EL MEJOR REFUGIO
Es posible que te sientas extremadamente débil. El dolor fatiga. Las subidas y bajadas del duelo agotan. ¡Hay tantas emociones! Las pérdidas reabres viejas heridas y nos conectan con nuestros miedos aparcados.
Tal vez necesitas un tiempo, un espacio de silencio que encienda la calidez, el abrigo que solo tu puedes darte. Respira, sin pretender nada, tan solo presta atención al aire que entra y sale de tu cuerpo.
La vida te ha puesto en un lugar difícil, ¿verdad? Si es posible, deja de luchar, no temas, no te pido que tires la toalla, al contrario. Regálate un merecido descanso, sin la obligación si quiera de avanzar.
Habla con tu guerrera interior, tranquilízala, las dos sabéis de vuestra sincera intención de volver a sentir paz, serenidad, alegría, por eso, para coger impulso, necesitas ahora una tregua.
Aunque cuentes con mil apoyos, el mejor refugio está dentro de ti. No te asustes si emergen fantasmas, se desvanecen, como el azúcar en el agua, si los miras con compasión.
Hoy, aunque solo sea por unos instantes, aléjate de la tormenta y el frío. Permítete encender con amor tu fuego. Invoca a tu diosa y, de su mano, acércate a lo bueno que has vivido, a la inmensa gratitud que sientes por tus seres queridos, vivos o muertos. Ellos están en ti y tu en ellos.
¿CÓMO TE SIENTES HOY?
Te propongo un juego. Cierra los ojos y pídele a tu cerebro que te muestre una imagen de cuando eras niña. ¿La tienes? ¿Está contenta, despreocupada, enfadada, asustada, triste, alegre…? Esté cómo esté no le pidas explicaciones, no busques motivos, simplemente mírala con cariño, acaricia sus cabellos y abrázala. No es necesario que le expliques nada, esté como esté tu niña hoy tan solo necesita sentirse querida, arropada.
Si está triste o tiene miedo agradecerá tu cálida presencia, si parece enfadada, déjala que exprese su rabia, escúchala y acaríciala con la mirada. ¿Tal vez está exultante, pletórica de energía? Si es así, deja que cada una de tus células se impregne de su alegría. En ti está todo lo que anhelas; recuerda los instantes de entusiasmo. La intensidad de algunos momentos, la pasión con la que vivías de niña, esa certeza de que todo es posible.
Ya no somos niñas, pero aunque la vida nos haya herido una y mil veces, siempre podemos elegir entre la amargura y la serena alegría.
DESTELLOS DE LUZ
NO TE DESAMPARES
Es posible que la vida, a menudo, te hiera, que nacieras con la sensibilidad a flor de piel y en ti resuenen, como en una catedral vacía, la infinidad de emociones que están en el aire desde que el mundo es mundo.
Te conmueve el dolor, el desconsuelo, la soledad, la tristeza infinita que se esconde en cada casa, en cada calle, en cada piedra. Sí, quizá, a menudo, te inquiete de tal manera tu historia, y la de los otros, que quieras huir.
Huir, ¿adónde? No hay un sitio REAL donde no sentir. Puedes, por un tiempo, aparcar las emociones, conectar el piloto automático y dejar que la mente elucubre a su antojo pero ¿hasta cuándo?
Así, cavilando, no vas a poder engañar al cuerpo, tu templo sagrado. Tarde o temprano se tensará, se encogerá, protestará de mil maneras hasta que vuelvas a sentir, hasta que entres de nuevo en la vida y te entregues al dolor y la belleza.
Si tienes la sensibilidad a flor de piel, puede que tengas miedo de vivir y de morir, de amar, de reír… Si te duele el cuerpo y el ama te vendrá bien hacer un alto, volver a ti y descansar en tu corazón.
No te desampares, abrígate con el amor con que naciste y siente. Acoge lo que surja en este momento, sea lo que sea, qué más da si todo es vida.
Poco a poco, probablemente, volverá la suavidad, la ligera dulzura que acompaña el reposo de quién regresa a casa y se permite no hacer nada, protegido y en paz.
QUÉ FANTÁSTICO ES LLORAR
Admiro a la gente que se entrega con facilidad al llanto, que permite que las emociones exploten sin contención en forma de lágrimas.
