HORAS BAJAS

NO ES NECESARIO SOSTENER EL MUNDO

 

Hay años en que el alma decide hacer limpieza general, como cuando se voltea la casa para dejarla como una patena antes de los días de fiesta grande.

 

Nosotros nos resistimos, claro, a casi nadie le gustan los cambios y no es lo mismo arreglar un armario que ponernos a revisar nuestras creencias caducas, nuestros fantasmas más íntimos, nuestro miedo ancestral…

 

En los periodos de crisis vital (la muerte de un ser inmensamente querido, la separación de la pareja, la pérdida de salud, etc.) el alma empieza a movilizar con la fuerza de un terremoto todo lo que nos sobra. Pero no solo ocurre cuando algo externo y extremo nos sucede, no.

 

A las personas miedosas, como yo, esas que nos acomodamos con tanta facilidad a lo conocido y nos cuesta horrores salir de nuestra “zona de corfort”, el alma nos sacude periódicamente para “echar una mano” y ayudar a que se cumpla la evolución prevista.

 

En general, -afirman algunos expertos como la terapeuta Marie Lise Labonté-, a cada uno su alma le da un empujoncito de los 5 a los 7 años, de los 10 a los 13, de los 18 a los 22, de los 27 a los 31, de los 38 a los 42, de los 59 a los 62, de los 68 a los 72, de los 78 a los 81 y de los 99 a los 103 años.

 

Cuanto más nos resistamos a esa evolución, a esa limpieza, más grande el miedo, la ansiedad, la angustia, la tristeza y la rabia, igual que cuando estamos en duelo. En realidad, a nuestras heridas anteriores (algunas tan profundas como la muerte de un hijo) se suma el desasosiego que produce intentar evitar (inconscientemente) que muera una parte nuestra. Pero el alma y nuestra parte sabia son amorosamente firmes. Es necesario liberar para que entre aire nuevo, igual que caen las hojas en otoño y se siegan los campos a principios del verano.

 

¿Y cómo se limpia uno por dentro? Con mucha paciencia, eso primero y luego lo que hago yo es aporrear cojines o lo que sea para sacar la rabia que acumulo desde pequeña, pero que cogió proporciones gigantescas cuando murió mi hijo Ignasi.

 

También hablo con mi ego, con ese juez implacable que me pone en lo peor a la mínima que me descuido (que si no vas a poder, que si no te lo mereces, te vas a enfermar, que si a mis seres queridos les va a pasar algo y mil negaciones más). Le digo que muchísimas gracias, que le quiero, pero que deje de dar la lata y se ponga a mi favor, que no pasa nada por cambiar que voy a seguir queriéndolo hasta mi último suspiro.

 

Cuando abrimos las manos y damos el primer paso estamos ya acunando la energía del cambio, aunque la casa parezca más “patas para arriba” que nunca. La clave, he podido comprobar, es el amor hacia nosotras mismas, insistir en la ternura, en la compasión, en la confianza en que no estamos solas, una fuerza más grande nos sostiene y el Universo conspira siempre, siempre a nuestro favor.

 

No es necesario que sostengamos el mundo, tan solo que aprendamos a nutrirnos a nosotras mismas. Eso mejorará sensiblemente nuestra existencia y la de nuestros seres queridos.

 

 

 

 

 

TODO PASA

Uno de los regalos que atesoro de mi gran duelo es la certeza de que “todo pasa”, aunque parezca absolutamente imposible cuando estamos inmersos en plena tormenta. Cuando estamos mal, estamos mal y cuesta imaginarnos bien, ¿verdad?

 

No se trata de que el tiempo lo cura todo, no, no es eso. El tiempo por sí solo no arregla nada, incluso diría que ahonda el sufrimiento, lo esconde, lo enquista.

El “Todo pasa” al que me refiero requiere, de nuestra parte, la voluntad de sentir lo que sea que en nuestro presente estemos sintiendo, sin rehuir, aferrarnos o criticarnos, ni por supuesto, culpar a los otros de nuestro desasosiego.

