LA INTUICIÓN CONOCE EL CAMINO

 

 

Hay una parte en cada en cada uno de nosotros que es puro instinto. Nada entiende de convencionalismos, de argumentos, de reflexiones, de lo que está bien o mal a los ojos de los otros.

 

Esa parte, tan antigua como la Tierra, está conectada a nuestra supervivencia. Es directa, honesta, no duda, no piensa; ruge cuando la desesperación y la rabia la ciegan, aulla, grita, brama con un desespero infinito de tristeza cuando se siente mortalmente herida… corre por placer, goza sin pudor del aire en la cara, de la lluvia, de la comida, de esa sensación inmensa de sentirse exento, libre de prejuicios, soberano de la propia existencia.

 

Esa dulce intuición, ese impulso sagrado que llevamos siglos amordazando tiene el poder inmenso de guiarnos durante el duelo; sabe sortear los peligros, conoce lo que necesita nuestro cuerpo, nunca lo reprime, al contrario, permite que exprese con naturalidad lo que siente.

 

Nunca, me parece, el peso de la razón ha podido aliviar el desgarro, el desespero infinito de la muerte. Los razonamientos, por muy elaborados que sean, se convierten en humo a la hora de trascender lo inevitable. El bálsamo, la entrega, el paso verdadero de pantalla suelen llegar siempre de la mano de lo que llamamos corazonada.

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