HORAS BAJAS

NADA ES PARA SIEMPRE

NADA ES PARA SIEMPRE

 

A veces la vida se pone difícil. Suele tener la habilidad de dar en donde más duele, en el centro de nuestra diana. Cuando eso ocurre me siento desfallecer. Aflora en mi un cansancio infinito, un desaliento familiar, antiguo, arropado por pensamientos que dan miedo.

 

Eso dura lo que dura y me mantiene paralizada hasta que esa parte sabia que tenemos todos, esa chispita divina, me recuerda que ya he vivido grandes tormentas y sea lo que sea que temo ahora pasará. Tan solo tengo que confiar y agarrarme al amor, como un náufrago a un bote salvavidas. No es fácil, lo sé, pero a mi me funciona.

 

He podido comprobar que cuando algo me desestabiliza, me aterroriza, suele ser una llamada del alma a ver esa realidad con una mirada más amorosa. Nada es blanco o negro, verdad? y la ternura, la dulzura suele iluminar los rincones más desapacibles. Nos ayuda a acoger lo que duele, hasta que el bálsamo del cariño cura las heridas.

 

Mientras tanto, creo que es bueno que no dejemos de lado la tristeza y la rabia que sentimos ante los grandes desafíos. Yo a veces me enfado incluso con los que se han ido. Que paciencia mis muertos, a los que, a veces, envidio, olvidando que la vida es un regalo, por un tiempo limitado, una aventura que, como todas, encierra momentos de desasosiego y otros de plácida calma.

 

¡Qué aguante conmigo tienen los del otro lado, los que ya se han licenciado!

AMANECER

 

Sobre todo en verano, me encanta despertarme al alba. Cuando la noche se rompe, cuando ya se intuye un nuevo amanecer es para mí un momento íntimo, agradable, mágico.

Durante ese tiempo, mi mundo guarda silencio, tan solo roto por las gaviotas que anidan en el tejado de una iglesia cercana. Somnolienta, disfruto de la pausa, de la ausencia de prisa, lejos todavía del trajín de la vida, de todo lo que traerá el nuevo día.

 

Después de la oscuridad viene la luz y, entre medio, en ese espacio sagrado nos encontramos con nosotros mismos, en tierra de nadie. Es como cuando respiramos profundamente y, antes de sacar el aire lo retenemos unos instantes. Ese es otro lapsus que me conecta, a veces, con el Universo.

 

 

Sé que no es fácil vivir con la incertidumbre que comporta el duelo, pero igual que sabemos que después de la noche viene el día, también, aunque a menudo nos parezca mentira, al dolor, si nos permitimos vivirlo sin drama, le sucede la alegría serena. Ese tránsito es más o menos largo y no termina de golpe, no, primero se intuyen destellos.

 

De nosotros suele depender mantener esa luz prendida, arropándola con ternura, sabiendo que cuando una ráfaga la apaga podemos volver a encenderla, lo mismo que ocurre cada amanecer.

CAMBIOS DE ESTACIÓN

 

Ando estos días con el alma alborotada.
Suben y bajan mis emociones con un ajetreo que anuncia la llegada de la primavera.

 

La tierra despierta y con la llegada de las primeras brisas cálidas brotan las nostalgias adormecidas, la tristezas acalladas, la soledad disimulada, el miedo contenido.

 

Y me sorprendo a mi misma sumergida en duelos antiguos y cercanos. Cuando duermo, los sueños me devuelven a presentes que ya son pasado. Al despertar, el trajín del ir y venir a través del tiempo me deja exhausta.

 

Y la fatiga dura lo que tardo en sumergirme en mí y mirar con dulzura lo que siento y agradecer lo que tengo, lo que soy, lo que he vivido, lo que me espera.

 

Las primeras brisas de primavera nos sacuden, nos renuevan y en un mismo día podemos llorar y reír, estar tristes y contentas. Creer que volvemos a estar al principio y, sin embargo, en nosotras asoma ya con timidez, pero bien arraigada, la esperanza de empezar a florecer, con un verde intenso, brillante, hermoso.

La primavera es una promesa, una oportunidad de renovar los votos con la vida, de sacar las malas hiervas (envidias, desencuentros, odios, amarguras, juicios, rencores) y plantar semillas de amor que nos den alegría.

 

A mi me va bien escribir lo que siento para alejar locuras, todos tenemos algo, un talismán, que nos ancla (pasear, cocinar, correr, la jardinería, lo que sea). Os propongo aferrarnos a eso, a lo que nos nutre el alma cuando hay desasosiego, con la mirada puesta en el cariño y en la certidumbre que todo pasa.

INSTANTES ENTRAÑABLES

En mis ratos oscuros, cuando el desasosiego me envuelve y la realidad me duele, me da miedo, me incomoda… pido ayuda a mi parte amorosa y sabia, esa que tenemos todos, que está siempre disponible y responde a muchos nombres.

 

Luego, cierro los ojos y siento el cariño de los seres que quiero y me quieren, estén vivos o muertos. Repaso los momentos bonitos. Agradezco lo bueno que hay en mi vida y me felicito por todas las veces que me he levantado después de haber caído.

