MENSAJE URGENTE DESDE EL HOSPITAL LA FE DE VALENCIA
Si conocéis a alguien que tuviera el grupo sanguíneo AB dispuesto a donar sangre,decirlo.
En el Hospital Universitario La Fe de Valencia hay un niño de 10 años ingresado con LEUCEMIA que necesita urgentemente unos 12 donantes.
es bastante raro, de ahí el hecho de la falta de donantes.
Los médicos anuncian que si los encontraran sería muy posible salvarla vida de este niño.
Por favor, reenvía este correo a quien conozcas.
El teléfono de la madre ( Maria Ángeles 963802408 )
ME HUBIESE GUSTADO DECIRTE ADIÓS
Victoria Branca
Extractado de su libro,
Me hubiera gustado decirte adiós
Una de las penas más grandes que cubren con su sombra la muerte súbita de un ser querido, es no haberle podido decirle adiós.
Esta privación a la que nos sometió la vida nos desespera y mantiene abierta la herida por largo tiempo. Sentimos que el corazón nos quedó estaqueado y amordazado en tierra de nadie. Hay tantas cosas que hubiésemos querido decir y no pudimos…
Todo aquello que la muerte silenció queda arrumbado en algún rincón de nuestra alma, y en algún momento tendremos que ir en su búsqueda y darle voz nuevamente aunque el destinatario ya no esté.
Decir todo lo que balbucea entre sollozos nuestro corazón hará que la angustia vaya cediendo y nos permitirá ir limpiando la herida, quitándole todo aquello que pueda infectarla para que sane poco a poco.
Una manera de despedirnos es a través de una carta.
En un lugar tranquilo, a solas, dejando que el corazón se exprese, podemos escribir las palabras que silenció el dolor.
Aunque empecemos a hacerlo y las lágrimas no nos permitan ver la hoja con claridad, aunque la tristeza nos invada y pareciera dejarnos sin aire en los pulmones, es liberador sacar hacia afuera todo lo que hubiésemos querido decir y no pudimos.
Aún si lo que sale no es lo que esperábamos, abrir el arcón de las emociones es una manera de transitar el duelo de manera sana.
Victoria Branca /conlospiesdesnudos.blogspot.com
CÓMO TRATAR A UNA MADRE EN DUELO
Carta extraída del blog de CECI,
No te pido que me des un trato especial. No estoy enferma, no tienes que alejarte de mí, solo te pido que consideres algunos aspectos, pues me ha sucedido lo peor que me pudo haber sucedido.
Te pido que no tengas temor de pronunciar el nombre de mi hijo, ya que él vivió, vive aún en mí y fue y es muy importante.
Considera lo feliz que me siento de saber que tú también lo recuerdas y hablas de él. Me gusta saber que tú también lo tienes presente en sus cumpleaños y aniversarios.
Considera que pasaré tal vez en un mismo día por diferentes emociones.
Puedo vibrar de alegría al recordar a mi hijo y puedo llorar después por su ausencia.
Tal vez un día estaré feliz y otro día será desastroso para mí.
Te pido que me des espacio para ser libre con mis emociones, aún estoy trabajando en ellas.
No me obligues a estar contenta si me ves retraída, porque estoy pensando en mi hijo.
Considera que lo que me ha pasado no tiene nombre. No lo compares a otra situación que te haya sucedido a ti. Perder un hijo no es igual a ninguna otra muerte o evento. Por favor, no hagas comparaciones.
Considera que a pesar de que estoy trabajando en trascender mi duelo y elaborar mis emociones, no sé cuánto tiempo pueda durar esto en mí.
Aunque los profesionales digan que el duelo dura de uno a tres años, a veces pienso que pasarán muchos años para poder superar este trauma.
Dame tiempo, no sé cuánto…
Por favor no me consueles con explicaciones teológicas ni religiosas, no me digas que “Dios quería otro angelito con Él”.
Considera que es normal el hecho de que yo replantee mi fe y mis creencias. Incluso, permíteme cuestionar mi religión y algunas otras cosas y no me hagas sentir culpable.
Yo sé que saldré con fe nueva y fortalecida en Dios, lograré un nuevo entendimiento con Él.
Considera que mi cuerpo también me pasa la factura por este golpe emocional.
