HOGUERAS DE SAN JUAN

 

El calor silencia durante las primeras horas de la tarde mi calle. He bajado las persianas venecianas, para obtener algo de frescor y tamizar la luz y, de repente, se han hecho presentes otros veranos ya vividos.

La suave penumbra y la nostalgia me han llevado a la algarabía de las plazas en junio. A la excitación de los finales de curso, a la ilusión de los días largos y de las noches de fiesta, como la de San Juan.

 

Y durante unos instantes intensos me he imaginado bailando, de muy joven, en una verbena que guardo con mucho cariño en mi alma, he añorado los abrazos de seres queridos, de amigos que hace mil años que no veo, pero que siguen estando en mi corazón.

 

Me da fuerza invocar a la gente que quiero, estén aquí o no, el amor va más allá de la ausencia y me reconcilia con las ganas de vivir, de renacer después de cada tormenta. Se acerca la noche mágica, la del solsticio, la que marca el inicio del verano en mi hemisferio, esa noche ancestral en la que se encienden hogueras para quemar miedos y pedir deseos.

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