SENTIR EL AMOR (DIARIO)
18 de diciembre de 2002
Ayer empecé a llorar, he estado bien hasta hace unos días. Hoy estoy en casa, recuperándome de todas las emociones que acumulo cuando se acerca la Navidad y el aniversario de la Muerte de Ignasi.
Sé que la muerte no existe, sé que el ser vive eternamente, sé que mi hijo está bien, muy bien. ¿Entonces, qué me ocurre? Añoranza, egoísmo…
Pido a Dios que me de luz y me ayude a incrementar mi capacidad de amor. Sólo desde el amor es posible aceptar la muerte y vivir con plenitud
¿Qué puedo hacer para aumentar mi vibración de amor? Sentir el amor; pensar, hablar, actuar sólo desde el amor.
DÍAS MALOS (DIARIO)
22 de julio 2001
Estoy triste, sin ganas de nada. Muy cansada. Ayer me visitó Elisabeth. Tengo suerte de contar con ella; la acupuntura y su amistad me ayudan muchísimo. Me dijo que tengo el pecho cerrado de tanta tristeza y dolor. Que estoy estancada, que me cuesta avanzar, que estoy sujeta al pasado. La verdad es que no sé cómo romper el círculo del dolor. Estos días estoy llorando mucho. Eso creo que me va bien, me desahoga. Suspiro constantemente y a veces pierdo el control. Me desespero. No sé si esto está bien o mal, no quiero pensar. Supongo que forma parte del duelo.
Me dijo también Elisabeth que no me rebele más, que acepte mi vida tal como es. Estoy en ello. Da lo mismo que sea fácil o difícil. Lo que ya ha sucedido no lo puedo cambiar, pero me siento tan cansada!! Confio en las vacaciones, necesito recuperar energías, me cuesta incluso escribir.
Algún día encontraré sentido a todo esto. Mientras, todavía estoy dentro del temporal intentando mantenerme a flote. El dolor consume buena parte de mi vida, no puedo evitarlo. Me gustaría gritar alto y fuerte, hasta que el sonido rasgara el velo que sostiene la angustia, que la sujeta, que la mantiene dentro de mi. Necesito vaciarme para volver a empezar.
CÓMO COMUNICAR A UN NIÑO LA MUERTE DE UN SER QUERIDO
Cuando se trata de anunciar la muerte de un ser querido hay que actuar con sinceridad, de nada sirven las mentiras piadoras ni las verdades a medias. Al contrario, cualquier falsa esperanza resulta demoledora. Hay que hablar al niño con cariño y palabras sencillas, exponiendo los hechos tal como son y confiar en que, por muy grande que sea su dolor, sabremos ayudarle. Los niños perciben la gravedad de las situaciones, aunque los adultos intenten disimular. Si se les mantiene al margen, aunque sea con la intención de protegerles, todavía sufren más. El primer contacto con la muerte de alguien que amamos produce, inevitablemente, una herida profunda, pero como todas las grandes crisis también proporciona la posibilidad de aprender a apreciar la esencia de lo realmente importante: el amor.
Distintas formas de decirlo
En función de las creencias familiares es posible abordar la muerte de un modo u otro:
.Creencia espiritual. El cuerpo deja de extir, pero el alma o la energía de la persona vive eternamente. Se le puede explicar al niño que el proceso de morir es parecido al que tiene lugar cuando los gusanos de seda dejan de serlo para convertirse en mariposas. Las personas vuelan hacia el cielo y entran en otra dimensión. Siguen existiendo, aunque no podamos verlas, y se convierten en ángeles de la guarda de los niños a quienes quieren.
.Familia agnóstica. Se le puede explicar al niño que el amor que esta persona ha dejado permanece en el corazón de los que le aman. Se trata de un «tesoro» al que se puede recurrir siempre que se esté triste. Estos recuerdos y pensamientos amorosos, con el tiempo, tienen el poder de transformar la tristeza en alegría y la añoranza en un entrañable sentimiento de compañerismo y solidaridad.
Reacciones habituales
.No creen lo sucedido. Igual que les ocurre a los adultos, al principio predomina la incredulidad. Aceptar la muerte requiere un tiempo, la reacción inmediata es negarla. En esta fase de confusión es posible que pregunten, al cabo de un rato de explicarles lo sucedido, cuándo volverá la persona muerta. Nunca hay que mentirles, porque eso poduce mucha más ansiedad.
