DÉJATE ACARICIAR POR TU ESENCIA
Al principio de un gran duelo, de poco sirven las palabras. Estamos fuera de la vida y nos cuesta conectar con el presente, incluso nos molestan las frases hechas, aunque las impulse la mejor de las intenciones.
Todos estamos perdidos ante la muerte y ahora, que la epidemia nos impone barreras, más que nunca. ¡Cuánto echamos de menos los abrazos, las caricias, las miradas de cariño con las manos entrelazadas!
En los tiempos que vivimos, es bueno recordar que podemos dejarnos mecer por nuestra propia esencia y comunicarnos con los demás, de alma a alma, siguiendo el hilo invisible del amor que nos reconforta a todos.
Cuando, desde el corazón, hago presentes en mí a los seres que quiero, siento que me envuelve su calidez y a ellos la mía. Sé que esto, al principio del duelo, cuando la ausencia de la presencia física se hace insufrible, no es de mucho consuelo.
A los grandes duelos entramos a ciegas y se va iluminando el camino a medida que vamos ahondando en nosotros mismos; en nuestros miedos, en nuestras carencias…
No sirven las prisas, cada uno a su ritmo va sacando con dulzura las malas hierbas que crecen, sin darnos cuenta, en nuestro interior, con la esperanza de las madres que acompañan los primeros pasos titubeantes de sus bebés.
Siempre se puede sacar algo bueno de lo que sucede, aunque duela y parezca imposible darle la vuelta. Todo es vida, experiencia, aprendizaje… verlo así me ayuda, me da paz.
RITUALES PARA EL ALMA
Antes de que desconectasen a nuestro hijo Ignasi, buena parte de la familia pudo despedirse de él. Luego, cuando pude verle ya muerto, me di cuenta que su esencia vital ya no estaba allí. Agradezco infinitamente haber podido vivir estos pasos, porqué cada uno de ellos me sirvió.
Ahora, que debido a la pandemia, esto ha cambiado tanto, siento la necesidad de acompañar con la intención a las almas que se van sin el consuelo de la cercanía de sus seres queridos.
La energía no se crea ni se destruye y a mi me gusta hablar con la esencia de mis seres queridos que han partido, acariciarles, abrazarles y animarles a que sigan su camino, Me ayuda imaginar que estánn bien, allá dónde estén y les pido que sean felices.
Eso no quita el dolor desgarrador que produce la separación física del ser que amas. Es largo el camino de la aceptación de no volver a verle. A eso se suma ahora la desazón de que el ser querido haya partido solo, aunque las enfermeras, las mujeres de la limpieza y los médicos suelen actuar como ángeles durante estos días.
Las cosas son como son, ¿verdad? pero siempre podemos acercarnos a los que ya no están con los rituales que a cada uno le salgan del corazón. Nos reconfortarán a nosotros y a los que se han ido.
LA VIDA VA A SU AIRE
En estos tiempos de incertidumbre es fácil que asome el miedo, nunca antes habíamos vivido nada parecido y el horror que acompaña a esta pandemia, posiblemente se sume a nuestros propios temores y reabra viejas heridas.
Por eso, porqué vivimos una situación extrema, es bueno recordar que la vida va a su aire, es incontrolable y, cuánto más nos resistamos a ella, cuánto más insistamos en volver a lo de antes, más grande será nuestro desconsuelo.
No estoy hablando de resignarnos, no, eso solo trae amargura, me refiero a remar a favor de la corriente, a aceptar que estamos en proceso de cambio y echar mano de la paciencia con uno mismo y con la situación que tengamos.
La paciencia contiene ternura, crea armonía, es como dejarse llevar con dulzura, sin esfuerzo, con la intención puesta en mirar con cariño lo inevitable, como una experiencia de vida más.
Cuando consigo ver la existencia así, casi siempre disminuye mi ansiedad, se afloja esa desagradable sensación de alarma que contamina el aire y percibo en su lugar algo de paz. La situación es la misma, pero yo me siento mejor, no sé, distinta, más ligera y puedo acercarme con una mirada más amorosa a los demás.
Ese bienestar dura lo que dura, pero aunque sea poquito, se convierte en el trampolín que nos ayuda a levantarnos.
TIEMPOS DIFÍCILES
El 26 de diciembre de 1998 tuvimos el accidente y nuestro hijo Ignasi murió y este diciembre, el día 13, mi marido ingresó en la UCI con una neumonía bilateral gravísima, que lo mantuvo entre la vida y la muerte, en coma inducido, durante dos meses.
Esta vez la moneda ha caído del lado de la vida y estamos ya los dos en casa, él recuperándose, con aporte de oxígeno y yo con el estómago encogido de miedo y, al mismo tiempo, inmensamente agradecida.
