RENDIRNOS A LA VIDA
A mi me parece que pasamos media vida aprendiendo y la otra media, desaprendiendo. Y la muerte de un hijo, como todas las grandes crisis, encierra la oportunidad de un curso acelerado precisamente de eso, de rendirse a la vida sin condiciones.
Rendirse a la vida, tal vez pueda parecer una opción fácil pero no lo es en absoluto. Requiere un esfuerzo inmenso. Rendirse a la vida sin condiciones es parecido a decir:“Estoy dispuesta a vivir lo que sea. A experimentar lo que la vida –que es la que sabe- me ponga en el camino, sin resistencias por mi parte, eligiendo el amor en cualquier situación que se me presente”. A veces lo conseguiremos y otras no, pero la intención es lo que cuenta.
Rendirse a la vida sin condiciones es parecido también a aceptarla tal como es y aceptarnos a nosotros tal como somos, dejando un lugar a nuestro lado menos brillante, a nuestros errores, a nuestras frustraciones, a nuestro dolor, a nuestra agresividad, a nuestros instintos más primarios…” Eso también forma parte de nosotros, Si rechazamos eso, sufrimos.
Rendirse a la vida de corazón, sin condiciones, es el paso previo a encontrar la serenidad, la fuerza interior, nuestro poder personal.
Dicen que todos los grandes maestros han pasado por el infierno antes de descubrir dentro de ellos el cielo.
CON POCO BASTA
La frase “menos es más”, a mi me gusta, me tranquiliza, quizá porque he sido demasiado exigente conmigo misma, y en parte todavía lo soy. La exigencia tiene un punto de vanidad, de control, de querer ser perfecta, muy molesto. Con la muerte de Ignasi me encontré de sopetón con la realidad de que nada esencial está en mis manos, de que es preciso rendirse a la vida, aceptarla tal y como es, al completo y desde entonces ando en eso. En mis días claros, me imagino libre, disfrutando del momento como cuando era niña. Por eso ahora he empezado a tirar cosas. Sí, cosas materiales como los números de todas las revistas en las que he trabajado, los restos de vajillas que no necesito ya en mi mesa, las telas, las ropas, los papeles, las mil y una cosas que he ido acumulando y ocupan mi espacio. Me llevará tiempo, pero quiero vivir ligera de equipaje, porque sé que a más peso, más resistencia a los cambios. Con los años aspiro a ser una viejecita arrugadita y desnuda de ataduras y prejuicios que me impidan lucir mis heridas rosadas.
PEDIR AYUDA
Nadie puede sentir por otro y por eso el duelo es un camino solitario, pero sí podemos pedir ayuda. ¿Cómo si no enfrentarnos a los miedos que brotan de la herida que produce la muerte de un hijo? Existen maravillosos grupos de duelo y excelentes psicólogos y terapeutas capaces de acompañarnos con amor durante el proceso, pero la voluntad de encontrar un nuevo sentido a la vida ha de partir de nosotras.
Cada duelo es distinto porque cada persona tiene o ha tenido una madre y una relación particular con ella, tiene o ha tenido un determinado marido, otros hijos, hermanos…Cada una de nosotras es distinta, tiene sus propias heridas, sus propios dones, su manera de encarar la vida. Todo eso hay que revisarlo y reformarlo cuando se atraviesa un gran duelo. Hay que hacerlo, es necesario y es casiimposible enfrentarse sola a un sentir tan intenso. Creo que todas hemos pensado, en algún momento, que nos volvíamos locas. La etapa de la locura requiere una mano experta y una voz enérgica y clara que nos diga que lo que nos ocurre es normal, que no pasa nada, que podemos desfallecer porque hay alguien ahí que nos sostiene. Da igual que no nos reconozcamos en nada, que deambulemos por la casa como extrañas, eso también es normal y dura lo que dura. Hay que aprender a sentir sin asustarnos y a volver a tener confianza en la vida.
