SE ACERCA LA NAVIDAD

 

Hay días que desprenden una neblina triste y nada tiene que ver con que brille o no el sol.

 

En mi caso, esa nostalgia puede aparecer de repente y me origina, en principio, desconcierto. «¿Cómo puede ser que, sin previo aviso, me vea envuelta en esa pesadumbre, cuándo hace nada estaba alegre y en calma?»

 

Cuando me ocurre esto, no tengo más remedio que parar y hacer un recuento de las emociones y sentimientos que, quizá, estoy intentando pasar por alto, sin ni siquiera ser consciente de ello.

 

Se acerca la Navidad y el aniversario de la muerte de mi hijo Ignasi y un diciembre de hace 3 años Lluís, mi marido, cayó gravemente enfermo y ya no se recuperó. Y, aunque ahora soy feliz, de otra manera, sigue en mí el recuerdo del dolor vivido, igual que sigue el amor que hemos compartido.

Y, aunque me produzca cierto desasosiego, me siento agradecida porque puedo sostener la tristeza, la soledad, el abandono, el miedo… esas emociones que no son agradables, pero que forman parte de la vida, de mi vida.

 

No negarlas es lo que me da más fortaleza y me permite vivir otra Navidad con la esperanza de compartir momentos tiernos, dulces, amorosos. No llamaríamos luz a la luz si no conociéramos las sombras, la oscuridad ¿verdad?

 

Cuando me digo todo eso a mi misma, empieza a deshacerse el nudo en el estómago. Al permitirme ser y estar como estoy, sea como sea, algo se afloja y me puedo volver a conectar al amor. Sé que la calma, las risas, el silencio, la quietud también están ahí y me aguardan.

 

Siempre que me miro con ternura, sin exigencias, con respeto me siento mejor y, a menudo, la niebla desaparece  y vuelvo a estar contenta.

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