Puedo ganar o perder peso, dormir mucho o no poder dormir. Tener raras dolencias y ser propensa a estar enferma.
Considera que hay momentos en que no me puedes hablar de problemas económicos. Yo los conozco. Solo te pido que consideres el momento oportuno.
Por último, considera que tengo nuevos “anteojos” para ver la vida.
No soy la misma. Jamás lo seré.
Soy diferente, no soy como antes, tal vez soy mejor…
Trata de conocerme.
Autor: Mauricio Meza Acosta
CARTA DE MARICARMEN SORIANO ESPINOSA
Por mail he recibido esta carta que quiero compartir.
Paula y yo unidas por hilos invisibles e indestructibles
Ha pasado un año y medio desde aquel día que dejó una huella imborrable en mi vida. Miro hacia atrás y reconozco que he recorrido mucho camino desde el día en que Paula murió. Mucha gente me dice que admira lo fuerte que soy, que no me haya derrumbado. Yo pienso “no me han visto en mis peores momentos”, pero reconozco que he luchado ferozmente por tratar no solo de sobrevivir, sino de seguir viviendo. La verdad es que no tenía muchas más opciones. ¿Qué otra cosa podría hacer más que luchar?… Claro, podría haber escogido dejarme abatir por la tristeza, llenarme de amargura, echarme a morir. Pero tengo otro hijo que merece vivir y ser feliz. No puedo imaginarme a las personas que no tienen a nadie por quien seguir viviendo.
Creo que con el tiempo, a medida que he ido desarrollando una perspectiva diferente sobre la muerte de Paula, aunque la tristeza profunda y el dolor siempre están, su intensidad y duración se han mitigado un poco. O posiblemente ha aumentado mi capacidad para tolerar el dolor. No estuve presente cuando Paula tuvo el accidente, sin embargo las imágenes revolotean en mi mente y muchas veces en la noche me despierto porque en mi sueño la veo caer y darse el fatal golpe en la cabeza. Algunas veces me mira, sonríe y me dice: “Mira, mami, puedo volar”. Sigue leyendo
TRISTEZAS DE OTOÑO
Más que tristeza es nostalgia lo que provocan en mí los colores de noviembre. Desde la ventana, veo como la tierra se va adormeciendo y las hojas doradas y marchitas alfombran las calles. A partir de hoy, a las 5 de las tarde ya será casi de noche y pronto, demasiado pronto, brillarán por toda la ciudad las luces de Navidad. ¿Qué voy a hacer? No quiero que la nostalgia se instale en casa, como ha hecho otros años, y lo llene todo de tiempos pasados. Estoy dispuesta a compartir con ella algunos ratos, tal vez alguna tarde entera, pero también quiero vivir este otoño, el mío, el único que tengo ahora, con el corazón alegre. Es cierto que a Ignasi dejé de abrazarle un mes de diciembre, que la Navidad está ya a la vuelta de la esquina. Pues bien, precisamente por eso, voy a empezar a coser una manta de patchwork, hecha con pedacitos de cariño. Me propongo crear cada día algo bonito y cuando tenga muchas cosas hermosas, las iré cosiendo. Esa manta, hecha de retales de pensamientos alegres, de sonrisas, de ilusiones, de nuevos abrazos, de guiños cariñosos a mis hijos, a mi marido, a mis amigos, a todas las personas que amo y están lejos, me dará calorcito. Y cuando llame a mi puerta la tristeza la abriré, claro, pero llevaré conmigo la manta puesta.
CUENTO DE KHALIL GIBRAN
Dijo una ostra a la otra vecina:
– Siento un gran dolor dentro de mí. Es algo pesado y redondo, que me hace daño.
– Alabados sean los cielos y el mar –respondió la otra con altiva condescendencia- yo no siento dolor ninguno. Estoy buena y sana, por fuera y por dentro.
En ese momento, un cangrejo que pasaba oyó a las dos otras y dijo a la que estaba buena y sana por dentro y por fuera:
-Si, estás buena y sana: pero el dolor que siente tu vecina es una perla de extraordinaria belleza.