.Estan enfadados y agresivos. Es normal sentir un gran sentimiento de injusticia y al mismo tiempo de frustración. Esto provoca mucha rabia, que cada niño demostrará a su manera y según su edad. Pueden aumentar las rabietas, las peleas en la escuela o los insultos o los portazos en casa.
.Se sienten culpables. En algún momento es fácil que piensen que lo sucedido es culpa suya porque un día hicieron algo indebido o dirigieron un mal pensamiento hacia la persona que ahora se ha ido. Con el paso del tiempo, cuando empiecen a desvanecerse en su mente sus rasgos físicos, pueden pensar que la traicionan y sentirse doblemente culpables.
Así viven el duelo
.Lloran y juegan. Los niños y los adolescentes encaran el duelo de otra forma que los adultos. Lloran un rato, no muy largo y después tienen la capacidad de volver a reír y continuar con sus actividades habituales.
.En la escuela. Fuera del contexto familiar suelen actuar como si nada hubiese pasado y con sus compañeros no acostumbran a hablar de lo sucedido, en grupo intentan mantener una actitud de normalidad, aunque por dentro lo estén pasando mal.
Qué pueden hacer los padres
Intentar que expresen sus sentimientos. Para estimularles a que los exterioricen hay que preguntarles cómo se sienten, en vez de cómo estan. Aunque no lo parezca, existe un gran diferencia entre estar y sentir. Se puede estar más o menos bien o mal, pero uno se puede sentir de muy diversas formas. Contestar a cómo nos sentimos da pie a hablar largo y tendido, que es precisamente lo que conviene durante el duelo.
Dejar que vayan al funeral. Los ritos, sean religiosos o no ayudan a familiarizarse con el proceso de la muerte. Despedirse es importante para iniciar un buen duelo y asumir que la pérdida forma parte de la vida. Pensar que si no asisten sufrirán menos es un error. Cuanta más carga emocional se pueda sacar en el funeral, mejor. En este caso la frase «ojos que no ven, corazón que no siente» no sirve. Precisamente el proceso de curación pasa por sentir y por aceptar lo que se siente, por muy desagradable que sea.
.Hablar de la persona muerta con naturalidad. Cuando muere alguien muy cercano -un padre, un hermano, un abuelo o un amigo del alma- de repente dejar de nombrarle resulta tremendamente doloroso. A los familiares o personas muy queridas muertas hay que seguir dejándoles un espacio en el clan familiar. Si no se hace así la herida nunca se cura del todo.
.No evadir el tema de la muerte. No es fácil para los padres responder a las inquietudes que genera en un hijo la muerte, pero es preciso no eludir el tema y contestar con sinderidad. Pedir orientación a un especialista (psicólogo, asistente social, sacerdote, terapeuta…) puede resultar de gran ayuda.
.Manifestar apoyo abiertamente. No sólo se trata de mantener una actitud respetuosa ante el dolor que siente el otro, sino de expresar, verbalmente y con mimos y caricias, nuestro cariño. Siempre es bueno sentirase querido, pero en los momentos difíciles mucho más.
Pedir ayuda a un especialista sí…
.Antes sacaba buenas notas y ahora sus resultados académicos son desfavorables.
.En la escuela tiene una actitud muy rebelde o destructiva.
.Está persistentemente nervioso o le cuesta conciliar el sueño.
.La tristeza por la muerte del ser querido desencadena en él un cambio de carácter; se muestra especialmente reservado o deja de hacer lo que antes hacía con entusiasmo.
.Adopta una actitud temeraria, como si quisiera transmitir que su vida no le importa.
.Ha engordado mucho o ha perdido peso en poco tiempo.
.Intenta estar en casa el menor tiempo posible y no explica nada de lo que le sucede.
Buenas vías de escape
.Practicar un arte marcial. Va bien para liberar tensión.
.Aprender a relajarse. El yoda o el tai-chi reducen la ansiedad
.Apuntarse a alguna actividad cultural. Enriquecer el espíritu siempre reconforta.
.Realizar algún viaje. Ver otras realidades ayuda a relativizar.
