SIGUE TU INSTINTO
A mi me parece que nadie muere un minuto antes o después de lo pactado, puede ser cierto o no, ¿quién sabe? pero a mi esto me consuela.
Me gusta imaginar que las vidas cortas pertenecen a seres llenos de luz que han venido, por amor, a despertarnos la conciencia, a flexibilizar corazas, a romper máscaras, a enseñarnos, a través del dolor de su partida, lo esencial.
Porqué después de la muerte de un niño, de un joven, de alguien que está a mitad de camino nada es como antes, todo adquiere otra tonalidad.
Ya de poco nos sirven las apariencias sociales, la vida se reduce a encontrar la parte amable y bondadosa de todo, vivir al día, sin grandes expectativas, agradecer la calidez del sol, poder compartir sentimientos y emociones.
Mirar el cielo, entregarse a la serenidad del silencio, reír por nada, seguir nuestro instinto, con honestidad, como lo hacen los niños.
Apreciar la sencillez, hacernos la vida fácil, sin complicarnos en mirar lo que hacen bien o mal los otros. Sin pretender cambiar a nadie. Conectar con algo más grande, con la plenitud y la paz que conlleva aceptarnos como somos, no como nos gustaría ser.
Antes de disfrutar de esos regalos que encierra atravesar el duelo es preciso sentir, sin rehuir ni aferrarse a nada. No es fácil porque el carrusel de emociones es tremendo y nos da miedo, pero suele ser la clave que abre las puertas a nuestro renacer.
Al fin y al cabo, tardemos lo que tardemos, el instinto nos lleva siempre a preservar la vida.
TÚ PUEDES
Quizá no sepas por dónde tirar o no quieras seguir o, simplemente, te parezca imposible conseguirlo. Seguramente estás tan cansada que te cuesta horrores levantarte de la cama.
Sí, probablemente ahora –después de un año, dos o tres o los que sean de su partida-, te sientes tan mal como al principio. Es normal. El duelo por la muerte de un hijo es largo y tiene muchos altibajos, cuesta mucho volver a la vida, pero es posible.
De momento, estás perdida pero acuérdate de todos los cambios que has ido afrontado desde pequeña. Sí, es cierto, nada es comparable a esta locura, lo sé, tan solo te pido que seas paciente y amorosa contigo, que no te cierres las puertas.
En el fondo sabes que de nada sirve morirse en vida, que todo pasa; lo bueno y lo malo también. Solo el amor que compartes con tus seres queridos perdura.
No pidas que las cosas sean como antes, eso no puede ser. Estás viviendo un cambio tan profundo que lo natural es que estés asustada, te has quedado desnuda, en carne viva, te estás reinventando y todavía no sabes cómo va a ser la mujer que estás creando. Es mucha incertidumbre.
Tardes lo que tardes, estás en la antesala de un nuevo comienzo, nunca lo hubieses elegido, pero lo más probable es que resurjas con una mirada más amplia, más honesta, que te sientas, de alguna manera, mucho más libre. Con la ilusión de volver a bailarle a la vida.
DESPUÉS DE LA MUERTE DE UN HIJO
TALLER DE DUELO EN SANTANDER
SÁBADO 24 DE FEBRERO
La muerte no sigue un orden cronológico, no entiende de edades y algunas personas tenemos que enfrentarnos al desgarro, al dolor inmenso que produce perder un hijo. Nadie, creo, está preparado para eso.
Después de un golpe así es difícil volver a encontrar sentido a la vida pero, aunque parezca mentira, no es imposible. De los destellos de luz que me han ayudado a atravesar mi duelo hablaremos el sábado 24 de febrero en Santander. No hay fórmulas mágicas, cada uno tiene que recorrer su propio camino, pero si mis palabras reconfortan un poco algún corazón roto me sentiré inmensamente feliz y agradecida.
Me hace ilusión estar en Cantabria y compartir mi experiencia. Hace tiempo que venimos hablando de este taller y ahora es ya una realidad. Doy las gracias, de ante mano, a las personas que asistirán, algunas las conozco como a Maite Amigó, a otras las conoceré allí y agradezco especialmente a la psicóloga María Fernández Levín su amabilidad y la eficaz organización del encuentro.
Nos vemos en Santander.
Si necesitas más información:
Tels: 942 037 093 – 637 447 931
COMPARTIR EL DOLOR
Dicen que la muerte de un hijo acaba con muchas parejas y seguramente es así, pero, a mi entender, el motivo no es la muerte del hijo, sino los desencuentros silenciados, tal vez durante años.
Los reproches antiguos, la falta de amor en la mirada, pesan tanto que no es posible sostenerlos cuando la vida pierde sentido y el dolor lo inunda todo. Al contrario, la grieta se ensancha tanto que suele resultar imposible fingir.
En cambio, si a pesar de todos los altibajos que la convivencia conlleva, predominaba el cariño, el respeto, el deseo de ver feliz al otro, la relación probablemente adquiera durante el duelo un tono más profundo.
