BAILAR CON LA VIDA

Podría decir que la vida tiene bajadas y subidas y algunas planicies. Mi madre, decía que es un valle de lágrimas. A mi me gusta compararla con un baile. En ocasiones, suena una dulce cadencia que alegra el alma y, en otras, el ritmo se vuelve frenético, angustioso, triste… Pero lo cierto es que ninguna melodía dura para siempre y, he podido comprobar, que todo duele menos cuando nos entregamos a lo que sea que suene ahora.

La teoría es fácil: dejarnos fluir, con el corazón abierto a lo que podamos sentir, sin prejuicios. Eso implica bailar con armonía, sin peder nuestra esencia, sin dejarnos arrastrar por lo que sucede. ¿Cómo conseguimos eso? Pues, poco a poco, aprendiendo a querernos.

No hay que olvidar que para ser flexibles es preciso tener los pies bien anclados a la tierra. Como los árboles, cuánto más grandes, más profundas sus raíces. Nuestra esencia, nuestro centro, se nutre de amor, en primer lugar hacia nosotras mismas.

A muchas mujeres se nos da bien cuidar a los demás y está bien que así sea, siempre y cuando no nos descuidemos de lo que nos enriquece a nosotras. Cada una tiene que descubrir qué le da energía, qué le sienta bien y ofrecérselo con cariño.

 

Vienen fechas muy señalas, si queremos mantener el swing es bueno que pongamos la atención en la ternura. La delicadeza, el cariño, no están reñidos con la nostalgia, ni la tristeza, ni el miedo. Formemos entre todas un círculo de amor que nos arrope, que nos mantenga unidas a nuestros seres queridos, vivos o muertos.

 

 

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