CAMBIOS DE ESTACIÓN

 

Ando estos días con el alma alborotada.
Suben y bajan mis emociones con un ajetreo que anuncia la llegada de la primavera.

 

La tierra despierta y con la llegada de las primeras brisas cálidas brotan las nostalgias adormecidas, la tristezas acalladas, la soledad disimulada, el miedo contenido.

 

Y me sorprendo a mi misma sumergida en duelos antiguos y cercanos. Cuando duermo, los sueños me devuelven a presentes que ya son pasado. Al despertar, el trajín del ir y venir a través del tiempo me deja exhausta.

 

Y la fatiga dura lo que tardo en sumergirme en mí y mirar con dulzura lo que siento y agradecer lo que tengo, lo que soy, lo que he vivido, lo que me espera.

 

Las primeras brisas de primavera nos sacuden, nos renuevan y en un mismo día podemos llorar y reír, estar tristes y contentas. Creer que volvemos a estar al principio y, sin embargo, en nosotras asoma ya con timidez, pero bien arraigada, la esperanza de empezar a florecer, con un verde intenso, brillante, hermoso.

La primavera es una promesa, una oportunidad de renovar los votos con la vida, de sacar las malas hiervas (envidias, desencuentros, odios, amarguras, juicios, rencores) y plantar semillas de amor que nos den alegría.

 

A mi me va bien escribir lo que siento para alejar locuras, todos tenemos algo, un talismán, que nos ancla (pasear, cocinar, correr, la jardinería, lo que sea). Os propongo aferrarnos a eso, a lo que nos nutre el alma cuando hay desasosiego, con la mirada puesta en el cariño y en la certidumbre que todo pasa.

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