velas

DÍA DE TODOS LOS SANTOS

 

Yo no voy al cementerio, los de mi ciudad son enormes, tristes y desangelados, y tanto mi hijo como mi madre fueron incinerados. Pero en días como el de hoy, me gustaría ser mexicana y abrir de buena mañana las puertas de mi casa, y de mi corazón, para agasajar a mis muertos; me imagino una gran fiesta, con rancheras y alegría, y el aire perfumado con incienso. Una fiesta por todo lo alto, en cada casa, porque todos tenemos seres queridos muertos. Me imagino el color anaranjado de los pétalos de la flor de cempasúchitl, los altares con la Virgen de Guadalupe, velas y ofrendas, las mesas bien dispuestas y el deseo enorme y compartido de sentir lo tenue que es el velo que separa a los que estamos aquí y allí. En días como el de hoy me gustaría gritar a los cuatro vientos, lo que muchos de nuestros antepasados ya sabían: que la muerte como final no existe, que la vida en el más allá continúa y que hay que mantener viva la memoria de cada uno de los nuestros, aunque solo hubiesen estado entre nosotros poco tiempo. En un día como hoy, en México, los platitos con sal están dispuestos para ahuyentar los pesares, purificar el alma y honrar la vida. Porque al fin y al cabo la energía no se crea ni se destruye y el amor perdura y nos une a todos, estemos dónde estemos. Si la Tierra es una bola que se aguanta en el inmenso espacio sola, cualquier otra cosa es posible en eso que llamamos Universo.

Por eso, porque sé que la muerte no existe, aunque no sea mexicana, hoy voy abrir con alegría las puertas de mi casa para abrazar con gratitud y cariño a cada uno de mis muertos, empezando por mi hijo y acabando por los familiares que he oído nombrar pero no he conocido y, como todas las familias tienen sus secretos, me dispongo a recibir también a los parientes excluídos, desterrados al olvido. Hoy la mía será la «casa de los espíritus», como la de Isabel Allende.

EN EL ANIVERSARIO DE SU MUERTE: COSAS QUE ME VAN BIEN

 

Cuando se acerca la fecha en la que se fue nuestro hijo la nostalgia es más punzante. Para todos en casa el primer diciembre sin Ignasi fue devastador y todavía ahora, cuando empiezan a poner las lucecitas de Navidad en Barcelona, sé que mi única posibilidad de no volver al horror de aquel 26 de diciembre es permanecer pegada al amor como un náufrago a su bote salvavidas. Por eso, trato de convertir diciembre en un mes especialmente amoroso y el día 26 en un día sagrado. Es mi forma de vivir el presente, de acallar las voces del pasado. ¿Qué hago? Intento mimarme a mí y a los míos todo lo que puedo. No hago nada que no quiera hacer, ni veo a nadie que no quiera ver. Intento estar conectada solo a lo que me da energía; procuro que mi casa esté bonita –a mi me gusta tener flores y en estos días todos los jarrones están llenos-. Pongo la música que sé que me reconforta el alma y enciendo unas velitas. Las lucecitas de las velas me hacen mucha compañía, me mantienen conectada al amor, como si encendiera el interruptor que me une a Ignasi, a mi madre, a todas las personas que quiero y que están en el otro lado.

Durante años, los días de diciembre espesos los he pasado en casa. No he ido a trabajar. En casa me siento protegida, los ratitos de soledad me reconfortan. Algunos diciembres he organizado cenas con las personas con las que me siento a gusto, que me acompañan con amor, sin protocolos ni exigencias. También procuro hacer cosas que me ayudan a expandir cariño, como llenar un carro con alimentos que compro en el super y que luego llevo a la parroquia de mi barrio. Cualquier cosa que desprenda amor se la dedico a Ignasi. Eso me hace sentir bien. Huyo como del fuego de los pensamientos negativos, no me los puedo permitir. No juzgo nada, intento no pensar mal de nadie, de ver más que nunca el lado bueno de todos y de todo. Necesito estar en sintonía con la vibración del amor, para poder sentir mejor la energía de Ignasi y reconfortar a Jaume y a Lluís. Practico la meditación, que no es más que permanecer en silencio sin prestar atención a los pensamientos. Me imagino que el planeta está recubierto de una atmósfera de amor que se expande por todas partes y yo la recibo y reenvio a cada una de las personas que estamos en el mundo ahora, especialmente a los que sufren, a los que en esos momentos están en las UCIS o en situaciones difíciles. Eso es lo que yo intento hacer cuando se acerca el aniversario de la muerte de mi hijo.

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