DARNOS TIEMPO PARA SENTIR

 

 

 

NENS JUGANT AMB AIGUACuando murió mi hijo fue la primera vez en mi vida que, de forma consciente, me di tiempo para sentir lo que fuera sin reservas, ni excusas, hasta el fondo, sin huir ni esconderme. De alguna manera tuve la certeza de que ese era el camino para mantenerme a flote hasta conseguir renacer. La voluntad de sobrevivir fue más grande que mi miedo antiguo a adentrarme en el dolor y atravesarlo.

 

 

 

 

Algunas personas somos hábiles pasando por alto lo que sentimos. Nos es fácil escudarnos en el ajetreo del día a día, en la acción, para no escuchar lo que nos turba aunque el alma y el cuerpo nos pidan a gritos, cada uno a su manera, que prestemos atención a tanto desasosiego.

 

 

Cerramos los ojos al sentir porque no queremos ver la tristeza, la confusión, el dolor, la incertidumbre, la frustración, los celos, el miedo, la envidia o lo que sea que a veces trae consigo la marea de la vida. No sabemos que al girar la espalda a las emociones que no nos gustan cerramos el paso a las que daríamos lo que fuera por sentir. No es posible la plenitud (la totalidad) si no acogemos por igual a todos nuestros sentimientos como lo haría una madre, sin distinción, con cada uno de sus hijos. Al fin y al cabo forman parte de nosotros.

 

 

JodhpurAh! pero a mi entender no basta con sentir. Conviene, además, no juzgarnos, ni criticarnos, ni etiquetar, ni culpabilizarnos a nosotros o a los demás por lo que sentimos. Cómo si fuéramos de otro planeta y simplemente observáramos lo que ocurre dentro de nosotros.

 

 

Parece una práctica difícil de conseguir, arrastramos siglos y siglos de prejuicios y creencias, pero en cuanto empezamos a practicar, sus efectos beneficiosos son tan inmediatos, que con más facilidad de la que creíamos adoptamos el hábito de prestar atención al momento presente, dentro y fuera de nosotros. Podemos empezar por sentir lo simple y agradable como la sensación del agua en nuestro cuerpo cuando nos duchamos, la calidez que sentimos al acariciar, con el corazón, la mano de un bebé o de un anciano querido, el bienestar que produce cocinar despacio, con mimo, aunque solo preparemos un huevo frito, la paz y la comunión con el universo que conlleva levantar la vista al cielo, en plena ciudad, y contemplar la belleza espectacular de un atardecer en primavera, el placer de saborear un café, en vez de tragarlo, de mirar con ternura a alguien a los ojos, sonreír y abrazarlo, de pasear sin prisas por la playa o el campo…

 

 

NENA PLUJASi nos damos tiempo y prestamos atención a lo que sentimos, lo consideremos bueno o malo, es más probable que cuando llegue el huracán no nos desestabilice tanto o sí, pero no durante mucho tiempo. La negación nos causa sufrimiento y nos impide ser compasivos con nosotros mismos.

 

 

En cambio, si nos familiarizamos con el dolor y el miedo, sin poner condiciones, al final suelen despedirse con preciosos regalos. A mi me ha sucedido, lo sé, doy fe de ello, aunque a veces lo olvido y pretendo quedarme escondida en un rincón, asustada, cuando me imagino que viene tormenta, en vez de salir, sentir el viento en la cara, el olor a tierra mojada y la agradable sensación de libertad que supone bailar con la vida.

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