A mi siempre me ha costado llorar. A menudo, me contraigo. Contengo el aliento sin darme cuenta. Entonces aparece una piedra grande en la boca de mi estómago y la parte alta de mi espalda se llena de nudos.
Es la forma que tiene mi cuerpo de avisarme que preste atención a mis sentimientos, que no me distraiga y sienta.
Ayer, escuchando a Johnny Cash (“Me and Bobby McGee”) se desató la tormenta y lloré sin reservas, con el desconsuelo profundo de la tristeza antigua.
La música me llevó al momento en que besé, en la UCI, a mi hijo, sabiendo que aquella era la última vez. Pude acariciar con amor el dolor de nuestra despedida.
Con dulzura me envolvió la añoranza y, sin reservas, nos abrazamos la tristeza y yo como dos náufragos en medio del océano.
Desde ese momento de entrega, sin condiciones, mi cuerpo se ha expandido, el malestar ha desaparecido y una ternura inmensa me sostiene.
¡Qué fantástico es llorar!, cuánto alivian las lágrimas honestas que no pretenden cambiar nada, simplemente mecernos como las olas del amar.
RUMBO A LA FELICIDAD
Es posible que a estas alturas de diciembre ya hayas experimentado esas ganas de salir corriendo a algún lugar lo suficientemente lejano y exótico en el que no se celebre la Navidad.
Yo lo hice durante mi primer año de duelo (Ignasi murió en diciembre). Nos fuimos a Egipto. El Nilo nos acogió con suavidad y calma. Huir a veces parece la única salida.
Sin embargo, con los años, he descubierto que pararme y sentir, lo qué sea, es el viaje que más me reconforta y eso puedo hacerlo en cualquier parte y especialmente en casa.
Durante estas fechas, el recuerdo de que la vida a veces duele y mucho a ratos me invade. Mis miedos, que aunque sean nuevos siempre son antiguos, en diciembre crecen.
Primero me paralizo, claro, pero después recuerdo que mis temores están ahí para que sepa que me estoy resistiendo a algo. Ese algo suele ser la vida.
En cuanto me entrego a lo que hay, sin intentar cambiarlo, aparece la magia y sé que puedo darle la vuelta a lo imposible. Cuando simplemente me dejo llevar, sin hacer nada, algo me sostiene y hace que me sienta en paz.
¿TE SIENTES VULNERABLE?
Es posible que estés tan cansada que te cueste levantarte, que por las noches, en cuanto oscurece, necesites arroparte entre las sábanas y esconderte del mundo, incluso de ti misma.
Tal vez te invade un sentimiento de abandono tan antiguo como la propia Tierra, un desespero tan profundo que te ahoga. Tienes miedo y darías cualquier cosa por dejar de tenerlo, ¿verdad?
Probablemente es un miedo atávico que te acompaña desde pequeña, por más que intentas esquivarlo. Seguramente ha crecido con la muerte de tu hijo, de tu compañero del alma, de tu amigo inseparable, de tus padres.
Si te sientes hoy así, respira hondo, concédete una tregua y mírate con cariño ¿No te parece que ya has aguantado bastante? Agárrate de la mano de la compasión y acaricia con amor tu miedo, envuelve con ternura tu pena, permíteles estar y expresarse sin reproches.
Solo tienes que cerrar los ojos y, con delicadeza, arrullar en silencio tu desasosiego. En el fondo sabes que solo el amor es capaz de sostenerte. Recuerda que tu no eres la tristeza, aunque estés triste. Tan solo se trata de sentir, tan solo eso.
No temas sentirte vulnerable, deja de sostener lo insostenible. Qué caigan las murallas, que se rompan en mil pedazos las armaduras. Eres un chispita de amor que ha venido a experimentar en su totalidad la vida.
No vivas con el corazón tapiado, quítate la venda, ahora ya sabes que el tiempo aquí es limitado. Abraza la vida. Entrégate al amor hasta el último suspiro, aunque duela.
ARRÓPATE CON TERNURA, SE ACERCA NAVIDAD
Sé, que cuando en las calles empiezan a poner las luces de Navidad, los corazones en luto se encogen. La imposibilidad de abrazar lo que tanto se añora es abrumadora. Duele respirar.