 

 

La intención es dejar que el impulso de la vida tome las riendas y nosotros limitarnos a escuchar qué nos quiere decir el alma a través del cuerpo. ¿Hay tensión? Buscamos entonces un terapeuta que nos ayude a liberarla o salimos a andar, o nos vamos a nadar o le pedimos con dulzura a esa parte que se afloje y si conviene la ayudamos arrancando a llorar hasta adormecernos, como los niños. O damos golpes con algo duro para que la rabia encuentre una buena manera de desaparecer.

 

 

 

Si hay miedo podemos recordarnos todas las veces que hemos hecho algo muertas de miedo y le hemos podido dar la vuelta al marcador y salir fortalecidas. El miedo da miedo, no es agradable, lo sé pero forma parte de nosotros, es tan natural como la vida misma sentirlo.

 

 

¿Nos quedamos sin fuerzas? Si es así, nos entregamos al cansancio. Nuestro cansancio es humano. Poco a poco, sin apresurarnos podemos permitirnos ir soltando esas maneras de hacer que nos pesan tanto!! Cada uno arrastra las suyas. En mi caso suelen tener que ver con el control, la rigidez, la exigencia…

 

 

Y así, después de momentos, días o meses de desespero, llegan momentos de conexión sagrada. Volvemos al amor, que es lo contrario del miedo. Y aparece ante nosotros la belleza de la vida y desaparecen los horrores o, al menos, no nos hieren tanto.

 

 

Sintonizamos, entonces, con la ilusión de estar presentes, de iniciar un nuevo día, de disfrutar de la riqueza del nuevo oasis. Sabiendo que todo pasa, lo bueno y lo malo y, mientras estamos en calma podemos echar una mano a los que se encuentran en pleno desierto.

 

CON DELICADEZA

 

Cuando pasamos periodos convulsos, de esos que requieren un gran cambio interno, las emociones campan a sus anchas, sobre todo el miedo.

La inquietud, la sensación de estar siempre “en modo” alerta es agotadora, nos quedamos sin apenas fuerzas y es fácil que la negatividad, el “no voy a poder” afloren.

 

 

Cuando la mente nos remite a pensamientos terroríficos, como caballo desbocado, es el momento de tomar las riendas con firmeza y sin críticas, con delicadeza.

 

 

Cada uno de nosotros vale su peso en oro, esté bien o esté mal, por el simple hecho de ser. ¡Cuánto cuesta darse cuenta que no hay condiciones para amarse!

 

 

De pequeños, percibimos o nos parece que nos van a querer más si… (soy buena, obediente, complazco a los demás, siempre digo que sí, estudio o trabajo en tal o cual cosa, si estoy pendiente o sufro por los demás, si tengo éxito o dinero… no sé, las posibilidades son infinitas). Ante tanta exigencia, ¿dónde queda nuestra verdadera esencia?

 

 

Es bueno liberar el grano de la paja y ser sinceros con nosotros mismos, pero sobre todo conviene echar mano de la suavidad, de la ternura, de la delicadeza.

 

 

Nunca va bien, pero cuando se está mal el alma agradece infinitamente dejar la rudeza y la descortesía y ser benevolentes con nosotros mismos. Esa es la manera de atar en corto a la mente, de conseguir darle la vuelta y que juegue a nuestro favor, en vez de en contra.

 

 

Así poco a poco, resurgen los pensamientos de gratitud y en lugar de presión en el pecho o dolor en la espalda sentimos ese calorcito en el corazón, ese hilo invisible de amor que nos une a todo.

 

 

Rebrota la confianza, reaparece ante nosotros la belleza. La tempestad ha terminado. Y entonces, aunque no nos guste, comprendemos que, a menudo, el miedo nos sitúa en el camino de la luz.

 

LIBERAR LA CULPA

 

Cierra los ojos, fíjate en tu respiración e imagínate que al sacar el aire dejas salir también tus creencias; la idea de lo que está bien y mal, tu miedo a equivocarte, lo que consideras defectos, el peso de la culpa por lo que hiciste o no, por lo que consideras posibles errores, el temor a no poder estar a la altura de lo que te exiges o a que no te quieran… Permite que salga sin tapujos lo que sea. Libera con cariño esos secretos inconfesables, cada uno tiene los suyos. Hazte ese regalo.

