EL HILO INVISIBLE

 

 

Cuando un hijo muere cada una de nuestras células llora el vacío de su ausencia. La vida, el Universo entero se detiene ante la magnitud de nuestra profunda tristeza.

 

El impacto de la separación es tan potente que rompe las compuertas que retenían infinitud de emociones, de dolores sin nombre que arrastramos desde hace generaciones.

 

 

¡¡Hay tanto que sentir, tanto acumulado!! Por eso los grandes duelos nos sacan del tiempo de los calendarios, de la razón, de los argumentos, de lo que antes era lógico y parecía tierra firme.

 

Hay muy poco fuera que nos sostenga, aunque todas las manos que nos tienden sin reclamos son verdaderos regalos.

 

Es casi imposible llegar a la otra orilla sin tirar despacio del hilo de la madeja de amor que guardamos dentro. Ese hilo invisible nos devuelve con suavidad a la vida.

 

Es de nuestro interior que brota la alegría cuando, de la mano del miedo, atravesamos la niebla, nos ponemos en pie y abrazamos con calidez a los que amamos.

 

Pasamos de sobrevivir a vivir cuando respiramos hondo y nos ofrecemos a lo que venga. La entrega, parece un contrasentido, nos libera.

 

Y así empezamos a atar cabos. Ah, se trataba de eso; de estar presente cuando hay alegría, tristeza, miedo, incertidumbre o certeza, de sostener y dejarnos sostener, sin más. De decir palabras cariñosas, de mirar a los ojos a los otros. De estar en silencio… De reír y llorar juntos, sin ahogar con nuestras lágrimas a nuestros otros hijos.

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