COMPARTIR EL DOLOR NOS CURA
19 de Mayo de 1999
Miércoles (mañana)
Hoy a Jaime le sacan el yeso del brazo. Se lo rompió en Menorca (cúbito y radio) al caer de la bici. Ha estado más de 40 días con la escayola. Pero no sólo me siento contenta por eso. Durante éste último mes noto que Jaime y yo estamos más unidos. Cada uno tiene su dolor, pero a veces se produce el momento mágico de la comunicación. Y hablamos, sin prisas, de nuestros sentimientos. Conectamos. Nos comprendemosy eso es maravilloso. Compartir el dolor nos cura. Cuando él me cuenta que sueña que llaman a la puerta y su alegría es inmensa al comprobar que es Ignacio, yo me veo en la ventana cuando sueño despierta que Ignacio dobla la esquina y me saluda con la mano. A mi se me encoge el corazón igual que antes se me ensanchaba al verle. Ignacio no volverá a saludarnos desde la calle, pero siempre tendremos en nuestro interior el inmenso amor que nos producía vivir con él. Doy gracias por tener una familia como la que tengo. Unos hijos que adoro y un marido bueno que me quiere. Ahora en la tierra ya no somos cuatro, somos tres. Pero el proyecto sigue siendo el mismo.
APRENDER A VIVIR DE NUEVO (DIARIO)
14 de Abril de 1999
Miro por la ventana y veo los árboles llenos de hojas nuevas. Es primavera y llueve. El invierno ha pasado sin que me diera cuenta, porque parte de mí todavía se encuentra suspendida en mi vida de antes. La que acabó bruscamente el 26 de diciembre cuando, de regreso de la fiesta navideña de San Esteban, en la autopista, se nos echó encima un coche, un choque frontal a unos 150 Km. por hora. Mi hijo Ignacio recibió un golpe mortal en la cabeza. Desde entonces tan sólo puedo mantenerme a flote. Me ocupo de aprender a vivir de nuevo. Tengo la sensación de andar por un terreno pantanoso, una especie de jardín encantado lleno de trampas y obstáculos.
¿POR QUÉ HA MUERTO MI HIJO? ¿POR QUÉ NOS HA TOCADO A NOSOTROS?
Estas preguntas, aunque nos las hacemos todos los padres que pasamos por eso, no tienen respuesta y nos conducen inevitablemente a un callejón sin salida. La muerte de un hijo no puede entenderse desde la razón. De nada sirve darle vueltas a lo sucedido, intentando evitar lo que ya es irreversible. Recuerdo que cuando yo me preguntaba por qué, caía en lo más profundo de la desesperación. Los “por qués” no me ayudaban, ni la resignación tampoco. Lo que me ha permitido ver la luz al final del túnel es ir aceptando poco a poco la vida tal como es. Entender con el corazón que la muerte forma parte de la vida y que el amor que siento por mi hijo Ignasi es eterno, forma parte de mí, aunque no pueda verle ni abrazarle.
NADA ES PARA SIEMPRE (DIARIO)
15 de junio de l999
(Mañana)
¡Todos en casa tenemos tanto que aprender! Estamos construyendo una nueva vida, una nueva relación. Ahora somos tres y todo es distinto. La muerte de Ignacio nos ha enseñado que nada es para siempre. Que hay que estar constantemente dispuesto a reinventar la vida. A volver a empezar. Nunca se parte de cero. Todo lo que has andado, lo bueno y lo malo, forma parte de ti. Cuando nace un hijo, incluso cuando todavía se está gestando, ya percibe todo lo que le rodea y las emociones que experimente hasta los 3 años forjarán la base de su carácter y le predispondrán de una forma u otra ante la vida. Con el tiempo las personas tenemos la posibilidad de mejorar o empeorar, según juguemos las cartas de la baraja. Es decir, si aprendemos de nuestros errores, cada vez cometeremos menos, en cambio, si nos dejamos llevar por el miedo y lo que aparentemente nos parece más cómodo, seguramente perdamos buenas oportunidades para desarrollar nuestras capacidades y nuestra fortaleza interior.
HABLAR DE LA MUERTE EN CASA
Es común en nuestra sociedad silenciar la muerte, como si por el hecho de nombrarla la atrayéramos. Pero la muerte es inevitable, forma parte de la vida. De nada sirve ignorar la evidencia, al cotrario. Dejar de hablar de la persona muerta acrecienta el dolor de los que la querían y agranda la distancia en la familia. Mis hijos se llevaban 21 meses. Ignasi era el mayor, un referente para su hermano. De la noche a la mañana Jaume se quedó con el vacío de su ausencia. Y no sólo eso, de alguna forma también perdió a los padres que tenía. Durante los primeros meses todos éramos náufragos a la deriva. Llegar a tierra firme es lento, muy lento y no suecede por arte de mágia. Es una travesía dura y laboriosa, en la que las palabras y los recuerdos compartidos ayudan.