ASIGNATURAS PENDIENTES
A mi me parece que todas las personas tenemos algún punto flaco o varios. Me refiero a aspectos de la vida en los que tenemos más dificultades, como si fueran asignaturas que se nos resisten. A algunos tal vez les cuesta hacer amigos, muchos no tienen suerte en el trabajo, otros pasan verdaderos calvarios con las parejas o con el dinero… Para mí y para muchos de los lectores de este blog, el tema principal, el que me conmueve el alma son los hijos. Desde siempre, desde mucho antes de que muriera Ignasi, mis angustias, mi máximo temor gira alrededor de ellos. No porque hayan sido niños difíciles, no, al contrario, he tenido la suerte de tener dos hijos maravillosos. El temor al que me refiero es tan hondo que va más allá de la razón. Me recuerdo hace ya muchos años, antes de conciliar el sueño, repasando en la cama un día feliz y pidiendo, por favor, que cualquier prueba que me deparara la vida no tuviera que ver con los niños. Pero les ha tocado a ellos ser mis maestros. La muerte de Ignasi es y ha sido un gran aprendizaje, pero todavía me queda mucho que aprender con Jaume. Por ejemplo, un dolor de muelas intenso, como el que tiene desde hace tres días, es para mí una convulsión que me remite al epicentro de un dolor ancestral. Un miedo antiguo que tengo que ir desmenuzando para liberarle a él y a mí de un peso que nos impide amar sin temor. A nadie le gusta ver a sus seres queridos pasarlo mal, eso es obvio. Pero hacer nuestras sus emociones, sus pesares, no solo no ayuda en nada, sino que, al angustiarnos, nos convierte en menos eficaces.Lo sé y en eso ando. También sé que los puntos flacos, sean los que sean, guardan en su esencia un tesoro, un premio a la valentía de atravesarlos, de darles la vuelta y trasformarlos. Es así como se desvanecen los miedos. Nuestros hijos no son nuestros, son hijos de la vida, dice el poeta Khalil Gibran. En nuestras manos está amarles, apoyarles, ayudarles, pero no vivir su vida o pretender que vivan la nuestra. Sus retos están hechos a su medida, son las herramientas que les permiten crecer y encontrar un sentido a su existencia. Sin dificultades, no obtendrían logros. Y eso también sirve para los hijos muertos. No podemos retenerles, ni pretender que todo siga como antes, como si no hubiesen pasado al otro lado. Hay que soltar y soltar hasta que nos una solo el cariño.
LA ALEGRÍA DE VIVIR
Me gustan los días festivos y más si hay cuatro seguidos, como ocurre ahora con el puente del Pilar. La ciudad pierde las prisas y el murmullo incesante que la envuelve disminuye. Durante estos paréntesis de actividad laboral, es más fácil encontrarse con uno mismo, con las emociones aparcadas, con los sueños arrinconados… A mi me encanta estar en casa sin horarios, escuchar música por la noche sin el agobio de tener que madrugar y abrir los ojos por la mañana con la agradable sensación de tener todo un día por delante. Disfruto muchísimo de esta sensación, mezcla de ilusión y libertad, porque recuerdo muy bien las épocas de mi vida en que no ha sido así. Cuando al despertar me embargaba un sudor frío y salir de la cama representaba un acto de extrema voluntad. Sí, es más bonita la calma cuando se han atravesado grandes tempestades. Sé que a las personas que se encuentran en los primeros años de dolor, de pérdidas y duelo les cuesta imaginar que volverán a amar la vida. Pero también sé que tienen más posibilidades que otros de conseguirlo, de sentir alegría, de estar en paz. Cuando la existencia nos sacude y eso ocurre a menudo, con mayor o menor intensidad, saber que todo pasa, menos el amor, nos da fuerzas para continuar. A mí, cuando lo que sucede me aturde, me hiere, me va bien confiar en que los nubarrones, que a veces veo tan negros, se disiparán. Mientras, recurro al saber profundo que me ayudó a salir de otras incertidumbres y pido claridad a mis guías. Me reconforta pensar que hay grandes maestros que me ayudan y que mis seres queridos, vivos y muertos, velan por mí. No importa cuantas veces caiga, sé que en mí está el poder de volverme a levantar, de seguir con mi propósito que es amar. Donde hay luz disminuye la oscuridad.
CUENTO DE JORGE BUCAY
Gema nos manda este cuento de Jorge Bucay que, seguro, nos reconforta a todos.