 

Procuro ser amable conmigo misma y tener paciencia. Recordarme que todo pasa y lo que hoy es terrorífico, tal vez mañana no lo sea tanto. Me perdono por todas las veces que me he tratado mal. El perdón tiene efectos liberadores y calmantes.

 

Me imagino de niña, con las dos trencitas que me hacía mi madre, y me envuelve la ternura. Recuerdo la suerte de convertirme yo en madre -no lo cambio por nada- y el inmenso privilegio de ser abuela y, poco a poco, vuelvo a sentirme amorosa.

Mientras nos quede aliento, a pesar de los vaivenes, tenemos la capacidad de elegir la belleza, de crear instantes entrañables, mágicos, de esos que se convierten en islitas de amor en estado puro.

DEJAR FLUIR EL AMOR

 

Hemos iniciado febrero y, como me pasa en diciembre, siento la necesidad de hablarme bonito, de mecerme, de acariciar muy suave la vida que ahora tengo.

 

En febrero de hace dos años murió mi marido y en diciembre de hace muchos mi hijo. Y en esos días nuevos, de esos meses señalados, florecen destellos de gratitud, muy cálidos.

Me une a los que se han adelantado una complicidad tan íntima, una relación tan estrecha… me siento amorosamente arropada y eso sostiene mi tristeza, convierte en algo agradable mis ratos de soledad.

 

No sé el tiempo que me queda aquí, pero sí sé que quiero dedicarlo a querer, a amar lo que tengo; mi hijo, mi nieto, el viento, los días de sol o de lluvia, la nostalgia, las comidas con amigos, la risa, el cielo.

 

Vivir conlleva, a veces, dolor, sí, pero no me canso de la vida, hay tanta gente a la que quiero, estén lejos, cerca, ausentes o presentes que resulta imposible que no alegren mis días. El amor está en mí, tan solo tengo que dejarlo fluir.

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

Hay días que desprenden una neblina triste y nada tiene que ver con que brille o no el sol.

 

En mi caso, esa nostalgia puede aparecer de repente y me origina, en principio, desconcierto. «¿Cómo puede ser que, sin previo aviso, me vea envuelta en esa pesadumbre, cuándo hace nada estaba alegre y en calma?»

 

Cuando me ocurre esto, no tengo más remedio que parar y hacer un recuento de las emociones y sentimientos que, quizá, estoy intentando pasar por alto, sin ni siquiera ser consciente de ello.

 

Se acerca la Navidad y el aniversario de la muerte de mi hijo Ignasi y un diciembre de hace 3 años Lluís, mi marido, cayó gravemente enfermo y ya no se recuperó. Y, aunque ahora soy feliz, de otra manera, sigue en mí el recuerdo del dolor vivido, igual que sigue el amor que hemos compartido.

Y, aunque me produzca cierto desasosiego, me siento agradecida porque puedo sostener la tristeza, la soledad, el abandono, el miedo… esas emociones que no son agradables, pero que forman parte de la vida, de mi vida.

 

No negarlas es lo que me da más fortaleza y me permite vivir otra Navidad con la esperanza de compartir momentos tiernos, dulces, amorosos. No llamaríamos luz a la luz si no conociéramos las sombras, la oscuridad ¿verdad?

 

Cuando me digo todo eso a mi misma, empieza a deshacerse el nudo en el estómago. Al permitirme ser y estar como estoy, sea como sea, algo se afloja y me puedo volver a conectar al amor. Sé que la calma, las risas, el silencio, la quietud también están ahí y me aguardan.

 

Siempre que me miro con ternura, sin exigencias, con respeto me siento mejor y, a menudo, la niebla desaparece  y vuelvo a estar contenta.

LAS NOCHES DEL ALMA

 

Cuando atravesamos un gran duelo, lo que antes parecía sólido se desvanece. Nada que no se sustente en el amor nos ayuda a vivir. Es así, es fácil comprobarlo; una mirada dulce, un silencio amable, un abrazo cálido y sincero o cualquier otra muestra de cariño pueden suavizar, incluso darle la vuelta a un día negro. El amor funciona en ambas direcciones, tanto si lo damos como si lo recibimos.

 

 

 

Pero no es fácil crear armonía mientras bulle la rabia, nos atenaza el miedo o nos asfixia la tristeza. Emociones muy presentes durante el duelo, difíciles de apaciguar. La manera que yo conozco es sintiéndolas. No mirar hacia otro lado. Ahora toca llorar y gritar, para poder sonreír a ratos. Con honestidad, sin juzgarnos. Abrirnos al dolor sin resignarnos.

 

 

Es muy áspera y larga la travesía, por eso requiere paciencia y dulzura. Un corazón roto necesita mimos y descanso. Y en los momentos claros, hacer grande la voluntad de seguir adelante, de volver a sentir alegría, calma, confianza.

 

 

 

Los grandes duelos nos enfrentan a una soledad desconocida. Te sugiero que, aunque te de miedo, no te resistas, no huyas. Esa soledad suele ser el inicio de una bonita relación contigo misma. Las noches del alma esconden el don de sembrar semillas de fortaleza, tolerancia y valentía.