-Mamá, ¿por qué se ha muerto Ignasi y no yo?, me dijo a los pocos días Jaume.
-¿Y por qué no yo, o papá?, teníamos las mismas posibilidades, íbamos todos en el coche… y continúe diciéndole lo que buenamente pensaba; que nadie muere por casualidad, que todos tenemos un momento para nacer y para morir, y que nos vamos cuando ya hemos hecho lo que teníamos que hacer aquí. Que hay vidas cortas y vidas largas, pero que las largas no siempre son mejores que las cortas.
Hablar de la muerte y de Ignasi, no acrecentaba ni acrecienta nuestro dolor. Era reconfortante entonces, cuando sólo nombrarle se nos llenaban de lágrimas los ojos y lo es ahora cuando recordamos anécdotas y algunos de sus monumentales enfados con una nostalgia dulce y amorosa.
No es difícil hablar de la muerte, lo difícil es encarar nuestros miedos, nuestras emociones, pero no hay otro camino que nos conduzca a tierra firme. El silencio es comprensible, parece un buen atajo, pero en realidad nos conduce a un laberinto del que cuesta muchísimo salir.
EL ESFUERZO TITÁNICO DE LOS OTROS HIJOS (DIARIO)
12 de junio de 1999
(Sábado tarde)
Mi hijo Jaime duerme en el sofá. Estábamos viendo la tele, una película malísima, y se ha quedado dormido. He cerrado la tele y he puesto un cuarteto para flauta y violín de Mozart, para que descanse mejor. Está agotado. Es muy duro para él lo que nos ha sucedido. Días después del accidente dijo: “nosotros tendremos dos vidas, la de antes y la de ahora”. Fue el primero de los tres en comprender la situación. Está haciendo un esfuerzo titánico. Ya no es el pequeño, en cinco meses se ha convertido en un adolescente mucho más maduro de lo que le corresponde. No ha tirado la toalla ni un sólo momento. Desde el comienzo ha aguantado la presión que supone ir cada día al colegio, estudiar, encontrarse con los amigos de Ignacio y estar en casa sin él, y con unos padres abatidos, como nunca los había visto.
Ha crecido mucho y está guapísimo. Aunque sólo fuera por él merecería la pena que en casa volviera a entrar la alegría. Deseo con todo mi corazón que tenga una vida plácida y unos padres sólidos que puedan ayudarle sin pedirle nada a cambio. Me encantaría poderle enseñar que después de un golpe, por más duro que sea, las personas, poco a poco, nos recuperamos y con el tiempo volvemos a descubrir la cara agradable de la vida.
Le miro y veo la fuerza de la juventud y pienso en mí a su edad, a los 14 años, cuando todo el mundo estaba por descubrir. Una edad preciosa llena de vitalidad y soledad. Él ya sabe lo que es la muerte. Pero le queda por descubrir lo maravilloso que es compartir la vida con alguien que te quiere, tener la libertad de elegir, la agradable sensación que produce abrazar a un hijo…
DISFRUTAR DE LAS PEQUEÑAS COSAS (DIARIO)
30 de Abril de 1999
Viernes
Los viernes empiezo a trabajar a las 8h. A las 9,30 me sentía tan mal que he vuelto a casa. Me he quedado sin energía, me dormía leyendo. Me sentía mareada. Tenía que salir de Hymsa*. He vuelto en taxi y me he metido en la cama. He dormido hasta la 1h del mediodía. Al levantarme he pensado que me iría bien tomar el sol. El sol de Abril, en un país mediterráneo como el mío, te envuelve en un calorcito agradable y te notas casi al instante como revitalizada. Estas cosas no se perciben tanto cuando se está bien, pero ahora han cobrado mucha importancia para mí. “La vida son ratitos”, le dijo un anciano africano al escritor Javier Reverte. Lo leí hace unos días y me pareció muy acertado.
*Hymsa: la empresa donde trabajo
VOLVER A HACER EL AMOR
El impacto que produce la muerte de un hijo es tan profundo, tan desolador que las mujeres nos convertimos en almas en pena, sin cuerpo. Cierro los ojos y recuerdo el vacío en las entrañas que sentía los primeros meses.Nunca antes había sentido algo así. No sé cómo explicarlo, pero seguro que las madres que han pasado por eso pueden entenderme. Es una sensación palpable; no es dolor, es la nada. Nuestros vientres se convierten en espacios enormes y vacíos, como catedrales desnudas. Nos quedamos huecas por dentro. La vida nos ha arrancado a nuestro hijo y notamos su ausencia, precisamente allí dónde había estado creciendo durante nueve meses, o dos o tres. No importa si el hijo muerto todavía no había nacido. El vacío se apodera de nuestro interior, por eso apenas podemos comer, ni notamos diferencia entre la noche y el día, ni entre el frío y el calor, desconectadas como estamos del placer de los sentidos. Sólo el sufrimiento, que lo envuelve todo, nos mantiene en pie.Y es preciso vivirlo el tiempo que sea necesario.
