnel pasa por agarrarse al amor. Pero antes es preciso sentir eso que nos da tanto miedo. Sea lo que sea para ti. Si negamos nuestro lado oscuro no vamos a poder iluminarlo.

 

Cariño no hay atajos, ni sirve culpar a nada, ni a nadie y mucho menos a nosotros mismos de lo que nos ha sucedido. Es normal hacerlo al principio, pero eso solo nos conduce a la amargura, al resentimiento.

 

Sí, en apariencia otros han tenido más suerte, pero no te olvides que hasta el último suspiro, hasta que no sale la palabra fin, la película puede dar un giro.

 

Y ahora, que todo está, a veces, tan oscuro, tienes la posibilidad de elegir centrarte en la ternura. Si es así, no lo dudes, tarde o temprano tu vida volverá a tener sentido.

 

SOLO VIVE

 

 

Cuando Lluís estaba muy enfermo, mi médico me dijo: «vive, no pienses, déjate ir».

Cuando la vida nos pone entre la espada y la pared, es un buen momento para empezar a estar solo en el presente. Un día por vez.

 

Incluso hay días grises o negros que conviene vivir momento a momento. Si hoy tienes uno de éstos, céntrate únicamente en tu respiración, no vayas más allá, quédate ahí.

 

Inspirar despacito, como si no tuviéramos nada más que hacer que llenar con suavidad el cuerpo de aire, para luego sacarlo lentamente y con ternura, nos da sosiego, nos calma.

 

En silencio acércate a tu parte sabia y acoge lo que sientas con amor, como si acunaras a un bebé.

 

Acaricia tu rostro, como lo haría con dulzura una madre y si quieres llorar, llora, si quieres reír, ríe. Estás de duelo, tesoro, es el momento de dejarte ir, de abandonarte al amor en mayúsculas.

 

A mi me ayuda crear estos paréntesis de paz, esos que me conectan con mi alma. Hay muchas maneras de hacerlo, la respiración es una de ellas, pero también lo es bañarse en el mar, pasear por el campo, sin prisas, sintiendo que formamos parte de algo sublime.

 

Así, poco a poco, con paciencia es posible ir más a allá de la pena o la nostalgia y sentir el cariño de los que se han ido antes.

 

En la belleza de lo sencillo se encuentra la fuerza que nos sostiene y da sentido a nuestras vidas

 

ABRAZAR LA TRISTEZA

 

 

Tengo en mi habitación, una foto, en blanco y negro, para mí entrañable: yo durmiendo «despierta», como duermen las madres que tienen al lado de su cama dos cunitas. Mis hijos se llevaban solo 21 meses y, durante un tiempo, dormimos todos juntos. Ignasi en una cuna de barrotes grande, que su padre pinto de un precioso azul celeste y Jaume, al lado, casi recién nacido, en un capazo.

 

 

Esta foto ha iluminado durante 36 años mis despertares y lo seguirá haciendo siempre. Lluís la hizo una noche que llegó tarde a casa. Y, aunque él no sale en la imagen, su alma, su amor está tan presente como nosotros.

 

 

Cuando me invade la tristeza por lo que, en apariencia, he perdido, como me ha sucedido al mirarla esta mañana, no intento evitar la nostalgia, la abrazo. Somos viejas amigas la tristeza y yo y en susurros, juntas, recordamos las alegrías que guardo en mi corazón. Ella, con su serena nostalgia, engrandece lo vivido, la ilusión de los días claros que vendrán, del cariño compartido.

 

 

Aunque la vida, a veces es dura, siempre podemos recurrir a la ternura, a las palabras de oro, esas que nos envuelven a todos con dulzura. Cuánta más armonía creamos, más reconfortados nos sentimos, ¿verdad? Al fin y al cabo todos vamos a morir y, tal vez, en nuestro último suspiro, solo nos quede el consuelo del afecto que hemos dado y recibido.

 

 

NO ESTAMOS SOLAS

Desde casa, ahora, oigo las campanas de una iglesia cercana. Su sonido, ancestral, es una buena compañía en este nuevo duelo silencioso que comienzo.

 

Siempre he tenido a Lluís a mi lado, me ha sostenido en mis noches más oscuras, su ausencia física es muy dolorosa, pero gracias al camino recurrido al morir nuestro hijo Ignasi sé que en mí, en ti, en todos hay la fortaleza necesaria para atravesar tormentas si nos arropamos con el manto de la amabilidad, si agradecemos las muestras de cariño, el abrigo de los primeros rayos de sol, la belleza del cielo al atardecer… las cosas, en apariencia sencillas, nos amparan, nos desvelan la dulzura de la vida.

 

«Vive, no pienses, déjate ir, solo siente», me dijo hace poco un buen médico. Sí, los desafíos de amor que nos trae el devenir son más llevaderos si nos entregamos, sin resistencias, a sentir. No siempre lo conseguimos, claro, pero para esto está nuestra chispita divina, para recordárnoslo. Me toca ahora explorar una nueva etapa, quizá a ti también, pero no estamos solas.

 

 

 

UN NUEVO COMIENZO

 

Me he mudado de casa, ahora vivo en una más pequeña, acogedora, en un barrio alegre y popular, cerca de dónde reside mi hijo. Estoy empezando una nueva vida. Sé que no comienzo de cero, la muerte de Ignasi me enseñó a valorar el amor por encima de todo y eso ya forma parte de mí. Eso no quita la añoranza inmensa que siento de Lluís, mi compañero del alma.

 

La vida, es, va a su aire y no sé detiene y ahora me propone explorar la soledad. No es que esté sola, no, hay muchas personas que con su cariño me sostienen. Me refiero a un sentimiento atávico que me envuelve. Soy viuda, inicio un duelo que no quiero, ni puedo comparar con la muerte de nuestro hijo, solo puedo decir que el dolor es dolor y no hay atajos para eludirlo.

 

Sé que la única manera de trascender la añoranza es viviéndola. Y ahí estoy, aprendiendo a entregarme con ternura a mi nueva realidad. No siempre lo consigo, a menudo me rebelo, a mi niña le cuesta aceptar lo que siente como un nuevo abandono.

 

Suerte que mi chispita divina, esa que llevamos dentro, está ahora más atenta que nuca y, cuando desfallezco, me mece con dulzura, mientras me susurra que todo es vida, que no me olvide de que el amor va más allá de la muerte, qué al fin y al cabo seguimos todos unidos.

 

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