EL LENGUAJE DEL AMOR

 

Para un momento. Siéntate en un lugar tranquilo, íntimo y escucha.

 

Calma el ruido de tu mente sin reproches; deja que el enfado grite, que la tristeza llore, que el cansancio se expanda hasta el infinito.

 

No hay nada a entender, a controlar o a evitar, aunque a menudo has pensado que sí, que se trataba de eso, que con tesón y mucho esfuerzo es posible dominar la vida.

 

Deja de sujetar lo que sea que quieres amarrar. Si no lo sueltas acabarás rendida, agarrada a algo que, aunque parezca real y sólido es pura ficción, una quimera.

 

Abre las manos y entrégate al momento: qué dice tu cuerpo, ¿sientes su queja? Acaricia tu dolor. Él es real y pide amor. ¿Vas a ignorarlo perdiendo el tiempo en culpar a otros o a ti misma, en vez de hablarle con ternura y abrazarle?

 

Sí, es cierto, preferirías no estar herida, claro que sí. Pero, si lo estás, ¿no es mejor ser amable, cariñosa, afable con tu dolor en vez de envolverlo en amargura?

 

Nada es para siempre, recuerda, puedes abrir la ventana y dejarte mecer por la brisa y, por la calle, en el trabajo, en casa, en el mercado, en todas partes ver destellos de luz en cada mirada.  

 

El lenguaje del amor en realidad es simple. Habla sin palabras. Tan solo hay que poner la atención en la bondad, en la belleza que aparecen, de pronto, sin ni siquiera buscarlas.

 

 

 

 

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