.Practicar algún deporte. El ejercicio físico favorece el buen humor.
.Escribir un diario. Expresar los sentimientos ordena la mente.
*Este artículo lo escribí para una enciclopedia de Círculo de Lectores hace algunos años.
ACEPTAR SIN RESIGNACIÓN
¿Cómo es posible aceptar algo tan inaceptable como la muerte de nuestros hijos? Al principio yo no podía ni decir ni pensar que mi hijo estaba muerto. La palabra muerte unida a su nombre era insufrible. ¿Ignasi muerto? ¿Mi hijo adorado convertido en nada? No y mil veces no.Yo no sabía entonces que la muerte no es el fín, sino un nuevo comienzo. Y no lo digo movida por creencias intelectuales, filosóficas o religiosas. Lo digo porque lo siento. Para mí todo se transforma, nada muere. Por eso yo no he perdido un hijo, mi relación con él es otra pero nunca he dejado de tenerla. Y gracias a eso he aprendido a aceptar mejor la vida. Aceptar no es resignarse. Aceptar lleva implícito comprender y resignarse es someterse. A mi, lo que me ha ayudado, es entender que las cosas son como son y no sólo lo acepto, sino que lo agradezco. Porque todo lo que ocurre lleva implícita una posibilidad de liberación. No somos marionetas en manos del destino, no estamos indefensos. He comprobado que siempre tengo la libertad de elegir qué hago con lo que pasa, con lo que siento. Soy libre de elegir convertir el dolor en odio y resentimiento o en compasión, solidaridad y amor... Yo sé cómo se sienten las madres que han perdido un hijo y eso despierta en mí un sentimiento inmenso de cariño hacia ellas, aunque no las conozca. Nos sostenemos las unas a las otras, ninguna está sola, aunque el camino haya que recorrerlo en solitario, no estamos solas.
Ahora acepto que mi hijo está muerto porque sé que la muerte no existe y eso se lo debo a Ignacio.
MOMENTOS MÁGICOS
No podemos pedir a nuestros hijos que vuelvan por muchas ansias que tengamos de abrazarles. No pueden, se han ido para siempre. Sí, tal cómo eran se han ido para siempre, aunque nos duela. Pero sí pueden volver a nuestros corazones. Están presentes en nuestra vida de otra manera. Yo hablo con mi hijo cuando quiero y me acompaña algunas veces a los lugares más insospechados. Por ejemplo, tumbada en la silla del dentista, con la boca abierta y la luz cegadora en la cara, cierro los ojos y hablo con Ignacio. Porque hablar con él, aunque sea sin palabras, para mí es un bálsamo. He comprobado que estos momentos mágicos surgen con mayor facilidad cuando me siento amorosa; cuando la ansiedad o el miedo no enturbian mi alma. Como si el velo que nos separa fuese más ténue cuando entoy en paz, alegre y sosegada.
CONFIAR EN QUE TODO PASA
Durante el duelo hay días negros, muy negros. Son días de angustia, de desgarradora locura. Días en los que lo que habíamos logrado se disuelve y se convierte en nada. El dolor es intenso y estamos agotados, profundamente agotados. Cuando yo me encontraba así, recurría a dos cosas: una, pedir ayuda “a los de arriba”, así nombro yo a los seres de luz que nos guían. Otros les llaman ángeles, insconsciente, maestro interior, fuerza superior… El nombre es lo de menos. Yo no podía con mi alma y me entregaba a ellos, les pedía energía, claridad, luz.
La otra cosa era confiar en que todo pasa. Porque todo pasa, lo terriblemente malo y lo bueno, todo pasa. Se trata de resistir hasta que la niebla se desvanece y despacio, muy despacio volvemos a la vida.
CUANDO LLEGA LA PRIMAVERA
Durante el duelo los cambios de estación duelen, y mucho más el primer año. La primera primavera sin nuestro hijo es insufrible. De repente a nuestro alrededor el mundo renace; las flores, los árboles, todo vuelve a la vida menos él o ella. A mí, la primera brisa cálida en la cara me partía el alma, volvía a abrir la herida, y la añoranza, las ganas enormes de volver a abrazar a mi hijo me invadían, aunque hubiesen pasado ya muchos años de su ausencia. Cuando la tierra despierta, también despierta la tristeza. Entonces, no nos queda más remedio que darle la bienvenida, hacernos amigos de ella. La tristeza y yo hemos compartido muchos días, juntas hemos paseado bajo los primeros rayos del sol de muchas primaveras y todavía me visita de vez en cuando, aunque sé que la vida y la muerte son lo mismo y que morir aquí significa renacer en otro lado.