Para mi el duelo ha sido y es un camino espiritual y no me refiero a que me haya vuelto beata de misa diaria. No. Mi espiritualidad consiste en encontrar extraordinarias las cosas sencillas, cotidianas. En descubrir en mí una semillita de amor y cuidarla y verla crecer despacito y en fijarme, como antes no hacía, en la semillita que hay en el corazón de los demás. A veces, como el día a día es complicado y el mundo está lleno de ruido, me despisto y me olvido de regar mi semilla, pero entonces aparece el desasosiego para recordarme dónde reside mi verdadera esencia. Y vuelvo a mi huertecito. Allí, en ese pequeño trocito de tierra trabajamos Dios y yo. Mano a mano.
Yo admiro a la gente que cultiva la tierra, que planta semillas que luego se convierten en calabacines, en berenjenas, en olivares, en manzanos… Una hermosa manzana es un milagro entre Dios y el hombre que la ha cuidado, ¡y bien saben los dos lo que ha costado! A las madres que se nos ha muerto un hijo nos toca plantar semillas en el desierto que ha quedado. Semillitas de alegría, semillitas de confianza, de ilusión, de esperanza… Y esperar, con paciencia, a que florezcan. Algunos días lloverá tan dulce y suave que será una bendición para la huerta, pero otros la tormenta será tan grande que arrasará la cosecha. Es así, desde los tiempos de los tiempos, pero no por eso dejamos de cultivar la tierra. No por eso el amor vale menos, al contrario, cuando hay escasez una chispita de cariño adquiere un valor incalculable.
DE ALMA A ALMA
Ayer por la tarde fui a la presentación del libro de Xavier Muñoz, “El camino del duelo. Aprendiendo a vivir después de una perdida”, y llegué contenta a casa. A Xavier, psicólogo de profesión, se le murió hace unos años su esposa y, en su libro, cuenta con el corazón cómo ha pasado de estar roto a tener una vision más amplia y amorosa de la vida. Llegué contenta a casa porque la energía de las personas que han dado la vuelta al marcador se contagia. No es teoría, hablan con la fuerza que les otorga haber vivido en propia piel el dolor, ese dolor que han conseguido transformar en algo bonito. Dicen lo que sienten y eso va directamente al alma. Como cuando escuchas una canción que adoras o te quedas parado ante un campo lleno de flores amarillas o descubres como un trozo de sol ilumina de repente la pared de tu habitación.
PARA MARINA
Marina, a quién conocí en la Fundación ACONPANYA CA N’EVA, vive en Cadaqués, con su marido y su hija Sandra. Marina añora terriblemente a su otro hijo, Marc, que murió a los 14 años en un accidente de moto. De eso hace tan sólo dos años. Marina me ha escrito para decirme … “Mercè, me irè de esta vida sin tener a mi hijo físicamente a mi lado, sin haberle visto crecer. Mis ilusiones respecto a mis hijos se han quedado reducidas al 50%, solo podré ver, crecer y descubrir la vida con Sandra, Marc se lo ha perdido todo!! aún me pregunto porqué. No entiendo nada de esta vida… y no creo en otra”.
Marina, yo no puedo darte certezas científicamente comprobables, no sabría cómo hacerlo, pero sí puedo decirte que he aprendido a vivir después de la muerte de Ignasi. Lo he hecho por mí, por las personas que quiero, estén o no estén aquí. Yo tengo dos hijos, uno arriba y otro abajo. Nada ni nadie puede quitarme el amor que siento por ellos. El proyecto que representaba Ignasi al nacer es distinto al que me había imaginado, es verdad, pero mi ilusión por él sigue formando parte de mi vida. No puedo abrazarle ni verle, pero seguimos manteniendo una relación entrañable. Lo siento cerca cuando tengo el corazón alegre, cuando estoy bien y amorosa. Y cuando estoy triste, el amor que compartimos me da fuerza. Marina, las dos sabemos que Marc e Ignasi fueron felices desde que nacieron hasta que se fueron. Muchas madres no pueden decir eso y sin embargo algunas de ellas consiguen encontrarle sentido a sus vidas. En una vida con sentido cabe todo: el dolor, la pena, la alegría, el afecto, la ilusión… No te quedes en lo que hubiese podido ser, no sirve, no ayuda. Piensa en el amor que has tenido, en el que tienes y en el que tendrás. Si ahora cerraras los ojos y te vieras a ti misma con 30 años más, ¿qué le diría esa viejecita a la Marina que hoy eres? Mi viejecita, cuando cierro los ojos, me dice que esté tranquila, que todo pasa, que disfrute lo bonito de la vida.
