LOS BIORRITMOS DEL DUELO
Cierro los ojos y me voy a mi primer año de duelo. Ignasi murió de accidente, fue un shock tremendo, seco, que me dejó sumida en las tinieblas sujetada por esporádicos destellos de luz. De los sentimientos y emociones de aquellos tiempos hablo en “Volver a Vivir”, el diario que escribí durante el primer año de duelo. Los siguientes fueron parecidos al primero. Pasaba unos días bien, pero de repente porque llegaba otra primavera, otra navidad o porque la nostalgia, simplemente, se me hacía insoportable volvía a la desesperación, no se si bajaba más, pero mis fuerzas parecían agotarse porque los años de dolor desgastan y renombrar la vida conlleva un esfuerzo que me dejaba exhausta. El tiempo, por sí solo no arregla nada. Fue durante el segundo año que tuve que encararme con la rabia que me había producido la muerte de mi hijo. Durante el primer año estuvo disfrazada de tristeza. Fue un médico el que me dijo que la rabia me estaba envenenando, yo ni siquiera sabía que su fuerza me estaba matando. Como en los cuentos, atravesaba un bosque encantado y no sabía diferenciar a un dragón de otro de tantos que me asustaban. El dragón de la rabia por la muerte de un hijo es grande.Hablando poco se avanza. A mi me parece que es necesario un trabajo emocional y físico con un terapeuta especializado para liberarla. La tristeza va desapareciendo cuando soltamos la rabia. ¿Cuánto dura el duelo? Creo que no es posible contar por meses o por años. Lo que cuenta es mirar en nuestro interior y, como las capas de una cebolla, ir ahondando a través del dolor hacia el corazón de nuestra esencia. Nuestra alma, pase lo que pase, siempre está intacta y dispuesta a regalarnos serenidad y alegría. Por el camino encontraremos mil y una heridas, que hay que ir curando. El proceso sanador va unido a la confianza, en nosotros mismos y en el amor que hace posible la vida. La confianza va unida a la entrega. Si no soltamos, si nos aferramos al control, al pasado, a la culpa, si creemos que es demasiado tarde para cambiar, que no merece la pena… nos alejamos de nuestra esencia, de la luz, del amor puro, de Dios. Sin dar un sentido a nuestra existencia el bosque encantado se convierte en un laberinto imposible. A mi me va bien pensar que cada cosa que me sucede encierra un tesoro. A veces me lleva tiempo descubrir el lado bueno, pero sé, por experiencia, que lo tiene. Sé que tengo que tener paciencia para transformar dentro de mi lo que me impide encontrarlo. Lo demás es como es, pero yo puedo ir cambiando.
ENTREVISTA SOBRE LA MUERTE
La periodista Conxita Parra me ha hecho una entrevista sobre la muerte que aparece en su blog. Se trata de un blog de terapias naturales y crecimiento personal que os recomiendo. Está en catalán pero encontraréis un traductor de español y otros idiomas.
El link es http://www.colorsbloc.com/?p=4076
DE LA MANO DEL AMOR, AHORA MÁS QUE NUNCA
Mañana empieza la primavera. Las hojas de los árboles de mi calle han empezado a brotar y el aire viene cargado de aromas distintos. A los corazones en duelo, heridos, los cambios de estación les despiertan tristezas, miedos y añoranzas recientes y antiguas. La nueva vida lo inunda todo, es imparable y cuesta horrores seguirle el ritmo. Esta primavera del 2011, además, anuncia con fuerza cambios distintos y profundos. No es una primavera suave, no, la que comienza mañana. El mundo no es el mismo desde que nuestros hijos se fueron, pero lo cierto es que ahora el mundo no es el mismo para nadie. Dicen los entendidos que la crisis que estamos viviendo es necesaria para acabar con una forma de relacionarnos con el planeta y entre nosotros mismos que ya no sirve, está caduca. La Tierra misma parece estar en duelo, intentando dejar atrás lo que le produce dolor y sufrimiento con la esperanza puesta en abrazar un futuro más prometedor, menos agresivo, más respetuoso. A eso le llaman cambio de Conciencia. Mientras no lo consigamos reina la incertidumbre. Cuesta dejar lo conocido cuando todavía no sabemos como será lo que está por venir. Pero es el único camino, no hay opción. La vida no se para, hay que atravesar el duelo personal y colectivo. La resistencia duele más. Ahora más que nunca hemos de cogernos de la mano del amor, para ahuyentar los miedos y ser buenos ‘surfistas’. Vamos a caer muchas veces, pero todos contamos con la fuerza interior que nos permite levantarnos cada vez que tropecemos. Cuando a mi me falta la energía, nada me funciona mejor que pedir ayuda “a los de arriba”, a mis guías, a la fuerza del amor, da lo mismo el nombre que utilicemos para conectar con la esencia. Sola no puedo hacer nada. Cada uno de nosotros es una hormiguita, pero si nos unimos, si sabemos que contamos los unos con los otros, si confiamos en la fuerza del bien, la incertidumbre es más llevadera, es más fácil reencontrar la paz.