Poco a poco retorna la conexión con el cuerpo y nos volvemos sensibles a la ternura. Sólo el amor que podemos sentir y recibir nos despierta del letargo.
Al principio, mi marido y yo pasábamos horas silenciosas, en el sofá, cogidos de la mano. La primera vez que hicimos el amor, nada tuvo que ver con el sexo. Fue eso, un acto de amor, entre dos seres desconsolados. Las caricias y los abrazos son un bálsamo para el alma.
Las madres que hemos pasado por la muerte de un hijo corremos el riesgo de quedar fuera de la realidad, eso es lo que me dijo un médico a los dos años de la muerte de Ignacio y me recetó, para volver a pisar tierra firme, que hiciera el amor con mi marido. Sin forzar nada, pero con la firme intención de volver a sentir placer. El placer sexual nos conecta con la vida.
APRENDER A CUIDARSE (DIARIO)
28 de junio de 1999
(Tarde)
Hace 10 días que no voy a trabajar. Estoy agotada y he pedido la baja laboral para recuperar fuerzas. Agradezco de todo corazón a Hymsa su comprensión. Todos mis compañeros, de una forma u otra, me han mostrado durante estos meses su lado más cariñoso. Pero mi profesión se encuentra ahora relegada a un último término. Necesito estar en casa para reencontrarme a mi misma y volver a empezar.
En la intimidad de mi hogar me siento bien, mucho mejor que fuera. Ahora no me importa limpiar, al contrario, parece como si al hacerlo ordenara también mi mente. Del exterior sólo me interesan mis amigos. De alguna forma, aunque hemos entrado ya en el verano, estoy invernando. En cambio, mi hijo Jaime, adolescente, está haciendo el camino inverso. Se está abriendo al mundo y esto me produce una inmensa satisfacción. Creo que hoy ha sido la primera vez que ha dormido en casa de un amigo, después del accidente, y ahora está en el cine con otro compañero. Esta descubriendo el valor de la amistad. Es valiente. Y a mí me produce mucha ilusión verle avanzar. Tengo la sensación de que los tres -Luís, Jaime y yo- estamos avanzando aunque debemos recorrer caminos distintos. Cada uno el suyo, con la ayuda de los demás.
Los progresos son lentos y profundos. Por ejemplo, desde la muerte de Ignacio he soñado muchas veces que me dejaban un bebé. Intuía que estaba mejor conmigo que con sus padres, pero cuando lo tenía en brazos, de un modo u otro caía y se daba un fuerte golpe en la cabeza. No se moría pero mi angustia era tal que me despertaba llorando. La impresión no se desvanecía durante el día y presentí que el inconsciente había dado con algo importante. Primero pensé que el bebé representaba a Ignacio pero luego me he dado cuenta de que soy yo. Porque el día que hablé con mis jefes para anunciarles -después de haberme costado muchísimo decidirme- que no volvería al trabajo hasta dentro de tres meses, soñé que el bebé que me dejaban era una niña y empezaba a andar cogida de mi mano. Y no sólo no caía, sino que la entregaba a sus padres, después de pasear juntas, plácidamente dormida.
CREAR ARMONÍA (DIARIO)
21 de junio de 1999
(Mediodía)
Vivo, en parte, en el reino del inconsciente, como Alicia en el país de las Maravillas. Mis fantasmas y yo estamos poniendo orden a todo lo que he acumulado desde que nací. No puedo empezar una vida nueva sin desprenderme de parte del lastre (miedos, complejos, culpas, frustraciones, prejuicios…) que guardaba con celo en lo más hondo. Por la herida que ha abierto la muerte de Ignacio intento dejar escapar el humo negro que me impide avanzar. Cuento con personas que me quieren y con esto, con el amor, basta. Lo demás pesa y paraliza. No quiero darle la espalda a la vida, al contrario. Quiero vivirla con ilusión hasta el último momento y compartirla.
Mis hijos me enseñaron a ser tierna y esa ternura es un tesoro al que puedo recurrir ahora. Ahora que sé que el amor no se pierde aunque la persona querida no se encuentre en este mundo. Todo el cariño que he recibido y he dado perdura, es eterno. Por eso encuentro tan gratificante vivir, porque me permite acumular amor.
Yo he tenido fama de ser dura, sobre todo porque he juzgado constantemente a los demás. Eso conlleva un peso terrible. Me doy cuenta que la mayor liberación consiste en dejar que los otros actúen como entiendan. Quiero dejar fluir la vida sin ponerle resistencia. Al fin y al cabo de mí depende muy poco. De hecho, con aceptar mis responsabilidades, errores, defectos y virtudes ya tengo bastante. También me he dado cuenta que al ir desprendiendo «humo negro» es más fácil encontrarle gracia a la vida. La gente responde bien, las cosas me salen mejor. Es gratificante trabajar con todos los sentidos para crear armonía.



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