Un día mi madre me preguntó cuál era la parte más importante del cuerpo. A través de los años trataría de buscar la respuesta correcta. Cuando era más joven, pensé que el sonido era muy importante para nosotros, por eso dije:
—Mis oídos, mamá.
—No, muchas personas son sordas y se arreglan perfectamente. Pero sigue pensando, te preguntaré de nuevo.
Varios años pasaron antes de que ella volviera a preguntarme. Desde aquella primera vez, yo había creído encontrar la respuesta correcta. Sin embargo, le dije:
—Mamá, la vista es muy importante para todos; entonces deben ser nuestros ojos.
Ella me miró y dijo:
—Estás aprendiendo rápidamente, pero la respuesta no es correcta porque hay muchas personas que son ciegas, y salen adelante aun sin sus ojos.
Continué pensando cuál era la solución. A través de los años, mi madre me preguntó un par de veces más, y ante mis respuestas la suya era:
—No, pero estás poniéndote más inteligente con los años. Pronto acertarás.
El año pasado, mi abuelo murió. Todos estábamos dolidos. Lloramos. Mi madre me miraba cuando fue el momento de dar el adiós final al abuelo. Entonces me preguntó:
—¿No sabes todavía cuál es la parte más importante del cuerpo, hijo?
Me asusté. Yo siempre había creído que ese era un juego entre ella y yo. Pero mi madre vio la confusión en mi cara y me dijo:
—Esta pregunta es muy importante. Para cada respuesta que me diste en el pasado, te dije que estabas equivocado y te he dicho por qué. Pero hoy necesitas saberlo. Sigue leyendo
RENOVARSE
Ahora que caen las hojas de los árboles en un hemisferio y, en el otro, empiezan a florecer, ahora que estamos viviendo, por todas partes, momentos intensos de cambio, me parece una buena idea renovarse, como lo hace la naturaleza con las estaciones.
Y, aunque suene simple, yo empiezo por los armarios. ¡Parece mentira la cantidad de ropa que se puede llegar a acumular en el transcurso de la vida! Mi abuela materna, por ejemplo, se pasó buena parte de sus últimos 20 años haciendo colchas de ganchillo, de las que yo heredé una cantidad respetable. No tengo la costumbre de cubrir mi cama con ninguna de ellas, aunque son preciosas. La verdad es que se han pasado años sin moverse del armario, tapadas en fundas de plástico. Pues se acabó, me he quedado con una, como recuerdo y las demás las estoy regalando.
Hay sábanas, manteles, albornoces, fundas y cojines y un montón de telas más, ya envejecidas, que todas guardamos por si acaso, que yo ya he decidido jubilar. Lo mismo con las faldas, vestidos, jerséis y blusas que ya no me pongo. ¡Tengo la habitación de los armarios patas arriba, como si estuviera en obras! Voy haciendo bolsas a ratitos y con cada una que se va de casa, siento como si me hubiese sacado años de encima. No es fácil, porque con cada pieza hay que negociar, pero sé que lo hago por mi bien, para aligerar mi alma y pienso seguir así, sin prisas pero sin pausas, durante todo el año y parte del otro y, quizá, como comentaba medio en broma a una amiga, hasta que me muera. No quiero que los que me sobrevivan tengan que enfrentarse con lo que yo no he tirado.
Creo que al alma le pasa lo mismo que a los armarios abarrotados. Si no vamos deshaciendo el dolor, las heridas que hemos ido acumulando, no nos queda espacio para apreciar la alegría, la belleza, la bondad, todo lo bonito que nos puede suceder en la vida. Precisamente cuando más tristes estamos, más importancia adquiere renovarnos. Y eso, aunque también parezca simple, puede empezar por cuidar más nuestro aspecto. Sé que hay días en que uno no tiene ganas de nada, ni puede salir de casa, pero ir a la peluquería, arreglarse un poco, abrir una botella de vino en la cena, ir a pasear con una amiga, hacer algo porque sí, porque nos gusta levanta el ánimo. Y así, poco a poco, el corazón se va ensanchando y las heridas se van curando. Si a eso le sumamos la guía de un buen terapeuta, un poco de ejercicio diario y un masaje de vez en cuando, el “plan renove” está asegurado.



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