MIS FANTASMAS Y YO
Estoy en casa desde hace un montón de días convaleciente de una neumonía que me ha dejado sin fuerzas. Y así, del sofá a la cama, sin energía para leer ni un libro, no he tenido más remedio que conversar con mis fantasmas. Ayer, sin ir más lejos, estuvimos todo el día de visita la tristeza, el miedo y yo. Los dos me echaron en cara que desde hace tiempo los esquivo y no tuve más remedio que darles la razón. Es cierto, desde hace un par de meses una nube oscura me ha estado rondando y yo me ido haciendo la loca, intentando evitar la tormenta con excusas, hasta que el Universo, que es sabio, se ha sacado de la manga una parada obligatoria para reunirnos a los tres, sin prisas, en la intimidad de mi casa. Para romper el hielo, hemos estado jugando a las cartas. Cuando reparte la mano mi viejo conocido el miedo, un velo espeso y gris lo cubre todo y me pierdo en las penumbras de mi vida. Con el pecho oprimido me lleva a un bucle que parece no tener salida. Allí me quedo hasta que voy levantando una a una las cartas que me atemorizan. Solo cuando me tiene entre las cuerdas recuerdo que todo pasa, que el amor lo puede todo, que volveré a tener fuerza, que resistirme no sirve de nada, que poco antes de que llegue la luz del amanecer la oscuridad es intensa. La tristeza, que me quiere, intenta limpiar mi angustia con el llanto. ¡Me cuesta tanto llorar cuando tengo miedo! De estas tormentas salgo agotada pero contenta; he limpiado un poco más a fondo, creo, mis heridas. El miedo, satisfecho, ya se ha ido. Hoy solo me ha hecho compañía, a ratitos, la tristeza. Es más dulce, menos intensa.
RESPETAR NUESTROS RITMOS
Al principio de mi duelo me sentía tan perdida y desconcertada como Alicia en el País de las Maravillas. Miraba por la ventana y me sentía extranjera en mi propia ciudad. Nada iba conmigo. Estaba desconectada de la vida. La cotidianidad de los demás me parecía extraña, estuve tiempo sin poder mantener una conversación trivial. No podía seguir las convenciones sociales. Salir a la calle requería un esfuerzo parecido a subir al Everest. En cualquier momento, de forma imprevisible, podía estallar dentro de mí una tormenta devastadora. No solo sentía un profundo dolor, temía volverme loca. Los amigos, las personas que te quieren, si no han atravesado un gran duelo, no saben como sostenerte. Es con el tiempo y poco a poco que una va aprendiendo a escuchar su corazón; a seleccionar las salidas, a decir no en el último momento, a tener paciencia con una misma cuando al abrir los ojos se presiente un día torcido… No hay un manual de instrucciones, porque cada duelo es distinto, pero a mi me parece que, al principio, el recogimiento y el silencio ayudan. Si no hay energía, lo mejor es estar quieta, intentando crear pensamientos amorosos que nos ayuden a recargar las pilas.
A los dos años de morir Ignasi, murió mi madre una noche de agosto, de repente, mientras Jaume, Lluis y yo estábamos en Cabo Verde, procurando contagiarnos de la alegría en estado puro que se respira en África. Aquella noche la pasé en vela sin saber por qué. De madrugada, cuando me llamó mi hermana volví a la cueva oscura, al tiempo sin tiempo, a la desconexión, al silencio… pero no me asusté, la muerte de Ignasi me ha enseñado que el duelo hay que atravesarlo, sabía que tenía que pasar por lo que pasé, que la muerte de un ser querido siempre nos cambia la vida, aunque nos resistamos. Después de la partida de Ignasi veo la muerte como un nuevo comienzo, no como un final.
CURSO SOBRE LA MUERTE Y EL DUELO
El sábado 2 de abril doy un curso sobre la muerte y el duelo en el Centre Ítaca. Me hace ilusión compartir lo que he aprendido durante estos últimos 12 años, con la intención de crear semillas de esperanza.
Fecha: 2 de abril Horario: 09:30 a 19:00
Precio: 70 euros
Lugar: Centre Ítaca
C/Pau Claris, 151
3er.1a.esquerra
Tel. 607.55.44.96 / 652.27.13.70
centroitaca.blogspot.com
EL DUELO DE LOS HOMBRES
Sin darme cuenta, a menudo hablo en este blog en femenino. A las mujeres, entre nosotras, nos resulta fácil compartir sentimientos. Creo que lo aprendemos de pequeñas. Si miro hacia atrás, cuando era niña, me veo los días de fiesta, agazapada en un rincón de la cocina, mientras mi abuela, mi madre y mis tías, sin parar de remover cazuelas, se contaban la vida. En aquella cocina, dominio absoluto de mi abuela, salían a relucir los secretos de familia, los anhelos y pesares, las alegrías contenidas… Cruzado el dintel de la cocina la magia se diluía. Aquella cocina de mi infancia era un confesionario.