Por eso, es bueno dar la mano a la ternura y, con suma delicadeza, muy despacio acercarnos con amor al dolor. Recuerda que no estás sola, te arropan con suavidad tus ancestros.
La fuerza de los que te han precedido te sostiene. Cierra los ojos y siente en tu interior su energía. Cuando desfallezcas invoca en ti la llama sagrada de su amor. Ampárate en tu legítima herencia divina y déjate arrullar.
Si es posible, respeta lo que sientes, sea lo que sea, desconecta del barullo de las noticias, de las compras, de las prisas, no hagas más de lo que puedas, no fuerces tus limites ni te critiques, al contrario, regálate momentos de sosiego, busca la belleza; compra flores, mira el cielo, escucha música, canta, pasea entre árboles o por la orilla del mar y agradece todo lo bueno que hay en tu vida.
DULCES DESTELLOS DE LUZ EN MENORCA
Cuando murió Ignasi estuvimos 40 días seguidos en Menorca. La isla nos ayudó a pasar aquel primer verano silencioso, lleno de incertidumbre. Allí recibimos el calor de mi hermana y de mi hermano que vienieron, por sorpresa, a mimarnos. También con silencio amoroso nos arropó nuestra amada vecina Montse y su hijo Oriol, testigos de otros veranos bulliciosos, en los que compartíamos risas y la alegría inmensa de ver crecer a los niños.
Menorca es un lugar especial para mi, por eso me hace tanta ilusión presentar allí «Dulces destellos de luz», junto a Mariona Fernández, una mujer sabia, menorquina de adopción, que entiende mucho de dolor y amor, directora de Talleres Islados http://talleresislados.net/.
Los encuentros que tendrán lugar en Alaior, Ciutadella y Mercadal están organizados por la Associació d’Acompanyament al Dol de Menorca, «Lligams», que dirigen personas maravillosas, Lina Caimaris y Rafaela Triay. La prueba de que del dolor es posible que nazca algo bonito es nuestra reconfortante amistad. Las tres hemos vivido la muerte de un hijo. Gracias Pedro, Gracias Andrés, Gracias Ignasi.
Sí, mi relación con Menorca es intensa, muy profunda, allí sintonizo con facilidad con mis miedos aparcados, pero también la isla me invita con dulzura a reconciliarme con la vida, con el planeta y me conecta con algo más grande que nos une a todos. Menorca es terapéutica, como lo fue la señora Inés y lo es María Ángeles, otras dos vecinas de mi calle isleña, como lo son todas las madres menorquinas que, gracias a «Lligams», he conocido y forman parte ya de mi memoria, de mi corazón. Me produce alegría saber que volveremos a abrazarnos en directo, el fin de semana del 17 de noviembre, a poco más de un mes de Navidad.
ALEGRÍA EN ESTADO PURO
Nacemos en un lado u otro de este mundo y al llegar nos encontramos con una familia que es la nuestra y corre por nuestra sangre, junto a la herencia genética, su manera de ver la vida, de estar en ella, de encarar las sombras, de atravesar las tempestades.
Lo que vivieron nuestros antepasados está presente en cada uno de nosotros. Sus memorias de dolor impregnan nuestro inconsciente y por eso, a veces, nos sorprendemos repitiendo dramas viejos que nos parecen nuevos.
Sí, heredamos sufrimiento y miedo, pero también nuestras células atesoran el valor, la bondad y la alegría en estado puro que ha mantenido a flote a cada uno de los nuestros el tiempo suficiente para que hoy estemos aquí.
Conectar con esa alegría serena no solo nos mantiene vivos, sino que, además, hace que la vida merezca la pena. Esa alegría de la que hablo no guarda relación con lo que nos suceda. No. Es una decisión, una toma de conciencia, una elección sagrada.
Sé que, en ocasiones, la realidad es tan dura que nos rompe. Cuando eso ocurre es, precisamente, cuando más necesitamos poner la atención en la bondad, en la alegría en el valor que hay en cada uno de nuestros corazones.
El “ojo por ojo, diente por diente” no ha dado a nadie sosiego ni paz. En cambio, ponerse en los zapatos del otro y tratarse a uno mismo con amabilidad nos suele llevar a pasar página, a trascender, de verdad y desde dentro, el dolor y los desencuentros. Y eso siempre expande amor y alegría.
Sígueme