Es verdad que el duelo conlleva mucha tensión, la situación es tan nueva y desgarradora que nos mantiene en alerta máxima y es fácil que salten chispas por lo que sea.
Cuando la vida nos pone en apuros, la paciencia con uno mismo y con las personas que amamos es esencial.
Cada duelo es personal, por eso no hay que dar nada por hecho, no hay una única forma de recorrerlo. A las mujeres, en general, se nos da mejor hablar de sentimientos, a los hombres no tanto, pero no por eso su dolor es menos intenso.
Cada uno a su manera atraviesa su propio desierto. No es momento de pasar facturas, si no de unir fuerzas respetando el ritmo y la forma de ser del otro. Cuando no salen las palabras, alcanzan y reconfortan tanto los abrazos, las caricias, las miradas de aprobación…
Para compartir el dolor tan solo es necesario estar presente, respirar juntos, cogerse a ratos de la mano y dejar que las lágrimas resbalen por las mejillas del ser amado
¿CÓMO TE SIENTES HOY?
Te propongo un juego. Cierra los ojos y pídele a tu cerebro que te muestre una imagen de cuando eras niña. ¿La tienes? ¿Está contenta, despreocupada, enfadada, asustada, triste, alegre…? Esté cómo esté no le pidas explicaciones, no busques motivos, simplemente mírala con cariño, acaricia sus cabellos y abrázala. No es necesario que le expliques nada, esté como esté tu niña hoy tan solo necesita sentirse querida, arropada.
Si está triste o tiene miedo agradecerá tu cálida presencia, si parece enfadada, déjala que exprese su rabia, escúchala y acaríciala con la mirada. ¿Tal vez está exultante, pletórica de energía? Si es así, deja que cada una de tus células se impregne de su alegría. En ti está todo lo que anhelas; recuerda los instantes de entusiasmo. La intensidad de algunos momentos, la pasión con la que vivías de niña, esa certeza de que todo es posible.
Ya no somos niñas, pero aunque la vida nos haya herido una y mil veces, siempre podemos elegir entre la amargura y la serena alegría.
DESTELLOS DE LUZ
NO TE DESAMPARES
Es posible que la vida, a menudo, te hiera, que nacieras con la sensibilidad a flor de piel y en ti resuenen, como en una catedral vacía, la infinidad de emociones que están en el aire desde que el mundo es mundo.
Te conmueve el dolor, el desconsuelo, la soledad, la tristeza infinita que se esconde en cada casa, en cada calle, en cada piedra. Sí, quizá, a menudo, te inquiete de tal manera tu historia, y la de los otros, que quieras huir.
Huir, ¿adónde? No hay un sitio REAL donde no sentir. Puedes, por un tiempo, aparcar las emociones, conectar el piloto automático y dejar que la mente elucubre a su antojo pero ¿hasta cuándo?
Así, cavilando, no vas a poder engañar al cuerpo, tu templo sagrado. Tarde o temprano se tensará, se encogerá, protestará de mil maneras hasta que vuelvas a sentir, hasta que entres de nuevo en la vida y te entregues al dolor y la belleza.
Si tienes la sensibilidad a flor de piel, puede que tengas miedo de vivir y de morir, de amar, de reír… Si te duele el cuerpo y el ama te vendrá bien hacer un alto, volver a ti y descansar en tu corazón.
No te desampares, abrígate con el amor con que naciste y siente. Acoge lo que surja en este momento, sea lo que sea, qué más da si todo es vida.
Poco a poco, probablemente, volverá la suavidad, la ligera dulzura que acompaña el reposo de quién regresa a casa y se permite no hacer nada, protegido y en paz.
QUÉ FANTÁSTICO ES LLORAR
Admiro a la gente que se entrega con facilidad al llanto, que permite que las emociones exploten sin contención en forma de lágrimas.
A mi siempre me ha costado llorar. A menudo, me contraigo. Contengo el aliento sin darme cuenta. Entonces aparece una piedra grande en la boca de mi estómago y la parte alta de mi espalda se llena de nudos.
Es la forma que tiene mi cuerpo de avisarme que preste atención a mis sentimientos, que no me distraiga y sienta.
Ayer, escuchando a Johnny Cash (“Me and Bobby McGee”) se desató la tormenta y lloré sin reservas, con el desconsuelo profundo de la tristeza antigua.
La música me llevó al momento en que besé, en la UCI, a mi hijo, sabiendo que aquella era la última vez. Pude acariciar con amor el dolor de nuestra despedida.
Con dulzura me envolvió la añoranza y, sin reservas, nos abrazamos la tristeza y yo como dos náufragos en medio del océano.
Desde ese momento de entrega, sin condiciones, mi cuerpo se ha expandido, el malestar ha desaparecido y una ternura inmensa me sostiene.
¡Qué fantástico es llorar!, cuánto alivian las lágrimas honestas que no pretenden cambiar nada, simplemente mecernos como las olas del amar.