Aunque es fácil perderse entre las brumas de tanto desasosiego, he podido constatar otra vez que en los momentos de incertidumbre solo el amor nos reconforta.
Muchas almas ahora abandonan este mundo en todo el planeta y a ese inmenso dolor, que impregna el aire, se suma el miedo de lo que les pueda pasar a nuestros seres más queridos. Por eso, para no sucumbir el horror del inconsciente colectivo, es necesario más que nunca parar y respirar hondo.
Yo me despierto con el alma en vilo y la única forma que conozco de ahuyentar la añoranza de no poder abrazar a mi hijo Jaume y a mi nieto es sentirlos en mi corazón, arroparlos allí, con el manto de mi amor incondicional.
También en mis ratos claros envuelvo en luz a todos los seres que han partido, a los que están apunto de partir y a sus seres queridos que no pueden cogerles de la mano.
Los que sabéis lo que es perder a un ser querido inmensamente amado; un hijo, una hija, un padre, una madre, un compañero o un amigo del alma, entenderéis lo necesario que es cubrir con cariño el dolor, acariciar con suavidad al miedo. Si nos miramos con ternura a nosotros mismos, luego, tal vez, podremos acercarnos con delicadeza a tantos como ahora están sufriendo.
El dolor nos encierra y nos silencia, es cierto, pero solo si entendemos que todos somos uno podremos transcender esta pandemia saliendo, quizá, fortalecidos. El mundo está en duelo y necesitamos formar una infinita cadena de manos para sostenernos unos a otros. Todos tenemos un don que podemos ofrecer en este momento.
TRATARNOS CON DULZURA
Cuando atravesamos una noche oscura del alma, por la muerte de un ser inmensamente querido o por cualquier otra razón o incluso sin motivo aparente, suele ser un bálsamo la ternura. Tratarnos con dulzura, aunque se nos olvida a menudo, resulta imprescindible para remontar el vuelo.
Sin embargo, cuando estamos mal en vez de reconfortarnos con un abrazo imaginario y palabras amorosas a menudo aflora en nuestro interior la voz severa de un fiscal implacable, capaz de hundir a cualquiera.
Cuando la mente se desboca y juega en contra en vez de a favor nuestro, casi siempre hay detrás un empacho de emociones, de creencias caducas, de heridas profundas, de fidelidades mal entendidas.
No es momento de culparnos, ni a nosotros ni a nadie, creo que la salida está en comprender que se trata de un nuevo desafío de amor, porqué solo amando lo que no nos gusta, lo que nos irrita, lo que nos da miedo, lo que nos duele de nosotros mismos empieza nuestro renacer.
La vida nos propone cambios que nunca hubiésemos elegido, NUNCA, pero creo, de corazón, que no es por maldad, al contrario, la finalidad es ampliar nuestra mirada, despojarnos de lo inútil y quedarnos con lo esencial, que es expandir ese amor que todos llevamos dentro.
NO ES NECESARIO SOSTENER EL MUNDO
Hay años en que el alma decide hacer limpieza general, como cuando se voltea la casa para dejarla como una patena antes de los días de fiesta grande.
Nosotros nos resistimos, claro, a casi nadie le gustan los cambios y no es lo mismo arreglar un armario que ponernos a revisar nuestras creencias caducas, nuestros fantasmas más íntimos, nuestro miedo ancestral…
En los periodos de crisis vital (la muerte de un ser inmensamente querido, la separación de la pareja, la pérdida de salud, etc.) el alma empieza a movilizar con la fuerza de un terremoto todo lo que nos sobra. Pero no solo ocurre cuando algo externo y extremo nos sucede, no.
A las personas miedosas, como yo, esas que nos acomodamos con tanta facilidad a lo conocido y nos cuesta horrores salir de nuestra “zona de corfort”, el alma nos sacude periódicamente para “echar una mano” y ayudar a que se cumpla la evolución prevista.
En general, -afirman algunos expertos como la terapeuta Marie Lise Labonté-, a cada uno su alma le da un empujoncito de los 5 a los 7 años, de los 10 a los 13, de los 18 a los 22, de los 27 a los 31, de los 38 a los 42, de los 59 a los 62, de los 68 a los 72, de los 78 a los 81 y de los 99 a los 103 años.
Cuanto más nos resistamos a esa evolución, a esa limpieza, más grande el miedo, la ansiedad, la angustia, la tristeza y la rabia, igual que cuando estamos en duelo. En realidad, a nuestras heridas anteriores (algunas tan profundas como la muerte de un hijo) se suma el desasosiego que produce intentar evitar (inconscientemente) que muera una parte nuestra. Pero el alma y nuestra parte sabia son amorosamente firmes. Es necesario liberar para que entre aire nuevo, igual que caen las hojas en otoño y se siegan los campos a principios del verano.