 

BAILAR CON LA VIDA

Podría decir que la vida tiene bajadas y subidas y algunas planicies. Mi madre, decía que es un valle de lágrimas. A mi me gusta compararla con un baile. En ocasiones, suena una dulce cadencia que alegra el alma y, en otras, el ritmo se vuelve frenético, angustioso, triste… Pero lo cierto es que ninguna melodía dura para siempre y, he podido comprobar, que todo duele menos cuando nos entregamos a lo que sea que suene ahora.

La teoría es fácil: dejarnos fluir, con el corazón abierto a lo que podamos sentir, sin prejuicios. Eso implica bailar con armonía, sin peder nuestra esencia, sin dejarnos arrastrar por lo que sucede. ¿Cómo conseguimos eso? Pues, poco a poco, aprendiendo a querernos.

No hay que olvidar que para ser flexibles es preciso tener los pies bien anclados a la tierra. Como los árboles, cuánto más grandes, más profundas sus raíces. Nuestra esencia, nuestro centro, se nutre de amor, en primer lugar hacia nosotras mismas.

A muchas mujeres se nos da bien cuidar a los demás y está bien que así sea, siempre y cuando no nos descuidemos de lo que nos enriquece a nosotras. Cada una tiene que descubrir qué le da energía, qué le sienta bien y ofrecérselo con cariño.

 

Vienen fechas muy señalas, si queremos mantener el swing es bueno que pongamos la atención en la ternura. La delicadeza, el cariño, no están reñidos con la nostalgia, ni la tristeza, ni el miedo. Formemos entre todas un círculo de amor que nos arrope, que nos mantenga unidas a nuestros seres queridos, vivos o muertos.

 

 

CON SUAVIDAD

Si en estos momentos te sientes perdida, para, respira despacio, con la intención de que el aire llegue a lo más hondo de tu ser y calme tu mente.

 

Probablemente es muy doloroso lo que estás viviendo, pero siempre puedes decidir atravesar lo que sea con suavidad. ¿Cómo?

 

Arrópate con dulzura, habla con sinceridad con tu parte sabia, pídele ayuda y procura poner amor en lo que haces, en lo que sientes, sea lo que sea. El cariño es un bálsamo.

 

 

Aunque a ti te lo parezca, no estás sola, tus guías te sostienen, te acompañan. Si tienes miedo, tranquila, es normal, pero no olvides que todo pasa.

 

Deja que las emociones te atraviesen como el sol por la ventana. Al fin y al cabo venimos aquí a sentir. Recuerda que tú misma estás de paso. Concédete momentos de ternura, en ellos encontrarás la fuerza que quizá, ahora, te falta.

 

Procura no quedarte anclada en lo que han hecho o dejado de hacer los demás, libérate con el perdón de lo que te retiene, cada cuál anda su camino como puede. Mejor centrarte en lo que amas, ¿no te parece?

 

 

 

ESCUCHA A TU CORAZÓN

 

Estamos tan acostumbrados al ruido de la mente, a esa voz recurrente y familiar que identificamos como nuestra, que, sin darnos cuenta, le entregamos el mando y dejamos de lado infinidad de nuevas y mejores posibilidades.

No somos lo que pensamos, nuestra esencia va más allá de la mente, todos somos capaces de reprogramarnos, de hacer limpieza de creencias obsoletas, de sentencias que parecen inamovibles.

 

No es fácil, los cambios nos suelen asustar, en nuestra cultura impera el «más vale malo conocido que bueno por conocer». Salir de lo que nos es cotidiano nos produce desasosiego, pero es la única manera de avanzar.

 

Y, precisamente, en época de incertidumbres y pandemias, la vida nos pide saltar al vacío y dejar atrás lo que teníamos. Son muchos los duelos que atravesamos ahora y, cuando estamos en el epicentro del miedo, cuesta ver la luz del sol que hay por encima de la nubes. Lo sé.

Sí, suele reinar el caos y el dolor antes de que surjan nuevas realidades que, probablemente serán más luminosas. Recuerdo que cuando era pequeña y me dolían las piernas, mi madre me decía, «eso es que estás creciendo».

No tengas en cuenta el «run-run» de tu mente, escucha a tu corazón, deja que te inunde la tristeza, la añoranza o el miedo, con la intención puesta en no rehuir ni aferrarte a ninguna emoción.

Ese duelo privado y colectivo que estamos viviendo, más que nunca, nos invita a vivir día a día, incluso minuto a minuto. No quieras ir más allá, simplemente recuerda que, después de la tormenta el cielo se despeja y vuelve la claridad.

 

Ni tú ni yo, ni ninguno de tus seres queridos estamos solos. De alguna manera todos nos acompañamos en este gran salto cuántico que vive ahora la humanidad.

 

En el fondo, tú sabes que todo es para bien, que el plan es perfecto, aunque a veces duela y cueste entenderlo. El alma, esa chispita divina eterna que nos da la vida, a veces, tira por el camino del medio, aunque no sea el más agradable de transitar, aunque siempre resulta el más efectivo.

 

 

 

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