EN LAS NOCHES OSCURAS
Cuando todo parece imposible y la ilusión de vivir se apaga, ¿qué nos sostiene? El amor, que es la esencia del alma. El amor es una opción de vida, no depende de nada. Cuando ando a ciegas la esperanza del amor me salva. Posiblemente el cielo esté nublado, oscuro y gris, pero ¿quién duda de que el sol sigue ahí? Si el amor sostiene al mundo, ¿cómo no me va a sostener a mí y a ti?
PRIMER DOMINGO DE MAYO
Hoy hace primavera: sale un rato el sol, luego se nubla, vuelve a brillar, sopla el viento, amaina, reaparecen las nubes… y así, variable como el tiempo, estoy yo. Es el día de la madre y, aunque siempre me ha parecido que es una celebración un tanto impuesta, que no va conmigo, lo cierto es que desde que me he despertado echo profundamente de menos a mi madre muerta. Como si mi alma tuviera un móvil y hubiese sonado la alarma programada, desde el inicio de los tiempos, para recordarme todos los primeros domingos de mayo que hemos celebrado juntas, todos los ramos de flores que le he regalado, aunque en apariencia el día de la madre tampoco iba con ella. ¿Nos pasará a todas eso? No sé, pero por si acaso mando un abrazo cálido a las madres que leen este blog, el abrazo que me gustaría recibir de mi madre hoy, el que me haría inmensamente feliz si me lo diera Ignasi. Tal vez esta noche, en sueños, tengamos la suerte de sentir esos abrazos deseados que tanto añoramos.
LA FUERZA DEL AMOR
Estos días he estado leyendo “El Hombre en Busca de Sentido”, del psiquiatra vienés Víctor Frankl. Este gran hombre, creador dela Logopetapia, pasó tres años en distintos campos de concentración durantela II GuerraMundial y su testimonio de superación es de un valor incalculable. Él fue el único superviviente de su familia, sus padres y su mujer murieron. Hay muchas partes del libro que me han llegado al alma, que han acrecentado la confianza en mi misma, al contagiarme de la suya, como la siguiente:
…La oscuridad del alba nos hacía caminar a tientas, y así tropezábamos con las piedras y pisábamos los charcos de aquella única carretera de acceso al campo. Los guardianes nos conducían a culatazos de sus rifles sin dejar en ningún momento de chillarnos. Los que andaban con los pies llagados se apoyaban en el brazo de su vecino. Apenas se oía una palabra entre nosotros porque el viento helado no propiciaba la conversación. Con la boca protegida por el cuello de la chaqueta, el hombre que marchaba a mi lado me susurró de improviso: “¡Si nuestras mujeres nos vieran ahora! Espero que ellas estén mejor en sus campos y desconozcan nuestra situación”. Sus palabras avivaron en mí el recuerdo de mi esposa.
Durante kilómetros caminábamos a trompicones, resbalando en el hielo y sosteniéndonos continuamente el uno al otro, sin decir palabra alguna, pero mi compañero y yo sabíamos que ambos pensábamos en nuestras mujeres. De vez en cuando levantaba la vista al cielo y contemplaba el diluirse de las estrellas al tiempo que el primer albor rosáceo de la mañana se dejaba ver tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi esposa, imaginándola con una asombrosa precisión. Me respondía, me sonreía y me miraba con su mirada cálida y franca. Real o irreal, su mirada lucía más que el sol del amanecer. En este estado de embriaguez nostálgica se cruzó por mi mente un pensamiento que me petrificó, pues por primera vez comprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamada en la brillante sabiduría de pensadores y filósofos: El amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor. Intuí como un hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad –aunque solo sea un suspiro de felicidad- si contempla el rostro de su ser querido…
Mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer. De pronto me asaltó una inquietud: no sabía si aún vivía. Sin embargo ahora estaba convencido de una cosa: el amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo. Que esté o no presente esa persona, que continúe viva o no, de algún modo pierde su importancia…”
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