NUESTROS HIJOS NO SON NUESTROS (DIARIO)
30 de junio de 1999
(mediodía)
A jaime sólo le ha quedado una asignatura, castellano. Tienen mucho mérito éstas notas, se las ha ganado a pulso. Le veo bien.
Mañana se va a Menorca en bici, de campamentos, con su grupo del CAU. Toda una aventura. Este verano crecerá mucho en todos los sentidos y yo he de aprender a dejarle volar, a respetar sus secretos, su vida, a mirarle sin exigirle. Nuestros hijos no son nuestros. Ellos tienen su propio destino y han de aprender solos a construir su camino. Podemos aconsejarles, orientarles, pero siempre teniendo presente que su vida no es la nuestra, que tienen otras necesidades. No es fácil para las madres separarnos de ellos. Los hemos tenido dentro, son parte de nuestro cuerpo y sin darnos cuenta les convertimos en una prolongación de nosotras mismas. Pero ellos tienen una entidad propia, unas particularidades concretas y muchas cosas que aprender que pueden tener o no relación con nosotros pero que, en definitiva, sólo ellos pueden resolver. No tenemos derecho a usurparles su existencia. Es suya y han de hacer con ella lo que mejor sepan. Le pido a la fuerza del bien, al infinito, que me ayude a educarle para convertirle en un hombre, en el sentido más amplio de la palabra.
LOS REPROCHES PUDREN EL ALMA
Mientras hay vida es posible rectificar y aprender de los errores.Nunca nos deberíamos acostar sin la sensación de estar en paz con uno mismo. Si actuáramos siempre así, cuando muriese algún ser querido nos quedaría la tranquilidad de que le hemos dado lo mejor de nosotros mismos. Pero la existencia es complicada y todos arrastramos malentendidos y equivocaciones. Recriminar al otro sobre algo que hizo o dejó de hacer es entrar en un callejón sin salida. El pasado no puede modificarse, sólo es posible intervenir en el presente. Si para nosotros lo de antes tiene un peso tan enorme que nos impide avanzar, si representa un sufrimiento añadido convivir con la pareja después de la muerte de nuestro hijo, entonces es mejor romper la relación. Siempre es preferible una separación, para uno mismo y para los hijos, que vivir en un reproche constante, sin amor ni esperanza.
EL DUELO ES UNA TRAVESÍA EN SOLITARIO
En una situación así hay que avanzar juntos y, al mismo tiempo, cada uno por su lado. Parece un contrasentido, pero no lo es. Cada persona es un mundo y ante una pérdida como ésta responde de forma distinta. El golpe nos remite a golpes anteriores y reabre heridas mal cicatrizadas. Por eso el duelo es algo absolutamente personal, como una travesía en solitario. Y las reacciones de cada persona son imprevisibles.
Durante los primeros meses Lluís, por ejemplo, leía todos los libros que nos traían nuestros amigos. Algunos relacionados con el tema como “Los martes con Morryson”. En cambio, yo no podía concentrarme en nada. Vegetaba. Él era capaz de seguir una conversación con las personas que nos visitaban. Yo la mayoría de las veces me quedaba muda. No podía hablar de otra cosa que no estuviese relacionada con la vida y la muerte. Y recuerdo que un día le dije a mi hermana: ¿cómo es posible que Lluís pueda enterarse de lo que lee y pueda hablar de tantas cosas?
Es su manera de aliviar el dolor, me respondió.
Cada uno hace lo que puede, no hay nada que juzgar. Lo que nos acerca al otro es la comprensión, el respeto hacia su dolor. Lo único que podemos pedirle es que mantenga la esperanza, que siga confiando en el amor, en la solidaridad. Pero el camino hay que recorrerlo en solitario, con la ayuda de uno o más terapeutas y el calor de las personas que nos quieren, pero solos. El duelo nos enfrenta a nosotros mismos.



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