LA BELLEZA DE LOS DESAFÍOS

 

Cuando atravesé la noche más oscura que de momento he vivido, de poco me servía que me afirmaran que yo saldría de ésta porqué era fuerte, tampoco me ayudaba que me dijeran que mi pena, mi desgarro, era para siempre.

 

Yo no quería ni lo uno ni lo otro; ni tirar la toalla y abrazar la amargura, ni pasar página agarrándome a una supuesta fortaleza que en aquellos momentos me era tan ajena.

 

Me sentía morir, eso sí, al despertar, a media mañana, por la tarde y cuando me acostaba. Entre medio, había algún destello de luz y a eso me aferraba. Algo me susurraba que solo tenía una salida: mirar hacia dentro y sentir el dolor insoportable, la locura que produce la muerte de un hijo, de un ser inmensamente amado.

 

Yo me rebelaba, quería mi vida de antes; envolverme en la alegría que sentía cuando él entraba en casa, arroparme en la agradable sensación de cerrar la puerta con llave, de noche, sabiendo que estábamos todos dentro.

Como un ciego, a tientas, he pasado años aprendiendo a relacionarme de otro modo con Ignasi. No puedo verlo, pero nuestro amor permanece intacto. Soy la madre de dos hijos fantásticos y la abuela de un niño maravilloso.

 

Para sentirme en paz con la vida me ha ido bien ampliar la mirada, dejar de luchar, sumar cariño, buscar la belleza en cada desafío. Mirarme con dulzura, descansar cuando me siento fatigada…

 

 

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