¿Y cómo se limpia uno por dentro? Con mucha paciencia, eso primero y luego lo que hago yo es aporrear cojines o lo que sea para sacar la rabia que acumulo desde pequeña, pero que cogió proporciones gigantescas cuando murió mi hijo Ignasi.
También hablo con mi ego, con ese juez implacable que me pone en lo peor a la mínima que me descuido (que si no vas a poder, que si no te lo mereces, te vas a enfermar, que si a mis seres queridos les va a pasar algo y mil negaciones más). Le digo que muchísimas gracias, que le quiero, pero que deje de dar la lata y se ponga a mi favor, que no pasa nada por cambiar que voy a seguir queriéndolo hasta mi último suspiro.
Cuando abrimos las manos y damos el primer paso estamos ya acunando la energía del cambio, aunque la casa parezca más “patas para arriba” que nunca. La clave, he podido comprobar, es el amor hacia nosotras mismas, insistir en la ternura, en la compasión, en la confianza en que no estamos solas, una fuerza más grande nos sostiene y el Universo conspira siempre, siempre a nuestro favor.
No es necesario que sostengamos el mundo, tan solo que aprendamos a nutrirnos a nosotras mismas. Eso mejorará sensiblemente nuestra existencia y la de nuestros seres queridos.
TODO PASA
Uno de los regalos que atesoro de mi gran duelo es la certeza de que “todo pasa”, aunque parezca absolutamente imposible cuando estamos inmersos en plena tormenta. Cuando estamos mal, estamos mal y cuesta imaginarnos bien, ¿verdad?
No se trata de que el tiempo lo cura todo, no, no es eso. El tiempo por sí solo no arregla nada, incluso diría que ahonda el sufrimiento, lo esconde, lo enquista.
El “Todo pasa” al que me refiero requiere, de nuestra parte, la voluntad de sentir lo que sea que en nuestro presente estemos sintiendo, sin rehuir, aferrarnos o criticarnos, ni por supuesto, culpar a los otros de nuestro desasosiego.
La intención es dejar que el impulso de la vida tome las riendas y nosotros limitarnos a escuchar qué nos quiere decir el alma a través del cuerpo. ¿Hay tensión? Buscamos entonces un terapeuta que nos ayude a liberarla o salimos a andar, o nos vamos a nadar o le pedimos con dulzura a esa parte que se afloje y si conviene la ayudamos arrancando a llorar hasta adormecernos, como los niños. O damos golpes con algo duro para que la rabia encuentre una buena manera de desaparecer.
Si hay miedo podemos recordarnos todas las veces que hemos hecho algo muertas de miedo y le hemos podido dar la vuelta al marcador y salir fortalecidas. El miedo da miedo, no es agradable, lo sé pero forma parte de nosotros, es tan natural como la vida misma sentirlo.
¿Nos quedamos sin fuerzas? Si es así, nos entregamos al cansancio. Nuestro cansancio es humano. Poco a poco, sin apresurarnos podemos permitirnos ir soltando esas maneras de hacer que nos pesan tanto!! Cada uno arrastra las suyas. En mi caso suelen tener que ver con el control, la rigidez, la exigencia…
Y así, después de momentos, días o meses de desespero, llegan momentos de conexión sagrada. Volvemos al amor, que es lo contrario del miedo. Y aparece ante nosotros la belleza de la vida y desaparecen los horrores o, al menos, no nos hieren tanto.
Sintonizamos, entonces, con la ilusión de estar presentes, de iniciar un nuevo día, de disfrutar de la riqueza del nuevo oasis. Sabiendo que todo pasa, lo bueno y lo malo y, mientras estamos en calma podemos echar una mano a los que se encuentran en pleno desierto.
CON DELICADEZA
Cuando pasamos periodos convulsos, de esos que requieren un gran cambio interno, las emociones campan a sus anchas, sobre todo el miedo.
La inquietud, la sensación de estar siempre “en modo” alerta es agotadora, nos quedamos sin apenas fuerzas y es fácil que la negatividad, el “no voy a poder” afloren.
Cuando la mente nos remite a pensamientos terroríficos, como caballo desbocado, es el momento de tomar las riendas con firmeza y sin críticas, con delicadeza.
Cada uno de nosotros vale su peso en oro, esté bien o esté mal, por el simple hecho de ser. ¡Cuánto cuesta darse cuenta que no hay condiciones para amarse!