 

Luego abre los brazos, mira al cielo y evoca las ganas de vivir, de disfrutar de cuando eras niña/o. No hay fracaso, todo lo vivido simplemente es vida y este momento es sagrado. Imagínate que eres tan valiosa/o que el Universo entero te protege y te mima. Eres un verdadero tesoro, un ser precioso, de luz, siempre lo has sido. Explora tranquila/o, tan solo tienes que amarte, esa es tu misión en la tierra.

HAY UN MUNDO POR DESCUBRIR

 

Probablemente ahora el dolor te ahoga, tu realidad ha estallado en mil pedazos y tienes miedo. Así comienzan los grandes duelos, esos que nos dejan a años luz de lo conocido.

 

Han saltado por los aires tus falsos amarres y, por eso, aunque no lo creas, se vislumbra ante ti la maravillosa posibilidad de conectar con la fuente, contigo misma, con la esencia.

 

No busques fuera, el camino que te conducirá a la otra orilla se encuentra dentro de ti. Eres tú la única que puede iluminar con dulzura tu lado oscuro.

 

Abre tu corazón y deja que las buenas personas te sostengan cuando desfallezcas. Déjate envolver por lo que sientes. No te resistas al dolor, tan solo atraviésalo agradeciendo su poder transformador. No vas a volverte loca. No.

 

Vas a explorar otros lados de la vida, vas a despojarte de creencias caducas, de memorias familiares antiguas que, en su momento quizá fueron útiles pero ya no lo son, no te sirven.

 

No traicionas a nadie ni a nada si decides ampliar, con amor, tu mirada. ¡Hay tanto por hacer y es tan necesario contribuir, con cariño, a crear entre todos un mundo mejor!

 

No se trata de sumar nuevas responsabilidades, al contrario, deshazte de los “deberías”, a partir de ahora olvídate del “deber” y empieza el día con la ilusión de sentir destellos del placer. Recuerda la ilusión de los días felices de cuando eras niña.

 

Tal vez estés triste, resentida o amargada o todo a la vez, pero si sigues creyendo que la vida o quien sea te trata mal, vas a sumar un calvario a la ya de por sí difícil travesía del duelo.

 

Hay otros mundos más alegres y tus seres queridos muertos soplan las velas de tu barca para que arribes a buen puerto y los reencuentres.

En el fondo sabes que solo el amor merece la pena. No importa que lo olvides a menudo ellos, los que ya no está aquí, siguen y estarán siempre en tu corazón para recordártelo. El Universo entero conspira a tu favor, dalo por hecho.

 

Para encauzar el rumbo tienes el perdón, la gratitud, la amabilidad, la belleza del amanecer, del atardecer, del cielo nublado, del mar, de los árboles, de las miradas inocentes y traviesas de los niños, la música, la escritura, la pintura, el placer de crear hogar cocinando si te gusta, las caricias, los abrazos, las sonrisas, tu valentía aunque tengas miedo, la paciencia contigo misma… No te quedes con lo malo, simplemente acúnalo con suavidad hasta que se desvanezca. ¡Hay tanto bueno por descubrir!

 

ACOMPÁÑATE CON DULZURA

 

 

En mis días más claros, puedo estar triste y contenta, infinitamente cansada y feliz, acelerada y en paz.

 

 

En esos momentos de lucidez, doy la mano con suavidad a las dudas, los temores, las mil y una emociones que guardo muy adentro, a la fatiga de siglos de dolor y desencuentros…

 

 

En esos momentos de lucidez, con dulzura, me acompaño y sé, con certeza, que estoy, dónde tengo que estar: conmigo misma y sin censura.

 

 

En esos momentos de lucidez es como si se hubiese rasgado un velo y, detrás, surgen destellos de belleza, de compasión, de agradecimiento, de amor.