Sí, seguramente por eso me es cómodo hablar aquí en femenino, porque soy mujer, pero no por eso ignoro el dolor de los hombres. Al contrario, admiro su valor porque sé que la mayoría de las veces lloran en silencio la muerte de sus hijos, con un sentimiento desgarrador de fiera herida. Admiro a los que están ahí, sosteniendo la desesperación, intentando re-inventar su vida, levantar a los suyos, sin poder expresar apenas lo que sienten. Es imposible generalizar, cada duelo es distinto, pero, no sé, a mi me parece que los hombres, al principio, se contienen más, se desmontan menos pero corren el riesgo de caer más hondo. Les cuesta más darse permiso para salir del armario donde guardan con llave las emociones.
Mi padre, un hombre de los de antes, de los que no entraban nunca en la cocina, me cuenta sorprendido y tal vez un poco avergonzado que ahora, de viejo –tiene 81 años- llora por casi nada. “Me he vuelto muy flojo, niña, ya no soy lo que era”, me dice y en cambio los dos sabemos que nuestros corazones nunca habían estado tan cerca.
El resurgir del duelo pasa por eso, por dejar fluir los sentimientos, sean los que sean, antes de que se conviertan en una amargura negra, en una roca tan pesada que nos impida volver a la vida. ¡Duele ver llorar a un padre, pero es tan sanador que lo haga!
Con cada lágrima que dejamos salir se aligera el alma.
Hay que coger de la mano a los hombres que esconden su dolor y acariciársela con ternura hasta desarmar, una a una, con amor, sus armaduras. Las mujeres hemos estado arropadas en muchas cocinas, pero ellos ¡están tan solos frente a sus emociones!
EL AMOR ES INDESTRUCTIBLE
La añoranza, el deseo de abrazar a nuestros hijos es tan intenso que a veces resulta casi insoportable. Es así. Pero en el fondo sabemos que, aunque nada es igual y no podemos abrazarles, ellos existen. Los científicos dicen que la energía no se crea ni se destruye, se transforma. Y eso, en nuestros momentos claros, lo sentimos a flor de piel. En esos momentos mágicos es posible escuchar una vocecita en nuestro interior que nos susurra que el amor es indestructible, que no solo contamos con las horas, los días, los años que hemos pasado aquí, juntos, también tenemos un futuro por compartir. No es como nos lo habíamos imaginado, no, ¡pero puede ser tan hermoso! En los inicios del duelo, tal vez de poco sirve lo que digo. Es con paciencia y tiempo que la certidumbre se impone. Hace doce años que se fue Ignacio, ha tenido que pasar mucho tiempo para sentir lo que siento. Al principio, ¡pesaba tanto el dolor! ¡El cambio era tan sórdido y brusco! Tarda mucho el alma en asentarse después de un golpe así. Mucho. Durante ese largo recorrido que es el duelo nos toca transformarnos en seres receptivos al amor, porque solo es a través de esa vibración amorosa que podremos sentir a nuestro lado a nuestros hijos. Llega un día en que volvemos a caminar juntos, ellos en su plano, siguiendo su destino y nosotros aquí, siguiendo el nuestro, pero tan unidos como antes. Merece la pena perseverar, merece la pena crear amor y armonía, en vez de tirar la toalla y dejar que poco a poco se consuma nuestra vida. Hay que vivir intensamente la tristeza hasta agotarla con la esperanza puesta en renacer, en volver a sentir la alegría de vivir. Cuanto más la siento, más feliz y contento percibo a mi hijo. Más me parece que le honro. Nosotras, que sabemos bien qué es querer estar muerta, decidimos volver a la vida por amor, por el amor que sentimos por ellos, por el amor que aprendemos a sentir, despacio y con esfuerzo, por nosotras mismas.
TRATARNOS CON AMOR
A mi me ha costado mucho entender que tengo que cuidarme. Hacer ejercicio y comer sano está bien, por supuesto, pero me refiero a otro tipo de cuidados, como por ejemplo a hablar con sosiego conmigo misma. No es fácil. No sé si por razones culturales, porque soy mujer o porque ya llegué programada así, me es mucho más fácil intuir lo que sienten los demás que pararme a escuchar lo que necesita mi alma. Y me da pena, porque en cada uno de nosotros hay en esencia un niño que a menudo está desatendido y a veces maltratado.¡Qué poco nos respetamos a nosotros mismos! Yo, por ejemplo, a la que no me doy cuenta ya me estoy reprobando y criticando, como si fuera la madrastra mala de los cuentos. En vez de recordar mis aciertos, la especialidad de mi mente es encontrar, con la eficacia del mejor detective, mis desaciertos, por pequeñitos que sean. Para neutralizar esta tendencia, hace tiempo que decidí espiar a mi mente. No la riño ni la juzgo cuando se empecina en ponerse en lo peor, en mostrarme el lado oscuro. No quiero peleas ni disgustos, ella solo hace lo que venía haciendo. Con dulzura y suavidad le muestro parajes más claros, luminosos y bonitos. Me funciona muy bien el truco de mostrarle una foto mía, de pequeñita, con tres o cuatro años. Le es fácil ser amable con esa niña inocente y llena de vida. Entonces le digo que la coja en brazos, que la proteja, que la mime. Y así, despacito, despacito mi corazón se va ensanchando y el alma, agradecida, me regala momentos de calma.




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