RUMBO A LA FELICIDAD
Es posible que a estas alturas de diciembre ya hayas experimentado esas ganas de salir corriendo a algún lugar lo suficientemente lejano y exótico en el que no se celebre la Navidad.
Yo lo hice durante mi primer año de duelo (Ignasi murió en diciembre). Nos fuimos a Egipto. El Nilo nos acogió con suavidad y calma. Huir a veces parece la única salida.
Sin embargo, con los años, he descubierto que pararme y sentir, lo qué sea, es el viaje que más me reconforta y eso puedo hacerlo en cualquier parte y especialmente en casa.
Durante estas fechas, el recuerdo de que la vida a veces duele y mucho a ratos me invade. Mis miedos, que aunque sean nuevos siempre son antiguos, en diciembre crecen.
Primero me paralizo, claro, pero después recuerdo que mis temores están ahí para que sepa que me estoy resistiendo a algo. Ese algo suele ser la vida.
En cuanto me entrego a lo que hay, sin intentar cambiarlo, aparece la magia y sé que puedo darle la vuelta a lo imposible. Cuando simplemente me dejo llevar, sin hacer nada, algo me sostiene y hace que me sienta en paz.
LOS HIJOS ESCONDEN SU DOLOR
ENTREVISTA DIARIO ARA TRADUCIDA
Periodista y madre de
Ignasi, que
murió a los 15 años, y
de Jaume, de 32.
Es autora de
‘Dulces destellos de
luz ‘(Plataforma) y
anteriormente de
‘Volver a vivir’ y
‘Palabras que
consuelan ‘.
Era el día de san Esteban del año
1998, volvíamos de una fiesta especialmente
entrañable. Nos habíamos reunido la familia Casals.
Lluís, mi marido, que es
fotógrafo, había preparado un álbum
para cada uno de sus siete
hermanos con fotos de cuando
eran pequeños.
-Caray, debían de reunirse muchos.
Unos cuarenta. El regalo de los álbumes
emocionó a todos y durante
el día se respiró la magia que desprende la ternura de
los recuerdos amorosos. A la vuelta,de pronto, aparecieron
unas luces potentes que venían
del otro lado de la autopista.
En sentido contrario, un coche
perdió el control y chocó frontalmente
contra el nuestro en un
tramo sin separación.
-Dios mío …
Mientras dábamos vueltas de campana
tuve la certeza de que mi
vida estaba cambiando. Ignasi se dio
un golpe en la cabeza y ya no se despertó
nunca más.
-Lo siento, Mercè.
Ignasi era el mayor. Jaume, el
pequeño, tenía trece años y agradezco
infinitamente que no muriera aquella
noche terrible. Sufrió heridas
leves, pero la herida en el alma por
la muerte de su hermano fue muy
profunda. Lo fue para todos,
pero él tenía en su hermano un
referente y, de repente, se quedó
solo ante unos padres destrozados
y perdidos. Así estuvimos durante
mucho tiempo los tres haciendo piña,
para soportar el dolor.
-Como continuó tu vida?
Me sentí vacía y fuera de la
vida durante mucho tiempo. Tuve
que reinventarme porque
incluso las palabras o los objetos
perdieron su significado.
Mirar por la ventana era como mirar
un abismo. Era como vivir en
una montaña rusa interminable
y, en algunos momentos, tuve
miedo de volverme loca.
-Pero has renacido.
Hay que tener paciencia contigo misma.
El camino es largo. A mí me fue bien la ayuda especializada. el
duelo requiere conocerse, mirarte
adentro y abrazar con ternura
nuestros miedos. La gratitud, no
juzgarte ni juzgar a los demás, ser
amable contigo mismo, perdonar
y perdonarme, han sido herramientas
muy valiosas.
-Después de 19 años, todavía
habláis de él?
Es imposible dejar de hacerlo,
aunque ya nos hemos acostumbrado a
vivir sin la presencia física de
Ignasi. Pero hemos procurado no
idolatrarlo. Era un chico fantástico
pero tenía defectos, como todo el mundo.
Es fácil mitificar al hijo muerto, es
un riesgo que implica una gran soledad
para los hijos vivos.
-Te entiendo.
Son los que tenemos aquí, los que
necesitan nuestros abrazos.
Los niños y los adolescentes
suelen ocultar su dolor
para no añadir más preocupaciones
a los padres. Por ello requieren
toda nuestra atención.
-Has conocido otras tragedias?
A través de mi blog y de facebook estoy en
contacto con padres y madres que
han perdido hijos, y no hay una sola
historia que no me conmueva.
Cada uno hace lo que puede. Pero me hace
feliz ver cómo el dolor se va
transformando en un sentimiento
de amor incondicional, de una
gran belleza.
-¿Qué recuerdas especialmente de
tu hijo?
A Ignasi no lo he de recordar, lo
siento dentro, forma parte de mí,
como cuando estaba embarazasa.✖
Francesc Orteu
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