 

 

Es entonces cuando siento que no hay separación entre vivos y muertos, ni entre tu y yo. Todo está en mi. En los días claros el yo desaparece y me convierto en vida.

 

En esos momentos de lucidez sé que todo pasa, que la vida es de por sí cambiante, que viviré nuevas tempestades, que me encontraré en otros desiertos.

 

 

Sí, pero también sé que cuando deje de resistirme y pueda acompañarme con dulzura se rasgará otro velo y otro y así hasta que muera.

 

LA ALEGRIA DE DAR

 

 

Solemos ir a menudo con el piloto automático hasta que la vida nos para de golpe. De repente, muere alguien muy querido, nos diagnostican una enfermedad grave, nos quedamos sin trabajo, nos separamos de nuestra pareja o entramos en una crisis vital profunda sin motivo aparente y nuestra “seguridad” se esfuma. Nos sentimos perdidos, no sabemos quién somos, qué nos gusta, cómo continuar amando la vida.

 

Si queremos seguir adelante, con honestidad, sin trampas, vamos a necesitar parar y mirar en nuestro interior. Probablemente nos asustará enfrentarnos a nuestros miedos, a todo lo que hasta entonces habíamos ignorado. Suele ser así, es necesario, aunque no es nada agradable.

 

Nos encontramos ante una oportunidad de reinventarnos y eso conlleva prestar atención a lo que pensamos, a lo que sentimos, a lo qué decimos, de qué manera nos tratamos. Es fácil descubrir que, con frecuencia, somos nuestros peores enemigos. Aprender a quererse sin condiciones es una posibilidad que nos brindan los duelos.

 

A mi me ayudó y me ayuda mucho crear “momentos sagrados”. Me refiero a quedarme quieta, delante de lo que antes exigía de mí una respuesta inmediata de la que, generalmente, me arrepentía más tarde. Pero, sobre todo, lo que me produce un inmenso bienestar es fijarme en la parte amable de las personas y ser afable conmigo misma.

 

Me encanta la magia que conlleva sentirse útil. La generosidad tiene un doble sentido; hace feliz al que da y al que recibe. Tengo la impresión de que el Universo tiende al equilibrio y lo que ofreces por un lado, aparece, posiblemente multiplicado, tarde o temprano en otro.

 

Dar, sin esperar nada a cambio, produce mucha alegría, por eso es bueno aceptar lo que los demás nos regalan, para no privarles de la satisfacción de ofrecer. Eso no tiene nada que ver en buscar la aprobación o el cariño de los demás, dejándonos a nosotras de lado. No, si pretendemos dar amor, primero tenemos que sentirnos absolutamente merecedoras de recibirlo. Al final todo lo que damos es lo que nos queda.

PALABRAS DE AMOR

 

 

Abraza tu mente y, cuando se entregue con dulzura a tus caricias, acúnala en tu corazón. Allí, en el refugio de tu pecho es fácil hablarte a ti misma con amor.

 

En ese espacio sagrado puedes ser sincera y dejar que brille tu inmensa fragilidad, tu infinita valentía, tu miedo a vivir o a morir, la ilusión de desperar en calma, con sosiego cada día.

 

Aunque ruja la tormenta y la fuerza del viento sea inmensa, ten paciencia, enciende una velita al amparo de la calidez de tu esencia y descansa.

 

No estás sola, el amor te acompaña, permítele que te ampare, escúchale en silencio. Déjate abrigar por el impulso de la vida, no te compares con nadie, siente la fuerza de tus ancestros y recuerda las veces que te has levantado, agradece las manos que te han sostenido…

 

No temas, el Universo entero te protege, tan solo concédete una tregua para sentir la vida. Da igual lo que digan o piensen los demás, sácate ese peso de encima.

 

Mírate al espejo y sonríele con complicidad a tu alma. Tu luz es preciosa y lo sabes, no te sonrojes. No pretendas tampoco ignorar los celos, la rabia, la envidia, la desazón, la falta de sentido, el cansancio, lo que sea que muestre también tu reflejo. Simplemente observa, no hay nada a corregir en este momento. Eres infinitamente valiosa, sientas lo que sientas. Quédate en tu corazón y disfruta de la calidez de sentirte querida.

