TERNURA, MUCHA TERNURA

Nuestro cuerpo es el guardián de heridas profundas. Algunas son recientes, otras tan antiguas que van más allá de nuestra memoria. No importa el tiempo si es preciso se mantienen abiertas durante siglos, implorantes, hasta que un día comenzamos a mirarlas con amor, aunque nos den miedo. Mientras, como quién acumula polvo, se recubren de capas y capas de amarga tristeza que pide a gritos consuelo.

 

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Yo tengo una muy presente. Encierra el terror que viví en la autopista la noche del accidente. Durante 17 años al invocar ese recuerdo el dolor ha sido tan insoportable que no he podido permanecer allí ni un instante. Ahora las cosas están cambiando. Despacio, con delicadeza y amor, miro la escena y el dolor se transforma en compasión. Siento una gran ternura hacia mi misma no solo por haber vivido lo vivido, sino por haber aguantado el peso de ese enorme sufrimiento durante tanto tiempo. Presiento que al irse desvaneciendo mi horror, de alguna manera, el alma de cada uno de los que compartimos esa terrible noche se siente más libre y ligera.

 

 

TERNURA

 

Todos llevamos a cuestas dolores innombrables, de algunos nos consideramos culpables, los vemos como errores que nos hieren. Si cerramos los ojos, en aquella situación tan difícil que nos viene a la mente hicimos lo que hicimos porqué no supimos hacerlo de otra manera. Perdonarnos es la forma de deshacer los nudos de reestablecer el orden, de crear armonía. En el fondo todos somos niños asustados, inocentes, huérfanos de ternura.

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