De pequeños, percibimos o nos parece que nos van a querer más si… (soy buena, obediente, complazco a los demás, siempre digo que sí, estudio o trabajo en tal o cual cosa, si estoy pendiente o sufro por los demás, si tengo éxito o dinero… no sé, las posibilidades son infinitas). Ante tanta exigencia, ¿dónde queda nuestra verdadera esencia?
Es bueno liberar el grano de la paja y ser sinceros con nosotros mismos, pero sobre todo conviene echar mano de la suavidad, de la ternura, de la delicadeza.
Nunca va bien, pero cuando se está mal el alma agradece infinitamente dejar la rudeza y la descortesía y ser benevolentes con nosotros mismos. Esa es la manera de atar en corto a la mente, de conseguir darle la vuelta y que juegue a nuestro favor, en vez de en contra.
Así poco a poco, resurgen los pensamientos de gratitud y en lugar de presión en el pecho o dolor en la espalda sentimos ese calorcito en el corazón, ese hilo invisible de amor que nos une a todo.
Rebrota la confianza, reaparece ante nosotros la belleza. La tempestad ha terminado. Y entonces, aunque no nos guste, comprendemos que, a menudo, el miedo nos sitúa en el camino de la luz.
LIBERAR LA CULPA
Cierra los ojos, fíjate en tu respiración e imagínate que al sacar el aire dejas salir también tus creencias; la idea de lo que está bien y mal, tu miedo a equivocarte, lo que consideras defectos, el peso de la culpa por lo que hiciste o no, por lo que consideras posibles errores, el temor a no poder estar a la altura de lo que te exiges o a que no te quieran… Permite que salga sin tapujos lo que sea. Libera con cariño esos secretos inconfesables, cada uno tiene los suyos. Hazte ese regalo.
Luego abre los brazos, mira al cielo y evoca las ganas de vivir, de disfrutar de cuando eras niña/o. No hay fracaso, todo lo vivido simplemente es vida y este momento es sagrado. Imagínate que eres tan valiosa/o que el Universo entero te protege y te mima. Eres un verdadero tesoro, un ser precioso, de luz, siempre lo has sido. Explora tranquila/o, tan solo tienes que amarte, esa es tu misión en la tierra.
HAY UN MUNDO POR DESCUBRIR
Probablemente ahora el dolor te ahoga, tu realidad ha estallado en mil pedazos y tienes miedo. Así comienzan los grandes duelos, esos que nos dejan a años luz de lo conocido.
Han saltado por los aires tus falsos amarres y, por eso, aunque no lo creas, se vislumbra ante ti la maravillosa posibilidad de conectar con la fuente, contigo misma, con la esencia.
No busques fuera, el camino que te conducirá a la otra orilla se encuentra dentro de ti. Eres tú la única que puede iluminar con dulzura tu lado oscuro.
Abre tu corazón y deja que las buenas personas te sostengan cuando desfallezcas. Déjate envolver por lo que sientes. No te resistas al dolor, tan solo atraviésalo agradeciendo su poder transformador. No vas a volverte loca. No.
Vas a explorar otros lados de la vida, vas a despojarte de creencias caducas, de memorias familiares antiguas que, en su momento quizá fueron útiles pero ya no lo son, no te sirven.
No traicionas a nadie ni a nada si decides ampliar, con amor, tu mirada. ¡Hay tanto por hacer y es tan necesario contribuir, con cariño, a crear entre todos un mundo mejor!
No se trata de sumar nuevas responsabilidades, al contrario, deshazte de los “deberías”, a partir de ahora olvídate del “deber” y empieza el día con la ilusión de sentir destellos del placer. Recuerda la ilusión de los días felices de cuando eras niña.
Tal vez estés triste, resentida o amargada o todo a la vez, pero si sigues creyendo que la vida o quien sea te trata mal, vas a sumar un calvario a la ya de por sí difícil travesía del duelo.
Hay otros mundos más alegres y tus seres queridos muertos soplan las velas de tu barca para que arribes a buen puerto y los reencuentres.
En el fondo sabes que solo el amor merece la pena. No importa que lo olvides a menudo ellos, los que ya no está aquí, siguen y estarán siempre en tu corazón para recordártelo. El Universo entero conspira a tu favor, dalo por hecho.
Para encauzar el rumbo tienes el perdón, la gratitud, la amabilidad, la belleza del amanecer, del atardecer, del cielo nublado, del mar, de los árboles, de las miradas inocentes y traviesas de los niños, la música, la escritura, la pintura, el placer de crear hogar cocinando si te gusta, las caricias, los abrazos, las sonrisas, tu valentía aunque tengas miedo, la paciencia contigo misma… No te quedes con lo malo, simplemente acúnalo con suavidad hasta que se desvanezca. ¡Hay tanto bueno por descubrir!
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