 

 

 

LUCES Y SOMBRAS

 

 

Ando estos días haciendo balance de lo vivido, ordenando con cariño mis miedos conocidos, intentando dejar espacio a los desconocidos, reviviendo recuerdos olvidados o escondidos, percibiendo ilusiones aparcadas… Y ese inventario de emociones que, al principio, me daba pereza realizar, ahora empieza a tener sentido. La vida tiene sus ciclos.

 

Renovar los votos con la vida es como hacer obras en casa. Cuando empiezan es desesperante; todo patas arriba, se reabren las heridas, el caos se hace presente y parece que nunca nada volverá a estar en calma. Rehabilitar la casa, abrir el corazón, implica, casi siempre, un tiempo de descontrol, de incomodidad, de inquietud, pero resulta tan necesario para el alma!

 

A mi me parece que sin acoger las sombras no hay luz, puede haber, tal vez, un inconsciente autoengaño. Por eso, no me gusta, me confunde, la palabra superar relacionada con las pérdidas, con las crisis vitales, con las noches oscuras. No hay, a mi entender, que superar nada, creo que se trata más bien de vivirlo todo, a fondo, con muchas ayudas, que siempre vienen bien las manos que nos acompañan.

 

Cuanto más sinceros, cuanto más nos acercamos a vivir desde el corazón más nos damos cuenta que la existencia implica atravesar turbulencias, que no hay nada ganado, el cambio es permanente hasta el último suspiro.

 

Que descanso dejarse mecer por la vida en vez de intentar superarla. Al fin y al cabo ella es la que sabe, con vivirla con amor basta. Y entre consuelo y desconsuelo vamos ensanchando el alma y nos sentimos con ternura arropados.

 

 

 

LA ANTESALA DE ALGO BONITO

 

El miedo y yo compartimos muchos ratos juntos. Suele visitarme a menudo cuando se acerca diciembre. Es como si, antes de cerrar el año, tuviéramos que hacer inventario de todas las heridas nuevas y antiguas que ni sé que tengo.

 

Cuánto más quiero eludirlo, más presente se hace; me agarrota la espalda, me instala una piedra grande en la boca del estómago, me siento ansiosa, irascible, triste y enojada. Es su forma de decirme que le mire con cariño, que lo mejor que puedo hacer es sentir lo que viene a contarme.

 

El temor me ha acompañado y, probablemente, me acompañará durante algunos tramos durante toda mi vida . Por eso, porqué nos conocemos, sé que no soy el miedo aunque esté asustada, no soy la tristeza, aunque me sienta triste, ni la ira, aunque este irritable, no soy lo que siento ni lo que pienso, soy algo más grande que no sé nombrar.

 

Cuando me siento inmensamente vulnerable y confundida respiro hondo y como una madre intento mecer con dulzura mis temores. No suele salirme a la primera, ni a la segunda ni a la tercera, pero cuando de la mano del amor los sostengo algo dentro de mi reluce, me siento más serena, más en contacto con mi esencia, más honesta conmigo misma.

He podido comprobar que cuando me visita el miedo, en realidad estoy en la antesala de un luminoso comienzo. Como si estuviera engendrando algo bonito. Algo que me acerca más a amar la vida, aunque a veces duela.

 

Aunque tengamos miedo, propongo buscar el amor en cada esquina esta Navidad. Empezando por ser buenas con nosotras mismas. ¡Cada una sabe cuántas veces se critica así misma al día!

 

No es fácil acoger el dolor de las ausencias, pero el miedo es nuestro, no de los que se han ido. Y, posiblemente, nacimos con él y durante años lo hemos guardado en lo más profundo, sin ni siquiera darnos cuenta.

Contador

Visitas

MIS LIBROS

Volver a Vivir

Clicar en la imagen

Clicar en la imagen.

Clicar en la imagen